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Américo Martín

Biden, futuro con esperanza

Américo Martín

Estaba escrito que Joe Biden, a partir de ahora nuevo presidente de EEUU, quisiéralo o no, tendría que depositar su esperanza de victoria y la solidez de su liderazgo en la idea fulgurante de un cambio visible y creíble en la conducción política de América y el mundo. Se hizo muy evidente que semejante cambio se correspondía con sus deseos personales. El primero de los cuales –y así lo dejó ver– era imprimir un serio viraje respecto al modelo atrabiliario del presidente republicano Donald Trump, cuyas sonoridades expresivas y, en general su peculiar estilo, terminaron enredando hasta extremos peligrosos la urdimbre de su política.

Podría decirse que Biden aprovechó las gratuitas pugnacidades de su adversario para deslizar sin gran esfuerzo la índole y urgencia del cambio que sugería y que la humanidad comenzaba a esperar de su futuro gobierno. Lo que puesto en términos de catch-as-catch-can no era más que aprovechar los excesos pugilísticos del otro con el fin de vencerlo sin necesidad de malgastar los propios. Si se me objetara que aquello difícilmente hubiera sido pensado así, respondería que en todo caso de esa manera concluyó.

Si no ha sido un nítido éxito, cuando menos a eso se parece y confieso no distinguir con nitidez entre “parecerse a una victoria” y serlo efectivamente.

—Sí, pero Maduro y los iraníes siguen en su puesto.

—Bueno, sí, pero el caso es que la unión solidaria en su contra también lo está y en las declaraciones del nuevo gobierno norteamericano, al igual que la Unión Europea y la comunidad internacional, se observa una apreciable determinación.

Por eso la situación se mantiene bloqueada y no se avizora que en algún momento deje de estarlo. ¿Quién pierde más con eso? Obviamente el más débil de la ecuación, quien sin embargo podría escapar del atolladero, si por fin entendiera la importancia de negociar de veras con la oposición y la comunidad internacional la salida pacífica articulada en unas elecciones universales, directas, secretas y transparentes; vale decir, creíbles. Si fuera de esa naturaleza desaparecería casi por encanto la oprobiosa costumbre de la persecución, la tortura, la venganza, la irracionalidad y el odio.

Biden invoca palabras sencillas pero armoniosas y quizá las más efectivas. La primera, la mejor, la unidad que en su discurso oficial suena como toda una panacea y, en efecto, puede serlo.

El macizo cúmulo de desgracias que asedian nuestro acosado planeta, incluido el virus que atenta contra el género humano, podría retroceder enfrentado y vencido en el marco de la unidad, si unimos los hallazgos alcanzados por los laboratorios de la ciencia médica.

El firme combate contra la sistemática violación de los DDHH que se ha convertido en causa común de la especie, en emblema mundial de la humanidad.

Con la mayor firmeza, el presidente Biden se aferra a esas nobles banderas. Razones, todas ellas, para dar fuerza a la defensa de los derechos del hombre, asociándola a la paz y la libertad.

El objetivo más reiterado del programa del presidente Trump cargaba un trasfondo pugnaz. Proclamaba que norteamérica sería “grande otra vez”. Lo que tal eslogan agitaba es que la grandeza se había perdido en manos de mandatarios débiles y quizá genuflexos. Una de las que se sintió más herida fue Hillary Clinton, quien protestaba: ¡Como si no hubiese perdido alguna vez!

Lo cierto es que a juzgar por la opinión de sus competidores y enemigos, EEUU es el peor enemigo del hombre. Así lo sostenían Stalin y sus violentos aliados, y con análogos epítetos, Mao, Castro, Ché Guevara y el oficialismo soviético compactado alrededor del Pacto militar de Varsovia. Se parecía más a la verdad, con lo que confirmarlo pero sin poder evitarlo, la opinión de Hilary se acercaba más a la verdad que la de los interesados personajes arriba mencionados.

Dado que para ser el más feroz de los países no se necesitara ser tan fuerte como desalmado.

Sin concitar en su contra sentimientos adversos.

¡Complicado ser mandatario de una gran potencia! Predicar la superioridad tampoco es recomendable.

Biden cuida claramente mejor que Trump estos aspectos de la conducta de los gobernantes. El orgullo natural de una poderosa nación debido a sus logros es perfectamente comprensible, pero suele ser percibido como arrogancia racista y, por lo tanto, un gobernante hábil, como Biden, está obligado a no dejarse arrastrar por estos suelos pantanosos. Recordó que durante dos siglos presidentes norteamericanos se han sucedido en el mando con ejemplar respeto a la voluntad soberana de los ciudadanos. El primero de todos fue Washington, primero igualmente en la guerra y en la paz. Para mostrar prendas de legítimo orgullo, parece que el presidente Biden ha querido resaltar la condición democrática y el amor por la libertad antes que amenazar con las uñas del poder. Bravo entonces por él.

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Incógnitas vigentes del 23 de enero

Américo Martín

19 de abril, 5 de julio, 23 de enero. Son fechas históricas que pudieran recordarse quizá solo por obligación cívica, pero creo que todavía entre quienes las invocan no pocos manifiestan genuinas emociones o, si no fuera del todo así, cuando menos un legítimo interés

De las tres fechas mencionadas, diría que la última –23 de enero de 1958– es la que sigue produciendo interrogantes. Palpita, quizá con mayor intensidad, posiblemente porque la interpretación de lo ocurrido siga dando lugar a controversias no adormecidas por el tiempo.

Esa más permanente longevidad no es prueba de importancia suprema, pero sí del interés agitado por pluralidad de opiniones, búsquedas aún despiertas y, en definitiva, deseo de rescatar experiencias que puedan ser muy valiosas todavía hoy.

Recordemos que la amplia corriente de los historiadores y autores críticos no cesa de revisar textos consagrados, lo que se ha traducido en actualizaciones y cambios de perspectiva en la ciencia y el arte de la historia. Basta con examinar la notable confluencia de protagonistas cuyo desempeño ha sido con frecuencia revalorizado.

El 23 de enero mismo fue precedido por una crisis electoral muy grave.

Con sangre muy fría, Laureano Vallenilla le presentó a Marcos Pérez Jiménez las fórmulas que cabría aplicar; la primera, la constitucional en estado puro, previa amnistía, regreso de exiliados y plena libertad de prensa. Por supuesto, fue rechazada. Vallenilla, entonces, mencionó el método gomecista de elección indirecta y, por último, el plebiscito. Según el ministro, esta última, la peor para su gusto, fue la mejor para el gusto del dictador.

De seguidas, el dueño de Miraflores le increpó a su ministro:

«Usted ha insistido en el diario El Heraldo que los partidos no valen nada, de modo que lo mejor sería prescindir de ellos. Así será, prescindiremos de ellos y llamaremos directamente al consumidor. ¡Hagamos a un lado las organizaciones políticas!»

Se impuso, pues, la opinión de Pérez Jiménez.

Yo sospecho que era lo buscado por Vallenilla, quien aspiraba a que le atribuyeran la primera de las fórmulas que –según expuso supra– le presentó a Pérez Jiménez. ¡Vana pretensión para alguien tan ferozmente asociado a la represión al igual que Pedro Estrada!

En su voluminosa obra ¿Quién derrocó a Pérez Jiménez?, el enjundioso economista Tomás Enrique Carrillo Batalla afirma que, tras el fraude plebiscitario, Pérez Jiménez solo se proponía gobernar cinco años más. Sostiene Carrillo Batalla que así se lo habría asegurado a su ministro de Justicia “el Fraile” Urbaneja. (T. E. C. B. ¿Quién derrocó a Pérez Jiménez?, Caracas Venezuela 1998. Publicaciones de la Universidad Santa María)

El plebiscito no le gustó a nadie o a casi nadie. Muchos lo percibieron como un signo de derrota y, de hecho, el gobierno cayó en el descrédito. Políticamente había recibido una soberana derrota. El ánimo colectivo cobró inusitada fuerza y la reacción negativa fue universal. Los militares se fraccionaron. Las asonadas bélicas del 1 y 8 de enero iniciaban una marcha sin vuelta atrás y, sin embargo, Pérez Jiménez no admitió que algún uniformado le hubiese conminado a entregar el poder e irse del país. Alguna razón daba cierta verosimilitud a sus palabras, porque tanto el ataque aéreo del día 1 como el levantamiento militar dirigido por Hugo Trejo el 8, exhibieron fallas de liderazgo muy notorias. No obstante, en su conjunto no cabe la menor duda de que aquello había sido una importante insurrección cívico-militar que, con errores y sin ellos, culminó exitosamente.

Hay una coincidencia indudable y reforzada con el tiempo sobre la importancia del liderazgo civil y de los partidos políticos que, en su conjunto, proporcionaron una auténtica dirección en el momento decisivo, pero el factor –con mucho– más favorable al resultado fue la unidad.

En la crónica histórica de nuestra nación los grandes momentos de victoria transcurrieron precisamente cuando se materializaron grandes acuerdos unitarios.

La victoria que culminará el 23 de enero se envolvió desde el principio en un aura de unidad y de fraternidad.

Unidad vasta que no hacía sino crecer y fraternidad en tanto que espíritu de aquella unidad. Esa combinación de fuerza material y espiritual encendió la imaginación de los venezolanos cuya iniciativa se exacerbó proporcionando certezas de victoria.

Hubo momentos en que la unidad trabajó por sí sola, se formaban comités unitarios en forma espontánea y así se descubrió, desde el punto de vista material, que no había manera de detenerla. Es el secreto que explica el renovado interés en esta fecha estelar.

En la actualidad, estamos urgidos de unidad y de entendimiento y en los albores de 1958 tenemos el mejor de los tesoros de la experiencia unitaria venezolana que sería absurdo desestimar. En realidad, aquellos escarceos unitarios que comenzaron con el abrazo de tres grandes líderes en Nueva York y con la fuerte convicción que se corporeizó en la Junta Patriótica, el frente universitario y una miríada de estructuras unitarias espontáneas, son la fuente segura del acierto, del optimismo, de la esperanza.

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Perfiles de mancos

Américo Martín

La siguiente es una reflexión que me suscitaron varios extraños personajes cuyo único punto de referencia fue alguna deformación física.

Se trata de “impedidos”, pero recordemos ante todo la oportuna diferencia que, por razones de alta dignidad, subrayó Unamuno entre “impedidos”, dirigiéndose al “ágrafo” general franquista Millán-Astray durante la ocupación militar de la Universidad de Salamanca.

Unamuno, como su rector, concibió este iridiscente discurso:

Siendo este el templo del intelecto y yo su supremo sacerdote, vosotros estáis profanando su recinto sagrado. Diga lo que diga el proverbio, yo siempre he sido profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho.

El general Millán-Astray es un impedido pero eso no es razón para desconocer a nadie, el manco de Lepanto es la expresión más pura de la lengua.

No tengo la menor duda de que al padre de El Quijote, ser llamado el manco de Lepanto le causara alguna preocupación emocional, tal como en su momento lo manifestó. Por el contrario, fue un honor haber adquirido aquella lesión en lucha personal, en la gran batalla que destruyó al omnipotente imperio turco. Y, de modo especial, por la decisiva presencia de Juan de Austria al frente de la flota cristiana integrada por galeras españolas, genovesas y del papado que, tras difíciles conversaciones, nombraron para el mando supremo a quien todos sabrían que reunía más que nadie las cualidades para ejercerlo. El consenso se complicó por celos y demás humanas mezquindades y, quizá sobre todo, el temor de que una personalidad tan atractiva, pero de nobleza vulnerable, alcanzara poder como el de su abuelo “natural” o, cuando menos, el su hermanastro, Felipe II. En casos como estos el miedo proviene de no saber o de no querer saber.

La historia de nuestro país está inundada de figuras si no similares a las que he mencionado, al menos tienen una índole de análoga procedencia. De nuestros “mancos” autóctonos quisiera evocar dos “impedidos”, uno bien reconocido y otro merecidamente ignorado. Todos, llamados mochos, que no mancos.

La parte simpática del mocho Hernández fue en realidad su parte amarga. El general José Manuel Hernández era un hombre de legítima aspiración de poder, pero por las vías naturales de asumirlo, la guerra o las elecciones, esta cual fuente original y la otra en tanto que medio de legitimación.

En mis estudios de bachillerato lo mencionaba el profesor Siso Martínez: se alzó el mocho contra el presidente general Andrade, sin aclarar la justa causa de aquella tentativa.

El problema estaba a tono con la época. El poderoso Partido Liberal, a la sazón conducido por el general Crespo, había dispuesto darle la magistratura a Andrade. Pero el mocho, munido de una popularidad inalcanzable y decidido a aplicar los métodos de campaña estadounidenses, recorrió el país y construyó una mayoría imbatible.

Con seguridad en ese contacto directo se habrá inspirado Rómulo Betancourt para alcanzar la modernización de la política venezolana: “Estado por estado, municipio por municipio. Parroquia por parroquia”.

Le sirvió al Mocho para permanecer en la historia y le sirvió a Rómulo para eso mismo. Sin embargo, el Mocho no pudo acceder en 1897 porque se le atravesó la fuerza bruta del general Joaquín Crespo, ni los dos Rómulos pudieron sostener a AD en 1948 porque se tropezaron con la fuerza bruta de los militares modernizadores.

Lo del Mocho Hernández pudo parecer obsesivo al alzarse en contra de Cipriano Castro, pero tampoco lo fue.

Castro lo puso en libertad y le ofreció el ministerio de Comercio. Al principio pareció aceptar hasta que optó por proclamar la revolución. Debió meditar en profundidad. Desde la cárcel había apoyado el alzamiento de Cipriano Castro porque el elocuente general andino pasaba al Táchira al frente de sus 60 bravos seguidores, alegando razones excelentes, entre las cuales el fraude que desconoció al Mocho e impuso a Andrade. Esperaba sin duda, con su lógica vertical, que don Cipriano le devolviera la presidencia.

¿Qué pensar entonces de tanta firmeza principista? Era justificada. Era valiente y conceptual. Era una forma de jugarse el pellejo por una noble causa democrática. Y, en ese sentido, no se le vio retacear con sus derechos y sus principios.

El otro mocho, al que considero impresentable, fue un espía dado a la tortura bajo la dictadura de Pérez Jiménez. Lo llamaban el Mocho Delgado.

Me basta con recordar la mirada de mis tíos Luis José, Federico y Gerardo Estaba; quienes lo conocieron por sus actos. Era una mirada de horror, desprecio y náusea.

En resumen, he realizado una especie de cotejo desde las alturas inalcanzables del autor de Don Quijote hasta las aguas pestilentes de dos homicidas, el general Millán-Astray y el Mocho Delgado. Pasando sin embargo por las cristalinas virtudes en tiempos de profusa bellaquería del noble Mocho Hernández a quien alguna vez tendremos que tomar tan en serio como lo estoy haciendo aquí.

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Contra el miedo al miedo

Américo Martín

Lo que resulta de un choque de trenes es, por lo general, el descarrilamiento de uno o de los dos cuerpos que lo protagonizan, así se trate de trenes de juguete. El caso es que a estas alturas es difícil reducir a simple juego lo que podría estallar el 5 de enero de 2021, si la tensión y pugnacidad de las dos aceras en conflicto en nuestra escandalizada nación siguen tensando la cuerda, sin imaginar cómo introducir factores de tregua que permitan idear salidas negociadas en el marco de tres divinas personas: paz, democracia y elecciones; juntas, revueltas o en cualquier orden, pero que no falte ningun

Que el gobierno de Guaidó carezca de cuerpos armados que puedan servirle de soporte y el de Maduro sea víctima de un aislamiento mundial atroz —que no le ha permitido disolver o tan siquiera paralizar la Asamblea Nacional— da cuenta de que el equilibrio inestable sobre el que hemos estado bailando tal vez no pueda mantenerse mucho tiempo más.

En cualquier caso, el gobierno madurista ha puesto fecha de caducidad al del binomio Guaidó-AN. La fecha escogida es el próximo 5 de enero, basándose en el cuestionado argumento de que será ese el día de toma de posesión de la diputación electa el 6 de diciembre, decapitando de hecho a la presidida por Guaidó. Parece fácil, pero solo si se olvida que parte decisiva de la comunidad internacional y la amplia mayoría de la oposición venezolana no reconoció la legalidad de ese proceso y consideran írrita semejante elección.

Precisamente, el problema de fondo consiste en que, si bien el nombramiento y sustitución del Poder Legislativo —así como los de los restantes poderes— procede en la forma dispuesta en la Constitución y la ley de leyes dispone el camino electoral, la premisa inexcusable es que las indicadas elecciones sean válidas y reconocidas como tales. El punto es que ese extremo no está cubierto por los comicios del 6 de diciembre de 2020.

El choque de trenes supra mencionado estará, pues, dibujado en la pared si Maduro insiste en tomar el Capitolio por las buenas o por las malas y Guaidó pide defender la plaza a como dé lugar. No obstante, no debe excluirse la posibilidad de negociaciones salvadoras que no dejen que la sangre llegue al río.

Lo ideal es que Maduro y Guaidó se pusieran en la primera línea de fuego, pero para que el esfuerzo no resulte tiempo perdido o sangre derramada vale la pena refrescar ideas sobre paridad y equilibrio, y ejemplos históricos.

  1. El estilo libre de amenazas, promesas de venganza y descalificaciones. Voy de nuevo a ese tesoro de sabiduría que desplegó el liderazgo democrático y condujo el rescate de la libertad, la democracia y la prosperidad a partir del 23 de enero de 1958. Betancourt, Villalba, Caldera, y rápidamente todo el liderazgo clandestino, en prisión, en el destierro y la Junta Patriótica y el Frente Universitario borraron de su léxico el lenguaje infamante, retaliativo, amenazante que durante largo tiempo solo le sirvió a la consolidación de la dictadura. Recordemos que la Constitución de 1961 fue aprobada por el voto unánime de todos los diputados del Congreso de la República, a la propuesta presentada por la Comisión Bicameral. El espíritu unitario del 23 de enero se encarnó en esa Constitución, la más larga de nuestra historia.
  2. En lugar de excluir a quien ayer te agredió, buscar la forma de atraerlo a la lucha democrática, tenderle la mano, fomentar la coincidencia y elevar el rango del espíritu de unidad. El del 23 de enero llegó a animar la conciencia casi sin más que invocarlo.
  3. Aprovechar la experiencia de países hermanos. Betancourt supo aprovechar la vía peruana del general Odría, incluso para interesar al propio Pérez Jiménez y muchos oficiales de la reata oficialista, soltó sin ambages que la unidad democrática seguía con mucho interés una salida en Venezuela similar a la que propiciaba el general Odría, que en ese contexto venía siendo un retrato hablado de algún modo “alentador”. Véase si no: Odría derrocó a Bustamante, fundó el partido Unión Nacional Odriista y ganó las elecciones en las que no participó la oposición. Al igual que Pérez Jiménez, acumuló un llamativo prestigio y de nuevo pretendió volver a contarse en comicios. Con audacia sin par, Betancourt metió sus dados en el cubilete como diciéndole al dictador venezolano: ¡Tire sus dados que aquí van los nuestros!
  4. La presión para combatirse electoralmente fue creciendo al punto de perturbar la realidad militar interna, que había despertado creciente malestar porque el dictador impuso el plebiscito, prueba evidente de miedo a contarse.
  5. De hecho, acosado por los llamados a discutir una salida electoral libre y creíble, ayudaron a fomentar la unidad de la resistencia, el respeto recíproco y la aceptación sin miedo de figuras demonizadas como los dirigentes de los partidos democráticos. “El miedo al miedo” fue el primer gran derrotado por la osadía democrática de los venezolanos.

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Divagaciones diabólicas

Américo Martín

Aunque esté repleto de dificultades y amenazas, diciembre es diciembre y, pese a que el ambiente será próximo escenario de desenlaces con participación de muchos factores y países, todavía quedan semanas de divagaciones y consejos que por extrema necesidad no podemos dejar de introducir en la licuadora de las ideas, si lo que se quiere es ahorrarle a Venezuela y a las naciones que resulten arrastradas, desastres inmerecidos.

Aunque haya opiniones mejores no dejaré de traer las que deslice el mismo diablo, por falsario que sea el tenebroso personaje. Si en varias ocasiones he sostenido que hasta con el Maligno se debe negociar, por la obvia razón de ser quien tiene la llave del infierno, donde arden para siempre trillones de seres humanos.

Supongamos que, por la razón que sea, decida poner en libertad a los presos políticos y militares; autoriza el retorno de los exiliados y prohíbe las torturas, imposible será solo para quien no presiona en esa dirección.

“Que esas cosas no suceden”.

Que los intelectuales venezolanos encabezados por Andrés Eloy Blanco, Jacinto Fombona Pachano y Nelson Himiob serían burlados por el presidente López Contreras cuando prometió la libertad a los presos políticos.

Lo dijeron, sí, al escuchar “al día siguiente” a esos valientes escritores ratificar al país el respaldo, con doble razón, a la conducta de López Contreras, presidente interino de los EEUU de Venezuela.

Sus palabras no tienen desperdicio.

Compatriotas. Pedimos serenidad y fe. Ya en prensa esta hoja, recibimos la noticia de haber sido ordenada la inmediata libertad de los presos políticos. Esta medida es UNA PRUEBA de que el General López Contreras está cumpliendo las promesas que ayer nos hiciera personalmente en Maracay. (Al pueblo de Caracas.21-12-1935. Gobierno y época del presidente Eleazar López Contreras. Col. Pensamiento Político Venezolano del Siglo XX. Congreso de la República. 1985)

De las cientos de imágenes sobre el rey de las tinieblas me gustaría traer la que vierte el excelente humorista y caricaturista inglés Max Beerbohm. Incorpora consejos políticos en el marco de los límites que nunca desbordará porque cuando asume rol político sabe sacarle provecho a semejante papel. La obra de Beerbohm se titula Eric Soames, un dudoso poeta ansioso hasta la desesperación de cómo lo recordarán sus cosúbditos del Reino Unido. No ha vacilado en vender su alma al gran enemigo de la humanidad. Con alegría contenida, la única petición que hace.

—¿Solo eso? Pregunta el Maligno. En dos horas sin interferencia de nadie y con toda la documentación disponible.

—Pide usted poco, señor Soames, responde Satanás en un arrebato de sinceridad y admiración

—Todo depende del interés del afectado. Lo que a usted le parece banal para mí es lo más importante.

—Bien respondido. Graduar el tiro al objetivo en agresiones que enrarecen lo que quieres. Hubiera sido usted mejor político que los que en Venezuela no saben sumar, sino restar y dividir.

Diablo y endiablado dan un paseo por la plaza, libres de mirones. El diablo lo escucha recitar:

—Alrededor y alrededor de la plaza desierta, caminas, junto al diablo.

Son dos versos nada desechables, piensa el demonio. Casi sin darse cuenta está deseando que pase bien la prueba. Nos vemos pues en dos horas. Le deseo suerte.

Ambos desaparecen. En el tiempo indicado, Soames y sus amigos están sentados en el elegante Café de la Plaza. El diablo aparece, saluda a todos, especialmente a Soames, quien está muy deprimido y resignado. La única indicación de lo que tanto busca ha sido insignificante. Eric Soames, poeta inglés del que no se tiene mucha documentación ni noticias. Se conservan dos versos suyos que aparecen bruscamente interrumpidos.

—Bueno ahora solo falta cumplir la segunda parte de nuestro acuerdo.

Pensando en el horror que espera a mi amigo interrumpo diciendo:

—Hay un error. Mi amigo no recibió lo esperado.

El diablo entra en trance de asfixia, ahogado por la furia.

—¿En qué mundo estamos cuando no hay moral ni los acuerdos formales se respetan? ¿No hablan ustedes, los abogados, con pomposa pedantería del pacta sunt servanda?

Molesto por las agresiones que dispara a mis colegas, le devuelvo:

—Ustedes no pueden hablar del tema porque en el Infierno no hay un solo abogado, dicho por esa gran autoridad del Siglo de Oro Español que fue Quevedo.

—¿Y sabe por qué no hay? Lo dijo también Quevedo pero usted no lee completo o no sabe leer. Si dejáramos entrar a los plumarios hace rato que se hubieran confabulado contra la cofradía diabólica y nos habrían arrebatado el poder.

El diablo, según tenemos entendido es polifacético y poliforme. Para posesionarse de seres humanos obra, según el narrador ruso Andreiev, con infinita crueldad: asesina para “vestirse” del cuerpo victimado, de modo que si piensa cometer cien delitos en una tarde despacha a cien inocentes y así conserva su anonimato además de causar cien crímenes perfectos porque los cien cadáveres pueden jugar una simultánea de cien juegos de ajedrez con el poliforme demonio.

No dejará de llamar su atención las variantes políticas de Venezuela. Absorbido por los cambios rítmicos y a ratos divertidos. Musitará tenuemente que toman decisiones impacientes, como pajaritos en grama.

Piensen antes de actuar, tengan paciencia, analicen el efecto de sus precipitaciones en sus propios movimientos y sumen descontentos en lugar de alejarlos mediante muestras de odio y venganza o pasando recibo por cuentas viejas, burlándose o infamando a los que se aproximen a la causa democrática.

@AmericoMartin

Sumar, sumar y sumar

Américo Martín

El Partido Liberal Colombiano fue fundado en 1848 y el Conservador en 1849. El caso es que, lógicamente menoscabados en comparación con lo que en sus grandes momentos llegaron a ser, conservan un anhelo de recuperar alguna vez su fuerza impulsiva y determinante en el proceso que la Sociología y Politología han convenido en llamar “la democratización” del Estado y las organizaciones políticas contemporáneas o, para decirlo en otras palabras: la Democracia de Partidos (Alfredo Ramos Jiménez, Las formas Modernas de la Política, Estudio sobre la democratización de América Latina Cipcom, Centro de Investigaciones de Política Comparada, junio 2008.

Es un caso curioso el de los partidos de nuestro hermano país, los mencionados son los más antiguos de Latinoamérica y están entre los de más edad del mundo. El torbellino crítico ha devorado partidos, ideologías, liderazgos políticos con la implacable voracidad de Saturno hacia su propia progenie. Liberales y conservadores colombianos, no obstante, no terminan de ser borrados del mapa y ya no se puede apostar a su definitiva extinción, dados los caminos de negociación que se abren con frecuencia en el deteriorado mapa político. Por cierto, Guzmán Blanco veía a Venezuela –y a lo mejor también a Colombia– como un “cuero seco”, que se levanta por un lado cuando lo pisan por el otro.

El Partido Liberal de Venezuela fue fundado en 1840, alcanzó su más alta cima a partir del acceso al poder de Antonio Guzmán Blanco en 1870, y feneció en 1899, siendo el de Ignacio Andrade, el último gobierno Liberal amarillo. El Partido Conservador tuvo su auge y su caída con José Antonio Páez, una personalidad fuerte y singularmente meritoria (Ramón Velásquez, Caudillos, Historiadores y Pueblo. Fundación Bancaribe. Caracas. 2014).

Con los enormes aportes proporcionados por el genio de Guzmán Blanco, tanto en el orden físico-material como en el cultural, el liberalismo no sobrevivió mucho más al fallecimiento del llamado con razón “Ilustre Americano” pero con no menos razón, “Autócrata Civilizador”.

Las crisis políticas y la deslegitimación de los partidos se retroalimentan, de allí que la democratización mencionada supra, pase por la recuperación de los partidos. En el conjunto estratégico dirigido por el oficialismo prevalecen las elecciones parlamentarias y, dentro de ellas, las organizaciones tradicionales que han sido objeto de divisiones profundas fomentadas desde las alturas del poder contra los partidos democráticos que dirigen la Asamblea Nacional. Grupos fraccionales de partidos históricos como AD y Copei monopolizan sus nombres y símbolos. Igual suerte han corrido jóvenes partidos como Voluntad Popular, Primero Justicia e incluso de índole oficialista crecientemente insumisos como PPT, UPV y Tupamaros. El mapa partidista ha sido objeto de una arbitraria e impresionante modificación, todo con el fin de mutilar de partidos la democracia y de hecho las instituciones, de modo que no cabe hablar aquí de “democratización” sino de agudo retroceso institucional.

El eje de la estrategia de la oposición mayoritaria, la encarnada en la Asamblea Nacional, gira en torno a la Consulta Popular. La idea en sí no puede ser mala puesto que, en circunstancias como las actuales, implementar formas de consulta a los venezolanos es inaplazable e insustituible, pero sobre todo debería dar lugar a rápidas medidas políticas susceptibles de impulsar los cambios urgentes que reclama el país.

Lo más importante es definir el instrumento del cambio democrático y los medios de activación. Quisiera ratificar que el país no debe, no puede ser arrastrado a prodigarse en formulas invasoras o de fuerza que Venezuela no necesita ni merece. Debemos entender que la solidaridad democrática para con Venezuela no cesa sino que sigue creciendo y es parte fundamental de la visión de la Unión Europea, la OEA y muy probablemente de EEUU, después del reconocimiento de la victoria del presidente Biden. Todos esos poderosos factores, más España y América Latina, ratifican que nuestro país saldrá de la tragedia que lo oprime mediante elecciones universales, directas y secretas, para lo cual es vital sumar, sumar y sumar factores nuevos, incluso procedentes de filas de desengañados del oficialismo, y adicionalmente unir, unir y unir las filas opositoras y disidentes con mucha mano tendida y descargando los espíritus de odio, venganza, revanchismo y paremos de contar.

Si en los primeros días del próximo año pudiéramos echar los cimientos de la unidad y avanzar hacia los importantes comicios que nos esperan, lo natural y lógico será el florecer de los partidos democráticos armados de vocación electoral comprobada.

Para que así ocurra hay que nadar contra las pantanosas aguas del desprestigio acumulado contra la idea misma de “partido”. Mientras no nos liberemos de ese error que con el tiempo se ha consolidado como prejuicio, nos negaremos a hacer uso de las muchas variantes utilizables de la política en tanto que arte y ciencia. Semejante automutilación intelectual marca el hondo abismo que la separa de la piratería.

En conclusión, para salvar y reactivar la democracia hay que salvar y reactivar los partidos democráticos. Solo así podrá hablarse de la democracia posible, la democracia de partidos.

Twitter: @AmericoMartin

Vencer y convencer

Américo Martín

La política y la guerra conforman una unidad íntima, esencial que se manifiesta de manera radicalmente contradictoria, se niegan o excluyen. Su forma de transcurrir, acercándose, alejándose para volver a aproximarse, sugieren un movimiento en líneas paralelas en el sentido de que no se encuentran sino en el infinito, única forma de pronunciar la palabra nunca sin tener que soportar el conocido reproche del poeta turco Nazim Hikmet: no digas nunca la palabra nunca.

Me he permitido comenzar esta columna para TalCual con algunas reflexiones sobre clásicas opiniones del general Clausewitz acerca de la guerra.

Decir que la guerra es la continuación de la política por otros medios, es tanto como decir que la política es la continuación de la guerra por otros medios, lo cual sin duda fue y es el mensaje de los presidentes colombianos a los insurgentes, siendo entonces las FARC la joya principal de la corona de la violencia. La tenacidad de los mandatarios fue ejemplar porque se mantuvo como voluntad inmodificable desde Belisario Betancur hasta Álvaro Uribe, incluyendo momentos elevados bajo las presidencias de César Gaviria y especialmente Andrés Pastrana.

Si vamos a los hechos, el resultado premió el esfuerzo puesto que las FARC terminaron sentadas en la mesa de negociación y ya no refugiadas en las breñas. La desmovilización y el desarme se materializaron. Cierto es que apareció el paramilitarismo vecino del narcotráfico, se dividieron en forma no muy sensible las FARC y el ELN ha tratado de ocupar su espacio abandonado, pero lo que esta larga historia —de más de 50 años de violencia si contamos desde el asesinato de Gaitán— nos dice es que no hay más salida que la negociación, medida esta de claro contenido político. Que la política sea la continuación de la guerra es inmensamente mejor que lo contrario.

En el foro organizado por Fedecámaras para hablar de caminos de negociación fue igualmente ese el objetivo. El ponente invitado, Humberto de la Calle, objetó con pertinencia el pesimismo que hubieran despertado ciertas acciones militares puramente efectistas. Condenaban la complicidad de renuentes desmovilizados. ¿Acaso nos reprocharán que no los hayamos matado a todos en lugar de pactar con ellos? La pregunta en sí es una respuesta válida. Pero, si se la hubieran dirigido a Clausewitz, se habría limitado a citar una respuesta –la mejor– que anticipó en su célebre libro De la guerra (ediciones del Ministerio de Defensa de España, dos volúmenes, 1999): la guerra no se propone matar a todos los enemigos, sino a colocarlos en condiciones de que no les permitan mantenerla.

Brillante reflexión, además de humana e inteligente política.

Debo invitarlos a leer el parte de guerra de Antonio José de Sucre a su superior, el Libertador Bolívar (Fundación Polar, Caracas, 1995), que pudo haber inspirado las estupendas palabras vertidas en su obra por Carl Clausewitz, no por casualidad uno de los más celebres teóricos de la guerra. Celebridad prodigada más allá de ideologías o filiaciones políticas.

Faltando poco para culminar la batalla de Ayacucho con la limpia victoria de las armas patriotas y la virtual demolición de los realistas, el general en jefe del ejército peninsular, José de Canterac, se aproxima al general José de la Mar para que este lo condujera ante su superior a fin de solicitarle una capitulación. La aniquilación de un ejército de 9.310 soldados por apenas 5.780, en su mayoría de las salvajes Indias Occidentales, era tan impactante a la vez que humillante, que para enfrentar el juicio penal que, en efecto, se manejó en la Corte de Fernando VII, envuelto en el desprecio moral y los sarcasmos que con tanta gracia y sabiduría emiten los hijos de nuestra madre patria, Canterac se entregó al cercano lugarteniente del futuro Mariscal de Ayacucho y le anticipó su inesperada solicitud.

El parte de guerra de Sucre a Bolívar es un homenaje a la política y una muestra de la habilidad estratégica y sensibilidad humana del gran cumanés. Por desterrar de su alma bajas pasiones como el odio y la venganza o el pésimo hábito de descalificar, insultar o infamar a quien piense distinto, el insigne vencedor respondió en su mensaje al Libertador que la capitulación no procedía en este caso porque faltaría nada para una solución discrecional.

Pero, y aquí va lo mejor de todo, decidió otorgarla para hacer reconocer la dignidad y elevar la reputación de los americanos. Había sido un triunfo militar extraordinario que el gran guerrero e insigne personaje proyectaba al inmenso espacio político abierto por la emancipación. La mano tendida al que te combate, a sabiendas de que nuestro reencuentro para llevar nuestro maltratado país a la más alta de las cimas del hacer humano, fue exactamente lo que el Gran Mariscal se propuso al conceder la generosa capitulación que puso en manos del virrey José de la Serna y Canterac. Derrotados en la guerra eran honrados por los vencedores.

Si el eterno rector de la Universidad de Salamanca, don Miguel de Unamuno, hubiese estado presente, seguramente le habría dicho a Sucre, Bolívar y a todos los héroes de la Emancipación americana: Venceréis y además convenceréis.

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Entre héroes y negociadores

Américo Martín

En tiempos de obligatoria reflexión, como este que nos aplasta, proliferan las demasías de vocación maximalista. Aclaro, antes de seguir, que para mí es ese el emblema venezolano del error. Por maximalismo entiendo la tendencia a salirle al paso a la crisis humanitaria compleja en la que estamos sumidos, con fórmulas que quieren alcanzar, de una sola vez y mediante un solo acto, la totalidad de las soluciones propuestas, “arrebatones”, fórmulas únicas, preferiblemente violentas, rápidas y hasta súbitas.

El maximalismo no tolera gradualidades, parsimonia, “saber esperar” y en fin, todo aquello que suponga diálogo o negociación.

Por eso, en la ejecución de actos maximalistas los héroes son necesarios. Las ejecuciones sumarias le van a la perfección a líderes capaces de actuar ahora mismo y comprometiendo en la operación la plenitud de recursos y reservas.

Ana Teresa Torres precisa otros rasgos definitorios que me gustaría hacer del conocimiento de mis lectores. Les recomiendo la lectura de su obra, La herencia de la tribu, Editorial Alfa, noviembre 2009.

El problema es que los héroes no circulan libremente por la calle, ni están a la mano para el despliegue de políticas matizadas o de inteligente diseño. Por lo general, tampoco son indispensables y a veces más bien sus ansiosas demasías pueden dañar estrategias si son capaces de supeditarlas a aquellas. En cualquier caso, nunca es malo tener héroes disponibles para lo que pueda ocurrir y en el marco de la política que se esté aplicando.

El tema de esta columna se refiere más a las negociaciones que a las animadas heroicidades individuales, a propósito de la interesante iniciativa del presidente de Fedecámaras, Ricardo Cussano, de hacer del conocimiento colectivo la importancia del camino de negociación en varios lugares críticos del planeta, incluidos Colombia y Venezuela.

La presencia como ponente del experimentado colombiano, Humberto de la Calle resultó una garantía de seriedad e información. Invitado yo también por Cussano, a ese importante foro, pude intercambiar provechosas ideas con Humberto.

Las negociaciones de esta índole pueden ser complicadas, arduas o de apariencia infinita y precisamente por eso, suelen agitar impaciencias que despiertan a los héroes dormidos o aburren a los pacientes despiertos.

Para que las FARC aceptaran negociar su desmovilización y desarme hubo que pasar por momentos agrios y frustrantes. Pero lo cierto e inocultable es que firmaron la paz, entregaron armas pagando el precio de dividirse, mientras sigue pendiente la prometida reinserción a la sociedad civil.

Como pocas cosas transcurren conforme a lo previsto, el cuadro se volvió a complicar con la presencia del paramilitarismo —Autodefensas Unidas de Colombia—, dotado de una estrategia abierta a negociaciones.

  • Nacimos para combatir la insurgencia izquierdista, anunció su jefe fundador Carlos Castaño.
  • Exigimos al gobierno cambios pero no vamos contra él.

Con todo, la reaparición de este factor, emanado de clásicos carteles de la droga pero con un lenguaje desconcertante, parecía el cuento de nunca acabar.

No obstante, estos vericuetos iluminaron flancos aprovechables por la tenaz democracia, que no se rinde ni deja de aprender de las nuevas realidades. En algunos ensayos y columnas he subrayado la importancia de descubrir el origen de la renuencia a mover piezas en el tablero y de los motivos que paralizan a los renuentes.

Subrayé lo siguiente: mientras las FARC creyeran que vencerían al igual que Fidel en Cuba y Ortega en Nicaragua, usarían los diálogos para ganar espacio y aprovisionarse, sin avanzar ni un paso en la negociación misma. ¿Para qué negociar pedazos de una torta que pronto tendrían en su totalidad?

Todo cambió al sobrevenir la serie de derrotas políticas y militares, después de la Operación Jaque, que no solo debilitó material y moralmente a las FARC, sino que arruinó la reputación de invencibilidad que pregonaban Marulanda y su Secretariado.

El fuerte viraje lo anunció Alfonso Cano, sucesor del fallecido Marulanda, al ordenar el regreso de las FARC a la formación guerrillera, paso inevitable, puesto que ya no podían mantener la guerra de movimientos y posiciones. El sueño de la victoria había desaparecido.

Cuando leí la orden dictada por Cano supe que el juego había terminado. Declaré entonces que a las FARC solo les quedaba negociar. ¿Por qué? Simplemente porque las guerrillas no están para ganar guerras sino para distraer y fastidiar al otro. No liberan y ocupan territorios pues su movilidad y su desconfianza son constantes.

Retroceder a esa forma primitiva de guerra solo les dejaba retomar lo que desdeñaban para ofrecer paz, desarme a cambio de legalidad.

Lección para los negociadores de la acera democrática: mucha, pero mucha atención a las señales expresas o implícitas que provengan de la otra acera. La información básica puede ser la de las errantes luces de cocuyos y luciérnagas.

Twitter: @AmericoMartin

Victoria discutida

Américo Martín

Escribo semanalmente en dos medios emergentes, TalCual quien lleva nítidamente en la piel la marca de Teodoro, su lamentablemente fallecido fundador –ahora dirigido en forma proba y digna por Xabier Coscojuela– y casi simultáneamente en la Agencia de Noticias Punto de Corte, dirigida por Nicmer Evans, político y periodista de admirable tenacidad. También envío columnas a dos importantes medios internacionales, Firmas, coordinado por Carlos Alberto Montaner y Letras Libres, del notable historiador mexicano Enrique Kraus.

De modo que el oficio me impone elaborar doce artículos mensuales procurando no repetirme ni descuidar la calidad. Es una pesada carga intelectual a la que debo añadir una intensa correspondencia por las redes y las exigencias afectivas de mi vasta y “Sagrada Familia”, para valerme del nombre de una de las grandes obras de Antonio Gaudí.

El punto es que –no obstante mi progresivo alejamiento de la noble ciencia y arte de la Política– la vida me obliga a seguir trabajando en Mis Memorias y llevar adelante mi auto prometida revisión crítica de la Literatura Hispanoamericana, actualización muy importante que de ociosa no tiene nada.

¡Claro que tal vez no pueda cumplir en su totalidad semejantes deberes, pero cada promesa que he de sacrificar será como amputarme un dedo!

En lo que llevo escrito he aludido a ese importante caudal de palabras vertidas en medios gráficos e importantes con el fin de hacer notar que en ninguna de ellas encontrarán ustedes alusión alguna a la furiosa –y más bien peligrosa– confrontación presidencial entre Donald Trump y Joe Biden que ha venido arrastrando a sectores de la política venezolana y continental, plagándola de obsesiones absurdas cada vez más alejadas de la realidad y más cercanas a la locura. Y en esa posición seguiré, salvo la mención que hago líneas infra y que, sin pensarlo, se han convertido en la nuez de esta columna.

Consideración que hago de seguidas, la que por cierto me condujo a cambiarle el título a la presente columna. La danza de cifras y mapas saltando unos sobre otros me había conducido, sin pruebas, a la sensación, que no a la convicción, de que para el presidente norteamericano, Biden podría estar acercándose al triunfo, por lo visto parece inaceptable para el duro temperamento de Trump.

Pura conjetura de mi parte, pero en mis recuerdos se agitaba lo ocurrido en las elecciones venezolanas de 1968. Se batían severamente Rafael Caldera por Copei y Gonzalo Barrios por AD. El partido de Rómulo y Barrios acababa de sufrir la división más profunda de su historia. Luis Beltrán Prieto se declaró víctima de un fraude interno, que –en su opinión– le arrebató la candidatura del partido blanco y se la entregó a Gonzalo. La división de AD fue incontenible, factor que multiplicó las posibilidades de victoria de Caldera.

Aun así, la campaña fue intensa y el resultado extremadamente cerrado. Los adecos, con su estupendo liderazgo en todo el país, pelearon en dos frentes de guerra: en la esquina izquierda el Movimiento Electoral del Pueblo, con su abanderado de lujo y el notable aporte de Paz Galarraga, caudillo en Zulia, la más grande de las circunscripciones electorales de Venezuela; y en la esquina derecha Copei, cuyo candidato, el batallador e ilustre Rafael Caldera, figuraba en la cima de sus posibilidades electorales. Fue una batalla de colosos. Pese a las duras heridas soportadas, el partido de Betancourt peleó como los buenos, mientras que los copeyanos lo dieron todo para no desaprovechar aquella oportunidad única.

A diferencia de la forma de responder en 2020 de los abanderados de la más poderosa de las naciones del planeta, el del partido de una nación pequeña en proceso de levantarse del subdesarrollo, había resuelto en 1968 una crisis institucional muy parecida a la que se acaba de presentar en EEUU, con la más oportuna, civilizada y pedagógica declaración que al menos yo pueda recordar: ‘Al gobierno (el suyo, por cierto) más le vale una derrota cuestionada que una victoria discutida’.

La admisión de Barrios, favorable a Caldera, aunque él compartiera que AD había ganado, sacó al partido blanco del mando pero con la moral por el cielo, que le permitió su merecido “We will come back” con Carlos Andrés Pérez al frente. En algo debió influir la estupenda declaración de Barrios para hacer posible el impresionante regreso de su partido al poder, bajo la dirección de Carlos Andrés Pérez, auténtico McArthur venezolano de aquella sorprendente recuperación de un movimiento tres veces dividido y expulsado del mando en una derrota cuestionable que resultó más moralizadora y estimulante que una victoria discutida.

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¿Armas o votos?

Américo Martín

Sabemos que el fin está cerca cuando lo único que tienen en la calle son militares


(Nelson Mandela)

Son palabras emanadas de quien las honraba con su sobrio valor, pero en alguna forma guardan cierta familiaridad con el drama venezolano. La confrontación en nuestro caso no es una guerra civil, ni del apoyo de la cúpula militar a Miraflores, puede deducirse que nos acercamos a un duelo de esa naturaleza. No quisiera reducir a dimensiones simplistas un drama de alcance trágico como el que nos envuelve, sobre todo después de leer con atención y escándalo el crudo informe de la Misión del CDH/ONU.

El madurismo encuentra resistencias naturales en casi todos los escenarios.

El objetivo estratégico por excelencia que se ha trazado el sistema madurista es copar el parlamento con gente suya o con diputados ajenos a la mayoría leal a Guaidó. Las detenciones arbitrarias agotan sus posibilidades, a pesar de dar el paso de paquidermo de dividir partidos opositores con medios nunca practicados en democracia. Imponiendo una minoría írrita en la Asamblea, espera el oficialismo someter a la oposición y con la fuerza extrema hacerla entrar por el aro.

En ese caso, supongo que la situación sí que podría desbordarse y lo primero que parece salirse de madre es la paciencia mundial que no está dispuesta a dejarse abofetear por un régimen al que ha descubierto en su naturaleza y su vocación de perpetuidad.

No obstante, así como ofrece un solidario respaldo cuyos perfiles no quieren ser atenuados por terquedades oficialistas, insiste en que se apliquen los mecanismos del diálogo y la negociación para garantizar salidas políticas, pacíficas y electorales libres y viables. Su posición en torno a las parlamentarias del 6D ha quedado bien clara en el informe de la Misión enviada por las Naciones Unidas debido a la ausencia evidente de garantías de transparencia.

La UE resolvió medir la consistencia de la tesis extremista. Habida cuenta de que continúen las sanciones, probablemente ampliadas con el flujo de nuevos países irritados por las evidencias del informe y de la limpia aclaratoria de la presidente de la Misión, Marta Valiñas, en el sentido de que no hicieron estudio in situ solamente porque el gobierno de Maduro les prohibió la entrada dejando sin respuesta las seis comunicaciones que le envió. Tampoco valoró la importante oferta de enviarle el Informe antes de su publicación, para permitirle al gobierno investigado aclaraciones de última hora.

Entiendo que la UE propuso aplazar las elecciones y aprovechar para completar garantías y favorecer la negociación. Es una fórmula interesante dado que la suspensión con esos fines ha sido presentada desde la oposición por miles de personas en ejercicio de un Recurso de Amparo, y por el movimiento civil emergente y profesionalmente capacitado “Universitarios por Venezuela”.

Desde predios opositores me hicieron tres preguntas:

Primera, ¿crees que el gobierno radiografiado en el Informe de Naciones Unidas esté interesado en negociar?

Segunda, ¿devolverá los partidos de los que se apropió?

Tercero, ¿cumplirá las condiciones de transparencia que se le exigen?

No puedo responder por ellos ni creo que las eventuales negociaciones se reduzcan a uno o dos asuntos. Se puede dudar de la apertura de la puerta pero si le pesan las sanciones, podrían reclamar su levantamiento. En cualquier caso, la suspensión de las parlamentarias está en la palestra.

Recordemos que la negociación es un instrumento democrático, al igual que el diálogo y las elecciones. Por lo tanto cada vez que asome la nariz, la alternativa democrática debe inclinarse por la afirmativa. Si la autocracia se va por la negativa, no muestra interés o no responde, es un problema suyo. El planeta todo es el tercero, el factor que decide posiciones conforme a su contenido y el estilo gárrulo o civilizado de sus autores. Rechazar negociaciones que impidan la paz y promuevan la democratización causa costos que no pueden eludirse.

La alternativa democrática y un vasto número de países han intensificado su pleno respaldo a elecciones generales libérrimas. Es en ese punto donde se ha situado la disyuntiva oficialismo vs democracia. Ya el problema no es solo la escogencia por consenso de la directiva del Consejo Nacional Electoral sino la capacidad para realizar elecciones automatizadas, como manda la ley, o manuales por vía excepcional.

Los técnicos en la materia saben perfectamente que no es posible resolver el asunto sacando de la manga unos comicios manuales, pues implicaría la construcción de un nuevo modelo con las reformas técnico-legales en un tiempo en el cual están pendientes acuerdos para la nueva directiva del Poder Electoral, la revisión de la escuálida burocracia del CNE y la generación de toda la infraestructura para un proceso manual, desde el Registro Electoral hasta la adjudicación y proclamación de los cargos electos por votación popular.

Resulta cuesta arriba fijar un cronograma que cumpla con estas exigencias. Sencillamente no hay condiciones que conjuguen tiempo, experticia y capacidad para rearmar el proceso.

Necesitamos unir a los amantes de la democracia y la libertad, dondequiera que se encuentren, alrededor de metas programáticas aptas para conducirnos a la prosperidad que Venezuela en mala hora perdiera y merece recobrar como en pocos momentos de su historia de luces y sombras.

Twitter: @AmericoMartin