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Luis Ugalde

Fin del Régimen

Luis Ugalde

El Régimen no es nadie y es todo. No es el Presidente, ni el Ejecutivo. Tampoco “El Proceso”, pues éste era vivido como un caminar abierto hacia horizontes de elevación. El Régimen hoy es el punto de cristalización y de llegada, cerrado como estación terminal, que mantiene secuestrada a toda la sociedad. Aferrado al poder, y dedicado de lleno a defenderse y perpetuarse contra la inmensa frustración y desesperación de la población. Al comienzo para muchos “El Proceso” era emoción y esperanza de una Venezuela bella y deseable que concretaron en estos dos artículos centrales de la Constitución Bolivariana:

Art. 2 “Venezuela se constituye en un estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y, en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político”.

Art.3 “El Estado tiene como fines esenciales la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad, el ejercicio democrático de la voluntad popular, la construcción de una sociedad justa y amante de la paz, la promoción de la prosperidad y bienestar del pueblo y la garantía del cumplimiento de los principios, derechos y deberes reconocidos y consagrados en esta constitución.

La educación y el trabajo son los procesos fundamentales para alcanzar dichos fines”.

Parece imposible que un demócrata no esté de acuerdo con este ideal constitucional que marca un exigente camino de dignidad y liberación. Pero ante la catastrófica realidad actual -después de una dominación hegemónica de 17 años y un millón de millones de $ malgastados- surge un clamor de indignación contra la miseria, la inseguridad y la burla a la Constitución. Nadie en su sano juicio puede pensar que este Régimen va avanzando hacia ese ideal; por el contrario, su obsesión es defender el poder, corrupto e ineficiente, aferrándose a las armas y a la represión porque ya le faltan razones y apoyo popular. Por eso se ha militarizado y se ha convertido en una dictadura, en clara contradicción con la Constitución.

Más difícil es ponerse de acuerdo sobre el modo de salir de esta catástrofe y mucho más el acuerdo y la combinación de fuerzas sociales diversas para retomar el camino hacia el horizonte de democracia y de dignidad compartida y reconstruir.

Cuando un Presidente se pone en contradicción con los fines esenciales del bien común nacional, la Constitución prevé modos de evitar mayores desastres y salir de él antes de que concluya el período presidencial. Para eso está, por ejemplo, el referéndum revocatorio, con el que la sociedad puede cambiar a quien se ha convertido en gestor del mal común. Pero la dictadura lo quiere bloquear.

Desde luego más sensato que esta vía un tanto larga, engorrosa y sembrada de trampas, sería un momento de lucidez presidencial que, acordándose de su condición de servidor y delegado de la voluntad de la mayoría nacional, lo llevara a la renuncia. El artículo 350 prevé estas emergencias y nos obliga a todos a una responsabilidad ciudadana mayor: “El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos” (art. 350).

Ante la formidable emergencia nacional y el brutal deterioro de las condiciones básicas de vida y de democracia, no basta con la salida del Presidente ni con un cambio de gobierno, es imprescindible un cambio de régimen y un nuevo gobierno de salvación nacional que incluya a sectores diferentes, unidos en la suprema tarea de encauzar y de reconstruir el país. Por eso la realidad pide a gritos el cambio de Régimen para volver a la Constitución y recuperar la esperanza de vida y dignidad para todos. Muy oportuna la reciente advertencia de la Conferencia Episcopal: “¡Queremos alertar al pueblo! Que no se deje manipular por quienes le ofrezcan un cambio de situación por medio de la violencia social. Pero tampoco por quiénes le exhortan a la resignación ni por quienes le obligan con amenazas al silencio. ¡No nos dejemos vencer por las tentaciones! No caigamos en el miedo paralizante y la desesperanza, como si nuestro presente no tuviera futuro. La violencia, la resignación y la desesperanza son graves peligros de la democracia. Nunca debemos ser ciudadanos pasivos y conformistas”.

El Nacional. Caracas, 26 de mayo de 2016

¿Dónde están los estadistas?

Luis Ugalde

Sorprende que en un naufragio tan catastrófico y evidente no hayan surgido ya dirigentes decididos a salvar el barco y persuadir que a todos nos va la vida en ello, no importa el color político. Con un gobierno empeñado en ignorarlo, negarlo o convertirlo en conspiración del imperialismo capitalista, la gente echa de menos a estadistas. Estos no son extraterrestres y hacen falta del lado del gobierno y de la oposición. Al estadista lo distingue su capacidad de superar la parcialidad electoral inmediatista y el beneficio personal o partidista, con una visión y voluntad de país que reta y convence a la sociedad y suscita una creatividad nueva e inclusiva.

Cada día aumentan en todos los sectores el sufrimiento y la conciencia de la gravedad, pero no la sensación de que las soluciones están más cerca, y el malestar se incrementa con el juego de pin-pon entre la Asamblea que hace nuevas leyes y el Ejecutivo que manda bloquearlas. En los que se alegraron por la profunda derrota electoral madurista, se va enfriando la esperanza, pues les parece que la MUD se diluye como voluntad y estrategia unitaria alternativa y que se van imponiendo los intereses particulares partidistas, o que hacen propuestas inviables con la ideología reinante.

Por otra parte, el gobierno sorprende y disgusta a muchos de sus propios simpatizantes nacionales e internacionales, por su parálisis mental e incapacidad de tomar decisiones, mientras la catástrofe se agrava y crece la agresividad política y social.

El pesimismo también reavive teorías fatalistas sobre la inferioridad de nosotros como nación con un determinismo genético-histórico que nos predestina al fracaso. Les parece de mal gusto soñar con una Venezuela de esperanza, recordar lo que nuestro país logró en circunstancias difíciles del pasado, con pactos entre adversarios y tolerancias sociales ejemplares; incluso les parece evasivo poner ante los ojos a países latinoamericanos que sufrieron situaciones catastróficas peores y se refugiaban en nuestra amplia hospitalidad. Esas naciones superaron las coyunturas adversas y quienes nos envidiaban son hoy nuestra envidia. Pasan los días y lo que en diciembre fue esperanza y primavera se va transformando en invierno fatalista y se contagia la enfermedad de la antipolítica.

Por lo contrario, la realidad clama por estadistas guiados por la Constitución democrática y capaces de soñar con los pies en la tierra y de encontrar razones para ir juntos, como única posibilidad de construir exitosamente. Estadistas capaces de crear un relato de esperanza novedoso y transformador donde la muerte se convierte en vida, por el esfuerzo de la gente. Crear el relato y creer en él, contagiar esa fe a toda la población, transmitir convicciones, convocar y aglutinar. No pedimos milagros, pero sí sensatez. No hacen falta genios de la economía ni doctores de la política, sino voluntades con ética, remeros decididos a remontar corrientes adversas, concertar una decena de medidas claves y aplicarlas con decisión; su éxito depende de que sean deseados y apoyados por la gente y por líderes significativos de la actual oposición, del chavismo y de la Fuerza Armada, decididos a cumplir la Constitución y hacerla cumplir. Los comunicadores y sus diversos medios son decisivos, pues la población debe sentir en carne propia la propuesta y sus efectos en la llegada inmediata de medicinas, alivio en los supermercados, mercales, abastos, farmacias y centros de salud, y signos de liberación en las cárceles políticas. Decisiones negociadas internacionalmente con más pragmatismo y menos ideología. Decisiones que no se quedan en ayudas momentáneas, sino que van a políticas económicas que desbloquean la actividad empresarial y hacen a nuestro país atractivo para la inversión y la productividad. Medidas que combinen el estímulo a la creatividad empresarial con la nueva visión social inclusiva de la empresa, como camino de superación de la pobreza y esperanza de los pobres, con políticas que fortalecen su organización y productividad y multiplican sus oportunidades.

Camino de drástica recuperación ética y lucha por el rescate constitucional de las instituciones y el implacable castigo a la corrupción y al saqueo público. Necesitamos un gobierno de salvación nacional capaz de hacer más con menos, tomar decisiones difíciles, responder al país que a gritos silenciosos pide reconciliación. Un gobierno de transición que se pone límite temporal a sí mismo, pues los partos felices no pasan de nueve meses de embarazo.

El Nacional

http://runrun.es/opinion/259502/donde-estan-los-estadistas-por-luis-ugal...

Gobierno de salvación nacional

Luis Ugalde

Después de la muerte de Jesús, ejecutado como un malhechor, la crisis de sus seguidores fue espantosa. Perdieron toda esperanza y se escondieron por miedo. La resurrección de Jesucristo fue para ellos un nuevo volver a la vida y a la esperanza. Todo cambió y fueron capaces de perdonar a los asesinos y salir a las plazas públicas a decir: a ese Jesús, que pasó haciendo el bien y ustedes lo mataron como malhechor, Dios lo ha resucitado y lo ha puesto como Salvador. A pesar de las prohibiciones, cárceles y martirios, prevaleció esa esperanza indetenible que ilumina la vida y da fuerzas para vencer todos los obstáculos con la convicción de que, en Jesús y en cada ser humano, “el Amor es más fuerte que la muerte”. Luz y ánimo necesarios en este momento de muerte nacional, cuando de la ilusión revolucionaria de ayer no quedan sino las cenizas y privaciones; ineptitud, ideologías políticas desacertadas y corrupción, echaron a la hoguera las extraordinarias oportunidades de cambio.

¿Cómo salir de esto? ¿Cómo recuperar las posibilidades de una Venezuela de esperanza, vida y confianza social?

La inmensa mayoría está sufriendo los disparates del régimen y lógicamente quiere salir de él. Por ahora parece prevalecer la desesperación y el deseo de salir (por renuncia o revocación) de este presidente, que con huecas palabras revolucionarias y con hechos lamentables se aferra al desastre. Pero más difícil y necesario que la salida de Maduro es crear –entre venezolanos de diverso signo– los consensos y las condiciones básicas indispensables para reconstruir el país. Personas y familias necesitan y quieren liberarse de las colas y de la escasez torturantes, de la falta de medicinas vitales, de la terrible inseguridad que cerca sus vidas y del ladrón de la inflación omnipresente que les roba la mitad del salario y de la persecución política. Desastre sembrado por el gobierno.

Mandela salió de la larga y dura cárcel del régimen surafricano que excluía a la población negra mayoritaria. Estaba convencido de la imposibilidad de un próximo gobierno de negros exitoso sin la colaboración de sus enemigos blancos. Así lo entendió también el presidente blanco, Frederik de Klerk, y llegaron a acuerdos de colaboración (serían presidente y vicepresidente del nuevo gobierno) que permitieron cambiar el país.

En Venezuela, tras el triunfo electoral del 6-D, luego de los primeros desahogos alegres, hay el peligro del bloqueo de los cambios: el gobierno, como no puede ni con todos sus motores verbales, se encierra en el castillo del poder y llama en su defensa a su servil Poder Judicial y a la inestable lealtad de las armas. Mientras que los opositores demócratas concentran su esperanza en el Legislativo. Aunque el TSJ hable de leyes no ejerce de juez sino de parte, ni el debate es jurídico sino de poder político para someter al otro. El juego está trancado, entre el Legislativo, haciendo nuevas leyes, y el Judicial bloqueándolas de antemano. Pero la miseria y desesperación de la gente avanzan y exigen cambios de fondo.

Para desbloquear y reconstruir el país es imprescindible llegar a un acuerdo sobre un gobierno de salvación nacional con compromisos básicos respaldados por parte del chavismo y de la oposición democrática, con medidas de cirugía mayor para recuperar la democracia, con una economía que atraiga inversión, crecimiento y abastecimiento para una sociedad que recobre la vida y la esperanza.

A Mandela sus más radicales seguidores lo consideraron traidor y a De Klerk los suyos, pero ambos tuvieron el valor y la visión de remar a contracorriente. ¿En Venezuela, después de los éxitos de diciembre, se cansaron los líderes de partidos de seguir alimentando la unidad, la vitalidad y la mutua confianza dentro de la MUD? ¿No creen unos y otros que –anteponiendo el deseo y la necesidad general de la nación– deben llegar a acuerdos programáticos y rutas, con un gobierno de transición que tome cuanto antes graves medidas salvadoras con los necesarios apoyos nacionales e internacionales? Este gobierno-cirujano deberá ser provisional –pero no impotente– para preparar el terreno a una elección democrática libre con varios candidatos.

Sorprende ver a muchos soñando en sentarse cuanto antes en la silla presidencial, sin condiciones para un gobierno eficaz y exitoso y carente de los apoyos internos y externos imprescindibles. ¿Durarían seis meses en su ilusión?

Venezuela tiene salida, si prevalece una nueva esperanza y deseo de restablecer la confianza nacional y de hablar (no para aparecer en la TV) con los rivales y actores de poder sobre lo que cada uno debe aportar para destrabar los cercos y contribuir a la transición. Pero si se atrincheran en mutuo rechazo puro y duro, el creciente deterioro y desesperación forzarán un cambio imprevisible y mucho más costoso.

31 de marzo, 2016

Transición o muerte

Luis Ugalde

Fracasó estrepitosamente la apuesta “revolucionaria” de llevar a Venezuela a su felicidad con una economía sin empresa privada productiva, gracias a la infinita renta petrolera, en manos de un gobierno repartidor. No solo se pudrió Abastos Bicentenario; está podrido todo y el gobierno va a la deriva sin brújula. Ante la rotunda y definitiva derrota del modelo, lo único sensato es reconocer la realidad y abrirse a la transición: desde la actual catástrofe hacia una nueva base sólida para reconstruir. Lo malo es que los mesianismos llevan a perder todo realismo y cordura y apuestan por milagros de última hora.

Luego del decisivo avance soviético y de los exitosos desembarcos aliados en Sicilia y Normandía, Alemania estaba agotada y el nazismo en agonía terminal. En 1944 Hitler estaba derrotado y así lo entendieron muchos de sus generales y ministros y buscaron alguna forma de negociación y rendición con una transición menos costosa, y un final menos terrible para los pueblos, salvando lo salvable. Hitler los tachó de cobardes y traidores, y siguió delirando con secretas bombas prodigiosas de última hora y divisiones militares salvadoras, que no existían, e intentó la absurda defensa de Berlín con niños de 15 años. Cuando la toma por las tropas rusas era inevitable e inminente, el dilema de Hitler era triunfo o muerte. Como el triunfo era imposible, la muerte era segura, para él y para millones más.

En Venezuela hoy muchos generales, ministros y ex ministros ven que este modelo “revolucionario” ha fracasado y que es suicida aferrarse a él. Frente a esta actitud temeraria, a nosotros nos queda la transición organizada para disminuir la destrucción y poner las bases nacionales para la reconstrucción. Pero en el gobierno hay hitleritos –salvando las distancias– que prefieren la ruina total del país, antes de reconocer su fracaso y abrirse a las reformas necesarias para que tengamos comida, medicinas y seguridad con una democracia plural y sin presos políticos, abierta a sí misma y al mundo.

Esa obstinación lleva al cogollo a anunciar fórmulas salvadoras sin salirse de la revolución. Toman decisiones que dan más bolívares al gobierno, pero agravan la escasez y la inflación y no cambian las dos condiciones indispensables y conectadas: 1) estimular de verdad la confianza, la productividad y la producción nacional y 2) promover el ingreso al país de dólares por préstamos y renegociación de la deuda, y crear condiciones atractivas y estimulantes para la inversión y producción, solo se podrán dar desde la aceptación del fracaso del modelo y el impulso decidido a una alianza de las políticas de Estado con el renacer de las empresas privadas y la movilización de una sociedad plural, impulsando la transición desde la ruina actual hacia el terreno firme para reconstruir entre todos.

Serían funestos una megaexplosión social, o un golpe militar (ya estamos en gobierno militar). Necesitamos una transición promovida desde la oposición y desde el gobierno para hacer realidad el cambio con el menor costo y condiciones para unirnos en la reconstrucción eficaz. Sería insensato pensar que la reedificación se puede dar con solo medio país, o aferrados al fracasado modelo “revolucionario”.

Se entiende que el cogollo del poder se resista a la transición. Para su ideología (y la de 15% de seguidores) es imposible reconocer que los empresarios demonizados y los “imperialistas” deban ser parte de la solución y que estos tienen lo que más le falta al gobierno actual. Los “revolucionarios” temen que, sin fanatismo y fundamentalismo ideológico, se queden sin seguidores. La otra resistencia viene de la desesperación de aquellos que están corrompidos en el poder y han cometido sistemáticas violaciones de la Constitución; su problema es adónde ir como refugio cuando esto cambie. Hay delitos que no prescriben y cuyo juicio y castigo trascienden las fronteras.

Transición o muerte. Hitler ya derrotado escogió la muerte para sí y la destrucción y muerte para lo que quedaba de Alemania. En Venezuela los que todavía están en el poder –militares y civiles– y no han cometido delitos tienen que escoger la transición hacia la vida y la reconstrucción. Lo más sensato parece ser la pronta renuncia de Maduro –voluntaria o inducida–, para caminar juntos con bases políticas y constitucionales hacia el éxito: del actual empobrecimiento masivo y corrupción a la superación de la pobreza en democracia social y con economía de mercado, dentro del bien común y la Constitución.

3 de marzo 2016. El Nacional

Instinto de conservación

Luis Ugalde

El instinto de conservación y el miedo han evitado más guerras que el amor al enemigo. Hasta ahora no hubo tercera guerra mundial porque las potencias rivales con más bombas atómicas prefieren pactar que aniquilarse mutuamente. Jesús en el Evangelio pone el ejemplo de un general sensato que al enterarse de que el enemigo tiene más fuerza que él, manda negociar. Venezuela hoy necesita en todas sus instancias activar el instinto de conservación tan maltratado en estos años. Instinto que no llega al amor al enemigo, pero sí a su reconocimiento y al pacto con él. Luego de siglos de matanzas se acabaron las guerras y los conflictos sociales a muerte entre los países europeos, gracias a que prevaleció un instinto inteligente, mejor informado y con visión; por ejemplo, a los empresarios no les podrá ir bien sobre la desgracia de los trabajadores y viceversa. Invertir en el bienestar de todos es mejor que tratar de prosperar uno quitándole al otro y alimentando el malestar, el conflicto y la guerra. Hace 7 décadas Francia y Alemania entendieron que lo mejor para uno era otra guerra para aniquilar al otro. Luego de un siglo de gastar miles de millones en ejércitos enfrentados y tres guerras espantosas (Franco-Prusiana, 1ª y 2ª guerras mundiales), el instinto de conservación les llevó a la conclusión de que el bien del uno pasaba por el bien y la prosperidad del otro y su reconocimiento: no más economía para ejércitos enfrentados, ni fronteras, ni fortalezas artilladas, sino para el paso libre y cooperación.

El primer capitalismo fue salvaje y de terrible explotación, luego el instinto de conservación más inteligente llevó a una visión de bien común que incluye como complementarios a los factores sociales y productivos ayer totalmente contrapuestos. Hasta los partidos de origen marxista, como la socialdemocracia alemana, se convencieron de que el capital y el trabajo se necesitan y se pertenecen mutuamente, y que la destrucción del otro es un disparate suicida.

Instinto de conservación frente al de destrucción. Lamentablemente Venezuela es uno de los últimos países donde desde el poder “revolucionario” se deliró con la idea de que la felicidad de los trabajadores y de los pobres pasa por la eliminación de la empresa privada. Se invirtieron muchos millardos de dólares con propaganda masiva para activar instintos de agresión, resentimiento y odio. Con el voto multitudinario reciente la sociedad frenó al borde del precipicio. El bien duradero de más de 10 millones de trabajadores requiere más de 100.000 empresarios exitosos, lo que es imposible sin mutua valoración, potenciación y elevación productiva. Venezuela necesita nuevos empresarios inteligentes y visionarios que apoyan el éxito, dignidad y vida de los millones de trabajadores. Aunque no sea por amor mutuo, al menos por instinto de conservación dotado de inteligencia.

También la derrotada “revolución” necesita activar su instinto de conservación con cambio a fondo para sobrevivir. Las causas del cambio siguen siendo justas como en 1998 y las aspiraciones de los pobres irrenunciables; pero imposibles sin la contribución decidida del conjunto de la sociedad. La MUD post 6D debe activar al máximo la sensatez, para el éxito en la reconstrucción, con reconocimiento e identificación con las aspiraciones y necesidades concretas de la mayoría. El instinto de conservación se requiere para preservar y fortalecer la unidad y evitar - por ejemplo - las lamentables e inoportunas frases públicas contra la “salida” de 2014; así como parecen inoportunas las campañas y presiones externas para aupar la elección de determinado presidente de la nueva AN, cuando convenía que fuera fruto maduro, sereno y consensuado, hasta cierto punto. Una consulta médica delicada no se decide por las pancartas de presión en la calle.

El país está maltrecho en todas sus dimensiones como si hubiéramos pasado una terrible guerra.

Restaurar el instinto de conservación y sentido común nacional significa un cambio radical. Como cristianos sabemos que el amor al prójimo es la clave del reconocimiento y de la convivencia constructiva, pero -como enseña el catecismo católico- si no lo hacemos por amor a Dios, hagámoslo “por temor al infierno”. No veo el idílico amor universal en esta Venezuela intoxicada por el odio, pero el amor puede ser ayudado por el “temor al infierno” del desastre y la imposibilidad de reconstruir.

Necesitamos una economía fuerte, con millones de iniciativas, creatividad y mercado…, junto con eficaz solidaridad social y honestidad pública que buscan oportunidades de trabajo y éxito para todos, con educación, salud, seguridad ciudadana, seguridad social, espíritu de reconocimiento mutuo sembrado por todos los medios.

Un reto hermoso. La sociedad excluirá del poder a quienes se aferren a la siembra del odio y de la exclusión, sean los actuales o los “nuevos” antiguos. Nos necesitamos renovados, capaces de reconocer e incluir al otro, aunque sea por temor a nuestro infierno social nacional.

El Nacional

7 de enero 2016

Doctor Honoris Causa de la ULA

Luis Ugalde

Discurso de investidura

Han pasado 53 años y dos meses desde que entré por primera vez en la casona de la Facultad de Humanidades de esta universidad para sacar la equivalencia de mi recién terminada carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Javeriana de Bogotá y así poder dedicarme a la educación venezolana. También en esos meses, mientras estudiaba en la ULA, ejercí por primera vez la docencia en el incipiente colegio Monseñor Silva.

Tres pichones de jesuitas, vestidos de rigurosa sotana negra íbamos a la universidad en ese año tan encrespado por el debate ideológico y la lucha armada. Poco duró nuestra presencia, pues la crisis de los misiles en Cuba el 23 de octubre, provocó graves disturbios y en noviembre se cerró la ULA hasta enero. Pero bastaron esos dos meses para que yo me llevara un recuerdo entrañable e imborrable de mi primera universidad venezolana y de esta acogedora ciudad.

Ahora he sido sorprendido con la para mi inesperada e inmerecida distinción que me otorga una universidad asediada. Vuelvo aquí para agradecerles y pido su licencia para solidarizarme y compartir con ustedes nuestra común defensa de la autonomía universitaria y de la democracia, ambas sometidas a terrible cerco.

I Naturaleza pública de las universidades

Todas las universidades son públicas por su creación y reconocimiento y por el título que otorgan. No hay carrera, ni título universitario privado. Todo rector, incluso el de una universidad privada, en el solemne acto público de entrega del título dice “en nombre de la República y por autoridad de la ley le otorgo el título de…”. Así lo hice durante dos décadas como rector de la Universidad Católica Andrés Bello. Esos títulos tienen reconocimiento legal nacional e internacional y en ese sentido todas las universidades son públicas, y su responsabilidad también. Sería un delito si alguna existiera sin autorización y otorgara títulos no reconocidos, en carreras no aprobadas. La diferencia fundamental no está en su responsabilidad pública o no, sino en su modo de financiamiento y de gestión.

En cuanto a la gestión universitaria hay una primera diferenciación entre las de gestión privada, las que podríamos llamar de gestión oficial gubernamental y las de gestión autónoma.

Permítanme detenerme en la peculiaridad de la universidad autónoma, que ciertamente es pública, pero no es oficial por cuanto ella misma elige y nombra a sus máximas autoridades rectorales y a las demás autoridades principales; no lo hace el gobierno nacional de turno, ni ninguna otra autoridad externa a la comunidad universitaria.

En estos tiempos de cultivada confusión entre Estado, gobierno y partido, donde la constitucional separación de poderes se ha reducido a mera apariencia, quiero compartir con ustedes, no mi experticia jurídica - que no la tengo-, sino mis reflexiones políticas sobre lo público, lo privado, lo estatal y lo societal, pues la claridad sobre estos puntos me parece de máxima importancia para el rescate de la democracia, que ha de ser representativa y al mismo tiempo participativa. La confusión de estos planos y la falta de separación de poderes producen la muerte de la democracia.

Somos testigos, y al mismo tiempo sufrientes, del actual vía crucis universitario sometido a duro y creciente cerco por el gobierno nacional deseoso de rendir por hambre a las universidades autónomas. Incluso en ambientes informales hemos escuchado a agentes del gobierno defender el cerco presupuestario diciendo “¿Cómo pretenden que nuestro dinero (para ellos estatal-gubernamental-partidista) vaya a financiar el funcionamiento de una universidad no sumisa al gobierno, peor aún, crítica del mismo y autónoma en su pensamiento?” No es un argumento improvisado para legitimar atropellos gubernamentales, sino que se basa en una concepción de sociedad, estado y universidad radicalmente distinta a la democrática, en la que el Estado es plural y creado por una sociedad plural, como su instrumento trascendente y especial para promover el bien común. Basta recordarles cuán absurdo nos hubiera parecido hace un cuarto de siglo, que alguien creyera posible que en la totalitaria sociedad cubana rectores y universidades expresaran libremente sus ideas diversas y opuestas a las del Jefe Supremo de la Revolución, el comandante Fidel Castro.

En ese pensamiento, no solamente es absurda la libre divergencia del único Jefe y del único partido, sino que es inconcebible el nombramiento autónomo de las autoridades, como era en Venezuela y la gestión independiente de una universidad financiada fundamentalmente por el presupuesto nacional. En los años más recientes la aplicación gradual, pero inexorable, de ese pensamiento totalitario a nuestra sociedad tenía que llevar necesariamente al actual asedio y trágico empobrecimiento de la universidad venezolana, específicamente de las universidades autónomas. La dramática crisis económica debido al empecinamiento gubernamental en un modelo que ha fracasado donde se ha ensayado, viene a agravar ese empobrecimiento universitario, de graves consecuencias para el país.

Permítanme compartir con ustedes, con franqueza y libre de todo alarde de erudición (que tal vez se espera de un doctorado honoris causa), unas sencillas reflexiones sobre la importancia y sentido de la autonomía universitaria que se expresa en esta dualidad y tensión resultante del hecho de que el presupuesto viene del gobierno, pero él no nombra a las autoridades que lo deben elaborar y administrar con autonomía de criterio, pluralismo y transparencia.

Esa autonomía no es una generosa concesión que hace el gobierno a la universidad, sino que la universidad autónoma es expresión de la sociedad democrática plural que la defiende como condición indispensable para el fomento de la ciencia y de la creatividad, con libertades y autonomías de pensamiento y de investigación, tan plurales como lo es la propia sociedad. Todo ello es público, pues lo público no se reduce a lo gubernamental y a lo propio de un estado totalitario. Si así fuera, no tendría ningún sentido hablar de “soberanía del pueblo” (soberanía de la sociedad que crea el Estado), y los ciudadanos y la sociedad entera perderían su dimensión pública. La soberanía del pueblo es la del conjunto de los ciudadanos, de la sociedad, sobre su Estado y su gobierno. Es el soberano el que en ejercicio de su dimensión pública, hace su Constitución y puede modificarla y cambiar su Estado. Lo público nace de la voluntad del conjunto de la sociedad de donde brota la Constitución democrática. Por eso cada uno de los ciudadanos no es meramente privado, sino que mantiene esa dimensión pública (dimensión de cada individuo) en cuanto ciudadano. El hecho de que la Sociedad sea una realidad previa y origen del Estado, hace que tenga poder sobre éste, y prevalezca en situaciones de crisis y de desencuentro entre ambos.

Nuestra sociedad en la profunda enfermedad actual, con un funcionamiento del Estado que contradice al bien común de la sociedad y a lo establecido en la Constitución, sólo tiene salida desde el ejercicio de esa dimensión pública de cada uno de los integrantes, que es miembro constituyente de la civitas o de la polis, es decir ciudadano y político.

Sobre esa base quiero resaltar que la universidad autónoma es una realidad pública que pertenece a la plural sociedad venezolana y al mismo tiempo es parte integrante del Estado democrático plural y no del Estado dictatorial propio de otros modelos y constituciones dictatoriales. El dinero público viene de la sociedad y el presupuesto de las universidades autónomas es administrado y gestionado al servicio de una sociedad plural por autoridades plurales, no necesariamente gobiernistas. Cosa que es contrapuesta al trato que un estado totalitario da a la sociedad y a la universidad. Esta es la razón por la que hace décadas se constituyó el Consejo Nacional de Universidades, presidido por el Ministro de Educación y con participación de todos los rectores, como una plataforma plural donde se tratan y se resuelven las divergencias y los posibles desencuentros. Se desvirtúa la naturaleza y el sentido del CNU cuando se le quita - de iure o de facto- todo poder de decisión a una parte de él y se lo apropia íntegramente la otra parte. En la medida en que el Ejecutivo y la Universidad autónoma se centren en hacer que la universidad sea de primera al servicio de la nación y de la solución de sus problemas, se superan las dificultades y divergencias de una manera creativa, cosa que no ocurre cuando el Ejecutivo pretende imponer la uniformidad (con aspiración de partido único) con voluntad de reducir la universidad a instrumento suyo y como tal dedicado a la indoctrinación socialista-estatista.

Desde una concepción que entiende la universidad como apéndice del Ejecutivo y éste como instrumento del partido único, o al menos hegemónico, nunca se podrá aceptar la autonomía universitaria que reconoce nuestra Constitución en sus artículos 109 y 110: ”El Estado reconocerá la autonomía universitaria como principio y jerarquía…”.”Se consagra la autonomía universitaria para planificar, organizar, elaborar y actualizar los programas de investigación, docencia y extensión”. (art. 109). Por el contrario desde el partido- gobierno-estado se blandirá el grito de guerra “delenda est autonoma universitas"(hay que destruir la universidad autónoma); grito amenazante que estamos escuchando en estos días. El cerco presupuestario con el correspondiente brutal empobrecimiento, es su lógica consecuencia. Es triste reconocer que actualmente el personal universitario tiene ingresos inferiores no sólo a sus colegas de Canadá, USA o Alemania, sino que son al menos diez veces inferiores a los de Ecuador, Paraguay o Colombia.

II Derecho de los pueblos al autogobierno

Como jesuita ex alumno de esta universidad me permito en mi agradecimiento recordar el parentesco - lejano pero real- de los jesuitas con esta ciudad universitaria y con los que sustentaron la independencia de la República basada en el derecho de los pueblos al autogobierno.

Juan Germán Roscio, preso en la cárcel de Ceuta, escribió entre 1814 y 15 su original y admirable libro “El Triunfo de la Libertad sobre el Despotismo”. En él Roscio demuestra de manera extraordinaria con argumentos teológicos que Dios quiere la libertad de los pueblos y no el despotismo que, con la pretensión de estar fundamentado en la voluntad divina, los oprime. Las monarquías absolutas imponían la teoría del “derecho divino de los reyes” que colocaba a estos por encima de todo juicio y posible destitución por parte de la sociedad.

En 1767 salían de esta ciudad de Mérida al destierro 5 jesuitas, presos como malhechores. Eran los herederos de los que siglo y medio antes (1628) con la fundación del colegio San José - el primero de la orden en Venezuela - trajeron semillas de estudio que más adelante fructificarán en la universidad y en el pensamiento crítico. Los jesuitas expulsados por las monarquías borbónicas, vieron cómo, por presión de éstas, el papa Clemente XIV suprimía la Compañía de Jesús en 1773. Luego de la expulsión de los jesuitas la monarquía española exigía a todo profesor de la universidad y del seminario el juramento de no enseñar “la doctrina jesuítica”, ni siquiera como moralmente probable. Simplemente en estas tierras americanas estaba prohibida como “inmoral” y se imponía como obligatorio enseñar en cátedras y púlpitos la falsa doctrina del “derecho divino de los reyes”. Inculcar a los pueblos americanos esta sumisión llevaba a condenar la idea misma de su futura independencia y el derecho a darse gobierno propio y bloquearla con la enseñanza de que ir contra el Rey de España era ir contra Dios.

En el momento en que los jesuitas eran expulsados de Mérida y del imperio español, en San José de Tiznados se abría a la vida un niño de 4 años, Juan Germán Roscio, probablemente el pensador civil más destacado por su argumentación a favor de la independencia de Venezuela. Él redactó en 1811 el “Manifiesto que hace al Mundo la Confederación de Venezuela” y con Francisco Isnardy el Acta de la Independencia. A la caída de la Primera República, Roscio fue apresado y enviado a la cárcel de Ceuta con otra media docena de ilustres próceres civiles de nuestra independencia.

Cuando en 1814 el Papa Pío VII restaura la Compañía de Jesús, Juan Germán Roscio en la cárcel está escribiendo El Triunfo de la Libertad sobre el Despotismo y defiende con razones bíblicas y religioso-teológicas el derecho de los pueblos a la justa rebelión contra los déspotas y tiranos y a darse gobierno propio. Nos recuerda “que los reyes no tienen derechos ni privilegios divinos, y que está al arbitrio de los pueblos removerlos y arrojarlos cuando les convenga”(Roscio, Obras 1953 tomo II p. 31) Roscio dice que él en sus estudios civiles y canónicos en la Pontificia Universidad de Caracas no tuvo la suerte de conocer a los jesuitas (expulsados cuando él era niño) y la universidad tampoco le brindó el conocimiento de su prohibida doctrina sobre el derecho de los pueblos a la legítima rebelión contra los tiranos y déspotas. De ahí Roscio concluye en su escrito de 1814:”He aquí la verdadera causa porque fueron arrojados(los jesuitas) de los reinos y provincias de España: todo lo demás fue un pretexto de que se valieron los tiranos para simular el despotismo y condenar la censura y venganza que merecía el decreto bárbaro de su expulsión. También lograron extinguir la Compañía” (citado Ugalde L. El Pensamiento teologico-político de Juan Germán Roscio. Ed. Casa de Bello Caracas 1992 p.57).

Hoy como ayer tenemos que oponernos a la apropiación privada de un bien público (como son el Estado y la universidad) al servicio de una ideología. Toda ideología- y también la religión como nos enseña Jesús ( ver Evangelio de Marcos 2,27) debe ser instrumento al servicio de la vida de la gente y no al revés, como recientemente nos recordó en papa Francisco en su visita a Cuba, en las Nacionales Unidas y en el Congreso norteamericano. Una universidad autónoma se debe a la sociedad y tiene el compromiso de contribuir decididamente a hacerla libre y justa; por eso siempre será molesta e inaceptable para una concepción totalitaria del poder y del Estado.

Quisiera que el doctorado honoris, inesperado e inmerecido de mi parte, que me otorga esta querida universidad sea un reconocimiento a la autonomía universitaria hoy asediada y también a Roscio y a mis antepasados jesuitas, a quienes sus ideas les acarrearon el destierro y la cárcel. Para que la universidad sirva a la sociedad es fundamental que no se subordine a la ideología del gobierno de turno, ni se encierre en sí misma como torre de marfil ciega y sorda al clamor de nuestra gente, sino que sea lugar de encuentro y constructora de puentes entre los sectores enfrentados de la sociedad. La universidad ha de formar profesionales decididos a que mañana el ejercicio de su profesión lleve al país a eliminar las exclusiones, a potenciar por medio de la educación el talento de los pobres para que salgan de su pobreza y hacer que el Estado sea instrumento de la sociedad impidiendo que el partido en el poder se apropie de él e imponga sus intereses.

Muchas gracias.

Universidad de Los Andes, Mérida 10 de noviembre de 2015

Elecciones y democracia participativa

Luis Ugalde

El deterioro económico-social del país y la ineptitud del gobierno avanzan sin freno hacia el abismo. Los hechos están a la vista de todos: empobrecimiento de los pobres y de la clase media y parálisis de las empresas productivas. El voto de diciembre tiene que ser un grito que reclama el cambio de esta ruta de perdición. Por otra parte cada vez es más evidente que la prisión, maltrato, farsa y condena de Leopoldo López y varias decenas de estudiantes y políticos son reacciones típicas de gobiernos dictatoriales cuando se sienten acorralados y huérfanos de apoyo voluntario.

La insensata inmovilidad gubernamental en sus erradas políticas ha puesto tres graves bombas de tiempo combinadas que, si no se desactivan, harán saltar por los aires a Venezuela: inflación desbocada, desabastecimiento e inseguridad. La vida de todos (chavistas o no) está amenazada, los productos más necesarios no se consiguen y los ingresos no alcanzan para comprarlos. Crece la desesperación y los que apoyaron al gobierno se sienten traicionados por quienes en nombre del socialismo se han hecho multimillonarios. La incapacidad gubernamental busca a quién echar la culpa para convencer a la población de que la revolución va bien y criminalizar a los críticos.

Entre las últimas cosas más grotescas está el uso delincuente desde la altura del poder de la grabación de una conversación telefónica privada entre el destacado economista, ex ministro Ricardo Hausmann y el empresario Lorenzo Mendoza, sobre cómo salir del actual desastre económico, que requiere entre otras cosas un préstamo de decenas de miles de millones por parte de organismos multilaterales especializados, con los correspondientes ajustes. Es sabido que el propio gobierno a escondidas se hace también esta pregunta y varios ex ministros defienden sensatamente que hay necesidad de acudir al Banco Mundial y al Fondo Monetario para proceder a la inevitable cirugía mayor a fin de que no se muera el enfermo grave que es Venezuela. En una “democracia participativa” no hay prohibición de hablar de estas cosas, sino obligación. Además del gobierno, todos deben discutir y buscar soluciones, sobre todo los economistas y los empresarios. Cualquier gobierno sensato, lejos de amenazar, condecoraría a Lorenzo Mendoza, a Hausmann y a otros por participar activamente en esta búsqueda de soluciones en las que todos somos corresponsables.

Los venezolanos (salvo la minoría que se beneficia escandalosamente del desastre nacional) nos preguntamos día y noche ¿cómo desactivar la triple bomba que nos amenaza: inflación, escasez e inseguridad? Esto es lo que nos une a todos, pero el gobierno no hace nada por cambiar y así conspira contra sí mismo; hoy está peor que en enero y mañana estará peor que hoy.

Es imprescindible que de manera clara y rotunda Venezuela manifieste en la próxima elección su decidida voluntad de cambiar este modelo y reencontrar el camino de la esperanza cuya construcción requerirá la unidad, por encima de pequeñeces y personalismos. Este incendio pavoroso amenaza acabar con todo; por eso empresarios, economistas, políticos y los ciudadanos responsables, de uno y otro signo, deben unirse para apagarlo. Es el momento de darle un rotundo no al régimen y a su modo anticonstitucional de uso del Poder Judicial, de la Fuerza Armada y del CNE.

Nadie podrá detener el cambio si vamos a votar con decisión y valor, a decirle a Venezuela y al mundo que queremos transformación y no estamos resignados a tener los primeros lugares mundiales en inseguridad-violencia, inflación, déficit fiscal, escasez de productos de primera necesidad, corrupción...

Por supuesto, no basta el triunfo electoral, hay que obligar al gobierno a reconocerlo y a cambiar. Sería muy trágico y estúpido que por negligencia o cualquier otra razón, los que queremos reformas nos quedáramos en casa, lo que permitiría al gobierno proclamar ante el país y el mundo que Venezuela es feliz y que esta locura empobrecedora tiene el apoyo de la mayoría. No hay soluciones ideales y completas, pero está al alcance de la mano votar el 6 de diciembre y entrar decididamente por la puerta del cambio para empezar cuanto antes la reconstrucción del país con énfasis principal en la superación de la pobreza

El Nacional

Caracas, 5 de noviembre 2015