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Una narrativa hueca, desgastada y sin asidero

Opinión
Tiempo de lectura: 6 min.

Los movimientos populistas construyen narrativas que aprovechan resentimientos, envidias y ansias de revancha de aquellos que creen ser víctimas de engaños perversos. Se proyectan como la fuerza capaz de reparar sus agravios, reclutándolos, así, para conquistar el poder. Central es la identificación de los supuestos culpables de sus desdichas. Con una retórica maniquea llena de odios, edifican contraposiciones simbólicas, con base en mentiras y medias verdades para exacerbar las pasiones en su contra. Invocan épicas de una época de oro mitificada que retratan a un pueblo noble y puro enfrentado a sus crueles enemigos de siempre: con éstos no puede haber empatía alguna. Y como no merecen tener los mismos derechos que “nosotros”, suelen ser discriminados.

Si ello implica apelar a la violencia y/o a los mecanismos represivos del Estado y se les niega derechos básicos, adquiere una clara factura fascista. Construcciones ideológicas patrioteras justifican este proceder. Sus atropellos son absueltos por no ser más que expresión de legítimas pasiones de un pueblo en liza permanente por el destino glorioso prometido. Según esta perspectiva, se vive para la lucha. Con tal propósito se regimenta a la sociedad bajo la hegemonía de una casta militar que alega encarnar a la nación. Conforma un ambiente que aplasta toda expresión individualista capaz de interponerse a la consecución de lo que el líder visionario identifica como el bien común. La lealtad hacia él es un valor supremo que llama a cerrar filas en torno suyo. Se prohíbe toda disidencia.

Chávez pudo articular exitosamente estos elementos en su lucha por el poder. Supo aprovechar el desgaste del contrato social implícito que había forjado la democracia bipartidista con promesas de mejorarle continuamente al pueblo sus condiciones de vida a cambio de apoyo político. Se erigió en el redentor providencial que sí cumpliría sus ofrecimientos. Su procedencia castrense, su promoción de un creciente protagonismo militar y la apelación a la violencia de sus camisas rojas para disputarle la calle a sus contrincantes, proyectó claramente su cariz neofascista. En su segundo gobierno, sustituyó su retórica original patriotera y antiimperialista por un remedo de “socialismo del siglo XXI”. Así, las confiscaciones y controles crecientes permitieron acentuar el expolio a la nación, lejos de “liberar las fuerzas productivas” como pregonaba el marxismo. Y la centralización del poder en sus manos, con el desmantelamiento continuado de las instituciones que resguardaban la existencia de contrapoderes que podían contener sus apetencias, facilitó a su sucesor designado terminar de echar por la borda a la constitución nacional y convertirse, abiertamente, en dictador.

Lo que interesa destacar aquí es que, hasta su muerte, esta narrativa de Chávez encontró resonancia e identificación en amplios aspectos del imaginario popular. Tanto el patriotismo extremo, el tutelaje militar, como el culto al héroe personificado en el Libertador, forman parte de los valores nacionalistas que se nos han inculcado, incluso bajo la democracia. Y la idea de que Venezuela era rica, por lo que la pobreza era culpa de la incompetencia, corrupción o mala voluntad de quien ejercía funciones de gobierno, era prédica común de AD para descalificar a COPEI y viceversa. Chávez, en buena medida, no inventó nada. Tenía el lecho ya tendido. Le bastó recoger las promesas incumplidas de la democracia bipartidista, exacerbar sus prácticas populistas y clientelistas, y proyectarse como el genuino heredero de Bolívar para conquistar el favor de los venezolanos. Luego, la bonanza petrolera de su segundo gobierno permitió darle un contenido real a su prédica “socialista” mediante programas discrecionales de reparto que ocultaban la destrucción del tejido productivo nacional.

Por razones obvias, esta narrativa redentora desentona totalmente con la Venezuela de hoy. Ha sido tal el grado de destrucción del país, tal la degeneración de los valores y del sentido de justicia y tal la ausencia de responsabilidad y de compromiso con los intereses de la nación puesto de manifiesto por los que se apoderaron del Estado que, en lugar de perspectivas de un mundo mejor, el venezolano se asoma a un terrible vacío, carente de toda sustancia y sentido. Insólitamente, el núcleo fascista sigue apegada a su retórica chavista, si bien bajándole dos a sus críticas al sector privado –quiere que amplíen sus negocios--, y al imperio, para no provocar al imprevisible Mr. Trump. Del resto, se sigue proyectando como si condujeran una revolución asediada por una “derecha” defensora de privilegios, a causa de su defensa de los intereses del “pueblo”. Y, en este malabarismo, la palabra “pueblo” es usada como mampara para referirse a sí mismos. O sea, una exigua oligarquía militar-civil, en poder de las palancas de decisión del Estado y adueñada de Venezuela por el ejercicio de la violencia, no es tal, ¡es el propio pueblo! Tal usurpación es tanto más nauseabunda luego de haber cometido Maduro, con el auxilio del delincuente, Elvis Amoroso, el fraude más ramplón y torpe a la voluntad de ese pueblo: haber votado masivamente por el cambio el 28J en la figura de Edmundo González Urrutia. Pero, con el mayor descaro, fingen sentirse ofendidos cuando se les increpa por tan vulgar trampa, incluso cuando lo hacen quienes eran, hasta poco, sus aliados.

Lamentablemente, su falsía no se reduce a mostrarse “indignados” por una supuesta maledicencia. Con la mayor crueldad y alentados por acusaciones fabricadas por mentes enfermas como las de Tarek, “Torquemada”, Saab y la del energúmeno del mazo, sus esbirros desataron una salvaje andanada represiva contra los venezolanos que protestaron el fraude. Miles de detenidos, de los cuales todavía quedan unos mil presos políticos, más de 20 asesinados, numerosos torturados y desaparecidos, representan el saldo más inmediato de su despojo. Se añade, desde luego, el deterioro irrefrenable de las condiciones de vida de los venezolanos por cada día que permanece el usurpador al mando: fehacientemente, el peor presidente habido en el país. Pero este señor, campeón del fracaso, anda por ahí platicando acerca de unas supuestas “7 transformaciones” y anunciando reformas a la constitución para crear un “estado comunal” (¡!). Difícil saber qué es más ridículo, estos alegatos o Diosdado Cabello acusando a la oposición de “fascista”. Y para completar el bochorno, Jorge Rodríguez, mejor conocido como El Furibundo por sus destemplanzas, insulta, “ofendido”, al Alto Comisionado de las NN.UU. para los Derechos Humanos, Volker Türk, por incluir en su informe la mayor violación de estos derechos en el país por las protestas al fraude electoral perpetrado.

Y uno se pregunta, ¿A dónde pretenden llegar los maduristas con esta representación? Su narrativa hueca no tiene asidero alguno entre las grandes mayorías. Algunos argumentan que su radicalización obedece a la desesperación que sienten al ver estrecharse sus opciones. Puede ser. El fascismo necesita refugiarse en una burbuja de falsedades para absolver sus crímenes y continuar alimentando su espíritu de secta para no bajar la guardia. Pero también es cierto lo que vienen denunciando Moisés Naim y Anne Applebaum, entre otros. Estas falsedades --su “posverdad”-- no pretenden suplantar la realidad tal como es por la suya, sino, más bien, destruir toda noción de verdad. Hacer que la gente no sepa a qué atenerse, alimentando su desesperanza y desolación. Una corporación criminal que toma decisiones para ampliar su poder y asegurar sus posibilidades de expoliación, queda como única certidumbre. No hay otra referencia asequible. Sus decisiones no requieren sustento alguno ni tienen por qué tomar en cuenta la pluralidad de sectores existentes en la sociedad. Allana el camino a cuanta arbitrariedad se le ocurra a Maduro y los suyos para afianzar su poder y negocios.

De ahí lo imperativo que es levantar una referencia alternativa, sólidamente fundamentada, como plan de recuperación. El que formuló el equipo de María Corina Machado en apoyo a la candidatura de Edmundo González Urrutia es excelente. Al tener reconocimiento internacional, la presidencia de EGU augura acceso al financiamiento requerido para atender de inmediato la emergencia humanitaria compleja, reformar el Estado, reestructurar la deuda pública y crear las condiciones propicias para un crecimiento sostenido de la economía. Maduro, por el contrario, no tiene nada que ofrecer sino más represión. Mantener a este campeón del fracaso no es, para nada, la mejor opción de los chavistas.

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela 

humgarl@gmail.com