
En las más recientes semanas, a propósito de la irrelevante campaña para las elecciones locales en Venezuela, se han publicado visiones diversas desde el ángulo de la ciencia política y la consultoría sobre la situación de la oposición en Venezuela y el cada vez más enrevesado camino a la transición y la libertad.
Con algunas de ellas puedo coincidir parcialmente, mientras que con otras es claro que no queda otra ruta que desnudar el síndrome de Estocolmo analítico o la mera cooptación por el sistema que las impulsa. El punto del que nacen sí que parece válido e importante de abordar y reconocer: hoy la oposición democrática se encuentra en un callejón, y la población venezolana, aspirante a la libertad, desmovilizada y ausente del debate político.
Evidentemente, solo los que son realmente honestos en su análisis hablan de transición, un término que recoge el origen del conflicto venezolano: no existe democracia. Venezuela es el país donde María Corina Machado ganó las primarias y se le impidió ser candidata, Edmundo González ganó la elección y se le impide ser presidente, Juan Pablo Guanipa reclama el fraude y se le impide ser libre. Así son las dictaduras: viven de los impedimentos. En Venezuela los partidos están impedidos de actuar con libertad, los ciudadanos impedidos de elegir, los medios impedidos de informar.
A otros supuestos analistas es fácil desnudarlos. Hablan de la desconexión de los liderazgos con la gente o de la falta de estrategia electoral, pero obvian hablar del elefante en la sala: elecciones que no son libres, líderes presos, medios censurados. Intentan hacer propuestas desde la estrategia y la comunicación electoral y democrática en el marco de un sistema abiertamente autoritario. ¿Por qué? Solo hay dos opciones: síndrome de Estocolmo que los impulsa a seguir jugando al analista o incorporación a la nómina de presión o compra por parte del sistema.
Sobre la postura de quienes sí intentan buscarle una salida estratégica a la problemática de la desmovilización actual, me quedo con una de las ideas leídas: la del “viraje necesario” en la estrategia de la oposición. Sin embargo, ¿hacia dónde se debe virar? La próxima elección local del 27 de julio es un hito intrascendente; no hay ni tiempo ni herramientas para convertirla en una elección movilizadora. Por tanto, a partir del aniversario del triunfo electoral de Edmundo González, las cabezas de la oposición tendrán la oportunidad de revisar cómo reconectar con la calle y con la sociedad para buscar herramientas internas para el cambio. Allí está el verdadero punto de atención a los líderes y la sociedad: no hay transición sin estrategia y movilización interna; depender de variables foráneas no producirá en el corto plazo ninguna transición.
En un punto, sin embargo, debo contradecir a muchos análisis que no atienden todas las variables, y tiene que ver con el fetiche de la unidad. Durante años en Venezuela se vendió —y ciertamente era lógico y necesario— que solo la unidad de la oposición permitiría enfrentar al gobierno. Sin embargo, muchas cosas han pasado que deben desnudar ese fetiche. Por un lado, quienes encabezaron la oposición el 28 de julio construyeron una mayoría social y electoral dominante; por otro, los actores que se han desalineado es claro que no lo han hecho por razones estratégicas, sino porque sirven a los intereses políticos del régimen autoritario. No puede haber acuerdos ni unidad con quienes son alfiles estratégicos del régimen.
Así que sí, hoy el régimen ha empujado, con la represión y el fraude, a la oposición real a un estado de inacción del cual debe salir. Pero eso no valida las traiciones ni los acuerdos de quienes son la oposición en el sistema; simplemente obliga a María Corina Machado, a Edmundo González y a otros actores a construir una nueva estrategia y una nueva narrativa que vuelva a movilizar a la mayoría de los venezolanos.
https://www.elnacional.com/2025/07/el-sindrome-de-estocolmo-intelectual-y-la-democracia-venezolana/