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Marino J. González R.

Rumbo a las hiperinflaciones más largas

Marino J. González R.

La hiperinflación de Venezuela ya tiene un año de duración. Cuando comenzó en el mes de noviembre del año pasado, algunos comentaron que al ser un proceso “autolimitado”, la hiperinflación no debería pasar de un año. Esa creencia estaba basada en la experiencia de los gobiernos que decidieron deliberadamente eliminar la hiperinflación. Pero en el caso de los países en que los gobiernos no asumen que la hiperinflación es un problema derivado de sus acciones, la duración de estos procesos puede ser tan larga como la incomprensión de su naturaleza.

Ya a finales del 2017 era bastante claro que no existe la disposición para implementar las políticas adecuadas para corregir la hiperinflación. Los resultados están a la vista.

La hiperinflación de Venezuela es la tercera en duración de América Latina (solo superada por la de Bolivia con 18 meses y la de Nicaragua con 58 meses). También es la tercera en cuanto a la máxima tasa de inflación mensual (superada por la de Nicaragua y la de Perú). Al cumplir el año, la hiperinflación de Venezuela está en el 40% de los casos de mayor duración.

Toda esta situación ha tenido un efecto terrible en los venezolanos, desde el deterioro aún mayor de las condiciones de vida, hasta la pérdida también mayor de la capacidad de transacción en la venta y compra de bienes. Venezuela es hoy una sociedad preocupada cada segundo por el precio de los bienes no por el valor de ellos. La distancia entre esas dos sociedades es el camino que habrá que recorrer para ser un país completamente diferente al que tenemos.

Todo lo anterior sería de especial preocupación. Pero esto aumenta cuando se conocen los pronósticos de los organismos especializados, dentro y fuera del país, sobre el comportamiento de la hiperinflación en 2019. Todos los análisis indican que la hiperinflación puede extenderse por todo el año próximo. Es decir que la duración podría llegar al menos, según estos pronósticos, a los dos años. La premisa subyacente en estos pronósticos es que no habrá cambios fundamentales en la política económica.

De mantenerse la hiperinflación en todo el año 2019, Venezuela ingresaría al grupo de países que han tenido las hiperinflaciones más largas (mayores a dos años). Este grupo está compuesto por: Rusia (entre 1922 y 1924, 26 meses), China (entre 1943 y 1945, 26 meses), Angola (entre 1994 y 1997, 26 meses), Ucrania (entre 1992 y 1994, 35 meses), Azerbaiyán (entre 1992 y 1994, 36 meses), Grecia (entre 1941 y 1945, 56 meses), Nicaragua (entre 1986 y 1991, 58 meses). Esta posibilidad es real. La magnitud de los desequilibrios que atraviesa Venezuela está sencillamente fuera de toda proporción.

En este escenario, hay que insistir hasta la saciedad, es urgente el cambio de la orientación económica. Venezuela está experimentando un grado superlativo de deterioro institucional vinculado a la desaparición de la moneda, tal como Keynes lo señalaba hace casualmente un siglo. Por supuesto, esto es una responsabilidad que involucra especialmente al gobierno. Pero no de manera exclusiva.

La reflexión sobre el tipo de sociedad que aspiramos supone comprender los elementos básicos del funcionamiento de una economía, y lo costoso que representa un proceso de hiperinflación, en calidad de vida y en inversión para el futuro. La responsabilidad de todos los liderazgos en identificar alternativas ante esta situación no puede ser más necesaria en las actuales circunstancias

marinojgonzalez@gmail.com

Brasil se queda sin ideas

Marino J. González R.

Este fin de semana se elige el nuevo gobierno de Brasil. De acuerdo con lo establecido, el presidente a elegir el domingo estará en funciones por cuatro años y podrá optar por la reelección por un solo período. De manera que los electores brasileños elegirán al gobierno que podría dirigir al país en los próximos ocho años.

Para examinar la relevancia de Brasil en el contexto internacional, bastan pocos indicadores. Es el quinto país en población del mundo, solo superado por China, India, Estados Unidos e Indonesia. Poco más de doscientos millones de habitantes se encuentran distribuidos en la inmensidad del territorio brasileño. También Brasil es el quinto país por extensión, con poco más de 8,5 millones de kilómetros cuadrados.

En lo que respecta al tamaño de la economía, Brasil es la octava del mundo, cerca de Francia, India y el Reino Unido. La influencia internacional de Brasil, aunque ligada a la magnitud de sus proporciones, se extiende a las dimensiones culturales, deportivas, musicales. No es posible entender América Latina sin tomar en cuenta a Brasil. Sin dejar de considerar sus notables influencias en los ámbitos diplomáticos y financieros.

Las previsiones de Brasil para los próximos años no lucen compatibles con las inmensas posibilidades. Además de la inestabilidad política de los últimos años, la economía brasileña muestra signos de disminución de la capacidad de crecimiento, así como en la exportación, si se le compara con la experimentada en la década pasada y principios de la actual. También se aprecia un aumento en la proporción de población en pobreza, así como en las emisiones de dióxido de carbono. Estimaciones del Banco Mundial señalan que el ingreso per cápita se ha reducido en un tercio entre 2012 y 2017.

En la actual coyuntura de Brasil hay razones para esperar que la elección presidencial hubiera sido una excelente oportunidad para plantear alternativas para el futuro. Considerando especialmente la enorme repercusión que tienen de entrada los cambios que se produzcan en un país con las características de Brasil. Se supone que esas ideas deberían estar en los programas de los principales candidatos por la presidencia. Pero eso termina siendo mera ilusión.

Los programas de los candidatos que disputan la elección final, no son compatibles con las urgencias que confronta el país. En un caso, Haddad, se ofrece más bien una vuelta al pasado gobierno de Lula. Solo con el título se deja evidente: “Brasil feliz de nuevo”. La explicación de cómo puede volver a ser feliz de nuevo un país que tiene tal magnitud de problemas estructurales brilla por su ausencia. El programa de Bolsonaro no ofrece tampoco mayores pistas. Más allá de la libertad, respeto a la propiedad privada, apoyo a la familia, lucha contra la corrupción, no hay ideas específicas

No extraña entonces que en ninguno de los programas se mencionen temas como “sociedad del conocimiento”, “inteligencia artificial”, así como las complejas transformaciones que está experimentando el mundo al finalizar la segunda década del siglo XXI.

No queda duda entonces que cualquiera sea el resultado de la elección del domingo, Brasil estará sometido a las pugnas por el predominio de políticas públicas, sin una visión integral de la sociedad brasileña y de sus principales problemas. Es muy probable que la sorpresa sea el signo característico de las políticas de Brasil en los próximos años. Pensar antes sigue siendo una rareza para los gobiernos de América Latina.

marinojgonzalez@gmail.com

La brecha del siglo XXI

Marino J. González R.

Las inmensas transformaciones tecnológicas que están ocurriendo en el mundo han configurado en las últimas décadas una nueva forma de vinculación entre países y entre áreas en los países. La forma en la cual se dan esas relaciones está basada fundamentalmente en la aproximación a la creación de conocimientos. Las sociedades con patrones de organización basados en la generación y utilización de conocimientos se encuentran en rutas de desarrollo más sostenibles y exigentes. Este fenómeno es la demostración de que la creación de riqueza no es sino la expresión de lo que las sociedades producen. Más aún, es expresión de la diversidad de lo que producen.

La creación de riqueza está en la génesis del pensamiento económico. Es por ello que la célebre publicación de Adam Smith sobre las causas de la riqueza en 1776 se convirtió en la base para la conformación de la economía moderna. El problema de Adam Smith era encontrar una explicación al hecho de que algunos países eran más ricos que otros. Y de allí que fuera necesario examinar las causas para encontrar modalidades de acción, vale decir, políticas, que promovieran entonces la riqueza. La explicación de Adam Smith es impresionantemente sencilla: la riqueza de los países depende de lo que producen, pero más aún, de la diversidad de lo que producen. Mientras más diversidad, existen mayores posibilidades de estimular la sinergia que impulse hacia nuevos niveles de riqueza. Y para que exista diversidad en la producción se debe impulsar el aumento de la “cantidad de ciencia”, esto es, la capacidad para crear nuevos conocimientos. Hay que recordar que estos postulados fueron expresados hace casi doscientos cincuenta años, en un mundo muy diferente al que tenemos hoy.

El problema señalado por Adam Smith implicaba medir esa diversidad de producción. Las estadísticas de la época no estaban suficientemente ordenadas para llevar el registro detallado de lo que se producía. Tampoco el mundo era tan cercano como lo es ahora. No es sino hasta hace poco más de una década que se empezó a sistematizar la información que permitiera medir la diversidad destacada por Adam Smith. De allí surgió el Atlas de Complejidad Económica de la Universidad de Harvard y el Observatorio de Complejidad Económica del MIT. Ambas iniciativas permiten estimar la complejidad como expresión de la diversidad. A más complejidad, los países alcanzan mayores niveles de riquezas. En otra medida, la complejidad se convierte en un predictor del crecimiento, que a su vez lleva a nuevos niveles de riqueza.

En la última medición del Atlas de Complejidad Económica (para el año 2016), los diez países con mayores niveles de complejidad son, en orden decreciente, Japón, Suiza, Corea del Sur, Alemania, Singapur, Austria, República Checa, Suecia, Finlandia y Estados Unidos. La diferencia de estos países con respecto a otras regiones del mundo es notable.

Podría decirse que esta brecha de complejidad es la expresión de un rezago en la institucionalidad de los países para asumir los retos que implica construir sociedades del conocimiento. Tal parece que la complejidad está generando una exclusión que aumenta todos los días, en la medida que el ritmo de creación y utilización de conocimientos no hace sino crecer.

Enfrentar esta brecha con políticas efectivas es quizás el desafío más significativo en el mundo de esta primera parte del siglo XXI.

marinojgonzalez@gmail.com

Ni respeto a la vida, ni respeto a la muerte

Marino J. González R.

No hay ninguna duda de que en Venezuela el respeto a la vida ha desaparecido como práctica de las responsabilidades del gobierno. Para empezar, el hecho de que la mayoría de los venezolanos no cuente con los recursos para comprar los alimentos del día, lo cual trae como consecuencia los riesgos de muerte y desnutrición, especialmente para aquellas poblaciones de mayor vulnerabilidad, ya deja bastante claro que la preservación de la vida no es la guía de la acción pública. A ello debe agregarse que también la mayoría de la población no tiene acceso a los medicamentos para afecciones de todo tipo, y que por la falta de ellos muchas personas están en peligro real de morir. El grado de desprotección ante la violencia, que ha condicionado que la gran mayoría de la población se sienta con temor incluso en su propia vivienda, ha llegado hasta el punto de que el país es considerado en este momento el más peligroso en el mundo. Ya todo eso bastaría para tener la máxima preocupación.

A todo lo anterior hay que agregar el clima de zozobra que ha experimentado el país ante los sucesos ocurridos en El Junquito la semana pasada. Especial mención deben recibir dos hechos absolutamente sorprendentes que requieren ser aclarados en las investigaciones por venir. En primer lugar, el lamentable resultado en vidas humanas cuando aparentemente había disposición de entregarse ante las autoridades. Y en segundo lugar, las acciones de los organismos oficiales para disponer de los cuerpos de los fallecidos sin tomar en consideración la voluntad de sus familias. Estas acciones, por parte de los organismos responsables, indican que no existió mayor miramiento por los sentimientos y decisiones de los familiares.

En las actuales circunstancias del país, en las que cada día que pasa agrega multitud de situaciones que reflejan el malestar y rechazo de los ciudadanos, estos hechos son completamente inauditos. Son expresión de rasgos inequívocos de una gran descomposición institucional. El respeto por la vida y la muerte deben ser signos característicos de las sociedades.

"Cuando se irrespeta la vida y la muerte, especialmente por la valoración que hacen las familias del dolor que significa perder seres queridos, es imperativa la reflexión sobre los valores que esa sociedad comparte o ha dejado de compartir"

Es un llamado muy directo a la conciencia de los actores políticos y sociales que participan. Es una alerta colectiva sobre el tipo de conductas que están caracterizando la vida de la sociedad.

Es indudable que la situación general del país no puede ser más dramática. En todos los frentes. En el plano político por las grandes dificultades para encontrar espacios de acuerdo. En lo económico por las tremendas repercusiones que tiene la hiperinflación, con su estela de destrucción en todos los espacios. En lo social por el sufrimiento de millones de familias en su cotidiana lucha por la subsistencia. Y como si no fuera suficiente, ahora en la vulneración del respeto a la vida y la muerte. Si no es el punto más bajo en la incertidumbre por el destino del país, se le debe parecer bastante.