En un reciente artículo me referí a la racha interminable de fracasos de Nicolás Maduro al frente del Estado venezolano. Dejé sin respuesta la pregunta obligada: ¿cómo se mantiene todavía en el poder? Y es que su interminable gestión ha resultado en la devastación extendida de los medios de sustento de la población y en la destrucción del Estado, es decir, de PdVSA, la FAN, los servicios públicos y la propia administración de gobierno. Ello ha provocado su repudio masivo por la población, como quedó claramente recogido en su contundente derrota electoral, propinada el 28 de julio de 2024.
En un país normal, una ilegitimidad tan crasa como la de Maduro hubiera llevado a su reemplazo hace años, a como diera lugar. No ha ocurrido aún –se me dirá-- porque preside una alianza de mafias atrincheradas en el Estado para expoliar al país, que están interesadas en que permanezca al mando. Entre éstas sobresalen las constituidas por quienes controlan los medios de violencia: el comando de la FAN y las bandas cómplices paramilitares. Aun así, queda insatisfecha la pregunta, pues incluso a las mafias les conviene tener al frente una persona más competente, capaz de ofrecerles seguridad para la prosecución de sus actividades ilícitas. A continuación, algunas explicaciones posibles.
Es menester empezar indagando por qué lo que aún queda del chavismo ha sostenido a tan mal gobernante durante tanto tiempo. Nos lleva a concluir que no les importa el deterioro del bienestar de los venezolanos a manos de Maduro. Les rueda y no es su problema. Empero, los ha conducido a una situación de vulnerabilidad extrema, poniendo en peligro la continuidad de sus “negocios”. La torpeza, incompetencia y tozudez de Maduro al robarse las elecciones los ha dejado desprovistos de toda posibilidad de juego político. Les queda solo la guerra, es decir, la represión desnuda.
Claramente, han podido haber colocado a alguien más calificado para no entregar la arena política. Jorge Rodríguez, por ejemplo, ha mostrado habilidad para desenvolverse en esos espacios, razón por la cual siempre es nombrado negociador. Tarek El Aissami, también más capaz, creyó llegar su oportunidad y tiró la parada para pertrecharse de los recursos con los que habría de afianzarse, una vez sacara a Maduro. En contraste, el taimado Diosdado, quien también tiene con qué, no se asoma. Porque está muy consciente de algo que Tarek pasó por alto: que Maduro es, en esencia, un agente cubano. Se formó políticamente en la escuela de cuadros, “Ñico López”, en La Habana. Tiene, detrás de sí, el respaldo de los mecanismos terroristas de Estado que le montó el régimen castrista con base en las experiencias legadas de la KGB y de la STASI, heredera de la Gestapo. El enamoramiento de Chávez con Fidel Castro lo llevó, moribundo, a nombrar como su sucesor, tristemente, a Maduro. Alguien que tuviese criterio y ambiciones propias, no les hubiese servido de operador a los cubanos.
Ello añade un segundo elemento para entender por qué sigue Maduro visiblemente como jefe de Estado. Es, precisamente, por su disminuida imagen de jefe capacitado y por carecer de un proyecto propio que representase un peligro para los intereses de los demás. Al mantener sus ambiciones en un bajo perfil y depender de los cubanos, los suyos lo perciben como neutro ante los conflictos que se asoman entre ellos, la oligarquía militar-civil dominante, que se disputan los expolios de la nación. Es, por tanto, un factor que ha facilitado el mantenimiento de las alianzas sobre las que descansa el régimen. Pero, ahora, la acumulación de errores lo ha convertido, más bien, en un gran problema.
Una última razón de porque a Maduro no lo han removido todavía sus propios cómplices, está en que, hasta hace poco, fungía como una especie de pararrayos que atrapaba buena parte de los reproches a la dictadura, dejando que sus socios pudiesen seguir operando a la calladita, sin atraer la atención. El problema ahora es que los fracasos y yerros reiterados de Maduro han hecho de él, actualmente, un imán para atraer condenas y críticas. Lejos de ser un escudo protector, se ha transformado en una inmensa carga. La viabilidad de su arreglo es visiblemente precaria. Ha colocado sus desmanes bajo la lupa de organismos internacionales defensores de derechos humanos y de muchos gobiernos democráticos, cerrando las posibilidades de conseguir apoyo internacional. Y, en las condiciones a que ha condenado a la economía, esta falta de apoyo augura la proximidad del colapso definitivo.
De manera que las razones que explican la monstruosa sinrazón de tener en el poder a quien ha mostrado, tozudamente, que sólo puede significar mayores fracasos, se esfumaron. La permanencia de Maduro no tiene sentido, incluso para sus cómplices, pues el buque “revolucionario” hace aguas.
Pero he aquí que la incompetencia más bien se refuerza. Ante la creciente amenaza que representa frente a Venezuela la flota naval, cada vez más pertrechada, de EE.UU., Maduro, en vez de recurrir a acciones que la aplaque –liberación de presos políticos, compromiso de cooperar con la DEA en la lucha contra el narcotráfico, restablecimiento de libertades, disposición a conversar con María Corina Machado y Edmundo González Urrutia--, ¡se atrinchera para la guerra! Responde aumentando el número de presos políticos al detener a más inocentes, atropella a la iglesia y a la feligresía que celebra la santificación de José Gregorio Hernández y de Carmen Rendiles, impidiendo el viaje a Isnotú de Monseñor Baltazar Porras, y arenga a una deslucida movilización de tropas y milicias, como si realmente estuviese en capacidad de afrontar un eventual conflicto con la armada gringa. No podía ser de otra forma, pues, sistemáticamente, él ha ensalzado y promovido a cargos de gobierno a los peores, a esbirros, corruptos y traficantes encausados por la justicia internacional. Pero claro, al auto amputarse las posibilidades de maniobrar en el terreno político con su grosero y torpe fraude electoral, cometido a la luz del día, y reprimir, luego, a quienes protestaban ese robo, ¿qué opción le queda? Como si fuera poco, ante la descomunal subida del dólar, la consiguiente inflación y los estragos que causa en negocios y en los bolsillos de los venezolanos, ¡tiene el tupé de anunciar que la economía creció en un 6%! No hay atisbo alguno de cambio. Es que el fascismo no admite la disputa pacífica –en democracia-- por el poder. Sus reflejos condicionados inhiben toda capacidad de reflexión honesta, porque lo de ellos es la conflagración final: ¡guerra a los venezolanos! Ni de vainas a los gringos.
Y es que la “estrategia” del núcleo fascista es la del avestruz. Aguantar hasta que se vaya, por su cuenta, la flota gringa. Pero, en términos racionales, luce poco probable. Difícil que Trump haya movido tan tremendo arsenal, con los costos que ello implica y desatendiendo a otras áreas del globo, sin lograr alguna “conquista” que mostrar ante su fanaticada. Las elecciones mid-term están a la vuelta de la esquina. Difícil que Marco Rubio se conforme con otra cosa que no sea la salida de Maduro y lo que ello conlleva para la longeva gerontocracia cubana y el gánster Daniel Ortega. Apocada la función contralora de la oposición demócrata en EE.UU. y achicopados los países amigos, la ocasión la pintan calva. ¿Por qué pelar ese boche? –piensa--, imaginándose las glorias por aparecer como redentor de tantos que han sido víctimas de estas crueles dictaduras. ¿Con cuál “premio” se aplacará Trump? La intervención militar será siempre la peor opción, la última, pero todo indica que no hay que descartarla.
En esta locura de la sinrazón, los grandes traidores de la patria, Maduro, Cabello y sus allegados, amenazan con quitarle la nacionalidad a quienes profesan estar de acuerdo con una intervención externa que los expulse del poder. Pero es obvio que es su traición –la de Maduro y cía-- la que coloca a la patria en peligro. Quienes aún sirven de sustento a la camarilla criminal que ha destruido a la República, que tengan consciencia de la imperiosidad de abrirles las puertas a la democracia, liberando los presos políticos y entablando negociaciones para la investidura del presidente legítimo, Edmundo González Urrutia, para evitar consecuencias que nadie quiere.
Trump afirmó que Maduro tenía los días contados. ¿Habremos de creerle? ¿No será mejor cobrar los $50 millones por entregarlo a la justicia del norte?
Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela
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