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El Regreso, la Otra Inmigración. (4) - Crónicas de los recuerdos…

Artículos de opinión
Tiempo de lectura: 10 min.

Gijón es la segunda ciudad de Asturias –aunque los que somos de allí decimos que es la primera– y, como ya he dicho, es uno de los puertos más importantes del norte de España, por donde salía −y sale− gran parte del mineral, el acero y los productos siderúrgicos y otros que hoy se producen en la región. Casi toda la familia de mi madre es de Gijón y los que no lo eran, allí establecieron su vida; por eso, es inevitable hablar de ellos –de nosotros– como una familia de Gijón.

 “Al maestro con cariño…”

El título de la inolvidable película de Sidney Poitier me permite volver sobre lo que escribí la semana pasada: la frustración de no haber logrado recordar ni encontrar el nombre de mi maestro de Logrezana durante el curso 1958-1959 (ver en https://bit.ly/3Ib0MJO) Hurgando en páginas digitales di con la “Asociación de Vecinos Logrezana Existe”, que hoy su sede está en el centenario edificio de la escuela; amablemente me pusieron en contacto con mi encantadora prima, Angelina Llope, memoria viva de aquellos días, quien sí recordaba el nombre que yo no encontraba. Gracias a ellos, mi prima y la Asociación, y en nombre de los niños de Logrezana, mi recuerdo de convierte en homenaje y gratitud, a quien enseñó con dignidad y entrega: Don Ángel Hernández García.

 La familia materna

Debo comenzar este tema, naturalmente, con mi madre, a quien he mencionado muchas veces, pero dado que ya escribí sobre ella hace algunos meses (ver Mi Madre, en https://bit.ly/4n1Bqx6), omitiré detalles y solo mencionaré que, en el regreso y la estadía en España en 1958 y 1959, que he venido relatando, fue una grata compañera que me llevó con ella a todas partes, orgullosa de enseñarme a la familia y de explicarme y repetirme quién era cada quien, y cómo se relacionaban con ella, con mi padre o conmigo. Por eso hoy creo, que de las cosas de las que me “acuerdo” deben ser estar más presentes en mi memoria los cuentos que me contó mi madre y a lo mejor no tanto las cosas que viví, aunque los “recuerdos”, directos o no, son en realidad vivencias. También −y eso nos pasa a todos− porque hay muchas expresiones, dichos, frases y palabras que utilizamos que son de nuestros padres y nuestros familiares −en este caso de mi madre− y puedo decir que, a pesar de su educación muy básica, la normal para la época que le tocó vivir, la recuerdo siempre leyendo, alguna novela, alguna revista o examinando uno de sus libros de modas −Burda, Hola y  otros− para entresacar de ellos el “patrón” de algún vestido −para ella, para mis tías, sobrinas y luego para su nieta y sobrina nieta−; así que, sin duda, la meticulosidad que yo tenga, la curiosidad por aprender, el afán por coleccionar libros, enciclopedias, y todo tipo de cosas; el amor por leer, por saber, en buena parte fue de ella de quien lo aprendí.

 Tuvo tres hermanos y todos, con sus familias, emigraron a Venezuela entre 1956 y 1965, cuando llegaron los últimos. Los mayores fallecieron en Caracas y aquí están enterrados. Toda mi familia materna es de Gijón, al igual que mis tres primos. Solo destacaré algunas anécdotas de cada uno de mis tíos.

 Mis tíos Vigil

Mi tío Bautista, el mayor de los hermanos, fue también mi padrino. Él y su familia −su esposa y su hijo− fueron los últimos de la familia en llegar a Venezuela, en 1965; pero, a pesar de ser el último en llegar, estaba más informado sobre la política venezolana que muchos venezolanos, pues cada quince días o cada mes, mi tía Marina y mi mamá le hacían y enviaban un paquete enrollado de revistas venezolanas –Elite, Venezuela Gráfica, Momento, etc.– y algunos periódicos que mi tío devoraba y comentaba por carta. Cuando llegó, además, no tuvo la menor dificultad para conseguir trabajo; era de profesión tornero, al igual que mi primo, oficio muy demandado en la Venezuela de esa época y la de siempre.

 Marina y Pedro

Mi tía Marina, dos años menor que mama, fue la que vino a Venezuela con ella en septiembre de 1955; mi tío Pedro y mi primo, del mismo nombre, vinieron con nosotros −mi papá, mi abuela y yo− seis meses más tarde. Vivimos juntos varias veces, tanto en Gijón como en Caracas, y cuando no era así, vivíamos lo suficientemente cerca como para verla todos los días. Mi mamá y ella eran inseparables y además se parecían tanto que frecuentemente las confundían por la calle y saludaban a mi mamá pensando que era mi tía Marina y viceversa. Casi siempre estaba de buen talante y era una consentidora, por excelencia, de los niños de todas las edades, que los atraía como flores a tucusitos. Ella y mi mamá se combinaban perfectamente para bordar, coser o tejernos suéteres a todos nosotros. Ni qué decir de ayudar a hacer ropa para sus sobrinas nietas; tenían manos mágicas y vestían las muñecas igual que a las nietas, hasta el punto de que las detenían en la calle cuando las sacaban a pasear con las muñecas −la Mariquita Pérez o el Nenuco− para preguntarles dónde habían comprado esa ropa, a lo que respondían, sin disimular el orgullo, que la hacían ellas, para luego frustrar a quienes les preguntaban diciendo que no hacían ropa por encargo. Y así era, mi prima Mari y luego sus nietas y sobrinas nietas fueron las muñecas que de niñas probablemente la guerra civil les impidió tener. Falleció a los 86 años, en Caracas, el 1 de diciembre de 2009.

 Mi tío Pedro, el esposo de Marina, nació también en Gijón, en 1918, y fue un personaje inolvidable; había estado preso en España durante y después de la guerra civil, e incluso condenado a muerte, según se comentaba en la familia, hecho que nunca pude verificar, pero que sin duda eso lo hizo más recio y más iconoclasta. Sus convicciones religiosas y políticas eran también de leyenda; anticlerical recalcitrante, aunque su hijo, al igual que yo, siempre estudiamos en colegios de curas; tenía también una manera peculiar de expresar sus simpatías políticas y su temperamento radical y un tanto anarquista. Cuando en Venezuela se votaba con tarjetas de colores –la grande para presidente y la pequeña para Congreso– él siempre votaba la grande por AD y la pequeña por el Partido Comunista: “Para que j… en el Congreso”, decía; era su peculiar –y sabia– manera de expresar y buscar el control y el balance político. Cuando gobernaban presidentes social cristianos, decía que en el país ya no había trabajo, y se dedicaba esos cinco años a vivir de sus ahorros y “matando tigres”. La muerte nos lo arrebató aún muy joven; murió con 61 años en diciembre de 1979.

 Los otros Vigil

Por último, mis otros tíos Vigil, Luis y Ángeles (Geli) –quien aún vive en Costa Rica, con su hija, un nieto y biznietos– hoy con 94 años tiene una salud y una lucidez envidiables; todos esperamos que pase largamente de los 100 años y supere el récord de mi abuela, que murió de 101. Mi tío Luis fue el menor de los hermanos de mi madre, nació en Gijón en 1926 y todos dicen que era el más parecido a mi abuelo, su padre, sobre todo por el sentido del humor. Pasar una tarde o una noche con él era de lo más divertido, riendo de todas sus ocurrencias. Las anécdotas de mi tío Luis son interminables; hacía todo tipo de bromas, pero nadie se disgustaba con él, era imposible; bastaba con que sonriera para que toda la molestia que podía haber causado con sus bromas, se disipara. Lamenté mucho las muertes de mis tíos Pedro y Bautista, pero la de mi tío Luis, a los 65 años en1991, no solo fue dolorosa, fue simplemente incomprensible para mí, a pesar de que yo era ya un adulto.

 Gijón y Madrid

A Gijón, como es natural, fui varias veces desde Logrezana, a visitar a mi tía Geli y mi prima Mari, con quienes, como dije, preparábamos viaje para Venezuela; también a visitar a mis tíos Bautista, Ludi y Avelino e innumerables amigos de mis padres. Pero, ahora pienso que, al menos yo, fue, comparativamente, poco el tiempo que le dedique a Gijón; mama si fue con mucha más frecuencia. A Madrid fuimos dos veces; la primera, como ya conté, para verme con el médico de la Facultad de Medicina que al final me quitó los aparatos ortopédicos. La segunda vez fue totalmente en plan de paseo y de visita a mi madrina Rosa, hermana de mi tío Pedro, quien vivía en la calle Delicias −cerca de la Estación de Atocha− con su suegra y su hijo Alfonso; hoy todos fallecidos. En ese entonces, Alfonso estudiaba medicina y fue quien nos consiguió que el médico, decano de la facultad, me viera y diera el diagnóstico definitivo para librarme de los aparatos ortopédicos y quitarme de encima la amenaza de una operación, innecesaria, de la columna. Mentiría si cuento que me acuerdo de algo de Madrid, nebulosamente el parque de EL Retiro y el apartamento de mi madrina; pero hay algo que no se me va a olvidar nunca: unos almacenes que se llamaban SEPU –Sociedad Española de Precios Únicos– y las Galerías Preciados: ¡las jugueterías de ambas tiendas eran simplemente fabulosas!

 Navidad y año nuevo

Desaparecida la amenaza de la innecesaria operación de la columna y liberado de los aparatos ortopédicos, realmente no había ninguna razón para quedarnos más tiempo en España, excepto porque estábamos esperando que mi tía Geli y Mari resolvieran todo lo que tenían que resolver para viajar junto con nosotros a Venezuela. Esa circunstancia hizo que pasara en España, a finales de 1958, la única Navidad y Año Nuevo de la cual tengo algún recuerdo; en las anteriores hasta 1956, era muy pequeño.

 Por más que escudriño en mi memoria, no recuerdo nada de la Navidad; probablemente porque allí no se celebra tanto la Nochebuena, como en Venezuela, sino el día de Navidad mismo y la llamada “Noche Vieja”, el 31 de diciembre. Probablemente el día de Navidad lo celebramos con algún almuerzo en casa de mis abuelos; pero no lo recuerdo; además, ¡no había Niño Jesús que trajera regalos!, había que esperar a los Reyes Magos, que llegan la noche del 5 de enero, para amanecer con los regalos de Reyes el día 6 de enero. De eso sí me acuerdo, pues fue ¡un fabuloso fuerte apache de madera, con algunos soldados e indios!, que por supuesto me traje a Venezuela y me acompañaron como juguetes por varios años.

 De la despedida del año 1958 sí me acuerdo, pues es la única fiesta de año nuevo que he pasado en Gijón, de la cual tengo memoria. La pasamos con la familia de mi tío Bautista −él, su esposa y mi primo− mi mamá y algunos amigos y recuerdo −como si lo estuviera viendo− que fue en un restaurante, El Centenario, que aún existe, cerca del puerto de El Musel. Fue una de esas cenas animadas por unos comediantes; no recuerdo el menú, pero sí recuerdo que las doce campanadas del 31, para tomarnos las “uvas del tiempo”, absolutamente imprescindibles en una despedida de año en Asturias −y creo que en toda España− nos las dio uno de los animadores, sonando las doce campanadas en una bandeja de metal con una botella de vino vacía. A nadie le importó si realmente eran las doce en punto o más tarde y, como se puede apreciar, esa noche fue para mí inolvidable, hasta el punto de que veinte años después regrese al puerto solo para buscar ese restaurante y tomarle fotos. Lo encontré, cerca de las plazas Mayor y del Ayuntamiento y hoy está, lógicamente, mucho más modernizado y en el verano anuncia su “terraza al aire libre”. Está situado, si no me equivoco, cerca de donde está el famoso Hotel Asturias, en donde se hospedaba “Antonio Albajara” −interpretado por Antonio Ferrandis−, protagonista de la película “Volver a Empezar”, de 1982, dirigida por José Luis Garci, ganadora del premio Oscar en 1983 a la mejor película en lengua extranjera.

 Conclusión

Como ya he dicho, toda mi familia materna es de Gijón, al igual que mis tres primos; todos los primos nos casamos aquí en Venezuela y todos nuestros hijos nacieron en Caracas; pero hoy, excepto uno, todos los demás son también inmigrantes y viven en el exterior; dos en España, uno en Australia, uno en Costa Rica y dos en los Estados Unidos. Son los “signos de los tiempos” y por eso se originó esta crónica, porque esta es una familia de inmigrantes. De mis abuelos maternos hablaré en una próxima entrega y finalizaré estas crónicas, de manera especial, comentando sobre mi abuelo, a quien no conocí, como un homenaje a su memoria y las circunstancias de su absurda muerte.

 https://ismaelperezvigil.wordpress.com/