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El fantasma del populismo.

Artículos de opinión
Tiempo de lectura: 5 min.

Hago una pausa en las crónicas de los 26 años —mi cruzada particular contra el olvido y la ocultación— para reflexionar sobre un anacronismo. En tiempos de reconstrucción política, conviene detenerse a pensar sobre diversos temas. Esta es, además, una época en la que nadie habla de economía ni de las penurias que atraviesa buena parte de la población; por eso, resulta oportuno ventilar viejas ideas —de allí lo del anacronismo— aunque sea solo como ejercicio retórico.

 Anacrónico “populismo”.

Quiero referirme al “populismo”, que, aunque está de “moda” nuevamente, sigue siendo un anacronismo. El populismo no es, nunca y bajo ninguna circunstancia, justificable. Sin embargo, muchos se limitan a calificarlo o denostarlo sin analizar a fondo el significado de algunas de sus propuestas. Yo tampoco entraré a fondo, pero sí quiero destacar que no todo aquel que habla sobre problemas sociales, pobreza o injusticia es un comunista, un socialista decimonónico ni tampoco un populista o un demagogo, como tan fácilmente se descalifica a quienes se refieren a estos temas.

 En efecto, el populismo es un anacronismo que, como fantasma, recorre nuevamente el mundo. Esta vez no disfrazado del comunismo que recorría Europa a finales del siglo XIX y principios del siglo pasado, como decía Marx (aunque ese fantasma también sigue dando sus carreritas).

 Recorriendo el mundo.

Hoy en día, el populismo vuelve a recorrer países y continentes acompañado de su vieja e inseparable amiga: la demagogia. Llega de la mano de personajes insospechados, algunos bastante más jóvenes que el viejo Marx. Candidatos de variado pelaje y tendencia política −de derecha y de izquierda− lo adoptan en distintos países y culturas. Decía Lech Walesa en una entrevista reciente que estamos presenciando “…un ataque enorme a las democracias, donde populistas y demagogos son elegidos…” (ver entrevista en el siguiente vinculo: https://bit.ly/4nCk1Ma); y hace ya algún tiempo, Michael Ignatieff advirtió sobre quienes usan “…elecciones democráticas para poner fin a la democracia” (ver aquí: https://bit.ly/3TXwts3).

 Populismo e inmigración.

Aunque esto tampoco es nuevo, populistas y no populistas hoy arremeten con especial saña contra la inmigración y los inmigrantes, contra quienes piensan diferente, profesan otra religión, se visten de modo distinto o tienen un color de piel que no coincide con el de los que ostentan y sostienen la cultura dominante. Por eso, es fundamental distinguir cuándo se trata de políticas migratorias y cuándo es simplemente aporofobia: el miedo o rechazo a la pobreza y a la población empobrecida, que asola el mundo y sigue estando lejos de resolverse.

 Algunos de los que practican estas tendencias buscan el favor popular proponiendo −sin más, o sin menos− por ejemplo, que se “reparta” la riqueza del país, o lo que el país produce (que no siempre es riqueza). ¡Pero, cuidado!... Esas propuestas que suenan populistas y demagógicas también las hemos escuchado de expertos economistas y políticos −que no son populistas ni demagogos− que trabajan en áreas populares y han planteado desde hace años cómo superar las miserias y penurias que están a la vista y que será necesario enfrentar de forma contundente cuando cambie el viento.

 Populismo y subsidios.

Esa propuesta ha circulado en distintas versiones: algunos hablan de dinero en efectivo, otros de bonos canjeables por salud, educación o más. Cuando se plantean de buena fe −es decir, no como demagogia, sino como medida inmediata para aliviar los flagelos de la pobreza en espera de soluciones definitivas− se busca que el mecanismo de subsidio llegue directamente al pueblo, sin intermediarios; ya se sabe que los que intermedian en ocasiones se quedan con una tajada.

Pero pensar en subsidios también es otro anacronismo del que tampoco se habla, y sobre el cual conviene reflexionar, aunque sea en frío −como ahora− porque probablemente haya que volver a ellos. Que los subsidios lleguen directamente a quienes los necesitan no es una novedad, lo han dicho y practicado organismos multilaterales como el FMI, el BM, el PNUD, etcétera −anatemas del léxico actual cuando se arremete contra las instituciones−. Esa modalidad también ha sido avalada y recomendada por economistas y políticos respetables, insospechables de demagogia o ligereza.

 Complejidad del tema.

El tema de los subsidios es complejo. Pero la conclusión de los multilaterales que negocian préstamos y ayudas, y en la que coinciden los expertos, es que se prefieren los mecanismos de entrega directa a la población -aunque sean más difíciles de administrar− antes que hacerlo a través de intermediarios. Por ejemplo: si se va a repartir leche o comida, que se dé a escolares en las escuelas, y no a los productores; si es transporte estudiantil, que se dé dinero a los muchachos directamente, no a los transportistas; si son becas, que se entreguen a las madres mediante la banca, aunque haya largas filas, y no a las instituciones educativas −así, de paso, se incrementa la matrícula escolar y se reduce la deserción−. En fin, se trata de asegurar que el subsidio llegue directamente a quien lo necesita, y no a quien presta el servicio o produce el bien, pues dándolo a quien presta el servicio o produce el bien, no siempre llega a quien realmente lo requiere.

 

Descarga de las críticas.

Quienes critican los subsidios directos —que en muchos casos son los que antes los “administraban”— esgrimen argumentos que rozan el moralismo: que si se entrega dinero para transporte, los jóvenes lo gastan en licor o drogas; que las madres compran otras cosas o van a la peluquería, y así sucesivamente. Por esa vía, claro, “habría que educar al pueblo primero”, dicen los administradores de subsidios, lo cual tomaría años. Y mientras tanto, agregan: “déjame a mí el subsidio, que yo sí sé cómo usarlo”. La respuesta a eso es clara y contundente: lo que haga cada quien con el subsidio que recibe es problema suyo. Si lo gastan en licor o drogas, irán caminando a sus casas o centros educativos; si las madres lo destinan a otros fines, tendrán que buscar otros recursos para lo que los “administradores” opinan que debería usarse. Después de todo, quienes lo reciben han demostrado que lo necesitan y, probablemente, son pobres, pero no tontos.

Conclusión.

En síntesis, como ya dije, el populismo no es nunca justificable. Pero tampoco hay que calificar tan ligeramente esas propuestas de “reparto directo” de dinero o bienes; sería prudente pensarlas a fondo y sin concepciones preconcebidas. En cualquier caso, es necesario volver a hablar del tema sin prejuicios, aunque sea algo anacrónico, porque enfrentar la pobreza, la falta de servicios y educación va a consumir buena parte de nuestras energías y recursos cuando cambie el viento.

 https://ismaelperezvigil.wordpress.com/