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Ismael Pérez Vigil

La Propuesta Almagro

Ismael Pérez Vigil

Tema difícil de abordar, éste de la propuesta de Luis Almagro, Secretario General de la OEA; hay que escoger cuidadosamente las palabras y medir bien lo que se dice, para no exponerse gratuitamente a insultos y dentelladas de parte y parte, de opositores y de adoradores del proponente, aunque se da la curiosa situación que los adoradores de hoy fueron los opositores de hace unos meses y viceversa. Además, tengo la impresión, por los comentarios, opiniones y artículos vistos, que esta propuesta no va a gustar ni a tirios ni a troyanos.

No gusta a los más radicales −sospechosamente callados algunos de ellos− porque estos no aceptan nada distinto al “Chávez vete ya” y menos que alguien, sea Almagro o quien sea, que les diga que hay que “reconocer”, aunque sea “de facto”, al régimen actual y coexistir con él, eso les resulta intolerable; mucho más si se les dice empleando la palabra “cohabitar” que es el insulto favorito que nos endilgan a los que no estamos de acuerdo con sus propuestas y planteamos la vía de la negociación, para llegar a unas elecciones libres y supervisadas internacionalmente.

Y por lo que estoy viendo, los menos radicales tenemos, cuando menos, nuestras dudas acerca de varios aspectos de la “Propuesta Almagro”; por ejemplo, en mi caso particular, la tengo sobre la parte final de la misma, en la que habla de “institucionalidad compartida, de poderes del Estado compartidos”. Tengo mis reservas, pues no hay en Venezuela, hoy por hoy, eso que él llama “estado compartido”, ni siquiera su posibilidad inmediata, con una oposición tan fragmentada y debilitada. Si esto es así, entonces uno se pregunta ¿A quién favorecería más la propuesta?, obviamente no es difícil concluir que sería al régimen actual.

Cohabitar y coexistir.

Creo que lo más sensible de los términos de la “Propuesta Almagro” es que “cohabitar” tiene entre nosotros una connotación muy peyorativa, de complicidad, claudicación, “conchupancia”; pero, para Luis Almagro, es obviamente otra cosa. Para él la palabra “cohabitar”, porque es un político avezado y culto, probablemente, hace referencia a un término político, para algunos estrenado en la Francia de Mitterrand y Chirac, que implica el reconocimiento del rival, para convivir e incluso gobernar con él. Se podrían escribir tratados, acerca del tema, no es el caso; y también decir muchas cosas sobre la intención de Almagro, pero lo mejor es siempre lo más simple: A pesar de emplear ese término, no creo que Almagro, después de lo que ha dicho en el pasado y reafirma en su propuesta, este planteando algún tipo de claudicación o convivencia con un régimen como el que gobierna en Venezuela.

A pesar de las reservas que se puedan tener con su propuesta, lo importante es que Almagro nos plantea, nos trae a la mesa, la idea de que es imprescindible entender los límites del coexistir, de la convivencia política, el reconocer que en Venezuela hay un gobierno que, aunque abusivamente y con todo tipo de trampas, triquiñuelas y fraudes ha mantenido el poder, no podemos negar que aún tiene cierto apoyo popular. Y eso no desaparecerá de la noche a la mañana, aun cuando se dé un cambio de régimen o de poder en el país.

Con estos argumentos por delante, paso a evaluar la propuesta, prescindiendo de calificativos y juicios acerca de la intención de Luis Almagro; no pretendo escudriñar en su fuero interno, cosa para la que me declaro incapaz, y tampoco explicar porque para muchos pasó de sus posiciones iniciales sobre Venezuela en 2016, al “estrellato” de 2019 y a la desgracia, ahora, en 2022. Lo que sí se puede afirmar es que sus planteamientos han sido siempre polémicos, pero siempre a favor de la democracia y la libertad en Venezuela, y eso se agradece.

¿Dos Almagro?

Por supuesto difiero respecto a que nos encontremos frente a dos personajes, frente a dos Almagro. Se trata del mismo de siempre; político “de raza”, valga el término, que trata de ubicarse en la realidad que él ve y como él la entiende para plantear una estrategia. Por ejemplo, Almagro en 2019 nos planteaba posiciones, para mí extremas, sobre las salidas a la crisis humanitaria compleja que padece Venezuela, como la necesidad de una intervención internacional, con base en el principio de “responsabilidad de proteger”, el famoso R2P que nadie logró explicar bien y que no se ha aplicado en ninguna parte. Hoy Almagro navega en aguas aparentemente más tranquilas y tras admitir el fracaso de la estrategia que él ayudo a trazar en 2019 −fracaso que admite claramente en su artículo− nos propone otra vía.

El diagnóstico de Almagro.

Sin embargo, a pesar de su −para algunos− atenuada propuesta, hay que reconocer y destacar que Almagro reafirma de manera impecable su diagnóstico sobre Venezuela, sus criterios y sus críticas. Hay en Venezuela, dice Almagro, una crisis humanitaria, violación sistemática de derechos humanos, crímenes de lesa humanidad, una crisis migratoria como no se había visto nunca en el hemisferio, ejecuciones extrajudiciales, torturas a detenidos, presos políticos, inhabilitación arbitraria de candidatos, desnutrición y mortalidad infantil, imposibilidad de la población para acceder a medicamentos, dificultades para obtener alimentación. Resalta además el profundo proceso de desinstitucionalización, que ha llevado al gobierno a ser incapaz o insuficiente para resolver necesidades básicas de derecho a la salud de la población, para resolver los temas de violencia y criminalidad que afectan al país, incapacidad de la FFAA para atender el control territorial del país y la protección de la integridad territorial del mismo.

Todo eso y mucho más, está presente en el diagnóstico que acompaña la propuesta de Almagro, y añade que todo ello esta además refrendado y confirmado por agencias internacionales de derechos humanos.

Almagro, tras admitir que Venezuela está hoy en una situación algo diferente a la que vivió en años anteriores, pues está viviendo, dice, una “burbuja económico-financiera”, agrega que ésta en realidad “ha traído una lógica exacerbación de las desigualdades” y que a pesar de todos esos “cambios”, que lo llevan a él a cambiar su óptica y su propuesta de estrategia, reafirma que “Venezuela continúa por el sendero de destrucción, de falta de garantías, de falta de opciones de vida para la gente. Todavía contamos presos políticos, torturados, ejecuciones extrajudiciales, actividades criminales como narcotráfico, minería ilegal, contrabando, corrupción.”

Una propuesta distinta.

Almagro, entonces, no claudica en su concepción sobre el régimen venezolano, solo que, tras admitir el fracaso de la estrategia anterior, propone una salida política distinta a la que favoreció y propugnó en el pasado, que hizo tan felices a los sectores radicales venezolanos −y a los menos radicales, militantes, como ya dije del “Chávez vete ya” −. En efecto, Almagro afirma, y ese es el núcleo de su propuesta, que “…el diálogo sigue siendo la única esperanza… (y que) … esto implica cohabitación…implica un ejercicio de diálogo político real, de institucionalidad compartida, de poderes del Estado compartidos” (Negrillas mías)

Antes de continuar con el contenido de su propuesta, debo decir que −en opinión de muchos− parece haber aquí un salto en el discurso de Almagro y creo que en la parte final de su planteamiento, en la frase anterior, se deja llevar por el deseo y el optimismo un tanto excesivo, pues como ya dije, no hay en Venezuela, hoy por hoy, un “estado compartido”, ni siquiera su posibilidad inmediata; desgraciadamente, no hay en Venezuela dos fuerzas similares enfrentándose por el poder del Estado; hay una fuerza, la del régimen; y la otra, la de la oposición, está apenas por construir.

Los contrapesos

Pero, volviendo de lleno al tema, Almagro recoge un tanto −o mucho− sus velas, se coloca límites y advierte claramente la necesidad de definir “contrapesos”, que, sin ellos, la “cohabitación” que plantea se transformaría en complicidad: “Compartir es contrapesar. La cohabitación sin contrapesos puede transformarse en complicidad. El esquema de cohabitación a discutir en un proceso de diálogo debe dar garantías de contrapesos para quienes cohabitan. En caso contrario será una frustración más.”

La “Propuesta Almagro” si bien habla, como vemos, de unos “contrapesos”, sobre los mismos nada o muy poco dice; pero, los insinúa en el contexto y en todo caso, no es difícil imaginar cuáles podrían ser: Apertura de la economía, respeto a los DDHH, respeto e independencia de las instituciones del Estado, libertad de los presos políticos, cese de las persecuciones, y un largo etc. que cuando uno lo lee o contempla lo que se espera del gobierno, no puede dejar de pensar que se está proponiendo que el régimen deje de ser lo que es, conscientemente, y se vuelva exactamente su contrario. Esta es la utopía de Almagro, su buen deseo, que −aun estando plenamente de acuerdo, como lo estoy yo, con la vía del diálogo y la necesidad de coexistir en una Venezuela donde realmente quepamos todos− eso es algo que hoy no se puede dejar de contemplar con un ojo abierto y uno cerrado.

Necesidad de atenuar su propuesta.

Creo también que, vista la fuerza omnímoda de un lado −control de la fuerza armada y de la administración de justicia− y la debilidad del otro, la estrategia opositora debe incluir la consideración de que la supuesta apertura del régimen, la llamada “voluntad democrática” de la “élite” gobernante, no sea más que una farsa.

Pero, además de considerar que éste es hoy un cambio utópico, a favor de su propuesta hay que decir que lo que nos propone Almagro es precisamente el “camino largo” que nos falta recorrer, el final del juego al que debemos llegar, del que todavía estamos lejos, pero es la dirección a la que hay que apuntar.

Viendo su propuesta, aunque algunos mantengan su escepticismo, debemos reconocer, que hoy como ayer Luis Almagro nos ha puesto a pensar en un tema que hemos preferido evadir; y personalmente le agradezco la ruta que hoy nos propone diálogo y coexistencia, mucho más que la que nos propuso en años recientes, con la que nunca estuve de acuerdo. Es decir, reitero que, aunque no estuve de acuerdo con su propuesta estratégica, si le agradezco, como hoy lo hago, que puso a Venezuela en el mapa del mundo y alertó acerca de los desmanes que aquí se cometían y cometen y la vía totalitaria que el régimen estaba recorriendo y recorre.

¿A dónde nos lleva Almagro?

Pero, ¿A dónde nos lleva la “Propuesta Almagro”? De llegar a concretarse, nos lleva a un camino que tampoco agrada a muchos: Cuando tengamos la fuerza, que hoy no la tenemos, habrá que negociar una transición, habrá que hacer concesiones de parte y parte y aunque sabemos claramente cuáles son las que pediremos, no sabemos bien que tendremos que dar a cambio, pero algo tendremos que dar a cambio. Ni la palabra “negociar, ni la palabra “concesiones”, agradan a muchos”.

Pero es claro que el gobierno democrático que surja, será eso, democrático, no puede ser igual al que estamos dejando atrás; quienes asuman el poder tienen que ejercer su mandato, exactamente, de manera opuesta a como se ha ejercido en los últimos 23 años: habrá límites, habrá controles populares, ejercidos a través de las instituciones −Asamblea Nacional, poder verdaderamente ciudadano, tribunales independientes del poder central, etc. – habrá responsabilidad de los funcionarios en el ejercicio de sus funciones, de las que rendirán cuentas, porque se tomará en cuenta que los ciudadanos sí existen y controlan al poder que eligen.

Conclusión.

A pesar de algunas consideraciones y reservas, creo que debemos agradecer a Luis Almagro que no cese de considerar y recordar la situación que vive Venezuela; debemos rescatar de su propuesta su acertado y duro diagnóstico sobre Venezuela; y también que haya admitido el fracaso de una estrategia que no nos condujo a ninguna parte y que ahora nos haya puesto sobre el tapete la necesidad de considerar y discutir la importancia de dialogar y coexistir, para crear un país incluyente.

Si hemos criticado, entre muchas otras cosas, que el actual régimen no es más que el reemplazo de una élite en el poder y la destrucción de los valores de la sociedad en que se basaba el sistema democrático, lo que en el fondo Almagro nos plantea y con lo que estoy de acuerdo, es con que el que vamos a construir no se puede basar en esa misma conducta, en el falso principio del mero reemplazo de una élite y continuar la destrucción de los valores. Para decirlo en otros términos, el gobierno, el sistema democrático que se cree, tiene también una tarea educativa, tiene que ser en sí mismo un sistema de educación democrática, cívica, ciudadana; repito, no es solo cambiar el sistema político, es contribuir a cambiar la mentalidad del venezolano.

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Primarias opositoras

Ismael Pérez Vigil

Es el momento de tocar los temas álgidos de la política venezolana. La semana pasada abordamos el voto en el exterior, sus dificultades y posibilidades reales. Toca ahora reflexionar sobre el tema de las primarias, a lo mejor es tentar demasiado a la suerte.

Aunque no se sabe aún cómo, cuándo, ni otros detalles, la escogencia del candidato de la oposición, para las elecciones presidenciales de 2024 se llevará a cabo mediante elecciones primarias. Sin embargo, resultan bizarros −en su acepción de “raro” y “extravagante” − algunos de los aspectos que rodean la discusión de ese tema.

Las variantes

Las variables que están en juego son innumerables y discusión se decanta emparejando términos y conceptos y haciendo las combinaciones, infinitas, correspondientes. Solo por mencionar algunas, las primarias pudieran ser: con o sin CNE; con una o con doble vuelta; con participación de todos o solo algunos opositores; con votación de todos los inscritos en el registro electoral o mediante algún “filtro opositor”; votarán los venezolanos en el exterior o no votarán; participarán los inhabilitados políticos, partidos y candidatos −en abierto desafío al régimen− o no lo harán; se dará cabida a los presos políticos o se prescindirá de ellos; y por allí seguiría la lista, que como se puede ver, en una respuesta pueden entrar varias o todas esas combinaciones, juntas o por separado, lo que nos daría, aplicando la fórmula correspondiente, varios cientos de posibles opciones y combinaciones. Discutir estas opciones, para algunos es estratégico, pero para otros es simplemente una manera de exacerbar diferencias y generar más rupturas y divisiones.

Restricciones obvias de espacio me impiden tratar todas las opciones y sus combinaciones; solo me referiré a dos aspectos de la muy amplia discusión y, para empezar, resulta ineludible hablar de la más bizantina de esas discusiones −para mi gusto, claro− que es esa de si las primarias de oposición se deben hacer con o sin el CNE.

Digo que una discusión bizantina, porque se hagan o no con el CNE, eso no va a impedir que el régimen intente sabotear o influir en el proceso; bizantina, porque hacerlas con el CNE supone ahorrarse una buena cantidad de dinero y disponer de más centros y máquinas para agilizar el proceso, sabiendo como sabemos los costos que implican estas dos cosas, para los escasos recursos de que dispone −o no dispone− la oposición democrática; bizantina porque seguramente algunos de los que participarán, se declararán “pobres” de solemnidad y sin recursos para contribuir con su cuota del aporte −alegando por supuesto “razones democráticas” de peso, “libertad de voto” y demás excusas, para dejar de aportar lo que deben aportar− y así contribuirán a encarecer el proceso para los que si aportarán o para que se quede con un gran déficit o mono, que nadie sabe −seguramente, nadie− quien lo cubrirá; bizantina, porque pase lo que pase, decídase lo que se decida, en cuanto a hacerlo o no con el CNE, los “inefables radicales” y anti oposición democrática, de todas maneras no participarán, aunque se haga sin el CNE; siempre encontrarán alguna excusa para negarse y darle la patada a la mesa o a la lámpara, o a ambas.

Mi fórmula

Por lo tanto, en mi opinión, lo sensatamente político es que la oposición democrática trate no solo de maximizar la participación, poniendo más mesas, más máquinas y más centros de votación, sino también bajar costos, para ahorrar recursos que pueda dedicar a movilizar votantes, que de todas maneras sabemos que difícilmente pasaremos del 15% los que iremos a votar. Histórica y desgraciadamente ese es el porcentaje de participación en estos eventos y, sinceramente hablando, no se percibe hoy en día un ánimo que pueda superar este porcentaje.

Esto implica, como es fácil darse cuenta, solicitar el apoyo del CNE para realizar la elección, ahorrar recursos e incrementar puntos de votación.

No solo eso, siendo consecuentes y tratando de buscar el mayor consenso posible para el candidato opositor, de no lograr el ganador en primera vuelta un porcentaje significativo −digamos del 30% de los votos−, se debe ir a una segunda vuelta, para que el candidato resultante goce de amplio consenso.

En la misma lógica de lograr la más alta participación deben votar todos los que deseen hacerlo y estén en el registro electoral, inhabilitados o no, incluidos los partidarios del régimen, descartando esa monserga de que de esa forma los “chavistas” decidirían quien es el candidato; creer eso no es más que una fantasía, los ya escasos partidarios de régimen −menos del 18% de los votantes− que no se movilizan para votar por los suyos no lo van a hacer para escoger el candidato de la oposición; y si lo hacen, mejor, aumentarán el caudal de participación y votos. Naturalmente, creo que en el proceso deberán participar quienes están en el exterior, para lo cual la oposición, sin contar en ese caso con el CNE ni los consulados, debe procurar abrir la mayor cantidad de mesas y centros que sea posible e implantar la posibilidad de votar electrónicamente.

Precandidatos a granel

El otro elemento que quiero considerar que no debería ser raro, pero que sorprende a muchos, es la cantidad de precandidatos a disputar esa única plaza. Hasta la última “lista” de precandidatos que revise en persona, había 31 aspirantes; pero ya he escuchado cifras que pasan de 50. Digo que no es algo raro y que además, en vez de lamentarse con discursos moralistas sobre la “ambición política”, ¿Por qué no verlo como una señal del “vigor” de nuestra oposición, que es capaz de generar tal cantidad de aspirantes, por más que todos sepamos que una buena parte de ellos no tiene la más mínima calificación para el oficio, mucho menos el carisma o la simpatía popular?; pero, democracia es democracia y todos puede tener su aspiración y derecho; el pueblo que siempre juega a ganador, se encargará de darles su dosis de “ubicación” y bajarlos de esa nube.

Pero entiendo que, a muchos sorprenda, de manera ingrata, esa hemorragia de ambición, un tanto desmesurada, habida cuenta que el entusiasmo de la población por participar, como ya dije, escasamente llegará al 15% de los mayores de 18 años, aquí y en el exterior. En cualquier caso, cuantos más aspirantes, más gente habrá en la búsqueda de apoyo y mayor será la movilización que se logre, que es de lo que se trata: Sacudir la apatía, indolencia y desánimo alrededor de la vía electoral.

Conclusión

Son muchos más los temas en torno a las primarias, pero creo que con lo planteado tenemos material para discutir y en todo caso, lo importante es definir cuanto antes la fórmula completa, que permita la mayor participación posible y nos permita dedicarnos cuanto antes, con un candidato en la calle, a plantearle al país una opción creíble para salir de este inaguantable oprobio.

Politólogo

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¡No se votará…

Ismael Pérez Vigil

… masivamente en el exterior, en las elecciones presidenciales de 2024!; llego a esa lamentable conclusión, después de tres meses que escribí planteando el tema como una probable tarea; pero, esa es nuestra realidad y cuanto antes la aceptemos estaremos en mejores condiciones para desarrollar una estrategia que nos permita superar esta limitación y obtener alguna ventaja.

Este tema ha desatado una aguda discusión en donde hay de todo, desde el prístino y legítimo deseo de que se cumpla el derecho al voto, que debe ser la aspiración de cualquier demócrata, pasando por una buena dosis de ingenuidad e ignorancia de las dificultades reales del problema, hasta llegar a la demagogia y la mala intención de algunos de buscar un nuevo pretexto para atosigar, insultar y desacreditar a la oposición democrática y el inefable G4, responsabilizándolos por no lograr que voten los tres millones de compatriotas que están en el exterior y que tienen derecho a votar; y todo eso en el campo de lo que podemos llamar oposición.

Desde luego estoy consciente de las antipatías que despertará mi afirmación sobre el tema, pero no por mucho desear algo, se vuelve realidad, ni por mucho voluntarismo se van a lograr las cosas. Tampoco propugno porque lograr que se vote en el exterior deje de ser una meta política de la denominada “diáspora”, pero más allá de lo deseable, lo razonable y lo “constitucional” de un innegable derecho, la votación en el exterior confronta algunos problemas que difícilmente se podrán superar. Lo dijimos hace varios meses (6 de mayo de 2022, https://bit.ly/3kQlRK2): votar en el exterior implica superar dificultades de, por lo menos, cuatro tipos: Jurídicas, técnicas, políticas y de motivación. Veamos cada una de ellas.

Jurídicas.

De acuerdo con las normas y legislación actual, es tarea prácticamente imposible votar en el exterior. Aparte de cambios menores, para permitir el registro y votación en el exterior identificándose con el pasaporte, en vez de la Cédula de Identidad, debido a la dificultad real del estado venezolano de proveer ese documento en el exterior, para ello se requeriría que sea modificada la Ley Orgánica de Procesos Electorales (LOPRE), en varios artículos, pero sobre todo el artículo 124 que establece la limitación del derecho al voto a quienes no tengan residencia legal en otro país, que como sabemos hay muchos venezolanos que están en esa condición. Pero superar esta dificultad jurídica supone un acuerdo político con el régimen, bien para modificar, por parte de la Asamblea Nacional, la Ley Orgánica mencionada o bien para reglamentar esas disposiciones por parte del ejecutivo y sabemos perfectamente que el gobierno no tiene ningún interés en que se vote masivamente en el exterior, sabiendo como todos suponemos que la mayoría de esa votación no los favorecería.

Técnicas.

Superadas las dificultades jurídicas, supuesto que casi podemos considerar negado, habría que superar otras dificultades técnicas, por parte del gobierno y sobre todo por parte del CNE.

La primera dificultad, es actualizar el registro electoral (RE), considerablemente atrasado, y naturalmente mucho más en el exterior; resolver ese retraso en el exterior, si se pretendiera hacerlo como si estuviéramos en Venezuela, de acuerdo con las normas y legislación actual, es tarea prácticamente imposible; solamente hagan números de cuántos “funcionarios” o “voluntarios” y cuántas horas hombre se necesitan para actualizar y registrar casi 4 millones de personas en el exterior, para lo que no existe ninguna estructura instalada.

Superada esa dificultad, sería necesario superar otras, como: establecer Circunscripciones Electorales, de acuerdo con el número de votantes; crear Organismos Subalternos, para organizar y facilitar la inscripción, actualización y votación; establecer Centros de Votación y Mesas Electorales, para garantizar la fluidez y el ejercicio del voto. Actualmente solo se vota en consulados y la mayoría están cerrados, al menos en los países en donde hay altos contingentes de inmigrantes: Colombia, Estados Unidos y varios países de América Latina; y en otros están realmente dispersos, escasos y muy alejados de los lugares en donde viven los venezolanos en el exterior; de igual manera hay que implantar mecanismos para la recolección y trasmisión de resultados; y por supuesto, formar miembros de mesa, observadores y testigos que vigilen el proceso. Ya se ha dicho que todo esto hay que hacerlo para una “circunscripción” que tiene una población de votantes equivalente a los actuales estados Zulia y Miranda juntos, pero que está dispersa por todo el mundo.

Políticas.

No es posible superar las dificultades jurídicas y técnicas sin un acuerdo político y sin contar con la “buena voluntad” del organismo rector, el CNE, cuya “voluntad” sabemos que depende de la del régimen y las instrucciones precisas que reciba; la aislada voz de dos rectores opositores en minoría, bien sabemos que no es suficiente.

Lograr ese “acuerdo político”, es decir esa negociación y acuerdo con el régimen para acometer esta tarea, no es nada trivial; la tarea se contrae a cómo forzar al régimen para que se resuelva la situación, de los millones de votantes que en Venezuela y el exterior, hoy no pueden votar. Y sin ese acuerdo, para emprender todas estas modificaciones, el proceso no va a avanzar. Como ya se ha dicho, bien sabemos que el régimen no favorecerá un acuerdo para que los que viven en el exterior, ni en Venezuela, voten masivamente en su contra.

Motivación.

Resueltas las dificultades anteriores, nos queda una aunque no es tampoco nada sencilla: la voluntad, disposición y motivación a votar de quienes viven en el exterior, muchos de los cuales se fueron del país obstinados de las dificultades que vivieron en él y buscando las oportunidades que aquí han visto negadas. ¿Es muy difícil suponer que, si en Venezuela hay una peligrosa indiferencia y abstención electoral que sobrepasa probablemente el 40% de la población, un porcentaje similar o quizás mayor sería el que hay en el exterior, y que además le toca enfrentar las dificultades señaladas? Ahora lo llaman “desafección” hacia el voto o la política, pero es nuestra innegable realidad.

¿Posible Solución?

Para resolver esto sería no solo indispensable comenzar cuanto antes la tarea, sino también y más importante, comenzar a pensar el problema de otra manera: Romper el paradigma de que es posible votar en el exterior como se vota en el país, convencerse que hay que pensar en el problema de manera diferente, pues si seguimos pensando en votar en el exterior como se vota en Venezuela o como se votaba en el pasado en el exterior, antes de la masiva emigración, el problema no tiene solución y solo favorece las expectativas del régimen de mantenerse en el poder. Hay que plantearse soluciones diferentes y adecuadas a partir del voto remoto, a distancia o por Internet, que no son un sueño, ni un privilegio de países desarrollados; pues, como ya se ha dicho, países tan lejanos como Estonia y tan cercanos como Panamá y México, tienen votación por internet, desde hace tiempo. La pregunta, difícil de responder y sobre todo implantar es: ¿Será posible plantearse hoy la posibilidad de votar remotamente, por Internet, desde el exterior, o por correo? Luce que es una utopía insuperable en este momento y eso es lo que tenemos que tener claro para no equivocarse con una estrategia errada y frustrante.

Conclusión

Lamento ser aguafiestas, pero la estrategia de la llamada “diáspora” debe ser realista y con los pies en la tierra. Volvamos a las tareas pendientes esbozadas en el escrito ya mencionado, publicado hace tres meses, donde se dejaron planteadas algunas acciones que hay que retomar.

Descartando, la primera es terminar de resolver el mecanismo para elegir el candidato que representará a la oposición democrática en las elecciones de 2024, que son el preludio de varios procesos electorales que asoman para 2025 (Asamblea Nacional, Gobernadores, Alcaldes, Asambleas Legislativas y Concejos Municipales); resolver ese tema nos pondrá cuanto antes en la ruta para adelantar un programa de consenso y un discurso político a los electores, que son indispensables para fijarle una meta al país que supere el oprobio en el que vivimos desde hace más de 23 años.

Para quienes están en el exterior, pasar de la consigna del “voto masivo” de la diáspora, a trazarse objetivos que sean factibles es una tarea prioritaria. Hoy solo tenemos poco más de 107 mil inscritos para votar en el exterior, de una posible población votante cercana a los tres y medio millones de votantes. No es exagerado decir que eso compromete seriamente las posibilidades opositoras para las elecciones de 2024 y de 2025 y eso es lo que debemos considerar y contrarrestar.

Está bien tener como meta y estrategia el voto masivo en el exterior, pero considerar que lo realista es avanzar lo más que se pueda en ubicar a los venezolanos en el exterior para que llegado el momento se registren y voten los más que puedan; toda cifra superior a esos 107 mil será una ganancia neta; otra tarea indispensable es presionar en Venezuela para que se actualice cuanto antes el registro electoral, en el exterior, sí, pero más importante es que se actualice en Venezuela, pues el país tenemos un atraso de más de un millón y medio de venezolanos con derecho a voto que no están registrados; no son tantos como en el exterior, pero son un contingente importante que no podemos perder, habida cuenta de lo difícil que será contar con los que están afuera.

Por eso, parece ingenuo, demagógico o mal intencionado escuchar algunas voces, las agoreras de siempre, planteando que hay falta de voluntad en la Plataforma Unitaria y en el G4 para resolver los problemas para que voten quienes viven en el exterior.

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¿Qué nos pasa?

Ismael Pérez Vigil

Repasando lo escrito desde principios de año me doy cuenta que he merodeado varias veces, probablemente sin concluirlo −tampoco lo haré ahora−, el tema de la necesaria renovación de los partidos políticos, como eslabón imprescindible en la cadena para reordenar el rumbo de la oposición democrática venezolana. He dicho que hay tres eslabones en esa cadena, que he denominado de diversas maneras, pero que creo que se pueden resumir en: Programa o propuesta, discurso o “narrativa” −sé que a algunos no les gusta el termino− y liderazgo renovado de dirigentes y partidos.

Tema difícil y algunos signos.

El de la renovación del liderazgo, sobre todo en los partidos, se me hace el más árido, pues no los conozco desde adentro, solo por amigos y por sus manifestaciones y actuación externa. Paradójicamente es el tema más fácil de despachar: Se apela a dos o tres lugares comunes, a cualquier crítica de las que abundan y resuelto, se queda bien con la mayoría del público lector y en las redes sociales y es una vía “segura”, pues como he pensado siempre, nadie va a salir a insultarme o a defenderlos.

Pero ciertamente, algunos amigos y conocidos que militan en partidos o grupos políticos, grandes y pequeños −en realidad, todos son pequeños−, me aseguran que, aunque no en todos, sí hay un proceso interno de revisión, de crítica y autocrítica y sobre todo de intento de renovación de liderazgo y conducción política. No lo voy a ponerlo en duda, no tengo porqué, tampoco ando recorriendo las barriadas y pueblos del país para enterarme de su actividad, pero debemos admitir que no hay muchos signos externos al respecto.

Los Anuncios.

Aclaro que lo que hoy planteo es una preocupación que afecta sobre todo a quienes somos más activos en la actividad política, pero no es que crea que ésta es la preocupación más importante para la generalidad de la población del país. Y lo que nos preocupa a los más involucrados es que solamente hemos visto: Un anuncio de algunos partidos con los resultados de sus procesos de selección de autoridades internas; otros que han anunciado la celebración de congresos ideológicos de discusión; y recientemente la circulación de una lista, algunos dicen que apócrifa, de los precandidatos para la selección en primarias del candidato opositor para las elecciones presidenciales de 2024. Por cierto, la lista que está circulando, contiene pocas sorpresas, solo veo tres que no había visto anteriormente como “presidenciables”, aunque sus nombres no son desconocidos como dirigentes políticos en sus respectivas organizaciones y tienen ya sus buenos kilómetros de rodaje.

Quizás lo exasperante −y sin el quizás− es la lentitud del proceso. Tras casi dos años, tres meses han transcurrido desde el anuncio desde Panamá de la Nueva Plataforma Unitaria, que abarca unas 30 organizaciones, que encabeza un connotado y reconocido dirigente de UNT, y se anunció igualmente que estaba en discusión un nuevo mecanismo de adopción de decisiones para reemplazar el denostado G4, un nuevo mecanismo o reglamento para tomar decisiones y por esa misma fecha o cercana se anunció la voluntad de participar unitariamente en las elecciones presidenciales de 2024 y la ya mencionada escogencia mediante un sistema de primarias del candidato a representar a la Plataforma en ese proceso, durante el próximo año, fecha que a algunos resulta peligrosamente tardía.

Insuficiencia de los anuncios.

Si veinte años no es nada, como dice el famoso tango, tres meses es realmente muy poco y sin embargo en política es una eternidad, sobre todo si desde hace más de dos años se esperaban anuncios de definición política, de rectificación de rumbos −algunos esperaban hasta golpes de pecho, no es mi caso, por ser una práctica inútil− y sobre todo sí después de que se hacen los anuncios, no sabemos mucho más de lo que sabíamos al principio. El vocero de la Plataforma ha guardado el prudencial silencio que lo caracteriza, pero que puede llegar a exasperar.

Por supuesto que no espero infidencias ni discusión pública, por prensa o “asamblearia” de estrategias, pero al menos algún indicio, pues nada sabemos del mecanismo de adopción de decisiones, si existe, si se reúne, si toma decisiones; tampoco sabemos nada del “reglamento” para tomarlas y poco menos se sabe acerca de las famosas primarias, que no sea la catarata de precandidatos −ellos no necesitan de mayor información para lanzarse al agua−, nada sabemos tampoco acerca de quienes podrán o no participar, si finalmente habrá o no apoyo del CNE −punto álgido−, si habrá o no una segunda vuelta, incluso algunos aun hablan de “selección por consenso”, “encuestas”, o algún tipo de “comité de notables”, etc. El único “anuncio” diferente a estos −y que esperaba que fuera un chiste del Chigüire Bipolar o una humorada de Puzkas− fue uno según el cual el presidente interino lanzaba la “estrategia” de no llamar presidente a Nicolas Maduro, sino dictador, incluso algunos están recogiendo firmas al respecto, para enviarlas, nunca sé exactamente a que organismo internacional. Hecho este último comentario, regreso a que, con tales escuetos anuncios, la deuda de renovación de los partidos opositores, pendiente desde los años 90, no se termina de saldar.

Impacto del control informativo.

Es cierto que nos enteramos poco a nivel de opinión pública por el férreo control que mantiene el gobierno en los medios de comunicación social, que filtra, censura y bloquea medios y portales, que restringe la posibilidad de divulgar noticias que no le convienen y que tiene una pericia innegable para difundir noticias falsas, rumores y tiene verdaderos especialistas en eso que hoy en día llaman “posverdad”; pero aun nos quedan redes sociales −al menos a algunos, que no es mi caso− para enterarnos de los avatares de la política , pero lo que a mí me llega por los chats de amigos, es muy poco; al menos de información real, valiosa o confiable, no así de chimes y dicterios de los anti oposición democrática, que son legión y muy activos en esos medios.

En circunstancias normales, que éstas no lo son desde hace 23 años, eso no sería problema; no era de esperarse, en el pasado, una febril actividad política a casi dos años del proceso electoral, pero como ya dije, los partidos opositores nos están debiendo una seria reorganización desde hace más tiempo que esos 23 años; el silencio que guardan cuando fue evidente en 2019 el fracaso del experimento del Gobierno Interino −y conste que soy uno de los fervientes defensores de la gestión de Juan Guaidó− no se subsano con el llamado a abstenerse en las elecciones de presidente en 2018 ni en las de Asamblea Nacional en 2020. Ya vemos los resultados, a Nicolás Maduro no le dio ninguna vergüenza asumir la presidencia, en la que ya lleva 4 años y cada día con mayor reconocimiento, en la práctica, por muchos de los que en principio lo desconocieron y aun lo desconocen en lo formal; ni la Asamblea Nacional ha tenido ningún empacho en legislar y tomar decisiones que en nada ayudan al país y solo favorecen la continuidad del régimen.

Los signos desalentadores.

Se podría decir que hay que continuar con la paciencia, que hay algunos signos, ya mencionados, que pudieran ser alentadores, pero… hay también aspectos muy desalentadores; uno, que en la medida que pasa el tiempo, la situación de emergencia humanitaria del país, no mejora, empeora; eso del “arreglo” de la economía solo lo creen los propagandistas del régimen, sus funcionarios y sus acólitos; y algunos representantes de grupos económicos opositores y sus asesores que algún interés tienen en que sea cierto; dos, y esto es lo verdaderamente peligroso para la democracia a futuro, que cada vez crece más el escepticismo y desánimo en la población hacia la política, cada día en las encuestas crece más el número de los desinteresados que engrosarán sin duda el contingente de abstencionistas en los procesos electorales, que ya es muy alto y se aproximará peligrosamente al 40%, contando allí solamente a los indiferentes, a los abstencionistas endémicos, los que se abstienen siempre, desde 1998, sin incluir “los nuevos abstencionistas”, esos que engrosan las filas con él: “con este CNE, no”… (aunque alguno/a parece que vienen de regreso, al menos en lo que a participación en primarias opositoras se refiere); y tres, pero no únicos, mientras esto ocurre el régimen, hábilmente manipulando la información, crea la impresión de que se consolida y que su “popularidad” crece, aunque sepamos que no, por las múltiples manifestaciones diarias en contra, pero…que debido al control informativo y la falta de darles “organicidad” opositora, no parece que tienen un efecto muy grande en el ánimo de la población.

Conclusión.

De la respuesta que me intento dar a esos tres problemas, viene la pregunta que da título a este artículo: ¿Qué nos pasa? ¿Por qué la demora? ¿Es incapacidad de dar una alternativa? ¿Cómo se rompe esa inercia?... y no tengo respuestas satisfactorias. Regresaré entonces en el próximo artículo a algunos temas más concretos; el del voto en el exterior, por ejemplo, a la espera de la evolución de los resultados y comentarios de algunos eventos que al respecto se dieron en la presente semana.

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Gremios Empresariales y Política

Ismael Pérez Vigil

Las últimas semanas me he referido a los empresarios venezolanos, a su relación con el estado y el gobierno y en particular a la posición de algunos −no todos− y sus “asesores” empresariales o de imagen, con relación al tema de la supuesta “mejoría” o “arreglo” de la situación económica del país, que el gobierno afirma y promueve. Me propongo ahora cumplir lo ofrecido en el último artículo, (Empresarios y Estrategias Políticas, https://bit.ly/3z9WY49) y tratar el tema de los gremios empresariales. Pero antes de eso, haré un resumen de los puntos más importantes que he tratado.

El diálogo, la negociación entre empresarios, empresas, y el gobierno es algo inevitable e ineludible, forma parte del ser, de la “naturaleza” de la empresa y del empresario, en defensa de sus intereses, los de sus asociados, sus trabajadores y las familias que dependen de su actividad; deben negociar precios, tarifas impositivas, regulaciones y restricciones, acceso a divisas y un largo etcétera. El objetivo y la forma de dialogar es lo que debe ser motivo de análisis.

Diálogo individual y colectivo.

La primera forma que adopta ese diálogo es individual, por cada empresa y el empresario, en ese diálogo es muy vulnerable, frente al todopoderoso estado; por eso la finalidad de ese diálogo esta necesariamente limitada a los objetivos inmediatos, parciales, ya descritos, que permiten que la empresa opere y cumpla su finalidad de generar riqueza y bienestar para sus dueños, asociados y trabajadores. Por eso creo que es una falsedad y una falacia alentar la idea de que es posible, a través de ese diálogo o la acción de la empresa de manera individual, que se vaya a lograr un proceso de “apertura”, un cambio de 180 grados en los objetivos, naturaleza y metas del gobierno, como algunos pretenden y que éste se convierta en lo opuesto a lo que es, que cambie su naturaleza autoritaria; cualquier cambio que así se produzca, como ya ha ocurrido, es y será un cambio meramente cosmético, táctico, que se puede revertir en cualquier momento y que le permite al régimen seguir manteniendo el control omnímodo que hoy tiene.

Pero hay otra estrategia o forma de negociación, que conduce a conductas y prácticas sociales de relación con otros sectores de la sociedad civil, muy distintas: La negociación colectiva, que puede contribuir al objetivo general de la búsqueda de un cambio político, única solución de fondo para el oprobio en el que vivimos y que eleva el nivel de conciencia y el costo político al gobierno. Esa es la estrategia que se desarrolla a través de los gremios empresariales.

Los Gremios Empresariales.

Pero sobre los gremios empresariales, antes de plantear cual debe ser su actividad en la relación con el gobierno, hay varios factores a tomar en cuenta. El primero es que los gremios empresariales son muy distintos, a los gremios estudiantiles, profesorales, de trabajadores o de profesionales. Todos los mencionados cuando se agrupan pueden tener sus diferencias de objetivos y modos de lucha y sin duda disputan y compiten por el control y poder en sus respectivos gremios. Pero los gremios empresariales además de disputar el control interno y el poder en su respectivo gremio, las empresas que se agrupan lo hacen con sus competidores reales, con los que también disputan por precios, cuotas de mercado, desarrollo de innovaciones y tecnología que les permita obtener ventaja sobre sus rivales, por el personal capacitado para desarrollar y ampliar el negocio y otros aspectos que convierten a la competencia entre ellos en un tema de sobrevivencia. De allí que la negociación interna, en las cámaras por sector económico de actividad o sectoriales, sea más compleja y los acuerdos más difíciles de lograr, pues no es fácil compartir la información entre empresas que son rivales en el área de la actividad económica en el mercado.

Gremios Intersectoriales y Regionales.

Por eso los gremios empresariales, en casi todo el mundo y obviamente en Venezuela, además de agruparse por sectores de actividad, también lo hacen de manera general, en cámaras intersectoriales u “organismos cúpula”, como los denominamos nosotros, (Fedecámaras, Conindustria, Consecomercio, etc.) y en cámaras regionales, de carácter general, que abarcan diferentes actividades económicas. Es allí, en esas cámaras, en donde se debe preparar el escenario para la negociación colectiva con el gobierno, que trasciende la individualidad de las empresas y permite alcanzar logros más generales y en donde las empresas son menos vulnerables.

Pero, para que esto ocurra debe superarse una perniciosa tendencia, pues entre los empresarios del país, —tanto los que creen que hay que ocultar la cabeza, como el avestruz, para retrasar lo inevitable, como los que creen que la solución es enfrentarse—, también los hay, por desgracia, quienes creen o piensan, que la actividad gremial debe seguir siendo lo que fue hace muchos años: una mera gestoría para obtener reivindicaciones y prebendas inmediatas y parciales del Gobierno y que solo a eso deben dedicar sus esfuerzos los gremios empresariales.

Por supuesto, en Venezuela, teniendo enfrente a un Estado tan poderoso, con tantos recursos provenientes del petróleo −aunque hoy estén mermados− el actuar de los gremios empresariales no ha sido como en otras latitudes, que se constituyeron en verdaderos sindicatos o “corporaciones empresariales” dispuestas a enfrentarse al Gobierno hasta las últimas consecuencias.

Eso ha hecho que, bajo la influencia de sus empresas, en Venezuela, con honrosas excepciones, los gremios languidezcan, sin recursos y sin adoptar posiciones firmes, simplemente dedicados a la gestoría, a conseguir alguna reunión o entrevista −si es individual y privada, mejor− con un alto funcionario, a ir de despacho en despacho en búsqueda de alguna medida que “alivie” temporalmente sus pesares, que son muchos y eso no hay que desconocerlo.

Empresarios ricos, empresas y gremios pobres.

En Venezuela no solo hay empresarios ricos y empresas pobres, como alguien dijo hace varios años, también hay empresas ricas y gremios empobrecidos, sin recursos para investigar, para hacer análisis, para promover una campaña educativa en la comunidad o entre sus afiliados, o simplemente para decir la verdad de los males que afectan a las empresas que generan el empleo y la riqueza del país.

Así, los gremios −piensan algunos− deben ser meras agencias reivindicativas, que, cuando puedan, le hablen fuerte al Gobierno, que le digan las cosas “claras”, porque obviamente las empresas o sus empresarios no lo “pueden o deben” hacer. Son los gremios, piensan, los que deben arriesgar el pellejo y latirle en la cueva al Gobierno, en nombre de todos los empresarios; y todo lo más, creen, que se dediquen −mientras tanto− a realizar cursos de “actualización”, para mantener al día a los empleados de las empresas y realizando actividades con las que, de paso, obtengan los recursos que les permitan sustituir las cuotas de afiliación que las empresas pagan, que cuanto más bajas, mejor. Tristes pensamientos que pasan por la cabeza de buena parte de los empresarios del país.

Pocos gremios en Venezuela −aunque los hay− han podido ser verdaderos centros de actualización empresarial, o de investigación y análisis de la realidad; capaces de hacer, al gobierno y al Estado, propuestas alternativas de políticas públicas o de análisis y denuncia de las políticas económicas gubernamentales que arruinan la economía del país. Cuando han podido hacer esto ha sido gracias al aporte de fondos de organismos multilaterales o agencias internacionales, o gracias a la generosidad de alguna empresa o empresario que han entendido cual es la verdadera misión de los gremios empresariales.

Conclusión

Necesitamos más empresarios que entiendan que sus empresas se deben fortalecer en sus gremios. Que no hay manera de luchar individualmente contra un estado todopoderoso dispuesto −y lo ha demostrado− a acabar con las empresas. Que tampoco es posible evadir lo que ocurre en el país, que la amenaza contra la propiedad privada no ha desparecido y pretender que no está ocurriendo y que, desconociéndolo, dejará de existir esa amenaza. Necesitamos empresarios que entiendan que es a los gremios a los que deben fortalecer, dotándolos con los recursos económicos que les permitan enfrentar la amenaza que todavía se cierne contra la empresa y la propiedad privada en Venezuela y que ese peligro no desaparecerá hasta que no se dé un cambio de modelo económico. Necesitamos empresarios que entiendan que a través de sus gremios deben formar alianzas con el resto de la sociedad civil y con las organizaciones políticas democráticas para impulsar la transformación política, económica y social del país.

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Empresarios y Estrategias Políticas

Ismael Pérez Vigil

Entre los misterios insondables de la política nacional debo señalar que me sorprende la popularidad y opinión favorable que de los empresarios hoy reflejan varias encuestas de opinión, pues como todos bien sabemos, los empresarios, las empresas y sus gremios, junto con los políticos y partidos, han sido el objeto favorito de la maledicencia pública cuando las cosas no salen bien o cuando es necesario sacudirse la culpa en alguien. Ambos, empresarios y políticos, son un blanco favorito, entre otras razones, porque nadie va a salir en su defensa o lo hará muy tímidamente.

Merecida opinión favorable.

En lo personal, dado que conozco bien su mentalidad, posiciones y trayectorias, por haber trabajado con ellos casi toda mi vida profesional −primero como consultor y luego como funcionario de una importante cámara− creo que esa opinión hoy favorable está bien merecida. Pero es raro, debo reconocerlo, debido a la campaña a mansalva en contra de los empresarios y las empresas, desarrollada por una izquierda trasnochada desde hace más de un siglo. En todo caso, me siento en deuda con este sector y creo que merecen un análisis, no objetivo, porque no puedo serlo, sino favorable.

Por eso sería lamentable que −por miopía, por una falsa interpretación del momento, por una estrategia equivocada−, ese reconocimiento, merecido como ya dije, se puede perder. Veamos por qué.

Tipos de estrategias.

Hace ya cuatro meses en La Ilusión Económica, 9 de abril, me referí a la posición de distintos grupos de empresarios con relación al tema de la “mejoría” económica del país (ver: https://bit.ly/36YQeLf), la supuesta apertura que habría traído un bienestar económico al país, que está muy lejos de estar generalizado.

Aclaro que cuando hablo de empresarios excluyo, desde luego, de ese grupo a los llamados “bolichicos” o “enchufados”, que no son tales empresarios sino cómplices del régimen, que han medrado a su sombra y respondido a sus intereses, aunque representen ciertas oportunidades de negocios para algunos otros empresarios, pertenecientes a los llamados “Amos del Valle”.

Como expliqué en el artículo mencionado, es un despropósito, una fantasía que no resiste un análisis serio y formal que algunos empresarios, alentados por sus “asesores” políticos y de imagen, propugnen por autoconvencerse y convencer a otros, que es necesario o posible “estimular” la economía y la inversión más allá de lo que algunos indicios y unas pocas “mejoras”, casi todas en el ámbito macroeconómico, permiten asegurar. Esto no puede ser el basamento de una actitud o posición política que desconozca la realidad de un país arruinado, con su población sumida en la pobreza, sin servicios básicos de agua, electricidad, salud, educación, transporte público, etc. Aparte de ser una total ficción, lo grave es que se ha pretendido que sea la base de una estrategia, políticamente equivocada, aunque pueda tener algún asidero económico temporal, más allá de obtener algún resultado insostenible en el tiempo, que nadie puede garantizar.

Sumarse a la estrategia de buscar un cambio político permanente, es muy distinto a pensar que se puede lograr que el actual gobierno deje de ser lo que es, que cambie su naturaleza autoritaria y busque un cambio meramente cosmético, táctico, que se puede revertir en cualquier momento y que le permite seguir manteniendo el control. Asumir una u otra estrategia, conduce a conductas y prácticas sociales, de relación con otros sectores de la sociedad civil, muy distintas.

Excusas innecesarias.

Lo equivocado de esa estrategia se basa en que los empresarios venezolanos, que han sobrevivido a 23 años de oprobio, ignominia y cerco económico, no necesitan una excusa para reunirse a dialogar con el gobierno, para negociar algunas regulaciones y leyes, para solicitar que se levanten controles de precios y regulaciones asfixiantes. Si se presenta algún resquicio, lo tienen que tomar; si hay alguna apertura, la deben aprovechar; si hay algún chance u oportunidad para invertir, deben invertir; esa es su obligación, su responsabilidad, eso es lo que le deben a sus accionistas, a sus asociados o copropietarios, a sus empleados, trabajadores y a las familias de éstos, cuyo sustento y bienestar depende de que los empresarios cumplan con su papel, con su misión de empresarios, de generar ingresos, bienestar y riqueza.

Además, el gobierno es el socio no deseado, que se lleva sin hacer nada, casi el 25% del negocio, a través de los impuestos. ¿Cómo no se va a negociar, a dialogar, con el socio que te arruina, para tratar que reflexione acerca del mal que está causando y que, en el fondo, se autoinflige? Siendo, además, como lo es, el socio que te da “licencia” para operar, que “registra” y autoriza tu actividad, que te la regula, etc.

De manera que, es una estrategia política equivocada y no tiene mucho sentido que los empresarios −y sobre todo sus asesores− estén buscando pretextos o justificaciones para aprovechar cualquier ventaja que ofrezca eso que el gobierno llama “mejoría” y que bien sabemos que solo llega a unos pocos sectores de la economía y a un porcentaje muy pequeño de la población.

Aprovechar oportunidades.

En resumen, los verdaderos empresarios, maestros en la sobrevivencia a los embates del “Socialismo del Siglo XXI” −que ha arruinado al país con un cerco tendido sobre las industrias y las empresas desde hace varios años− siempre deben tratar, como he dicho, de aprovechar los resquicios de apertura que se les brindan y también tratar siempre −como reprochárselos− de colarse por los intersticios que deja la ineficacia del gobierno, que ni siquiera sus propios controles sabe aplicar, y aprovechar cualquier oportunidad que se presente, para dos cosas, para crecer, para mejorar sus beneficios que es una manera de beneficiar al país, con productos, servicios y empleos de calidad; y para buscar un cambio permanente, no meramente cosmético, o táctico, que se puede revertir en cualquier momento y sobre el cual el régimen es quien tiene el control.

Lo primero es eso que muchos llaman la “responsabilidad social empresarial”, pero el segundo es mucho más profundo y necesario, es la responsabilidad política frente a un país, que es también el de ellos. Y para eso es imprescindible que se comprenda, repito, que se puede hacer política sobre utopías, pero no sobre ficciones o deseos de que las fantasías sean realidad.

Conclusión.

Aparte de la acción individual, imprescindible, a partir de la empresa, como ya he dicho, generando riqueza para ellos y sus empleados y trabajadores y buenos servicios y bienes para el país, los empresarios no pueden renunciar a desarrollar dos estrategias, la imprescindible negociación permanente con el gobierno, de manera individual, por empresa y de manera colectiva, por sectores, a través de su instrumento fundamental de acción política, que son sus asociaciones y gremios. Ese, los gremios, es el espacio para mantener la posición crítica contra “el cerco” destructivo que se les ha tendido durante 23 años y contra una política económica y social que ha arruinado a las empresas y a todo el país. Tema este, de empresarios y gremios, que abordaré en mi próximo artículo.

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Esperanza, mejoría y empresarios

Ismael Pérez Vigil

Por la ruta de la reflexión profunda nos lanza el último artículo del Padre Luis Ugalde (Podemos porque hacemos), y aunque no siempre los comentemos públicamente, son tema de discusión en privado: “¿Leíste el artículo de Ugalde?, nos interroga cualquier persona, en cualquier momento; por eso hay que estar atentos y al día, sus artículos no se pueden ignorar ni pasar por alto.

La esperanza de Ugalde

Del artículo más reciente, de entre todas las reflexiones, se desprenden dos hilos importantes: uno es la lucha contra la desesperanza y el pesimismo y el otro una crítica, aunque lacónica, muy dura hacia quienes hablan de la “mejoría” del país.

Pareciera contradictorio hablar de esperanza, de optimismo, que supone ver aspectos positivos en lo que ocurre en el país y al mismo tiempo, criticar tan duramente a quienes ven signos externos de mejoría económica; pero no es contradictorio. Veamos.
Nos dice el padre Ugalde “…millones de venezolanos dentro y fuera del país estamos haciendo lo necesario primero para sobrevivir y luego para salir adelante”, y así es. Para muchos no hay forma de explicar como hacen millones de venezolanos que no tienen ahorros o ingresos en dólares para sobrevivir en medio de la alta inflación, la carestía de alimentos y medicinas, la carencia de servicios públicos, la severa crisis humanitaria, y paremos de contar; pero el “milagro” ocurre y de alguna manera el artículo nos revela el porqué: se llama esfuerzo y trabajo; se llama, como dice el Padre Ugalde, potenciar lo que el país lleva adentro, “… potenciar el talento de millones de venezolanos que con lo que hacemos damos la prueba de lo que podemos”; esa es la verdadera riqueza del país.

La solidaridad, factor clave

Se llama también solidaridad; solidaridad de los que vivimos aquí y podemos generar algún trabajo, por efímero y poca cosa que parezca, para que alguien tenga algún ingreso; solidaridad de miles de organizaciones de la sociedad civil que hacen que circule el “excedente” −que toda sociedad genera−, en trabajo que produce un ingreso, en alimentos, en medicinas, en atención médica gratuita o casi gratuita, en objetos que se desechan y que se pueden reparar y le sirven a alguien más. Solidaridad de los que se fueron del país y no olvidan a los que se quedaron aquí y envían a sus familiares y amigos alguna cantidad de dinero o alimentos, o medicinas, o algún objeto que se puede intercambiar o vender. Se llama, en definitiva, tener conciencia de que el país sigue vivo, que no se ha muerto y quienes aquí vivimos nos esforzamos por “capear” el temporal y tratar de vivir lo mejor que podemos, a pesar de todas las limitaciones. Desde luego, aprovechamos cualquier resquicio, cualquier viento positivo que sople y no estamos ciegos ni somos tontos para no darnos cuenta de las “burbujas” que se inflan y tratar de aprovecharlas.

¿Se arregló el país?

El otro hilo de reflexión que destaco del artículo de Ugalde se refiere a esa crítica, aguda y muy fuerte, cuando dice: “No seamos cínicos, esto no se ha arreglado”.

No se necesitan más palabras y aunque se asume él y nos asume a todos en el “no seamos”, todos sabemos que a quien se refiere es a algunos sectores, de empresarios, de asesores y analistas que nos pretendan mostrar un país más allá de la realidad, una fantasía económica. Algunos incluso se limitan a enumerar las cuatro o cinco medidas macroeconómicas adoptadas, absolutamente insuficientes para llevar pan a las mesas, generar empleos o resolver la carencia de elementales servicios públicos que atosigan a la población. No voy a abundar más en el tema, pues lo hice con detenimiento en un artículo anterior; pero quería destacar que la escueta frase del Padre Ugalde encierra toda la profundidad de la crisis que vivimos, que está lejos de estar superada.

La crítica del artículo al “cinismo” de los que ven mejoras, junto a lo que nos señalan algunas encuestas recientes sobre la valoración que se tiene de los empresarios, por tratarse de un protagonista importante en lograr sembrar la esperanza y la recuperación del país, vale la pena dedicarle algunas líneas.

La primera advertencia para matizar en algo el excesivo optimismo de algunos es que no olvidemos que por mucho que los indicadores señalen que la economía creció en 2021 y crezca en 2022, se necesitarán varios años para que ese crecimiento nivele al PIB que teníamos a finales del siglo pasado, cuando comenzó este oprobioso régimen; o tan solo para nivelarnos al PIB del 2013, cuando se inició el régimen madurista.

La “mejora” de algunos sectores y de algunos indicadores económicos, o la frivolidad de algunos espacios de consumo y lujosa diversión no son un indicador importante para aseverar que el 80% o más de los venezolanos está saliendo de la pobreza. Y sobre todo no olvidar, como dice Ugalde en su artículo, que: “… el desastre es tan grande y global que es indispensable el cambio político para que en Venezuela sople con fuerza el viento de la esperanza y reverdezca el actual desierto desolador.”

Los empresarios

Sabemos bien que esta “prédica” de la mejoría del país está dirigida a los empresarios, a estimular su interés y sus inversiones y que entre ellos abunda la gente “pragmática”; algunos lo son tanto, que hasta creen que no les interesa la política, ni los políticos y muchos los consideran corruptos y una pérdida de tiempo ocuparse de ellos; excepto cuando tienen chance o no les queda más remedio que “acercarse” a algún político que les facilite la vida con algún trámite, les de acceso a divisas −en los largos períodos de control cambiario− o apure algún contrato; por algo son pragmáticos y deben ocuparse de empresas, de las que dependen miles de empleos y familias.

Nuestros empresarios, al menos una parte importante de ellos, que han sido educados y socializados en un profundo individualismo −como casi todos los venezolanos de clase media para arriba−, obviamente les interesa “su” empresa, su negocio, su vida y solo comparten socialmente con los demás. Por supuesto, ese interés en “su” negocio implica interesarse también por sus trabajadores, para los que buscan las mejores condiciones y los ayudan a que vivan lo mejor posible, porque saben que eso redunda en un mejor rendimiento y es mutuamente beneficioso.

Muchos de ellos se dedican a su comunidad inmediata, pero no mucho más allá, a menos que sean empresas muy grandes, que no nombrare, cuya “comunidad inmediata” es buena parte del país. Pero para algunos, todo lo demás, que no sea su entorno inmediato, se reduce a esa especie de “filantropía” a la que llaman “Responsabilidad Social Empresarial”

Con relación a la política, claro que hay empresarios que se ocupan del poder –es decir, de la política y los políticos– cuando ya lo básico está resuelto y les queda tiempo, siempre y cuando eso no los haga descuidarse de su actividad principal, la que, con toda razón y responsabilidad, nunca pondrán en peligro por dedicarse a otra cosa. Todo lo más se dedicará a “eso de la política” algún hijo, sobrino, hermano, o el fundador de la empresa, ya retirado de los negocios. Esto incluye cámaras y asociaciones empresariales, en donde obtienen información e influencia y alguna vez emprenden actividades colectivas, usualmente con pronunciamientos gremiales o alguna actividad social o deportiva conjunta.

Pero el tema gremial lo pospongo para otra ocasión.

Politólogo

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La búsqueda y la muerte de los partidos

Ismael Pérez Vigil

La semana pasada, al comentar el triunfo de Gustavo Petro en Colombia, analicé los argumentos de quienes explican el resurgimiento del populismo en América Latina como una consecuencia de la “muerte de las ideologías” −que puede ser cierta o no− y, sobre todo, agregué yo, por la “muerte de los partidos políticos tradicionales”, algo a lo que todos hemos venido contribuyendo en los últimos 40 años; veamos ahora un poco más a fondo que es lo que denomino la muerte de los partidos políticos y las críticas que se hacen a los partidos políticos tradicionales, que es el punto que quiero destacar.

Los partidos tradicionales

Por partidos tradicionales voy a entender esos partidos que se desarrollaron desde finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX, identificados con las grandes ideas, doctrinas políticas e ideologías clásicas (socialistas, comunistas, fascistas, liberales, etc.) y que hoy −sin duda alguna y casi en todas partes− están en grave crisis, abandonados por un pueblo, que ya no los sigue, y huérfanos de liderazgo.

Este es un tema delicado. Siempre he defendido a los partidos de la aguda e inmisericorde campaña antipolítica, descerrajada contra ellos desde mediados de los años 70 del pasado siglo; pero cuando defiendo a los partidos y señalo que son el elemento esencial para el desarrollo de la democracia, no necesariamente me refiero a los partidos que hoy en día tenemos.

Sin saber a ciencia cierta qué es lo que están haciendo internamente por renovarse y aun dándoles el beneficio de la duda, no puedo dejar de reconocer las críticas que se les hacen, y debo lamentar que la mayoría de ellos no han dado muestras de haber llevado a fondo sus procesos internos de renovación para superarlas, algo que nos vienen ofreciendo desde principios de la década de los 90 del siglo pasado, cuando ya era evidente su declive y la pérdida de su influencia sobre el país.

La crítica a los partidos

Es lamentable que muchos de los partidos se han ido convirtiendo en un cascaron vacío de ideología; son hoy expresiones decadentes de lo que fueron en su pasado glorioso, hoy de escaso arrastre social, con muy poca participación popular en sus filas y que se activan tan solo en momentos de procesos electorales, en los que desarrollan costosas campañas publicitarias, para las que necesitan cuantiosos recursos económicos, ahora escasos en Venezuela para esta actividad, desde que fueron despojados por la Constitución de 1999, cuando se los privó de los recursos del Estado y se les hizo más dependientes del financiamiento privado.

Al acudir a esas fuentes privadas de financiamiento, los que triunfan en comicios regionales y locales, suelen quedar tan comprometidos financieramente con los grupos que los financiaron, que tienen poca o ninguna independencia para llevar adelante sus programas e ideales propios; queda comprometida su independencia y se convierten fácilmente en rehenes e instrumentos de quienes los financiaron.

Muchos de sus líderes, antes asiduos a micrófonos de radio y cámaras de televisión, se han convertido ahora en “líderes de redes sociales”, que pululan alrededor de las mismas, a la caza de seguidores y “likes” y en casi todos ellos, al parecer, su inspiración programática son las encuestas de opinión y sus dueños o asesores, a los que siguen como si tratara de verdaderos oráculos.

Ante ese vacío u orfandad política que se ha creado, el pueblo ha iniciado una búsqueda que no siempre lo ha llevado a las mejores opciones. No es nada extraño que en toda América Latina, los sectores populares, masivamente, hayan dejado de seguir las opciones políticas tradicionales y los que no se marginan de la política y los procesos electorales, se inclinan por esas “figuras mesiánicas”, salidas de la nada, que cabalgan la ola de la antipolítica y el “neo populismo” y que van triunfando país tras país, en donde las instituciones se van derrumbando a su paso, como castillos de barajitas, y las que no lo hacen espontáneamente, son demolidas en cuanto llegan al poder esos nuevos demiurgos de la destrucción política.

Nuevos caudillos y populismo

El pueblo ha descartado, por toda América Latina −probablemente con la única excepción de Argentina, donde el peronismo sigue rampante e inmutable después de 80 años− a los partidos tradicionales y se han inclinado por llevar al poder a los “nuevos” caudillos que se le ofrecen; en algunos casos son líderes que rompieron con sus orígenes y se lanzaron a buscar el apoyo electoral en opciones fuera de sus partidos tradicionales, como el caso de Rafael Caldera en Venezuela en 1993; en otros casos, hartos de la falta de respuestas, viendo pasar a su lado la riqueza sin que nada o muy poco les toque, van buscando opciones de izquierda o populistas de derecha, entre quienes no han ejercido el poder con anterioridad, sin preocuparles las tendencias políticas, ni los viejos parámetros de izquierda o derecha, les basta con que tenga para ellos un mensaje y representen una ruptura con el orden tradicional y sus partidos más representativos, que no resolvieron sus problemas. En el fondo, piensan, tiene poco que perder el que nada tiene.

La búsqueda no ha sido fácil ni lineal, hay desvíos, avances y retrocesos, pero de esa manera llegaron al poder, para hablar de los más recientes, los Jair Bolsonaro, Gabriel Boric, Nayib Bukele, Pedro Castillo, Xiomara Castro, Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales, Lopez Obrador, Luis Arce, Lula da Silva, Nicolás Maduro, Pepe Mujica, Daniel Ortega, Dilma Rousseff, hasta Álvaro Uribe pertenece a esa estirpe y ahora la última novedad, Gustavo Petro en Colombia.

Explicaciones al populismo

En ninguno de los casos donde han triunfado las opciones “extremas”, producto de la “búsqueda”, muchas veces “pendular”, esos gobiernos han funcionado; al principio, algunos indicadores de pobreza mejoran, temporalmente, al igual que algunos indicadores de crecimiento económico, mejoría social, mejoría en materia educativa, en algunos casos de salud y en menor medida de distribución de la riqueza, usualmente mediante dádivas, pero los problemas no se han resuelto, por el contrario, al final han empeorado y el país se sume en un período de inestabilidad y caos que empeora aún más la situación.

En los sectores democráticos, que no son capaces de generar una respuesta estable, comienzan las auto recriminaciones y justificaciones, toda esa monserga de: “nadie aprende en cabeza ajena”, “es falta de educación”, “es ignorancia” y demás lamentaciones que no conducen a nada, en vez de evaluar y reconocer porque no son capaces de dar una respuesta creíble para el pueblo; solo se polariza más la situación y hace que se aleje o postergue la salida al problema.

Vienen entonces las soluciones y explicaciones mágicas, como esa de los nuevos “libertarios/as”: “el problema es que no se lucha por la libertad”, “no se combate el autoritarismo”, conceptos totalmente abstractos, para élites intelectuales, pero que poco le deben decir a la gente sumida en su miseria cotidiana, por más que sea cierto que los líderes que el pueblo selecciona en su “búsqueda” lo primero que hacen es acabar con el sistema de libertades públicas y devienen en gobiernos autoritarios, cuando no en dictaduras abiertas.

Conclusión

La salida es, sin duda, la tan postergada renovación profunda del liderazgo y de los partidos, que nos están debiendo desde principios de los años 90 del pasado siglo; renovación interna que los lleve a identificarse con los problemas cotidianos de la gente y ofrecerles alternativas, dentro de una economía abierta, de mercado, para resolver los problemas de miseria e inequidad, para acabar con la exclusión. ¿No hay capacidad de construir una opción que demuestre a la gente que se conocen sus problemas y se tiene una alternativa para solucionarlos? ¿Es que no hay propuestas para eso desde la perspectiva de la democracia y la economía de mercado? ¿O es que lo que no hay es liderazgo capaz para articular esa propuesta y plantearla sin demagogia? Acuciantes preguntas que están en la base de la solución.

Politólogo

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La búsqueda y muerte de las ideologías

Ismael Pérez Vigil

Los venezolanos, como todos los pueblos, analizamos la realidad de otros países a través del prisma de nuestra propia realidad; ni más ni menos eso ocurre al analizar el triunfo de Gustavo Petro en Colombia. Por supuesto, hay motivos para ello, dadas las similitudes en historia, costumbres, cultura y demás. Pero eso muchas veces hace que no consideremos a algunas diferencias importantes.

Diferencias con Colombia

En el caso de Colombia, creo que hay dos diferencias que destacan notoriamente. La primera, es lo que algunos denominan la “institucionalidad” de ambos países; esto se refiere a que el gobierno colombiano, su Poder Ejecutivo, a pesar de ser un país presidencialista, como casi todos los países latinoamericanos −y más allá−, no es tan poderoso como lo es en Venezuela.

Lo que se denomina el “balance de poderes”, el control que pueden ejercer otros poderes públicos, el Poder Legislativo y el Poder Judicial, sobre el Ejecutivo es mucho más fuerte en Colombia que lo que es y fue en Venezuela, por la muy simple razón que en Colombia, el Gobierno no cuentan con la renta petrolera, con la que contamos en Venezuela, que fortaleció de una manera muy importante al poder ejecutivo por sobre los demás poderes.

Amén de que el sector económico privado en Colombia es mucho más fuerte y significativo que el sector económico privado en Venezuela, lo que hace que el Estado colombiano sea mucho más dependiente de los ingresos fiscales que genera la economía privada colombiana, lo que lo hace más dependiente y con menos “grados de libertad” para definir políticas económicas y fiscales.

La segunda diferencia importante creo que es la historia y el papel que ha jugado la Fuerza Armada en ambos países. El Ejército colombiano vine de sostener una guerra contra el narcotráfico y la guerrilla izquierdista −sector del que proviene Gustavo Petro− durante más de 70 años, período en el cual cuenta en miles sus muertos, por lo que no es difícil suponer que el gobierno de Petro no contará con el apoyo irrestricto de la fuerza armada a la hora de reprimir u obtener apoyo para abusos contra derechos humanos o para imponer ciertas políticas que requieran de un fuerte control por parte de la fuerza armada.

Sin abundar en otras, creo que esas dos son diferencias importantes a la hora de esperar que la conducta del gobierno que tomará posesión en agosto −aunque lo desee fervientemente− vaya a seguir el camino por el cual se desenvolvió Hugo Chávez Frías en Venezuela.

Resultados en otros países

Pero, sobre el análisis de las consecuencias del triunfo de Gustavo Petro en Colombia, sobre ese país, sobre Venezuela y en general, sobre toda América Latina, no abundaré, lo considero cubierto por la serie de agudos y profundos análisis de diversos especialistas que hemos visto las dos últimas semanas; mi punto de enfoque es otro, es reflexionar en “voz alta” sobre el tema: ¿Por qué surgen los Petro, de manera casi silvestre por todo el continente y fuera de él?

Es decir, se trata de reflexionar sobre los resultados de los procesos electorales en nuestro entorno, en Ecuador, Perú, Chile, el más reciente de Colombia, lo que se espera de Brasil −sea que gane Lula o que continúe Bolsonaro− y los ya más antiguos resultados en México, Honduras, El Salvador, Argentina y por supuesto, Venezuela.

Algunos han caracterizado acertadamente lo que ocurre como producto de dos fenómenos concomitantes; por una parte, la insatisfacción popular ante el fracaso de las democracias y del liberalismo ante el aumento de la desigualdad, la inequidad, a que se mantengan millones en la pobreza, a la ausencia de “justicia social”, que provoca un gran descontento ciudadano, que en algunos casos −Chile, Colombia, Ecuador, entre otros− los lleva a la violencia y destrucción.

Muerte de las ideologías

Al hacer el análisis, en el mundo, pero especialmente en América Latina y constatar la desesperanza y poca fe en los partidos y líderes políticos tradicionales algunos recurren al termino “muerte de las ideologías”, para remarcar que esa debe ser una de las causas para el resurgimiento del “populismo” y la deriva hacia la “izquierda”, hacia el “socialismo”, debido a lo dicho del supuesto −o real− fracaso de las democracias y del liberalismo en resolver los problemas de las grandes mayorías.

Cuando hablamos de muerte de las ideologías, el concepto “ideología” no se refiere a la falsificación de la realidad, como muchos autores la definen, sino al conjunto de ideas, usualmente conectadas a algún “programa” de trabajo o propuesta, usualmente partidista, para enfrentar los problemas económicos, sociales y políticos.

El sujeto de referencia, el portador de esas ideologías, que ahora supuestamente fenecen, son las élites, académicas, políticas, todo lo más algunos dirigentes y lideres de partidos políticos, que se identifican con conceptos o ideas: liberales, socialistas, comunistas, anarquistas, fascistas, social demócratas, demócrata cristianas, hasta “nazis” y otras; pero son eso, grupos reducidos, élites, para quienes esos conceptos significan o tienen algún valor como referencia; porque para el pueblo común y corriente esas “ideas” solo se expresan en partidos y líderes por los que votan, convencidos por la fogosidad, retórica y promesas de algún líder, al que llevan al poder con la esperanza de que una vez en el gobierno, acaben con las ineficacias, eventualmente con la corrupción, pero sobre todo que resuelvan los problemas, generen empleo y bienestar, garanticen una educación popular adecuada, mejoren los servicios públicos y un largo etcétera.

Conclusión

Pero, lo de la muerte de las ideologías −que puede ser cierta o no− en todo caso, no es el punto al que me quiero referir; creo que de lo que tenemos que continuar hablado o constatando es, en todo caso, de la “muerte de los partidos tradicionales”, algo a lo que hemos venido contribuyendo en los últimos 40 años y que continuaré desarrollando la próxima semana.

Politólogo

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

Negociación y tareas opositoras (y 2)

Ismael Pérez Vigil

La estrategia opositora, en lo inmediato, supone dos cosas: Lograr un proceso de negociación con el régimen y preparar una estrategia de campaña electoral.

Aun cuando para nadie es un secreto, como señalé en mi artículo de la semana pasada, las dificultades que enfrenta la negociación −sobre todo porque la fortaleza opositora se basa en el apoyo internacional, pero sin una fuerza interna muy firme que obligue al gobierno a aceptar sus términos de negociación−, la posibilidad se reabrió y es una oportunidad que se debe aprovechar.

La negociación con el régimen es, por tanto, el contexto político en el cual hay que evaluar las tareas que tiene por delante la oposición democrática, ante la inminente elección presidencial del 2024, o antes; así como me concentré en mi artículo anterior en la “negociación”, me propongo ahora evaluar las tareas de la oposición frente a su actual situación y el tema electoral.

Las grandes tareas opositoras

La tarea primordial es desarrollar la oposición; una oposición vigorosa, que sirva de referencia a los aliados internacionales, que sea advertencia a quienes internamente apoyan por la fuerza un régimen en decadencia, condenado a desaparecer, cuanto antes mejor; y que sea factor de aglutinación para la resistencia opositora interna. El “cómo” hacer eso, es el problema.

No hace falta que las encuestas nos confirmen el rechazo del país al actual régimen; lo sabemos por los resultados electorales pasados y por las protestas diarias por los más variados temas. Lo importante es como amalgamar todo ese malestar para que se produzca el resultado deseado y para ello lo primero, la decisión primigenia y fundamental es la de participar en los procesos electorales; que parece que es un objetivo ya logrado. Sea que se tome la posición de los que dicen que “siempre ha habido fraude” y por eso “no vale la pena participar en los procesos electorales”; o sea que, como afortunadamente ha ocurrido, se vaya a participar, el resultado es el mismo, somos la mayoría del país y por lo tanto, ya que vamos a participar, debemos prepararnos para ganar, lo que no es una tarea trivial ni exenta de enormes dificultades.

La unidad opositora en torno a la selección del candidato, por el método más democrático y de mayor consenso y aceptación posible no es el único problema, ni siquiera el más importante. En otras ocasiones he mencionado que el éxito electoral se basa en un trio de factores que comprende: un candidato, un programa de gobierno y la narrativa para llevar adelante un mensaje. Los tres, candidato, programa y mensaje, son factores que deben cautivar y entusiasmar a una población hastiada de la política y sometida durante dos décadas a un intenso bombardeo en contra de la democracia y el valor del voto.

A ese respecto, lo que menos me preocupa es el tema de la “unidad”, pues no tengo la menor duda que al final los partidos, sus líderes, se pondrán de acuerdo para seleccionar, por algún método de primarias, como ya han dicho, un candidato unitario; y si no lo logran, tampoco importa, pues el pueblo “construirá” con su voto, esa opción unitaria, como lo ha hecho desde 1998, en contra de este régimen de oprobio; y desde mucho antes, durante el periodo democrático, que llegó a polarizarse entre dos opciones, AD y Copei, con más del 91% de los votos.

En síntesis, desde luego necesitamos ese candidato unitario, pero además necesitamos que se diseñe una campaña proselitista opositora, que recorra el país con una estrategia apoyada en propuestas sólidas para resolver los problemas que nos aquejan, con un discurso, una narrativa, que motive a la población y un programa de consenso a desarrollar como gobierno; todo ello debe ser el producto de una alianza política y social mucho más amplia que la que pueden y deben aportar los partidos −exhaustos como están y sobrepasados por las expectativas populares−, para ejecutar las transformaciones necesarias. Soslayado el tema de la “unidad”, partiendo de la base que programas y planes tenemos suficientes, nos queda el mensaje, la narrativa, a lo que me referiré en otra oportunidad; por tanto, me concentraré hoy en otros problemas, igualmente reales.

Los problemas reales

Dos son las tareas primordiales; una, lo ya dicho: llegar cuanto antes a un proceso de negociación que ponga al régimen nuevamente en el centro de la atención internacional y a la oposición democrática como la referencia de cambio; y dos, aunque son muchas las tareas pendientes para fortalecer a la oposición, no podemos obviar la importancia de prepararnos para la actividad inmediata, ineludible, que tenemos a la vuelta de la esquina, que son unas elecciones presidenciales, que inexorablemente se llevarán a cabo, si no hay cambios, en el 2024, pero que sabemos que el régimen que controla todos los poderes y la FFAA, las puede mover, atrasar o adelantar, a su conveniencia. Por eso, estar preparados es urgente.

En ese sentido, tarea inmediata es enfrentar el tema electoral, para ganar −que es el objetivo− y eso implica encarar algunos de los problemas prácticos, reales, como son:

– Uno, como enfrentar, romper y captar una parte de esa masa indiferente, de más del 30% del país, que desde 1998 no se acerca a los centros electorales, no importa quien sea el candidato o cómo haya sido seleccionado ni de qué proceso electoral se trate. Esa masa indiferente de la política, probablemente con algunas razones válidas, se constituye en un peso muerto del cual debemos rescatar algo. Clave aquí es el mensaje, la narrativa, que ya dije que será tema para otro día.

– Dos, cómo recobramos ese 20%, 25%, o más, de abstención electoral, adicional, que se sumó a la política abstencionista en los últimos procesos electorales, desde 2017, y que, al no tener una política consciente, simplemente se confunde con la masa indiferente abstencionista, sin propósito, ni fin, como no sea el hastío.

– Tres −y aquí me extiendo algo− cómo rescatamos el mayor caudal posible de esos casi tres millones y medio de votos que están en el exterior; cuánto de esa fuerza dispersa podremos lograr que cambie de domicilio en el Registro Electoral (RE) y vote. Y esa no es una dificultad menor, sobre cuyas opciones debemos tener claridad, pues sin duda será uno de los temas arduos de cualquier negociación con el régimen, que sabe que ese caudal de votos está en su contra y ya algunos de sus voceros han declarado al respecto, como por ejemplo una magistrada del TSJ que ha dicho que: “… el voto no forma parte del estatuto personal del individuo y por tanto no es obligatorio garantizarlo fuera del país… no siendo obligatorio el voto, sino facultativo ¿por qué hay que facilitarlo en el exterior?” (Carmen Zuleta de Merchan, Twitter, 31/05/2022). Actualmente hay solo 108 mil inscritos para votar en el exterior, que con las normas actuales no tienen prácticamente dónde hacerlo, pues la mayoría de los consulados en España, Colombia y EEUU, además de otros países suramericanos, están cerrados y no hay interés en reabrirlos, para que los emigrantes se puedan inscribir en el RE y mucho menos para votar. Lograr eso, lograr el presupuesto y la voluntad para hacerlo, será una de las partes más arduas de la negociación con el régimen y al respecto, no debemos tener muchas esperanzas. Necesario es, entonces, romper el paradigma del voto presencial en el exterior, que los votantes allá lo hagan en las mismas condiciones que el votante que está en Venezuela; preciso es luchar por lograr el voto electrónico, a distancia, o como se quiera llamar, como he planteado en otra oportunidad, y que no es una tarea fácil pues implica modificar leyes, reglamentos, disponer de presupuesto para instalar centros y mesas de votación, etc. lo que supone, obviamente, un acuerdo político con el régimen. El voto en el exterior hay que afrontarlo con una idea en mente: cualquier número de inscritos por encima de 108 mil, será ganancia para la oposición.

– Cuatro, cómo captar la mayoría del millón y medio o más de venezolanos que están en Venezuela, en edad de votar y que no se han podido inscribir en el RE; cómo lograremos que se incorporen al RE, antes del 2024. Esa es una tarea más a la mano y más factible de lograr, con organización y presión interna.

– Cinco, cómo fortalecemos esos partidos que han sido despojados por el régimen de sus nombres, colores, sedes, directivas y líderes y han sido entregados a grupos usurpadores, que han aceptado ese ignominioso papel; cómo hacer para contribuir a ese rescate y, por supuesto, para que se incorporen activamente a apoyar en la campaña electoral.

– Seis, cómo nos organizamos para cubrir el ciento por ciento de las mesas y quedarnos hasta el final de las auditorias, para evitar que se roben los votos, los falseen o no los cuenten, en aquellos centros que en el pasado no logramos cubrir.

– Siete, cómo nos organizamos para defender los resultados y que haremos en el caso que no los quieran reconocer.

Los anteriores “cómo” son algunos de los problemas reales que hay que encarar, que desde luego no son para que los ventilemos por redes sociales, pero sí debemos esperar que se van a considerar a fondo en los apropiados niveles políticos.

Conclusión

Como ya dije, no son las anteriores las únicas tareas a desarrollar para fortalecer a la oposición, pero son de las que de manera inmediata nos debemos ocupar para llegar a un proceso electoral presidencial en mejores condiciones que en el pasado, para obtener una victoria en el mismo. ¿Nos garantiza eso que el régimen reconocerá el triunfo y entregará el poder? Si somos sinceros, no lo sabemos pues nunca los hemos derrotado en una elección presidencial. No es lo mismo arrebatar o desconocer un concejal, una alcaldía, una gobernación, incluso la Asamblea Nacional, que arrebatar una elección presidencial en donde se juega el centro del poder. Pero en todo caso, ese es el esfuerzo a realizar, una vez que se ha decidido participar en el proceso electoral y asumiendo, como todos lo hacemos −incluidos los que adversan la participación electoral− que contamos con que la mayoría del país quiere un cambio político.

Reitero y concluyo entonces, dos son las tareas fundamentales: una, llegar cuanto antes a un proceso de negociación, que nos fortalezca interna e internacionalmente; y dos, prepararnos para la actividad inmediata, ineludible, inexorable, de ganar las elecciones presidenciales en 2024.

Politólogo

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