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Ismael Pérez Vigil

Rómulo Resiste

Ismael Pérez Vigil

Hablemos de cine. Pero, no se trata de una pausa en la política, todo lo contario, pues me voy a referir al último filme de Carlos Oteyza: Rómulo Resiste, que nos lleva al centro mismo de la política y que se estrenará el 11 de octubre, en función a beneficio de Fe y Alegría.

Se trata de un largometraje documental, obviamente sobre Rómulo Betancourt, cuyo aniversario de 40 años de fallecimiento se conmemoro hace pocos días, el 28 de septiembre. No teman a que les vaya a arruinar la expectativa, contando algo sobre la película, pues no he tenido el privilegio de verla. Lo que sí he tenido es el privilegio de entrevistar a su realizador y director, Carlos Oteyza, para el programa radial de Venezolanos Siempre.

Las preguntas que le formulé a Oteyza, son las mismas que les narro en este escrito, pero tampoco diré nada acerca de sus interesantes respuestas, para que escuchen el programa, que se transmitirá el próximo martes por www.radiocomunidad.com a las 12 del mediodía y a las 12 de la noche; después también lo podrán escuchar, en cualquier momento, en la página: https://venezolanossiempre.org/.

Según la promoción de la película, esta se centra en el llamado segundo gobierno de Rómulo Betancourt −el primero fue entre 1945 y 1947−; el gobierno entre 1959 y 1964 es probablemente uno de los más interesantes e importantes periodos políticos de la historia republicana de Venezuela; y me atrevería a decir que lo es también de la historia democrática de América Latina.

Se que es una osadía escribir sobre una película que no he visto, pero de la conversación con su director pude deducir que la película no se adentra en la biografía de Betancourt; en sus inicios en la política con la llamada “Generación del 28”, ni a sus años de exilio y periodo de formación política. Apenas menciona su participación en el golpe de estado contra Medina Angarita del 18 octubre de 1945 y su participación como Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, que asumió el poder tras ese golpe de estado y que se conoce como el Trienio Adeco, 1945 a 1948, en la historia política de Venezuela.

De todo ese periodo solo destaca su papel en la formación del Pacto de Punto Fijo, que fue el gran frente democrático que se consolidó tras la caída de la dictadura perezjimenista, que enorme falta nos está haciendo para enfrentar la actual.

Con todos esos antecedentes de vida y actividad política, la película, como dije, se centra entonces en el periodo de gobierno que discurre entre 1959 y 1964. Y al entrevistar a Carlos Oteyza tuvimos que confesarle que nos maravillábamos acerca de cómo había hecho para reunir en un filme de unas dos horas, toda la riqueza política y de acontecimientos que se sucedieron en el país en esos cinco años.

Ya he mencionado el Pacto de Punto Fijo, que fue la base del gobierno de coalición presidido por Betancourt, integrado por AD, Copei y URD, este último, hasta 1962; también hay que mencionar como evento político de ese periodo la aprobación y promulgación, por el Congreso Nacional instalado en 1959, de la Constitución de 1961, que es la constitución que más ha durado en Venezuela de todas las que hemos tenido desde la primera, aprobada en 1811. Los antecedentes de esa constitución habría que buscarlos en la Asamblea Constituyente de 1945 −presidida por Andrés Eloy Blanco, otro gran líder político venezolano− que promulgó una Constitución en 1947, fundamento, como dije, de la de 1961.

En el periodo reseñado en la película, una de las dificultades políticas que enfrentó a Betancourt con sus socios del Pacto de Punto Fijo fue la salida de URD del gobierno en 1962; que se produjo como consecuencia de las diferencias por la posición en materia de política exterior de URD con el gobierno de Betancourt, especialmente por la llamada Doctrina Betancourt y la posición de expulsión de Cuba de la OEA. La llamada Doctrina Betancourt, guio la política exterior de Venezuela durante muchos años y llevó al gobierno de Betancourt a romper relaciones con gobiernos dictatoriales, no surgidos de elecciones libres o que no respetaban la vía democrática, entre ellos: España, Cuba, Republica Dominicana, Argentina, Perú, Ecuador, Guatemala, Honduras y Haití.

Pero esas no fueron las únicas dificultades políticas que tuvo Betancourt en esos tumultuosos años. Enfrentó igualmente divisiones en Acción Democrática −la que dio origen al Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR y la del llamado Grupo-ARS, que originó AD-Oposición para las elecciones de 1963 y luego se constituiría en el Partido Revolucionario de Integración Nacional, PRIN−; igualmente enfrentó la ilegalización del MIR y del Partido Comunista, por su vinculación con las llamadas Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, FALN, que condujeron la lucha armada y la sublevación guerrillera en su contra durante varios años. De igual manera, confrontó tres intentos de golpe de estado −El Carupanazo, El Porteñazo y el Barcelonazo− y un intento de magnicidio, planificado, según las denuncias, por uno de sus enemigos políticos caribeños, el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo.

Pero no solo fueron sinsabores políticos los que le tocaron durante su gobierno, pues también recibió la primera visita a Venezuela de un presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, quien, con su esposa, visitó el país a mediados de diciembre de 1961, firmó con Betancourt un acuerdo en el marco de la denominada Alianza para el Progreso y lo acompañó en actos políticos, como la entrega de créditos del Banco Interamericano de Desarrollo a campesinos venezolanos, en el proceso de Reforma Agraria iniciada por el gobierno.

En materia económica son muchos las cosas y los logros que se pueden mencionar en este periodo de gobierno de Rómulo Betancourt. Ya he dicho lo del inicio de la Reforma Agraria; otro de los hechos significativos fue la participación de Venezuela en la fundación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, OPEP; a lo que hay que agregar el impulso a la política de sustitución de importaciones, la creación de la Corporación Venezolana de Guayana, CVG, la creación de la Corporación Venezolana del Petróleo, CVP, el inicio de la construcción de la Represa del Guri, la conclusión del Puente Rafael Urdaneta, sobre el Lago de Maracaibo y el inicio de la construcción del primer puente sobre el Orinoco. Además, durante su gobierno se construyeron más de 4 mil 500 Km de carreteras, se construyeron también más de 3 mil escuelas y más 200 liceos, por todo el país, que duplicaron la matrícula escolar al pasar de 800 mil a más de 1 millón 600 mil estudiantes. Al finalizar su periodo había en Venezuela más población escolar que los votos que saco Betancourt en su elección en 1958 (1.284.092, el 49% del registro electoral).

Y a pesar de que tuvo que enfrentar decisiones económicas complicadas y duras, como establecer un control de cambios, devaluar el bolívar y enfrentar una disminución del 10% de los sueldos a los empleados públicos, el crecimiento de la economía se situó entre el 4 y el 5% durante su periodo de gobierno.

Muchas de estas cosas estarán presentes en la película: Rómulo Resiste, otras apenas se mencionarán, precisamente esa fue una de las preguntas que hicimos a Carlos Oteyza, ¿Cuál fue su criterio para desechar algunos hechos e incluir otros?; pero, dejo a todos la incógnita y la tarea de descubrirla viendo la película y escuchando la entrevista a Carlos Oteyza el próximo martes, 5 de octubre, en el programa radial de Venezolanos Siempre, ya mencionado.

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Listas y Neolenguas

Ismael Pérez Vigil

En los regímenes como el que padecemos, permítanme obviar las definiciones complicadas, no es fácil determinar qué cosas son peores que otras −es decir, todo es peor−; pero, sin duda, una de las peores cosas es su afán por cambiar lo que somos. No solo nuestras instituciones, nuestros símbolos y nuestra democracia, sino ese intento descarado de transformar nuestra historia, nuestra cultura y nuestro “habla”.

Es un vasto tema, el que podemos definir como “cultural”, pero lo acotaré, refiriéndome solo al tema del lenguaje −más precisamente la “neolengua” del régimen− y esa manía de clasificar y encasillarnos a todos.

El término “neolengua”, lo tomamos en el sentido en que lo hacía Orwell en su novela: “1984”; lo que él llamaba el “viejo lenguaje” (Oldspeak) y lo transformaba por uno nuevo, mucho más simplificado, con la finalidad de dominar el pensamiento de los habitantes, de la población, de los hombres del partido, para hacerlos pensar de una manera determinada. Vaciaba de contenido algunos conceptos −por ejemplo, libertad y otros− y les daba el contenido que el sistema quería. Eso es ni más ni menos lo que empezó a hacer Hugo Chávez desde su campaña electoral y desde luego lo intensificó cuando fue presidente y dirigía aquellos largos programas dominicales y pronunciaba en cadena de medios aquellos largos discursos, en donde contaba sus anécdotas, escatológicas, absurdas, inventaba términos, insultaba, reinterpretaba la historia, denigrando de unos próceres y ensalzando a otros, como a Zamora, por ejemplo, figura de por sí polémica y no muy bien considerado por muchos cronistas e historiadores.

De ahí viene también todo ese lenguaje, esa neolengua, del desdoblamiento innecesario de “venezolanos y venezolanas, “ciudadanos y ciudadanas”, etc. que plaga −nunca esta palabra pudo ser mejor empleada− nuestra Constitución, leyes, documentos oficiales, discursos y hasta los malos chistes de los dirigentes del gobierno. Ese lenguaje ha ido pasando a la población y hoy muchos opositores lo imitan y lo utilizan con la misma carga de veneno y odio que Hugo Chávez le imprimió. Por ejemplo, ese reemplazar la lucha política por “guerra”, el rival político, el contendor político, por el “enemigo” al que hay que acabar, aniquilar.

Todas esas expresiones como: guerra, enemigo, milicia, unidades de combate, batalla, rodilla en tierra, guerra de tercera generación, guerra híbrida, etc.; algunos las han ido adoptando, sin darse cuenta o conscientemente, y utilizan esa neolengua, esa jerga militarista, para el análisis político, para el análisis de la realidad, sin percatarse que resultan en una simplificación del lenguaje y una sobre simplificación de la realidad que se pretende analizar.

Y así está también esa manía de “clasificar” en bueno, regular y malo, teniendo por bueno, por supuesto, lo que está de acuerdo con lo que yo pienso y la estrategia que yo defino; regular, aquellas ideas “imperfectas” y “equivocadas”, solo medianamente toleradas por ser conceptos ingenuos; y malo, por supuesto, las que se contraponen a las mías.

Esa manía no es nueva, hay que decirlo, se remonta a la “prehistoria” del chavismo, cuando teníamos aquellos frondosos y enjundiosos comunicados firmados por intelectuales, periodistas, políticos, artistas, etc. para llamar la atención sobre un determinado tema o para fijar posición pública sobre determinados acontecimientos que afectaban al país. Eso derivó, en épocas más cercanas al surgimiento del “chavismo”, en aquellos “notables”, para algunos de ingrata recordación, que asocian con el origen del desmadre que nos condujo a esta ignominia; pero eso es otra historia.

A esa manía de “clasificación” obviamente le sigue la elaboración de “listas”, que han alcanzado su perfección en este régimen, siendo la más famosa aquella llamada “Lista de Tascón”, que deriva su nombre de un diputado homónimo, elaborada con el listado de los que firmamos solicitando un referendo revocatorio a Hugo Chávez en 2002 y 2003, que vino a realizarse, como todos sabemos, en 2004, después de todos los intentos por suprimirlo, por parte del impugnado. Esa “Lista de Tascón” fue utilizada por tres o cuatro años por el régimen, hasta que el propio Hugo Chávez tuvo que intervenir, sin mucho ánimo, por cierto, para que fuera eliminada, después de que empezó a utilizarse para tomar todo tipo de decisiones en la administración pública, en la industria petrolera, en las empresas del Estado y hasta en las empresas privadas que contrataban con el Estado. El régimen perfeccionó esa lista original y la convirtió en “listas”: de los que reciben dólares preferenciales, contratos del Estado sin licitación, los que reciben cajas CLAP, “bonos” de cualquier tipo, votantes a los que hay que acarrear para votar, listas para “echar” gasolina o diésel, y un sinfín más, de todo tipo de cosas, pues en esta materia la imaginación de los capitostes del régimen es muy prolífica.

Como no podía faltar, de nuestro lado de la acera, también tenemos “listas”, empíricas, de opositores: la lista de los buenos, la de los regulares y la de los malos. En la de los “buenos” están todos los que piensan exactamente igual que él que elabora, o los que elaboran, las “listas”. A los “regulares” se los señala, eventualmente humilla y presiona, para que rectifiquen, renieguen de sus ideas y se pasen a la lista de los “buenos”; de no hacerlo y persistir en sus defectos e imperfecciones, serán considerados como parte de los “malos”. En la de los “malos”, por supuesto, están esos que hay que “derrotar”, exterminar sin apelación, con los que no se dialoga, ni negocia, pues son hampones, narcotraficantes y malvados.

Pero las clasificaciones tienen un problema, sobre todo cuando se sobre simplifica la realidad o cuando de pronto las conductas o lo que hace la gente no se ajusta al concepto que se define como bueno, regular o malo. Y las “listas”, en consecuencia, tienen también su dificultad; siendo la primera la de los nombres que aparecen allí, que suelen ser −como todas ellas− imperfectas e incompletas y en algunos casos, pocos en verdad, sin haber estado de acuerdo con que su nombre apareciera allí, en esa “lista”; pero, obviamente, la dificultad más importante son los que no aparecen en ninguna. ¿Qué pasa con los que no aparecen? ¿Forman un grupo aparte? ¿Se les excluye del juego? ¿Se les rechaza?, esos detalles no entran en la mentalidad de los clasificadores y los neo lingüistas.

Y así llegamos a otro punto medular. ¿Quién o quiénes deciden quiénes son los buenos, quiénes los regulares y quiénes los malos? ¿Quiénes elaboran las “listas”? ¿Quiénes son los sacrosantos jueces, esos soberbios semidioses, savonarolas de nuevo cuño, que definen qué es “bueno”, qué es “regular” y qué es “malo” y en consecuencia: quiénes son los buenos, quiénes los regulares y quiénes los malos? Lo dejo hasta aquí, pues abundar más sería caer en la tentación de dar nombres, de hacer “listas”, que no es el caso.

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¿Qué Saab’e el Pollo?

Ismael Pérez Vigil

Me sorprende −no sé cómo llamarlo− el nivel de ingenuidad, credulidad y en algunos casos, oportunismo político, cuando leo comentarios y mensajes acerca de la noticia de que el régimen estaría solicitando la incorporación de Alex Saab a la mesa de negociación en México. Creo que vale la pena poner todos estos temas −el preso de Cabo Verde, el prófugo de Madrid y las negociaciones de México− en perspectiva. Vayamos por partes, de lo más simple e inmediato a los más complejo y escabroso.

Primero, con este señor retenido en cárcel de lujo en Cabo Verde, mientras se decide su extradición a los EEUU, sus abogados han utilizado todo tipo de trucos y de subterfugios legales para retrasar lo que luce inevitable; pero, ¿De verdad alguien puede creer que este señor tiene la más mínima posibilidad de ser incorporado a la mesa de negociación en México? ¿Qué el tribunal de Cabo Verde, que le ha dado largas y que tiene al gobierno de los EEUU respirándole en la nuca y mirando por sobre el hombro de los magistrados, va a ordenar que monten a este señor en un avión y lo envíen a México? El primero que rechazaría semejante barbaridad es él mismo preso de Cabo Verde, que no estaría dispuesto a salir de su cómodo resort y ser capturado de manera aparatosa en cualquier aeropuerto.

Segundo, con respecto al Sr. Pollo; podemos dar por seguro que va a ocurrir, si no algo igual, algo muy parecido a lo que pasó con el preso de Cabo Verde. Van a tratar de alargar el proceso, retrasarlo, darle largas, el señor va a amenazar con “descubrir” cualquier cosa, con denunciar a medio mundo --como ya lo está haciendo-- con revelar lo que sabe, etc. El Sr. Pollo y sus abogados, emplearán todo tipo de argucias y artimañas para retrasar algo que lo afecta, sobre todo personalmente, y hemos de suponer que cuenta con los medios económicos para ello.

Tercero, si extraditan finalmente a ambos a los EEUU, ¿Que creen Uds. que va a pasar? Yo voy a disentir de muchos colegas, periodistas y analistas, pero: ¿Ustedes creen que estos señores pueden tener alguna información útil, de procesos que ya se deben haber desmantelado hace tiempo? ¿O que tienen alguna información que el gobierno norteamericano ya no conozca, de sobra y con suficientes datos y pruebas? ¿Alguien puede pensar que lo que estos señores conozcan −y revelen, si es que lo hacen− va a representar alguna diferencia frente a los casos que ya los EEUU deben tener suficientemente documentados? Más aún ¿Alguien cree que de verdad estos señores van a decir algo diferente a lo que han dicho ya todos los que están por allá −el señor aquel de la maleta con los dólares para Argentina, el tuerto de los caballos y granjas; el “petrolero” escondido en la Ciudad Eterna; la fiscal prófuga por el país vecino; y varios más que ya están exilados o en cárceles de los EEUU y que supuestamente ya cantaron? O sea, ¿Realmente alguien cree que estos señores van a aportar algo diferente o van a decir algo que de verdad ponga al régimen venezolano en “peligro”, o tan siquiera en un “aprieto” mayor que el que ya tiene y que por lo visto no le afecta mucho? Dejo como reflexión esas preguntas.

Cuarto, es evidente que el régimen venezolano tiene que demostrar que protege a los suyos; a todos los testaferros que todavía tiene por el mundo y a todos los que hacen “negocios” con ellos. No les puede enviar el mensaje de que los va a dejar desamparados ante cualquier “dificultad”; por el contrario, les tiene que decir −y demostrar con hechos− que los van a defender, hasta la última instancia que puedan. Y ese es el mensaje que está enviando con todas esas movidas que le estamos viendo y que confunden a algunos.

Quinto, si bien el mensaje es para su propia gente, para evitar desbandadas inconvenientes, hacia nosotros −viniendo de quien viene, especialista en manipulación y provocación− el mensaje es para irritarnos, para desbalancearnos, para que nos peleemos entre nosotros, dados como somos de crédulos de todo lo que ellos dicen, sobre todo de lo que puede afectar o desacreditar a la oposición democrática, al G4 o al gobierno interino, porque saben bien que esas estupideces sacan a algunos de sus casillas, los desmoralizan y a otros les dan una excusa para golpear más a la Plataforma Unitaria, para debilitar nuestra posición negociadora y estimular e inducir más la abstención, cómo si eso hiciera falta. También sirve de pretexto para que unos supuestos “radicales”, de esos que nunca van a la raíz, sino que siempre se quedan en la superficie de la difamación, aprovechen para denigrar de la oposición democrática, del G4, del gobierno interino, de los partidos y líderes que han logrado sobrevivir.

Sexto, ¿Y la negociación?, se preguntarán algunos. A medida que transcurren las semanas, desde el inicio del proceso de negociación en México y dados los precedentes conocidos, está cada vez más claro que un interés del gobierno de Nicolas Maduro siempre fue ganar “respetabilidad”, “reconocimiento” o “legitimidad” ante la comunidad internacional y, por supuesto, lograr que le quitaran algunas o todas las sanciones internacionales, aun cuando, en mi opinión, ya ha aprendido a manejarse con ellas. Sin las sanciones y algo más de recursos, no cabe duda, que el régimen pudiera continuar el populismo hacía sus seguidores a nivel popular −y que algo “percole”, al resto de la población− y puede, sobre todo, continuar con el “Festín de Baltasar”, con sus socios internacionales e internos; porque con sus “enemigos”, que somos todos los venezolanos que nos le oponemos, con la represión y el control policial y militar es más que suficiente. Una vez que ocurra algo de eso −mayor reconocimiento, levantamiento de sanciones− o que no ocurra, como pareciera que va a ser la situación, el régimen pateará la mesa y se levantará de ella sin contemplaciones, que pareciera ser el escenario que está preparando a toda velocidad, toda vez que ha entendido que no se eliminaran las sanciones y que la “legitimidad” internacional no es un objetivo tan apremiante. Para levantarse de la mesa se servirá de cualquier excusa, el preso de lujo de Cabo Verde, el prófugo de Madrid, o lo que sea.

Séptimo, y sí esto ocurre, ¿Para nosotros, entonces, qué significado tuvieron la negociación en México y el 21N?, pues para nosotros, si no se logran los objetivos planteados en la negociación y en el Memorándum de Entendimiento, esta negociación, lo que quiera que dure, habrá servido para ganar tiempo −que somos quienes realmente lo necesitamos−, para unificar y solidificar más nuestras estrategias, para calibrar mejor nuestros partidos y líderes, para mantener el apoyo internacional, y −junto con la participación electoral del 21N− para ganar en organización y disminuir el caos interno que nos carcome. Si esto es así, todo lo ocurrido habrá sido ganancia, siempre y cuando se cumpla una condición fundamental: que no nos montemos falsas expectativas, que siempre es el error que cometemos.

Cada vez es más claro que el fin de este régimen de oprobio depende de la fuerza de tenaza, de la presión interna e internacional, que logre romper el caparazón de la logia en el poder, de ese bloque hegemónico sostenido por la fuerza militar, que es lo único −y no es poca cosa− que mantiene al régimen. Para ello nos toca fortalecer la presión interna, tarea con la que estamos en deuda. Resistir y sobrevivir es importante, pero no es suficiente.

Por lo pronto, de verdad me sorprende el nivel de ingenuidad de algunos análisis viniendo de personas −periodistas algunos− que uno pudiera suponer que están algo mejor informados. Seamos serios, la gravedad de lo que vivimos en el país lo amerita.

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Los Obstáculos.

Ismael Pérez Vigil

Al decidir la oposición mayoritaria participar en las elecciones regionales y locales del 21 de noviembre (21N), el problema pasa a ser cómo derrotar a los candidatos del régimen; pero, este no es el único problema que tiene la oposición democrática; otros obstáculos se presentan, nada fáciles y sin ninguna garantía de que se puedan evitar satisfactoriamente: la abstención y los problemas internos.

¿Posible triunfo?

Por algunos indicios podemos pensar que derrotar al régimen y sus candidatos es posible. El primer indicio de que esto es posible, es la actitud del propio gobierno y sus esfuerzos por incrementar la abstención. Paradójicamente, el régimen se presenta “celebrando” la decisión de la oposición democrática de participar, porque sabe bien que cualquier alabanza o celebración suya al respecto produce el efecto contrario: hace que la gente se cierre más y rechace la convocatoria. De allí las intervenciones del propio Nicolás Maduro “festejando” que la oposición democrática participe.

El segundo indicio, naturalmente, lo proporcionan las encuestas, si las damos como válidas, pues muestran un elevado nivel de rechazo al régimen actual, dada la intensificación, por la pandemia, de la aguda crisis económica y social que asola a la población del país. En algún momento el pueblo decidirá “pasar factura”, bien sea absteniéndose de votar o dejando de votar por el que considera el culpable de esto, o bien votando por la opción contraria

El tercer indicio es el hecho objetivo que en elecciones regionales y locales no está en juego el núcleo del poder, por lo que el régimen no se empleará a fondo en ganarlas, además que sus conflictos internos han salido a flote en su proceso de primarias y porque no cuenta con los recursos económicos para hacer sus campañas demagógicas, de compra de conciencias y votos.

La abstención, estrategia del régimen, al final podría jugar en su contra, pues, como veremos más adelante, al reducirse la abstención en un pequeño porcentaje se incrementa el número de gobernadores y alcaldes que puede obtener la oposición, sobre todo si contamos con que, en elecciones regionales y locales, una pequeña cantidad de votos puede hacer la diferencia.

Vistos los resultados obtenidos en las dos últimas elecciones de gobernadores −2012 y 2017− y la falta de participación en los procesos de 2018 y 2020, cualquier resultado que se obtenga, será ganancia; siempre y cuando en esta elección no vayamos en la actitud triunfalista, que suele nublar y entorpecer el análisis objetivo. En el lado positivo, debemos anotar que pareciera que está vez esté no será el caso, lo cual es una ventaja, pues nos permite concentrarnos en el objetivo fundamental, que es retornar la vía de la participación electoral y romper con el inmovilismo paralizante de los últimos años.

Pero además, tras lo ocurrido recientemente en el escenario internacional, alcanzar mayores niveles de participación y organización popular es importante, pues ya estamos viendo que no hay ninguna nación democrática que esté dispuesta a salir en rescate −sobre todo por la fuerza− y resolver las “inequidades”, las diferencias, de otra nación o sociedad, ni siquiera en nombre de la democracia o en preservación y protección de los derechos humanos; cada país, internamente, tiene que resolver su situación y solo así podrá contar con cierto apoyo y respaldo externo.

Pero, acercarse a ese “triunfo” supone superar los obstáculos ya mencionados: la abstención y los problemas internos de la oposición

La Abstención.

Continuar discutiendo las ventajas o desventajas de participar o abstenerse no tiene ya sentido, pues la decisión de participar está tomada; el problema ahora es como remontar la abstención, que se ha instalado como una endemia en el 35% desde 1998; un peso muerto y ni siquiera podemos decir que quien se abstiene lo hace conscientemente; simplemente para ese grupo lo político, lo electoral, no existe; no es que no le afecte, que lo hace y mucho, simplemente no está en su “radar” de vida. A esa cifra hay que agregar un porcentaje variable, que puede pasar del 15%, de los que se abstienen por razones “políticas”, aunque no hagan nada más por manifestar su insatisfacción.

Es una de las barreras a vencer, pues cada vez que la abstención ha bajado de ese 35%, la oposición obtiene triunfos importantes; para citar un solo ejemplo, la abstención en las elecciones parlamentarias de 2015, bajo al 26% y ya conocemos los resultados.

Otro problema es que las elecciones de gobernadores tienen los niveles más bajos de participación; el promedio de abstención en este tipo de elección es del 43% desde el año 1989 y aun cuando no ha sido el más bajo, el último, el de 2017, fue del 42%. Si analizamos las cifras de estos procesos −ver el cuadro incluido− desde que se instauró este régimen, vemos como cada vez que ha bajado la abstención recuperamos gobernaciones; en 2008, que bajo al 34%, obtuvimos 5 gobernaciones: Carabobo, Miranda, Nueva Esparta, Táchira y Zulia y pudimos haber ganado otras cuatro –Bolívar, Cojedes, Falcón y Mérida– de no ser por los elevados porcentajes de abstención en esos estados. En 2017, que la abstención bajo cinco puntos con relación a 2012, obtuvimos en las urnas 6 gobernaciones, una nos fue arrebatada −Bolívar− y en la otra −Zulia−, no se juramentó el candidato elegido.

Siempre ocurre que los eventos políticos recientes −derrotas presidenciales o de referendos− impactan muy negativamente el ánimo de los electores; a los factores anteriores se suma el hecho que en los dos procesos electorales recientes −presidencial 2018 y parlamentarias 2020− la oposición llamó a la abstención. Y hay otros dos factores que tampoco debemos subestimar, uno es la estimulación de la abstención y la desacreditación del voto, por parte del régimen y el otro, la merma de votos producto de la llamada “diáspora” y la sub inscripción en el Registro Electoral (RE).

Según los últimos datos del CNE, el RE para el proceso del 21N es de 21.159.846 votantes, que incluye 229.859 extranjeros con derecho a voto en comicios locales y regionales, por tener más de diez años de residencia en el país; si redondeamos esa cifra a 21 millones −para efectos prácticos de cálculo y análisis− de los 21 millones un 35%, como ya dijimos, es un peso muerto, que no participa, por apatía e indiferencia; unos 2.5 millones, de los 6 millones de venezolanos que están en el exterior, no votaran el 21N; se calcula en 10% la subestimación del RE, es decir, unos 2 millones más; a eso hay que restar 20%, entre los que votan por el régimen y los que votan por su “oposición oficialista”, por llamarla de alguna manera; por lo tanto, a la oposición democrática le quedan “limpios” menos de 7.4 millones de votos, que hay que recuperarlos todos −evitando que se vayan a la abstención− y recabar o “rescatar” lo más que se pueda entre los abstencionistas endémicos y votantes que lo hicieron por el régimen y por la “oposición oficialista”. No es tarea fácil, pero no imposible, sobre todo considerando que en 2017 en muchas de las gobernaciones se perdieron por estrecho margen de diferencia con los ganadores del régimen y en estado con alto porcentaje de abstención.

Los problemas internos.

Por tales problemas no me referiré a las diferencias con los llamados radicales, en cuanto a la discusión sobre si negociar o no hacerlo, sí participar o abstenerse, pues creo que quienes rechazan las opciones de negociar y participar son grupos que, aunque ruidosos y activos en redes sociales, son poco numerosos y quienes se encierran en posiciones abstencionistas terminan languideciendo y desapareciendo, pues −con muy contadas excepciones− nunca logran concretar una opción alternativa. Me referiré a otros tres temas, mas importantes.

Primero, constatemos que buena parte de la indiferencia por la política y el rechazo por parte de la población obedece al sentimiento −presente también en muchas partes del mundo− que el sistema democrático no ha respondido cabalmente a las necesidades de gran parte de la población; nuestros partidos democráticos no escapan a ese sentimiento y a la falta de una renovación profunda en sus estructuras y liderazgo que permitan enfrentar esa situación. Adicionalmente, por circunstancias bien conocidas desde hace 22 años, nos encontramos con partidos políticos acosados, perseguidos, diezmados, sin recursos y hoy con buena parte de sus líderes en el exilio, en semi clandestinidad, que les ha dificultado mejorar su credibilidad por parte de la población y la formación ideológica y política de sus militantes y dirigentes.

Adicionalmente, creo que hay tres factores muy importantes, comunes a todos los partidos en muchas partes del mundo, que afectan su desempeño y el de sus lideres; uno es que no han sabido explicar que, además de su naturaleza política como partido, que es disputar el poder, también necesitan resolver sus necesidades económicas, reales, legitimas, que pueden limitar y comprometer su actuación pública y que los llevan a participar en procesos electorales por cargos, en los que pueden tener acceso a recursos. Dos, la falla en separar los intereses personales, de los del partido, del gobierno y de la gestión pública, que una vez en el poder y cuando les toca ejercer esa gestión pública, puede ensombrecer su accionar.

El tercer factor u obstáculo que afecta al interior de la oposición, particularmente en Venezuela, se refiere al personalismo y a la falta de compromiso con el valor de la unidad. Me explico. Lo de contar con candidaturas unitarias, apoyadas por todos, es un desiderátum, es lo ideal; pero, eso realmente no ocurre o no ha ocurrido, porque en realidad lo de la “unidad” parece no ser un principio que tenga el mismo valor para todos nuestros políticos, dirigentes e incluso lideres de la sociedad civil. Es algo así como un principio secundario o “retórico”, que cuando conviene se utiliza, pero que fácilmente se deja de lado, supeditado a intereses grupales o personales. Creo que nunca ha habido un compromiso real en nuestro estamento político con eso de la unidad y es algo fácil de comprobar que cuando hay candidatos que se deciden por elecciones primarias, por consenso o por encuestas, los perdedores, cuando no rechazan los resultados bajo cualquier pretexto y los aceptan, hacen “mutis por el foro”, jamás se suman realmente a la campaña del candidato ganador; permanecen “por allí”, en lo que algunos denominan “la reserva”, agazapados esperando su nueva oportunidad.

En resumen, la abstención, los intereses particulares, el personalismo, la falta de un debate abierto, el no hablarnos directamente sino a través de prensa, TV y ahora por redes sociales y la falta de firmeza en ciertos valores y puntos que no deberían estar sujetos a cambios, son factores que nos hacen tanto daño, como los candidatos del régimen y son igualmente difíciles de derrotar; pero esa es la tarea.

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¿Y Ud., que va a hacer?

Ismael Pérez Vigil

La oposición democrática, mayoritaria, o la que representa la mayor suma de “grupúsculos”, como a algunas personas les gusta denominarla, finalmente se pronunció con relación a la participación en las elecciones regionales previstas para el 21 de noviembre. Desde luego este pronunciamiento merece un análisis, algunos comentarios y reflexiones.

En la filosofía, simple para algunos, profunda para otros, del “vaso de agua”, lo importante es determinar la cantidad de agua que tiene el vaso y por qué; el tema de cómo se comunica la información hallada, es otra cosa; algunos dirán que el vaso está medio vacío, otros diremos que nos parece que está medio lleno.

El Pronunciamiento Unitario.

Bajo ese supuesto, lo primero que quiero destacar y dejar asentado es que celebro y apoyo esta decisión de la Plataforma Unitaria. Es la decisión correcta. Y muchas veces he escrito sobre el tema, argumentando positivamente y apostando por ella. Se abre nuevamente un camino, que solo bajo determinadas y muy particulares circunstancias, que las hemos tenido, se debe abandonar. Argumentos a favor son variados, complejos y los hemos esgrimido muchas veces, solo repetiremos y destacaremos que es una importante oportunidad de recorrer el país, de movilizar gente de manera algo más segura que lo habitual, de contactar cara a cara a ese venezolano castigado duramente por este régimen de oprobio, para decirle que hay una esperanza y una alternativa.

No solo la decisión de participar en la vía electoral es importante, más importante aún es resaltar que fue una decisión unitaria; unidad como valor a preservar, pues una dictadura no se combate con una oposición fraccionada y dividida y esta decisión nos coloca en el camino de reforzar esa unidad. Hay que destacar también que de las 40 organizaciones políticas que el 21 de abril firmaron el manifiesto “Unión por el Futuro, la Democracia y el Bienestar de Nuestra Nación” −en concordancia con el firmado el 7 de abril por 10 partidos políticos para reconfigurar “la alianza unitaria y construcción de una coalición más amplia” −, solamente dos, Encuentro Ciudadano y Causa Radical, se han manifestado contrarios a la participación electoral el 21 de noviembre. Lo que representa sin duda una lección de unidad.

Sin embargo, este entusiasmo se debe matizar, pues es inocultable y de lamentar que la demora innecesaria en adoptar la decisión, contribuyó a sembrar desesperanzas, dudas y ansiedad. De haberla adoptado dos o tres meses antes, que perfectamente se pudo hacer −y todos lo sabemos− aunque las reacciones contrarias hubieran sido las mismas, al menos, ya tendríamos adelantado terreno para su asimilación. En política las decisiones tardías, no son sinónimo de mayor reflexión, de mayor consulta, sino de falta de decisión y carácter, lo cual no habla bien de los lideres.

Toca ahora recuperar el tiempo perdido, pues la falta de una rápida decisión sobre la participación electoral, ha permitido, al menos, dos cosas: una, que en el común de la población opositora se incremente el número de “indecisos” y escépticos acerca del valor del voto y los procesos electorales y se abracen a la idea de no participar, justificándola en la supuesta falta de interés y responsabilidad de la dirigencia opositora, al no encarar rápidamente el tema. Y dos, que eso ha permitido que los muy variados enemigos del voto y los procesos electorales mencionados, tanto en el régimen, como en algunos de sus críticos, afinen sus argumentos y abonen el terreno de la no participación.

La Estrategia del Régimen.

Ese retraso favoreció la estrategia del régimen; estrategia bien conocida −por lo que no hace falta hacer una descripción muy exhaustiva− que ha venido desplegándose desde hace meses. Cuando el régimen se ha ido sintiendo seguro de que su estrategia funciona para desalentar el voto opositor y sumarlo a la abstención, se ha permitido “gestos”, como tolerar una “apertura” en el CNE, conservando la mayoría; hacer anuncios de eliminar “protectores” reactivándolos a conveniencia, como hemos visto en estos días en el caso de las inundaciones en Mérida; devolver la tarjeta de la MUD, sabiendo que eso podía ser motivo de discordias, divisiones y disputas. Ahora, tras el anuncio de la participación opositora, el propio Nicolás Maduro, cabeza del régimen, se ha encargado de “alabar” la decisión y a los lideres opositores, pues sabe bien que cualquier alabanza que él hace, que en realidad es una provocación, irrita al común de los opositores y es un descrédito más al proceso electoral, tratando de incrementar la abstención opositora.

Estrategia lamentablemente estimulada, apoyada, por los “viudos de la abstención”, quienes ya antes de tomarse la decisión, en su omnisciencia “sabían” cual sería y comenzaron a criticarla, apareciendo a granel, tomando por asalto las redes sociales y artículos de opinión −su único y natural escenario−, manifestándose en contra, con consabidos calificativos y ofensas. Todos esos críticos tienen el elemento común −el mismo de siempre− de no proponer ninguna alternativa, ni siquiera acerca de cómo organizar a esa gran masa de abstencionistas que esperan y que seguramente ocurrirá.

Insistencia Electoral.

En efecto, a pesar de que, según las encuestas, hay un 80 o 90% del país que quiere un cambio político o una salida del régimen, probablemente la inmensa mayoría no se manifieste participando y votando el 21N. La estrategia del régimen, la participación electoral de la “oposición a la medida”, el apoyo de los denominados “radicales” a la no participación, la tardía decisión de la oposición democrática mayoritaria, la ausencia física de varios millones de votos que se fueron con la llamada “diáspora” o no se han inscrito en el Registro Electoral y la alta abstención e indiferencia que se anticipa, vaticinan un magro resultado para la oposición democrática, probablemente similar a los resultados de la elección de gobernadores y alcaldes de 2017.

Aunque hemos tenido algunas victorias importantes, la electoral no luce, al menos hoy, como la vía que nos sacará de este problema y mucho menos en unas elecciones regionales y locales, donde el núcleo del poder no está en disputa. Por supuesto también sé que, en este momento, estamos en muy precarias condiciones para revertir esta situación. Pero la vía electoral, repetiré, entre otras cosas, es lo que nos ha traído hasta aquí, lo que ha impedido que este régimen de oprobio triunfe definitivamente, que gracias a ella hemos logrado reconocimiento internacional y gracias a todo eso, a pesar de la debilidad y fracturación notoria de nuestra fuerza, hemos logrado que el régimen tenga que aceptar una negociación en México, con una agenda importante para la causa democrática y en presencia de la comunidad internacional. Esos son hechos imposibles de negar. Desde luego, no me pregunten si la negociación actual será exitosa y cuando lograremos triunfar de manera definitiva, porque eso no lo sé.

Conclusión con la Pregunta Inicial.

Pero lo que sé es lo que voy a hacer el 21N: iré a votar por los candidatos que me correspondan en la “tarjeta de la manito”, aunque sé que las probabilidades de que los candidatos opositores ganen son escasas, sobre todo en algunos estados, y aunque ganen, esos candidatos lo van a tener muy difícil para ejercer su cargo, por todas las trampas pre y post electorales que hará el régimen, por todo lo ya dicho, en este artículo y muchos otros, que no viene al caso repetir. Pero no le regalaremos esos votos al régimen, ni desperdiciaremos la oportunidad de manifestarnos una vez más.

Por eso, para cerrar, permítanme tener la pretensión de que este es un medio masivo y que me están leyendo todos los venezolanos y vuelvo entonces al título de este artículo: ¿Y Ud. que va a hacer? ¿Qué ha aprendido de todas las veces que, por una razón u otra, no ha ido a votar? ¿Se va a quedar esperando una solución mágica o que alguien nos venga a rescatar? ¿Se va a volver a quedar en su casa lamentándose del gobierno y la oposición que tenemos? ¿O va a tomar una posición un tanto más pro activa?

Los partidos finalmente tomaron una decisión. Criticable para algunos, tardía, ya lo hemos dicho; pero, ahora, podemos seguir lamentándonos, recriminándonos mutuamente o admitir el error, reconocer que esa demora tiene un costo que tendremos que pagar y empezar a recuperarnos; porque tampoco es un secreto, que gracias a lo que Ud. ha hecho en muchas oportunidades −saliendo a marchar, a protestar, a votar− la oposición venezolana sigue viva y con ella la esperanza del rescate de la democracia y el estado de derecho.

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Cohabitación

Ismael Pérez Vigil

Cada vez que se quiere criticar a la oposición mayoritaria −G4, Gobierno Interino, Gobierno de Guaidó−, a alguna de sus decisiones y en particular ahora al proceso de negociación iniciado en México, entre los calificativos destaca el término: “cohabitación”.

El concepto

Según el diccionario de la RAE el término tiene tres acepciones: 1. Habitar juntamente con otra u otras personas; 2. Hacer vida marital; y 3. Dicho especialmente de partidos políticos, o miembros de ellos: Coexistir en el poder. Cualquiera de las tres describe lo que se quiere decir e insinuar, especialmente la última, pues claramente lo que se quiere decir es que esa oposición: Coexiste en el poder con el régimen y −según algunos dicen− no desde ahora, sino desde siempre: Todo lo que esa “oposición” hace −dicen estos críticos− lo hace en función de esa coexistencia, de esa “vida marital” y es, por tanto, cómplice del régimen en todos los delitos y desafueros que se han cometido desde 1999.

Al calificar así a la oposición, no se busca caracterizarla o clasificarla en alguna de las mencionadas acepciones de la palabra; mucho menos redimirla, lo que se persigue es diferenciarse de ella; pero, por sobre todo, “calificarla”, mejor dicho: descalificarla.

Pero, aunque esta es una práctica de algunas personalidades y grupos muy minoritarios, esta manera de “diferenciarse” cierra puertas al diálogo, la convivencia, el entendimiento. ¿Quién puede querer dialogar, entenderse, con quien “cohabita” y es “cómplice” de un régimen, al que acto seguido se le acusa de delincuente, criminal, tirano, torturador o narcotraficante? Por supuesto él así calificado, tampoco está dispuesto para un diálogo. Aunque siempre es posible el “arrepentimiento” −dirán los críticos−, pero previa humillación y que bajen la cabeza ante quien se considera “puro o pura”, aquí vale usar el masculino y el femenino.

Pero el término, aparte de su propósito de descalificar, humillar, insultar, ser ofensivo, es poco feliz, para describir la situación que se quiere criticar, porque en Venezuela, con un estado y sector público tan poderoso, históricamente hablando, que controla todos los poderes y gran parte de la economía −cada vez más y la que no controla, la destruye− todos cohabitamos con el régimen.

Quiénes cohabitamos

Aparte de los empleados públicos −nacionales, estadales o municipales−, que reciben un salario del estado y claramente dependen de él; o los que contratan con el estado o alguna de sus empresas, sería interminable enumerar todas las actividades en las que interactuamos −o cohabitamos, como les gusta decir a algunos− con el régimen; por lo tanto, solo daré algunos ejemplos de carácter general, para aclarar el punto.

Por ejemplo, todo estamos sometidos al sistema de leyes y justicia del país, desde lo más simple, como respetar una señal de tráfico, hasta lo más complejo como pudiera ser introducir una demanda o apelación ante el TSJ, que es el que administra el “sistema de justicia”; es decir, todos estamos sometidos a un sistema de leyes administrado por este régimen −aunque lo consideremos ilegítimo y el TSJ haya sido designado entre gallos y maitines, por la moribunda Asamblea Nacional del 2010− y quien no se someta, o quien no “cohabite”, es sometido por la fuerza, que además el régimen ha demostrado no tener reparos en utilizar.

Pero no solo quien hace negocios con el estado, o sus empresas, cohabita con él; también lo hacen los que deben obtener una autorización, por ejemplo, una “guía”, para mover mercancías de una parte a otra del país. O los que deben obtener algún tipo de permiso, de lo que sea, para vender mercancías o para exportarlas, o para expender medicinas, e incluso licores. Cohabita también todo aquel que arrienda un inmueble y va a una notaría pública a legalizar o autenticar ese contrato; o quien vende o compra una propiedad −un vehículo, una casa o apartamento, un terreno o una empresa−, y pasa por un registro público a asentar esa operación y, encima, le paga al estado una tasa y un impuesto por hacerla.

Cohabita todo aquel que obtiene −o acepta− un título de educación media, universitaria, de pre o post grado, que es emitido por el Ministerio de Educación o una universidad pública o aunque sea privada, pues igual tiene que “registrarlo”, bien sea para ejercer la profesión o para legalizarlo o “apostillarlo” para usarlo fuera del país.

Cohabitamos todos los venezolanos a quienes una oficina pública de tránsito −controlada por el régimen− nos expide una licencia de conducir; y naturalmente, todos los venezolanos o extranjeros que portamos un documento de identidad, que hoy día emite el SAIME, con el que circulamos por el país o vamos a un banco o a un registro a realizar alguna operación; ni que decir de los que buscamos un pasaporte nuevo o una prórroga del mismo, para viajar al exterior. Cohabitación, además de la de “apostillar” documentos, de la que no se libran ni siquiera los que ya no viven en el país, que además lo hacen en condiciones mucho más precarias y onerosas.

Y termino mis ejemplos con el más álgido, que algunos prefieren olvidar; es el caso de todo aquel que le entregue dinero al estado pagando el IVA y no se declare en “rebeldía” al respecto; o el que paga el impuesto sobre la renta, si aún es contribuyente o le presente una declaración al estado, aun cuando no tenga nada que pagar. O los que pagan derechos y tasas aduanales por importar mercancías o por usar los puertos nacionales. También lo hace el jubilado que recibe una pensión, aun mereciéndola por haber trabajado y ser su esfuerzo y ahorro de toda una vida, pues en este momento se la paga el estado.

En fin, creo que no necesito continuar; me parece que el razonamiento ya está claro, que ya todos me han entendido y no me hace falta abundar, porque la lista de las cosas en las que todos “cohabitamos” con el régimen es interminable; máxime en un país, como el nuestro en el cual muchas y muy variadas actividades están reguladas por el estado −desde siempre, pero exacerbadas con el socialismo del siglo XXI− en las que nos vemos obligados a “cohabitar”. De manera que, aquí, todos “cohabitamos”, con gusto o a regañadientes, incluso esos seres inmaculados y puros, que acusan de cohabitación a los demás.

Hay opciones y no excusas.

Algunos dirán que no queda alternativa, pues el estado está en capacidad de ejercer la fuerza para imponer sus condiciones a quien no lo haga; y ese es justamente el punto que olvidan los que hablan de la “cohabitación” de los demás, como si se tratara de un delito. Pero también olvidan que eso no es inevitable, pues la “cohabitación” finaliza cuando −de acuerdo a los ejemplos que empleé− se deja de pagar impuestos, u obtener y registrar documentos o de obedecer algunas de las leyes del estado y de aceptar el papel del régimen en alguna de las muchas actividades, las que he mencionado y las que no. Cuando así se haga, podremos hablar del fin de la “cohabitación” o de que esas personas, que así actúen, no lo hacen. Pero eso, no está exento de consecuencias.

Por eso cualquier análisis sería incompleto si no se describe o propone alguna vía que permita superar la “cohabitación”; por ejemplo, la desobediencia civil y ciudadana; sin embargo, agregaré que eso es algo que no me corresponde y hay varios y poderosos motivos para no hacerlo. Primero, por una razón obvia de seguridad, pero sobre todo porque no voy pedirle a alguien que se enfrente a un régimen que no tiene escrúpulos en reprimir, como bien lo ha demostrado. No se puede pedir a nadie que tenga un alma noble y grande como Gandhi, que se tejía sus propias telas para no usar las inglesas o que, siendo abogado, se negaba a defenderse en los juicios que se le incoaban e iba a prisión después de decirle al juez que lo condenara y lo enviara a la cárcel, sentencia que él aceptaba únicamente porque obviamente el otro era el que tenía la fuerza, pero a quién él no reconocía su derecho ni su autoridad para aplicarla. Y segundo, porque no quiero facilitar las bravatas de quienes hacen llamados a la “rebelión” desde la seguridad de un teclado; algunos aseguran su disposición de participar en ella, incluso ofreciéndose a regresar al país para incorporarse a esa tarea, cosa que nunca ocurre, pues siempre habrá la excusa de que “yo me incorporo, cuando alguien lo organice… que no seré yo”

No, a nadie se le pide esta entrega y ascetismo gandhiano; o tomar una iniciativa de “rebeldía” como la que han tenido en muchos países los que se declaran en desobediencia civil contra dictaduras y gobiernos tiranos. Todos sabemos que hay sobradas formas de hacerlo; desde los casos recientes en países exsocialistas, o recordar lo que hicieron, por ejemplo, en muchos países en los años cuarenta, cincuenta y hasta sesenta, del siglo pasado, cuando obtuvieron la independencia de quienes los colonizaron durante siglos. Como parte de esa lucha por acabar con regímenes coloniales crearon “un estado dentro del estado” y la población se rebelaba contra el gobierno colonial y se sometía a las leyes, al sistema de justicia, al sistema escolar e incluso se casaban civil y religiosamente bajo el régimen y autoridades de los diferentes “Frentes de Liberación Nacional”, rechazando la autoridad y régimen del colonizador. (A los aficionados al cine les recomiendo ver “La batalla de Argel”, 1966, de Giulio Pontecorvo y música de Ennio Morricone, en donde esta lucha se ilustra magistralmente. Lo recuerdo solo a título de ejemplo)

Pero mientras nada de eso ocurra, usar el término “cohabitación” para calificar las acciones de los demás, no deja de ser un mero recurso retórico, efectista, de naturaleza politiquera, algo demagógico, con el que se persigue ofender o humillar, pero nada más.

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Críticas y Anticríticas de la Negociación.

Ismael Pérez Vigil

Resulta inevitable referirse al proceso de negociación iniciado la semana pasada en México, entre el régimen venezolano y la oposición democrática. Como quiera que, del proceso como tal, es muy poco lo que podemos decir, me voy a referir, básicamente, a algunas de las reacciones que ha levantado esa reunión.

Todos los que estamos de acuerdo con la negociación ya lo hemos venido expresando por diversas vías: redes sociales, artículos de opinión, entrevistas en los pocos programas de radio o televisión a los que aún tenemos acceso. Algunos alaban sin miramientos, otros apoyan remolonamente, después de hacer algunas críticas; entre los “apoyos críticos”, aparte de algunos escépticos y desengañados por experiencias anteriores, hay críticas −muy duras algunas− que provienen de los que seguramente no se sienten representados por el sector opositor que negocia o porque en lo personal piensan que ellos merecían estar incluidos en el equipo negociador, aunque fuera como asesores. Yo me incluyo en el grupo de los que dejamos “colar” alguna crítica, por ese complejo intelectual de que siempre hay que criticar algo −con la “cortesía” y educación apropiada− pero, paso rápidamente y sin ambages a incluirme entre los que apoyamos sin mayores reservas la negociación y los negociadores.

Como quiera que son muchos los que apoyan y es imposible leerlos, resumirlos o nombrarlos a todos −con el peligro de dejar alguien afuera− prefiero no nombrar a ninguno, con dos notables excepciones a las que me referiré más adelante, y pasar de una vez a comentar algunos aspectos, no todos, de las críticas negativas. Pero debo decir, para sorpresa de muchos, que han sido más las voces a favor que las voces contrarias. Las críticas negativas son menos que las positivas, solo que, como es usual, son amplificadas por el régimen y mucho más ruidosas. A estas me referiré.

Disculpen la frase o lugar común, pero no se había “secado la tinta” del documento en el que pusieron sus firmas delegados y testigos y ya las redes sociales se desangraban en insultos, criticas e improperios acerca del contenido del documento firmado, los delegados, el país escogido y demás aspectos de lo poco que aún se conoce de la negociación.

Las críticas más furibundas de este sector provienen de algunos grupos, denominados −y autodenominados− radicales y de los que podríamos llamar sus mentores o asesores, de muy diversa procedencia y ubicación. Son muy activos en redes sociales y muchos en el exterior; algunos son “opinadores” individuales, de los tuiteros del “jajaja…” el insulto y la descalificación fácil, de los que se las ingenian para cometer varios errores ortográficos en tan solo 240 caracteres, a los que usualmente se limita su argumentación y pensamiento.

Hay que decir que las criticas provienen de grupúsculos, de escasa influencia en la población, pero muy influidos por ella y sobre todo por eso que se llama “opinión pública” y las encuestas. Dispersos organizativamente, pero unidos en torno a la idea de solo aceptar una salida del régimen aplicando una “fuerza”, que no terminan de definir y que por supuesto están en contra de la “traidora negociación en México” −como algunos la denominan− pues solo aceptan negociar con el régimen, para acordar su salida y rechazan por supuesto la participación electoral.

Los que se oponen a la negociación −cualquier negociación, valga decir− se oponen sobre todo a los términos concretos de la actual, especialmente al Memorándum de Entendimiento, que es el único hecho objetivo al que pueden echar mano. Vamos a examinar algunos de esos argumentos, algunas de las críticas −no todas− que se han formulado.

Reconocimiento del régimen.

Alguien puede explicar cómo se negocia con alguien a quien no se “reconoce”; ¿Se puede negociar con un gobierno usurpador, de facto, tirano, dictatorial sin reconocerlo? ¿Se puede negociar con un delincuente que tiene secuestrada tu propiedad o un familiar sin “reconocerlo” ?; más aún, ¿quién ha dicho que reconocer significa aceptar o estar de acuerdo?

Para complementar este punto sobre el “reconocimiento” voy a hacer la excepción, que mencioné más arriba, de citar dos artículos de notable interés, que resumen mejor el tema que cualquier cosa que yo pueda añadir. El Dr. Ramon Duque Corredor, bien conocido por todos, ha escrito varias cosas, pero especialmente hay un artículo que ha “corrido” profusamente por las redes, de largo título, que recomiendo leer: “No existe ningún reconocimiento a Maduro en el Memorando de Entendimiento suscrito en México el 13 de agosto de 2021”, publicado en La Patilla el 18 de agosto de 2021. (https://bit.ly/3mjmxJT, los que estén en Venezuela seguramente necesitaran un VPN para leerlo)

Pero la frase de oro, la que mejor define esta situación, de manera contundente, es: ““No negociamos con quién queremos sino con quienes tienen poder de ejecutar decisiones que nos afectan…”; es decir, no se trata del simplismo de “negociar con quien toma el teléfono en Miraflores”, como algunos tratan de desacreditar la negociación, se trata de hacerlo, con quien tiene la fuerza y ejerce el poder de facto y de afectar nuestras vidas. La frase, de oro, la tomo de un extraordinario escrito –“Como funciona la mediación” − de la Dra. Nelly Cuenca, cuyo escrito se ha difundido también por las redes, que no lo he podido encontrar publicado, pero que invito a todos a que lo busquen. Remata la Dra. Cuenca, de manera magistral: “Resulta obvio que Nicolás Maduro, que no lo buscamos para padrino de nuestros hijos y, más allá de si es legítimo para los chavistas o ilegítimo para la oposición, lo cierto es que tiene poder de decisión en la fuerza armada, tsj, ministerio público, contraloría, recursos públicos, etc.” Creo que no hay que argumentar más en torno a este tema del “reconocimiento”, que algunos han pretendido esgrimir como crítica para deslegitimar la negociación.

La fuerza del régimen

La última semana de mayo de este año, en un video que recorrió profusamente las redes, el presidente del régimen puso sus condiciones para sentarse a negociar en México; entre otras, estaban estas tres fundamentales: 1) El levantamiento inmediato de todas las sanciones y medidas coercitivas, unilaterales, contra Venezuela; 2) El reconocimiento pleno de la Asamblea Nacional legitima y de los poderes establecidos; y 3) La devolución de las cuentas bancarias a las instituciones y de los activos a PDVSA, el BCV y otras. Nada de eso ha ocurrido y sin embargo sus representantes están sentados en la denostada y denigrada por algunos, mesa de negociación. Y además aceptaron varias condiciones, muy importantes, de la oposición, a las que me referiré más adelante.

En un artículo de hace dos semanas (https://bit.ly/3jBbLM4) insistí en el tema de la fuerza y debilidad de los negociadores, señalando que el régimen no es tan fuerte como parece o que la oposición no está tan debilitada y que se haya firmado ese Memorándum, así lo demuestra; si el régimen fuera tan fuerte, ¿Por qué accedería a negociar? Con intensificar la represión y mantener la fuerza, que sin duda la tiene, le bastaría, para controlar al país y mantenerse en el poder, no necesita hacer concesiones a un rival considerablemente más débil. Dada la “supuesta” fortaleza del régimen; ¿Qué lo lleva a aceptar esas condiciones y esa negociación? ¿Son las sanciones? ¿Es la presión internacional? ¿Es el resquebrajamiento del bloque de poder? ¿Es una mezcla de todo eso? Es importante profundizar en ese aspecto, para no cometer errores en la estrategia opositora y sobre todo para avanzar en el aspecto en el que la oposición sigue en deuda: la presión interna que debe desplegar, en favor de cualquier opción, participar o abstenerse, negociar o no hacerlo.

Legitimación.

En la filosofía del vaso medio lleno y el vaso medio vacío, yo soy de los que lo ve medio lleno y entonces me parece muy bueno que el régimen venezolano, el gobierno de facto de Venezuela, el gobierno autoritario, la dictadura, o como la quieran llamar, haya firmado un documento, frente a testigos internacionales, en el cual reconoce, en paridad de igualdad a la oposición venezolana, y no cualquiera, a la oposición del llamado gobierno interino; y reconoce además que su régimen carece de algunos elementos fundamentales, que comprometen su gobernabilidad y legitimidad.

A muchos les molesta que en el memorándum de entendimiento se diga que el régimen vaya a obtener el levantamiento de las sanciones y la restauración de derecho a activos, que en este momento no tiene. Lo que no dicen, los que así piensan, es que a cambio de eso vamos a negociar: 1. Un cronograma electoral con observadores internacionales; 2. plenos derechos políticos para todos, que implica limpiar las cárceles de presos políticos; 3. que no haya inhabilitados, ni personas ni partidos; 4. que quien ejerce la violencia en el país, que es el régimen como todos sabemos, renuncie a ella y se comprometa a reparar a las víctimas de la violencia ejercida; y 5. que se dé protección social al pueblo venezolano y a la economía nacional, que permita atenuar la pobreza y miseria, sin servicios públicos, en los que viven millones de venezolanos.

Y todo lo anterior, en el contexto del respeto a la Constitución y el estado de derecho y bajo una condición muy importante, que no se ha resaltado suficientemente: Garantías; bajo garantías de implementación, garantías de seguimiento y garantías de verificación de lo acordado, que ya procurarán los negociadores que sea con garantes internacionales, a los que no se les olvide, como se les olvidó a los del acuerdo que se firmó bajo el manto de la OEA de César Gaviria, en el año 2003. No sé a Uds. pero a mí no me parece un mal negocio haber firmado ese Memorándum de Entendimiento.

Ganar tiempo.

Este es un argumento que muchos esgrimen y al cual me he referido otras veces. Siempre se dice que, con la negociación, o las elecciones, o lo que sea, lo único que se logra es que el oficialismo salga fortalecido y “gane tiempo”, para mantener el poder; y yo siempre me pregunto ¿Quién los estaba apurando? ¿Quién los estaba empujando fuera del poder? ¿Quién amenaza al régimen tan seriamente con desalojarlo del poder, como para que esté interesado en “ganar tiempo”? ¿Qué hubiera pasado si no firman la semana pasada? ¿Está semana alguien los sacaría del poder? ¿Quién? Creo que cometemos un error en ese análisis; lo he dicho otras veces, pensar que “ganar tiempo” es el objetivo del régimen, es alimentar la fantasía del fin inmanente e inminente, en la que hemos caído varias veces. El régimen tiene todo el tiempo que necesita, nadie lo está apurando, nadie −que represente una amenaza real− lo está empujando para que se vaya. No nos engañemos, si hay algo que le sobra al régimen es tiempo.

Somos nosotros, en la oposición, los que tenemos que recuperar el tiempo que hemos desperdiciado en disputas internas y estériles, por el poder en la oposición, por el liderazgo, descabezando inmisericordemente a cuanto líder aparece y levanta la cabeza. Antes hablé de la supuesta fuerza del régimen, pero no mencioné nuestra debilidad, de la que he hablado en otras ocasiones. Creo que ambas partes acudimos a México debilitados, pero sin duda, somos nosotros la parte más débil; apenas podemos mostrar los números de algunas encuestas, pero que no se reflejan en un sólido apoyo interno y en capacidad de movilización.

Concluyo este examen, pero dejo para otro momento, para otro artículo, la referencia al divertido argumento de la “cohabitación” y paso a formular alguna conclusión y advertencia.

Conclusión y advertencia.

Dije al principio que no haría ninguna crítica al proceso negociador, con las que ya han hecho otros, unos de buena fe y otros de mala fe, es suficiente; pero, si creo que es sano hacer una advertencia: No podemos lucir exultantes o jubilosos, pero mucho menos generar falsas expectativas. No va a ser una negociación corta, ni fácil. No se van a resolver en ella los problemas del país. No estamos a punto de tomar el poder. De ella seguramente no surgirá la renuncia del presidente y todo su tren de gobierno. No confundamos la retórica política y las aspiraciones con la realidad.

La negociación lo que si puede es ayudar a fortalecer a la oposición, en consecuencia, debilitar al régimen y pavimentar un camino de esperanza, el que comencemos simultáneamente con un proceso de consulta y movilización interna, empezando por los activistas de partidos políticos e integrantes de los grupos de la sociedad civil, que continúen con el proceso de movilización y motivación de la población opositora, y de todo el país, señalando que si hay una esperanza para la superación de este régimen de oprobio.

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Declaraciones de Capriles

Ismael Pérez Vigil

Siempre hay que destacar algunos hechos políticos que mueven al país; como, por ejemplo, el encuentro, diálogo o negociación − ni siquiera un nombre de lo que vaya a ocurrir o ya comenzó, está muy claro−, entre el régimen venezolano y la oposición mayoritaria; y las declaraciones de algunos voceros opositores sobre este proceso y las elecciones regionales del 21 de noviembre.

Al momento de redactar esta nota −que es más bien una crónica− sabemos poco, casi nada, del proceso de negociación que se debe haber iniciado en México, por lo que aventurar una opinión sobre el mismo es precipitado e inútil. Solo podemos hablar de las condiciones en las que llegan los protagonistas a este encuentro, diálogo o negociación; es decir, la “fortaleza” de los actores.

Un elemento que nos pone a dudar acerca de la “fortaleza” del régimen es haber aceptado una nueva negociación, que había venido rechazando desde hace tiempo, desde que abortó las negociaciones en Barbados en diciembre de 2019 ¿Por qué aceptarlas ahora?; no creo que el tema de la “ilegitimidad” con que lo vean la UE, los EEUU y algunos gobiernos democráticos de América Latina, sea algo que le quite el sueño al régimen. Pero sin duda alguna el hecho de que para la comunidad internacional la negociación es la única alternativa sobre la mesa y las sanciones aplicadas por algunos países al régimen venezolano, lo están perturbando más de la cuenta y debilitan su posición.

Si examinamos el otro extremo de la ecuación, la oposición, que según muchos está debilitada y dividida, por las mismas razones que merman la fortaleza del régimen, al parecer la fortalecen y no la hacen ver que esta enteramente desprotegida; el problema es que la raíz de su fortaleza, el apoyo internacional y sobre todo las sanciones, son factores −sobre todo este último− que no controla enteramente, al momento de sentarse a negociar en México.

Ahora bien, mientras se define el proceso en México, continua el proceso electoral del 21 de noviembre y en el país se producen declaraciones de diversos voceros de oposición −y también a nivel internacional−, sobre el proceso de negociación y sobre el proceso electoral; las más notorias, en el país, son sin duda, las de Henrique Capriles, dada su condición de exalcalde, exgobernador y candidato unitario de la oposición en dos oportunidades, en 2012 y en 2013, en las cuales obtuvo un resultado electoral muy importante, imposible de desconocer.

En su larga conferencia de prensa, Henrique Capriles, en mi opinión, no dijo nada novedoso, nada muy diferente a lo que ha opinado en otras ocasiones. Destacó, eso sí, de manera favorable, el encuentro o negociación a realizarse en México e insistió en la necesidad de participar en el proceso electoral del 21 de noviembre.

Con respecto a la negociación en México insistió en que fuera un proceso incluyente y que los temas no fueran nada más políticos y electorales, sino que se incluyeran también en la agenda los temas económicos y sociales que afectan a los venezolanos. Resaltó la presencia en la negociación de Stalin Gonzalez, cuya vinculación actual con UNT desconozco, pero en todo caso ese anuncio y que Capriles reafirme su apoyo a una negociación en México, son una buena señal, que aporta al proceso.

Con respecto al tema electoral, igualmente reiteró cosas que ha dicho en otras oportunidades; aparte de insistir en la necesidad de la participación, en que él piensa votar, que no será candidato a nada y que la importancia de este proceso no reside en la “recuperación de espacios”, sino en la recuperación de la vía electoral y la fuerza del voto y en la importancia del proceso para alcanzar niveles de organización, movilización, de expresión y de recuperar fuerzas.

La intervención de Capriles, creo que no hay que destacarla por las cosas que dijo, que como ya mencioné, no son nuevas; para mí lo destacable es que algunos medios lo presentaron como vocero de Primero Justicia (PJ), algo que él mismo resaltó en varias oportunidades, así como su condición y papel de cofundador de ese partido.

No cabe duda que esta aparición de Henrique Capriles hay que verla en el contexto de la disputa al interior de la oposición con relación a la participación o no en las elecciones del 21 de noviembre; y desde luego, en la disputa por el liderazgo personal en la oposición y, eventualmente, en PJ. Tal parece que no solo no hay ruptura entre él y su partido, sino que su intervención es un indicio de que mantiene un significativo liderazgo interno en esa organización.

El problema para toda la oposición, incluido Henrique Capriles, sigue siendo la manifiesta apatía en la población opositora −y probablemente en la población en general− con relación a la política, al proceso electoral y a la negociación como fórmula para resolver la crisis del país y lograr una salida de este oprobioso régimen. No creo que nadie pueda vislumbrar que puede estar pensando la población opositora con relación a una salida política, pero tal parece que el binomio negociación-elecciones, no alcanza aún a entusiasmar a más del 50% de la población, según las encuestas. La buena noticia es que el régimen, a pesar de amenazas, intimidación y sobornos, a duras penas, llega al 15%.

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Negociación, Elecciones y Críticos

Ismael Pérez Vigil

La próxima semana se activan dos eventos políticos que seguramente agriarán aún más la discusión en el seno de la oposición: Se abre el proceso de inscripción de candidatos para las elecciones regionales, sin que la oposición mayoritaria −la representada por Juan Guido y el llamado G4− haya decidido si participará o no; y se dará un primer contacto en México entre los representantes del régimen y de la oposición, con la mediación o participación de Noruega.

En materia de negociación, al menos, finalmente dejaremos el mundo de las conjeturas, de lo posible, el oscuro terreno de la incertidumbre. Pero eso desatará una nueva oleada de críticas y comentarios entre los que se oponen a esta situación y los que estamos a favor de la misma. Los que se oponen se afincarán en su absoluta creencia de que se aproxima una nueva “traición”, “cohabitación”, “entrega”, de lo que llaman la oposición “falsa”, “oficial”, “entreguista”. Es inevitable que esto ocurra, como son inevitables las respuestas, con igual ácido, de los que favorecemos estas opciones.

No es ninguna sorpresa los análisis e interpretaciones de una buena cantidad de asesores, consultores y analistas sobre lo que ocurre en el país; sobre todo si observan desde la distancia −y no me refiero solo a la distancia física− porque desde la distancia, piensan, todo se ve distinto, mejor, más nítido, sobre todo los errores que comete la oposición; y si es la llamada “oposición oficial”, todavía más claro se ven los errores.

Las opiniones en contra o a favor de la participación electoral y de la negociación, al final de todo, oscilan entre argumentos de eficacia política y argumentos que podemos llamar de “principios” o “morales”. Pudiéramos seguir hasta el infinito, contraponiendo argumentos, que en definitiva no convencen a nadie, pues todos estamos cómodos en nuestra burbuja, en nuestro mundo de pensamientos y no queremos salir de allí. Eso es perfectamente humano, razonamos. Por lo tanto, más que referirme a los argumentos en contra, me referiré a algunas conclusiones preliminares a las que he llegado.

Con respecto a ambos temas, mi primer comentario es constatar, humildemente, que en el ya reducido mundo de los que tenemos alguna preocupación acerca de ambos, el grupo de los consultores, asesores, “opinadores” o los llamados “influyentes”, aunque debatimos duramente entre nosotros, somos un grupo realmente reducido. A estas alturas −yo, al menos− no estoy muy seguro de si nuestras opiniones llegan a alguna parte, sí tienen algún eco o si alguien las tiene en cuenta para tomar sus decisiones de acción política, que en definitiva es lo que cuenta.

Mi segunda consideración es que, en materia de negociación, tal parece que el régimen no es tan fuerte como parece o que la oposición no está tan debilitada; si el régimen fuera tan fuerte, ¿Por qué accedería a negociar? Con intensificar la represión y mantener la fuerza, que sin duda la tiene, le bastaría, no necesita hacer concesiones a un rival considerablemente más débil. Pero lo que no cabe duda es que esa fortaleza opositora o la “debilidad” del régimen que lo lleva a la mesa de negociación, descansa en la presión que ejerce la llamada “comunidad internacional”, de manera directa o mediante las sanciones económicas. Nacionalmente la oposición, como un todo, sigue en deuda con la presión interna que debe desplegar, en favor de cualquier opción: participar o abstenerse, negociar o no hacerlo.

También se argumenta que lo del régimen no es más que un “truco” para ganar tiempo y ver sí, de paso, le levantan algunas sanciones internacionales. Pero, para mí, el régimen, en realidad, tiene todo el tiempo que necesita, no hay premura, nadie lo está desalojando del poder de manera perentoria y, además, a pesar de las sanciones, ha logrado también manejarse para “sobrevivir”.

Mi tercer comentario tiene que ver con la incapacidad de los críticos, incluidos los supuestos líderes políticos que se oponen a participar electoralmente y a las negociaciones, en convencer a la población de la justicia o valor de sus propuestas. Son clásicos los análisis buenos, lógicos, eruditos, documentados; pero que dejan el problema en carne viva: si, como dicen, el gobierno, dictadura o régimen, es de la naturaleza que ellos describen, ¿cómo negociar con ellos?, pareciera claro que eso no es posible. Y surgen entonces dos alternativas, pero que nunca las dicen: una, que no hay que oponerse, no hay que hacer nada; o dos, que hay que buscar una especie de fuerza policial que se ocupe del régimen; pero, nunca dicen, ni proponen cual es esa fuerza policía y donde puede estar disponible.

Mi último comentario es que el liderazgo político, opositor, sea el ligado a Juan Guaidó y el llamado G4, o el que se denomina o autodenomina “radical”, ambos, están en deuda con el país en ofrecer una alternativa que signifique algo, que nucleé, le dé esperanza y objetivo al sector opositor del país, al que se considera mayoritario en todas las encuestas. Ese “¿Qué hacer?” no se puede seguir evadiendo, no puede seguir siendo una pregunta retórica.

Desde luego son aún más lamentables los que, últimamente, admiten claramente − ¿cínicamente? − que ellos no tienen ninguna alternativa acerca del “qué hacer”, pero no se arredran en criticar, sembrar dudas: sobre la corrupción de la oposición, sobre sus fallas y la mediocridad general de todos los políticos, sin excepción, aunque ellos −afirman− que no tienen una posición “antipolítica”; pero tampoco terminan de ofrecer una alternativa concreta. Solo vemos una retórica tan vacía como la que critican.

Los líderes opositores no son de plastilina, que pueden aguantar toda clase de embates e improperios; tampoco son frágiles piezas de porcelana que no resisten el mínimo impacto. Pero la crítica, inevitable y necesaria, debe ser fundamentada y, no habría ni que decirlo, que debe ser respetuosa y no ser personal, para que sea contundente, para que conduzca a la reflexión y a la rectificación oportuna, de ser necesario. ¿Mucho pedir?

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El Pesista y el Odio

Ismael Pérez Vigil

Usare como pretexto en este articulo la hazaña del pesista venezolano, Julio Mayora, su medalla y lo que ha ocurrido en el país en torno a este episodio, para tratar un tema que es más político; y digo “más”, deliberadamente, porque tampoco es un tema enteramente político.

Lo primero es destacar la hazaña, como ya dije, del pesista Mayora; porque es una verdadera proeza que un deportista venezolano logré tan siquiera calificar para una olimpiada, mucho más para optar por medallas. Nuestros deportistas, los que no logran entrenar en el exterior, −tras huir del país o tienen los medios para hacerlo afuera−, seguramente lo hacen aquí en pésimas condiciones, sin lugares adecuados para la práctica de su deporte, sin el apoyo que cualquier deportista necesita para entrenar y vivir, él y su familia; en países del tercer mundo (¿aún estamos en esa categoría, o hay otra más abajo?), ese apoyo sin duda le corresponde al estado, pues la empresa privada, en países como el nuestro, están muy limitadas, por razones económicas y políticas obvias, que no necesito explicar.

De manera que lo de Julio Mayora es una verdadera hazaña, como lo es la de todos nuestros atletas que están actualmente en Tokio, aunque no sean capaces de subir al pódium a recoger una medalla. Todo lo demás, es anecdótico o episódico. Y aquí entro en el segundo punto sobre el que quiero reflexionar. Me resulta incomprensible, irreflexivo e irracional, la actitud de quienes califican −más bien, descalifican− a los deportistas venezolanos porque declaren o agradezcan al régimen, a la dictadura o a Chávez Frías, pues sabemos bien que el régimen se va a aprovechar de la circunstancia, valido de la presión que puede ejercer sobre ellos o sus familiares, para que declaren en favor del régimen y agradezcan algún “favor” que sabemos que no recibieron.

Al menos el pesista logro una medalla; algo que no pudo lograr el boxeador, Eldric Sella, a quien el golpe más fuerte que recibió no se lo dio su rival en el cuadrilátero, sino el canciller venezolano y el gobierno de Trinidad y Tobago; el primero al negarle la calificación de refugiado, el segundo por negarle el reingreso a su país por tener un pasaporte vencido. (El Primer ministro de Trinidad y Tobago es Keith Rowley, del Movimiento Nacional del Pueblo, partido de centroizquierda; los menciono para que los recordemos) Seguramente, esa decisión del gobierno caribeño se produjo después de alguna llamada telefónica desde la cancillería venezolana. Aun sin eso, no es poca cosa que el canciller te acuse de ser instrumento ideológico contra tu propio país, ciertamente no es una declaración como para estimular el “regreso a la patria”.

Lo ocurrido con Julio Mayora puede ser −ojalá que no− un preludio de lo que ocurrirá con Yulimar Rojas, cuando esta suba al pódium a recibir su medalla, pues sabemos de seguro que alguna va a conseguir. No sé qué va a declarar, ella o ningún otro atleta, pero seguramente los zamuros de la prensa oficialista los van a abordar, no para celebrar y compartir su triunfo, sino con la aviesa intención de aprovechar políticamente sus logros, pues bien saben que esos atletas se verán obligados a hacer alguna “alabanza” al régimen o su difunto; vimos a un Mayora tartajear, al dar unas loas obligadas al régimen, pero también un Mayora muy diferente que declaró de manera espontánea al salir de su competencia, contento de su triunfo y dedicándoselo al pueblo venezolano, a sus entrenadores, a los que lo apoyaron y a su familia. Lo que digan los atletas bajo la horca caudina del micrófono de la prensa oficial, sabemos que es muy distinto a lo que dicen cuando no tienen encima la presión de algún funcionario “soplándole” lo que deben decir, como fue en el caso de Mayora. Esa declaración forzada es desestimable, para mí es suficiente, ver triunfar, contra toda adversidad, a un atleta venezolano.

Lo que hay que lamentar es que varios jóvenes, se hayan ido del país para poder entrenar y cumplir su sueño olímpico; o escucharlos declarar, como lo hizo el pesista Mayora, que seguramente es lo que él va a hacer para continuar su carrera deportiva. A los políticos que no pueden sobornar o comprar, los persiguen, apresan o destierran. A los artistas o deportistas de extracción humilde, los llevan a Miraflores y se toman fotos con ellos, a sabiendas que negarse es exponerse a una vida de privaciones y miseria para ellos y sus familias. Dicho esto, quiero tocar ahora el problema de fondo.

En la otra acera, en la nuestra, al pesista venezolano se le descalifica por una supuesta simpatía política, que no está muy claramente expresada, pero que en todo caso no coincidió −de manera clara y expresa− con la simpatía política de quienes lo criticaron; que de paso también insultaron o insinuaron los peores calificativos hacia quienes expresaron simpatía por el atleta, lo defendieron o lamentaron las descalificaciones. En un país tan polarizado, políticamente, como Venezuela se producen estas situaciones lamentables, para algunos explicables, pero nunca justificables.

En todo caso, y es el tema de fondo que quiero destacar, que es algo que he dicho otras veces, y es que lo ocurrido con la reacción de algunas personas contra los atletas, no es más que la angustiante confirmación de que el chavismo/madurismo está triunfando. No solo nos han derrotado políticamente en varios procesos electorales y políticos, no solo destruyeron el país y lo han llevado a la más ignominiosa miseria. Lo más grave es que lograron inocularnos su veneno de odio, rencor y resentimiento social, que hoy circula lastimosa y libremente por nuestras venas, se nos mete hasta los tuétanos de los huesos y nos anega el alma.

Toda esa frustración que sentimos, toda esa rabia que reflejamos, todo el veneno que llevamos por dentro y que volcamos en redes sociales no hace ni mella en el oprobioso régimen, no los toca, pero se vuelve contra nosotros mismos, contra nuestros líderes, buenos, malos o mejores, contra nuestros partidos políticos, y ahora contra nuestros atletas, víctimas también del régimen, a los que algunos critican inmisericordemente, de los que hacemos burla y chistes fáciles, con es humorismo barato y ramplón que tienen los venezolanos que carecen de imaginación.

Cuando hablamos de los políticos y líderes, decimos que no se trata de limitar la crítica, mucho menos suprimirla, sino de evitar que se haga sin argumentar, ni dar razones y dar la oportunidad de que los criticados se defiendan, dándoles el beneficio de la duda. Lo mismo hay que decir de los atletas, que hay que saber festejar con ellos su triunfo y dolerse de sus derrotas, reconociéndoles el inmenso esfuerzo que le dedicaron a prepararse, a adquirir destrezas, bajo las peores condiciones y circunstancias.

Saldremos de este oprobioso régimen, no tengo la menor duda, pero al paso que llevamos, será mucho más difícil librarnos del veneno del odio que reconstruir el país. Se trata entonces de meditar, reflexionar, estar conscientes acerca de que nos han llenado de rencor, de amargura, de rabia…como me dijo una buena amiga hace tiempo: “¡Qué difícil es pensar derecho con este veneno adentro!” Pero es necesario hacerlo.

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