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Carlos Blanco

La noria del diálogo

Carlos Blanco
  1. Toda solución mediante el diálogo siempre es preferible a una solución equivalente mediante el conflicto. Esto no se consigue solo en un manual de buenas costumbres sino en lo que la más alta sabiduría política aconseja. El problema se presenta cuando el diálogo no es entre un par de amigos en el proceso de decisión sobre si ir a Chuspa o a Choroní, sino entre adversarios. Incluso, entre adversarios, supongamos adecos y copeyanos, los razonamientos solían estar combinados con pequeñas torceduras de brazo, pero donde el razonamiento presidía las más de las veces. O peleas más fuertes, entre la antigua CTV y los gobiernos democráticos, con más hechos –paros, huelgas, trancas de vías– que razonamientos, pero en general dentro de ciertos límites convenidos por la ley y por la preservación del orden existente.
  2. El diálogo con el régimen de Maduro debería tener otras características, más parecidas a las del que sostiene la policía con altavoces cuando rodea el lugar donde el capo tiene secuestrado al país: “Estás rodeado, te ofrecemos respetar tus derechos…, pero ríndete… sal con las manos en alto… un delegado de Noruega va a entrar para garantizarte todo”. Obviamente, esta no es la situación actual.
  3. El diálogo al que concurren los representantes de Guaidó y de los cuatro partidos que dominaron la Asamblea Nacional elegida hace 6 años está basado en una desigualdad estructural, con el poder escorado hacia Maduro, con una neutralidad favorable a Maduro de la mayoría de los países europeos (en la medida en que favorecen sus elecciones regionales), y con el apoyo de Estados Unidos hacia los opositores, cuya baza fundamental son las sanciones como zanahoria tentadora hacia el régimen. Sin embargo, sabido que Estados Unidos no está en plan –en este momento– de avanzar más fuertemente contra la pandilla roja en el poder, el balance se inclina hacia esta.
  4. Como lo dicho hasta acá lo saben los negociadores, el argumento que parecen sostener es de que el diálogo es una barrera que hay que trasponer para satisfacer la presión internacional y para mostrar que si hubiese una rendija que evitara los enfrentamientos, se aprovecharía. Lo que no parecen advertir los jefes de los partidos es que haber demorado una decisión clara y precisa en relación con las elecciones regionales, no es que ha dejado en suspenso a sus organizaciones hasta que ocurriese una adecuada clarificación de la situación, sino que ha incidido en que su fragmentación sea mayor.
  5. Todos los partidos han estado sometidos a una fragmentación producto del ambiente de represión, sequía financiera, rumbos inciertos, y carencia de efectiva representación. Luego Maduro ha presentado la tentación electoral; lo que a veces se piensa como una forma (equivocada o no) de lograr pedazos de poder; sin embargo, la verdad es que para muchos miembros de partidos en diferentes niveles es un problema que va más allá de la política: se trata de conseguir un trabajo para sí, una oportunidad para que las redes burocráticas permitan solventar problemas de la familia civil o política, y lograr apoyos para futuros “emprendimientos” en la carrera política.
  6. Las direcciones de los partidos prefirieron aplazar definiciones para que los dirigentes nacionales lograran acuerdos en un tema muy divisivo; así, aplazaron y aplazaron –como lo hacen hasta el sol de hoy–, pero lejos de lograr evitar esas divisiones entre los dirigentes, lo que lograron fue que los partidos se fragmentaran aún más. La carrera por las bases municipales y regionales tiene connotaciones olímpicas. Pocas veces se ha visto esta explosión de candidaturas autónomas que se le imponen, “sí o sí”, a los partidos por sus propios militantes. Ahora las direcciones nacionales no dirigen sino que son dirigidas y la excusa de los jefes es que están escuchando a las bases: mentira podrida. Las bases ni son escuchadas ni los escuchan. No es la antipolítica la que erosiona hoy a los partidos sino la hiperpolítica: cada militante convertido en dirección nacional, dirección regional y base partidista, basado en su real gana.
  7. Esos partidos que van a negociar en México podrán negociar muchas cosas, pero no la participación electoral: su gente decidió por su cuenta si participa o no; no hay decisión que pueda emerger de allí que cambie sustancialmente lo que ya han decidido por abajo –participar o abstenerse- lo que no han podido comprender los de arriba. Por esta razón, lo de México visto como un trámite necesario por parte de la oposición, aunque de allí no vaya a salir nada como piensan muchos de los dirigentes, no deja ilesos a sus asistentes: daña si se acuerdan con el régimen; daña si no se acuerdan con éste.
  8. Satisfacer el delirio noruego por una salida que complazca a Maduro, a los opositores que negocian, a los países europeos, a Estados Unidos, a rusos, chinos y cubanos, es posible que culmine con varios contentos por sus logros; en ningún caso pareciese que entre estos estarán las fuerzas de la libertad y la democracia en Venezuela.
  9. Maduro quiere que le quiten las sanciones y que lo reconozcan como presidente. Las sanciones no creo que ni queriendo las quita el gobierno americano porque todavía no hay definiciones políticas ni gruesas ni finas sobre Venezuela; Estados Unidos no lo va a reconocer tampoco; los demás lo reconocen de hecho y, al hacerlo, esperan concesiones: hará algunas y ciertos países dirán que ha cedido para empujar el tema electoral. En términos de la libertad de los venezolanos: nada.
  10. Sin compartir a plenitud el dicho cubano –“lo bueno de esto es lo malo que se está poniendo”- lo cierto es que habrá nuevas clarificaciones en las posiciones en juego y, sin ninguna duda, nuevas oportunidades.

¿Qué esperar?

Carlos Blanco

Hoy habrá una conversación casi única en buena parte del planeta: quién ganó o quién ganará (si los resultados no estuvieron anoche) la Presidencia de Estados Unidos. De tal manera que las posibilidades de que este artículo se lea son bajas porque el radar nos orientará hacia otro tema: a ver resultados de esas elecciones y a ponderar el impacto que tendrá en nuestras vidas y nuestro país.

  1. He sostenido que en relación con Venezuela habrá un ajuste de políticas sea quien sea el presidente de Estados Unidos. La política actual ha demostrado insuficiencias y fallas; en la práctica hay un período de espera de los que la formulan hasta después de las elecciones de ayer; a partir de ahora habrá un reajuste inevitable porque las cosas no están marchando en la dirección requerida y en los tiempos previstos.
  2. Dentro de nuestro marco latinoamericano de referencia tendemos a pensar que el presidente de Estados Unidos cambia las políticas de un día para otro, de acuerdo con sus instintos, amores y odios. Lo cierto es que en todo país con instituciones sólidas, tradiciones asentadas, cultura republicana o al menos democrática, el presidente puede hacer muchas cosas, pero dentro de determinados límites institucionales. El Estado norteamericano es muy complejo, poderoso, y su sala de máquinas está llena de infinitas conexiones y válvulas, que producen marcos de referencia y que, muchas veces, diluyen o demoran impulsos de la Casa Blanca.
  3. Sin ninguna duda, el gobierno de Trump es el que ha colocado a Venezuela en su agenda de prioridades. Este hecho es innegable. La pregunta es si ese interés ha dependido de Trump exclusivamente o si abajo, en la sala de máquinas, el tema de Venezuela fue tomando un lugar preeminente, dada la trayectoria del bochinche criminal de Chávez y ahora Maduro. Mi visión es que hubo una concurrencia del interés del presidente y de lo que el aparato del Estado que dirige detectó como peligros para su seguridad nacional.
  4. Cuando Chávez se instaló en el poder la visión que predominaba en el gobierno de Estados Unidos, representada por el embajador John Maisto, era que no había que preocuparse demasiado por lo que Chávez decía sino por lo que hacía. De esta forma se le quitaba relevancia a su pugnacidad e incontinencia verbal, para centrarse en sus acciones que –según el criterio dominante dentro y fuera del país– no eran “tan malas”. Con el paso del tiempo la situación cambió, como es obvio. El autoritarismo originario se transformó en la corporación criminal que encabeza Maduro, especialmente desde 2013.
  5. En ese proceso, la comunidad de inteligencia de varios países, desde los vecinos hasta Estados Unidos, desde el Caribe hasta Europa, vieron desarrollarse lo que era ya un monstrito hace 15 años, hasta convertirse en la alianza criminal con guerrilleros, narcotraficantes, paramilitares, testaferros y terroristas, que ya se conoce. En esta dinámica, el Estado norteamericano, sus organismos de inteligencia civil y militar vieron el peligro no solo para los venezolanos sino para su propia seguridad nacional. El régimen de Maduro se convirtió en un problema “doméstico” para Colombia, Brasil, Estados Unidos, España, varios países del Caribe y otros.
  6. En ese proceso, Trump tomó las medidas conocidas (sanciones institucionales y personales, la operación antinarcóticos del Caribe, y otras), así como la justicia comenzó a actuar con acusaciones formales contra dirigentes del régimen. Este proceso no ha estado exento de contradicciones porque esa mano dura sobre la mesa no ha impedido la mano blanda por debajo, con intentos de diálogo con el régimen, bajo la ilusión de que se puede convencer a Maduro y a algunos de su círculo para que se vayan de buen grado; posición que, por cierto, muestra una incomprensión profunda de la naturaleza del ya crecidito monstruo que se pasea por Venezuela.
  7. Aunque una acción militar más contundente, al amparo del TIAR, no ha sido descartada, lo cierto es que no parece haber avanzado en lo que se conoce públicamente. De lo que no cabe duda es que para Trump y el Estado norteamericano, el régimen de Maduro se ha convertido en un problema de seguridad nacional. De acuerdo con Bolton en su libro, Trump quería ir más lejos pero sus asesores y funcionarios no le aconsejaron ese camino (lo cual habla de los límites institucionales reseñados más arriba).
  8. La pregunta es si una eventual presidencia de Joe Biden llevaría la política hacia Venezuela a la época de Obama. Mi visión es que no sería posible, lo cual no implica que sea similar a la de Trump. En el Estado norteamericano existe conciencia, análisis, información, medidas tomadas, que crean un irreversible punto de partida. Solo para citar ejemplos que no dependen solo de la administración: los juicios en contra de los jerarcas rojos; las ofertas de pagos millonarios por llevarlos a la justicia de Estados Unidos; los sujetos que ya se encuentran detenidos y en juicios. Todos estos son elementos a partir de los cuales se revisará la política y se construirá a partir de ella.
  9. El lugar de Venezuela en la agenda del presidente de Estados Unidos no lo definirán sus predilecciones, variables y muy dinámicas como corresponde a los jefes del mundo. Dependerá en mucho de lo que se procese en la sala de máquinas de ese Estado. Pero, sobre todo, y aunque usted no lo crea, de la capacidad de la oposición venezolana de unificarse mayoritariamente alrededor de unos objetivos compartidos; capaz de proponerle al presidente de Estados Unidos un curso de acción, una estrategia que sea realmente efectiva y pueda dar los resultados deseados. Será la oposición, si tiene objetivos y estrategia claros, la que pueda sumar a estos a Estados Unidos y otros países. Mientras sea Estados Unidos el que le diga a la oposición lo que cree que debe hacer, las cosas no funcionarán, ni con Trump ni con Biden. Es el momento para que la oposición venezolana comprometida con el cambio de régimen le hable a Washington con respeto, claridad e independencia.

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