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Humberto García Larralde

Los verdugos de Venezuela vs las sanguijuelas

Humberto García Larralde

La destrucción de Venezuela, más que expresarse en cifras, se revela en la terrible desolación de la inmensa mayoría de venezolanos. No sólo se ha acabado con los aspectos básicos de su vida cotidiana --comida y medicina a la mano, agua, luz, gasolina y transporte, seguridad mínima--, se han exterminado las capacidades del Estado por contribuir con su provisión y saboteado su solución por otras vías. Al venezolano se le ha confiscado las posibilidades de una vida digna, propia de su condición humana: los derechos consagrados en la Constitución y los acuerdos internacionales suscritos por el país son, hoy, letra muerta. Los horrores constatados recientemente por la Misión de Determinación de los hechos en Venezuela, del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, constituyen una denuncia imborrable de ello.

Al lado de la miseria extendida, se erigen fortunas fabulosas, amasadas de la noche a la mañana. Son el resultado del desmantelamiento del Estado de Derecho, con sus garantías y normas para supervisar y controlar la gestión pública, como del acorralamiento de los mecanismos de mercado para la producción y distribución eficiente de bienes y servicios. Estos fueron sustituidos por determinantes políticos, en primer lugar, la lealtad a la causa, es decir, al superior jerárquico, y el reparto de la renta a quienes muestran ser obsecuentes, para conformar una masa informe a disposición de las arengas del líder máximo. Los derechos se convierten en dádivas entregadas discrecionalmente a partidarios. Son las bases del régimen fascista que montó Chávez, apoyado en las bayonetas, que nos quiso vender como Revolución Bolivariana. Con el desmoronamiento de este engendro, predominan en la escena las mafias que se fueron apoderando del país para depredarlo, al amparo de su retórica mesiánica.

En escritos anteriores, hemos hecho un vuelo somero sobre algunas de sus expresiones más funestas: la cúpula militar podrida, dispuesta a usar la violencia para defender sus privilegios; Maduro y demás jerarcas que ocupan posiciones de poder; los jueces proxenetas del tsj, prestos a validar los desmanes de los anteriores (y a participar en sus proventos); y la gama de organizaciones paramilitares diversas, entre comandos de esbirros, bandas criminales, colectivos y otras, que han ido proliferando a la sombra de la destrucción del Estado de Derecho. Estos entes, imbricados entre sí, conforman una estructura de poder personalista y excluyente, dedicada a la expoliación de la riqueza social. Cuales verdaderas sanguijuelas, se dedican a exprimirle los medios de vida a los venezolanos, dejándolos exangües, sin sustento. Los que se benefician de tal estructura de poder son los verdugos del país.

Cuando hablamos de sanguijuelas, nos referimos a todo aquél que se dedica a sacarle provecho a los mecanismos de expoliación instalados en Venezuela, a expensas del bienestar de su población. Es una categoría que engloba a todos los entes arriba señalados, pero que también incluye a otros actores que no se han mencionado. Aquí se abordarán, muy brevemente, algunas de estas otras sanguijuelas.

En lugar destacado resalta, cual Sanguijuela Mayor, la casta militar y política que domina a Cuba. Como se ha escrito tantas veces, el enamoramiento de Chávez con la figura de Fidel Castro, cuidadosamente cultivado por éste, se tradujo en la entrega, sin tapujos, de flujos enormes de recursos al régimen gerontocrático: unos 100 mil barriles de crudo diarios, la mayoría de los cuales nunca fueron pagados; el parapeteo, por parte de PdVSA, de la Refinería Cienfuegos, la mayor de la Isla, luego confiscada por el gobierno cubano sin recompensa; el sobreprecio exagerado por personal sanitario, entrenadores deportivos y otros “técnicos” proporcionados por la isla (reciben sueldos de miseria, ya que el Estado cubano se embolsilla el grueso); la compra triangulada de insumos, equipos y bienes, provenientes de distintos países, para dejarle jugosas comisiones a Cuba; y la entrega de notarías, registros y servicios identificación y comunicación a la isla, que posibilitan oportunidades insospechadas de extorsión y control. En fin, después del colapso de la Unión Soviética y de la hambruna que se instaló en Cuba, eufemísticamente referida como “Período Especial”, Venezuela –gracias a Chávez—ha sido el gran salvavidas de la casta despótica cubana. Todavía Maduro se esfuerza en suministrarle gasolina a la isla, no obstante los estragos que causa su escasez para el consumo interno. De ahí la intención de los jefes cubanos de no soltar prenda, de auxiliar a Maduro con el know-how en el cual han mostrado gran eficacia a lo largo de más de 60 años: las prácticas de terrorismo de Estado para controlar a su población.

Otros países se han aprovechado de Venezuela. Rusia, proveyó cuanto juguete militar quiso adquirir Chávez para enfrentar al “imperio” –gustos caros, unos $12 mil millones--, acompañado de contratos de suministro de repuestos y equipos, como de adiestramiento militar. Empresas rusas, vinculadas con Putin, pudieron posicionarse favorablemente en el negocio petrolero, hasta poder comercializar el crudo venezolano, dizque para evadir las sanciones impuestas por EE.UU. a PdVSA, pero, sobre todo, para pagarse a sí mismas sus acreencias, por unos 9 mil millones de USD. También lograron valerse del 51% de CITGO, como garantía. Pero el mayor premio ya no es monetario –Venezuela hoy está quebrada--, sino haber logrado Putin posicionarse como piedra en el zapato, en pleno patio trasero de EE.UU.

Irán ha querido aprovecharse también de la destrucción de la industria petrolera venezolana, vendiendo gasolina y asistencia para activar algunos procesos de refinación. Se le paga en oro ilegalmente extraído, transacción en la cual Turquía parece haberse colado como intermediario. China, que inicialmente intentó asumir una posición hegemónica como inversionista foráneo, invitada por Chávez, ha salido con las manos quemadas por los deudores maulas con que terminó viéndose enredada.

El pillo de Daniel Ortega se ha embolsillado buena parte de los proventos de Albanisa y otros proyectos conjuntos, desarrollados supuestamente para bien de ambas naciones. Las solidaridades automáticas con Maduro de Lukaschenko, Bashar al-Asad y otros carniceros de sus respectivos pueblos, están registradas en sus haberes, esperando cualquier oportunidad que se presente para cobrarlas.

Finalmente está la panoplia de enchufados, con sus empresas de maletín que contratan de todo con el Estado, que fungen de operadores financieras, gestores internacionales, intermediarios en la sustracción de oro, diamantes y otras riquezas explotadas ilícitamente, “asesores” y cuanto otro “negocito” turbio se les ocurre, siempre y cuando lo compartan, según convenga, con jerarcas y militares. La manifestación más clara del enorme daño que han infligido sobre las condiciones de vida del venezolano está en la magnitud de las fortunas mal habidas que revelan los escándalos aireados por la prensa internacional y por periodistas de investigación. Sin embargo, las cuentas mil millonarias que han aflorado en bancos suizos (HSBC, Helvetique), de Andorra, España, República Dominicana (Banco Peravia), Panamá, USA y Portugal (Banco Espirito Santo), son apenas la punta del iceberg. Jorge Giordani quien debe saber algo respecto a estos robos, sitúa la fortuna extraída durante los gobiernos de Chávez, en $20 mil millones. Sin duda, esta cifra, bajo el desgobierno de Maduro, ha aumentado con creces. Provienen de partidas de mantenimiento de servicios públicos e infraestructura malversadas; compra de suministros que nunca llegaron; especulación con las divisas; obras iniciadas que nunca concluyen, a pesar de tragarse, cual centrífuga, toda nueva asignación; sobreprecios y comisiones para cuanta contratación se haga con el sector público; y, por supuesto, lavado de dinero del tráfico de estupefacientes y de otras corruptelas.

En fin, junto a la cúpula militar podrida y los jerarcas corrompidos por el poder, los jueces alcahuetas y las bandas fascistas y criminales, son los responsables de haber sustraído, durante estos largos años, los recursos y posibilidades de una vida digna para la inmensa mayoría de sus compatriotas. Nunca hubo consideraciones éticas, morales, humanitarias o políticas que detuvieran o morigeraran sus actividades de expoliación, represión y muerte. Son los verdugos de Venezuela.

Economista, profesor (j) Universidad Central de Venezuela.

humgarl@gmail.com

Los verdugos de Venezuela II: Los agentes cubanos

Humberto García Larralde

Estamos presenciando el fallecimiento de la Venezuela moderna. Se encuentra en fase avanzada, con niveles de miseria, hambre, muerte y desolación que nos retrotrae al siglo XIX. No es producto de un cataclismo externo, imprevisible, sino de una conducta deliberada, en contra de los intereses de la mayoría de los venezolanos, por parte de quienes manejan las palancas del Estado. Sus aciagos efectos han sido alertados reiteradamente y se les ha exhortado rectificar sus políticas. Pero no, los que están en el poder se atrincheran aún más en torno a la depredación de lo que todavía queda, sin importarles la ruina de los que, cínicamente, afirman defender. Son los verdugos de Venezuela, beneficiarios aventajados de un régimen de expoliación de la riqueza social, disfrazado de “revolución”.

En una entrega anterior reseñé, muy brevemente, el pilar central de este régimen de expoliación: una cúpula militar podrida que depreda los recursos de la nación, imponiéndose, con las armas, sobre el tejido social. En este escrito examinaré –también de manera muy sucinta—el complemento obligado a tal arreglo, el que le da cohesión y sirve de argamasa para evitar que implosione por el desbordamiento de las apetencias de poder y riqueza. Es el conformado por aquellos que ocupan posiciones de jefatura en el gobierno, los que, afanosamente, se autoproclaman “revolucionarios”: Maduro, los Rodríguez, El Aissami y su cohorte de depredadores. Para muchos, formados en la cultura de la Guerra Fría, se trata de comunistas o castrocomunistas, enemigos del mundo libre. Prefiero un término que no le atribuya tan trascendentes propósitos –así sean negativos—y designarlos, simplemente, como agentes cubanos.

La retórica comunistoide del chavismo corresponde con tales propósitos. Posiblemente algunos todavía se la crean. Pero no es un proyecto ideológico lo que los anima. Es la imposición de una arquitectura de dominación, perfeccionada a través de los años por la gerontocracia cubana, sin la cual el régimen de expoliación puede venirse abajo. Es decir, la permanencia de Maduro al frente del gobierno (como usurpador) y de sus ministros civiles, gobernadores y demás autoridades, amparados por las armas de militares corruptos --cómplices de la expoliación del país--, se la debemos a la “desinteresada” ayuda de los dirigentes cubanos, los primeros chicharrones en el despojo nacional. Esta denominación incluye a personeros como Diosdado Cabello y Pedro Carreño, carentes de todo pedigrí “revolucionario”. Hasta el pelmazo de Arreaza, cuya única credencial conocida es el de exyerno de Chávez, cabe en esta designación. Como gustan afirmar los marxistas, “objetivamente” actúan como agentes cubanos.

Si no comparten un proyecto revolucionario de sociedad, ¿qué explica su participación concertada en la destrucción de la nación? Claramente, como en el caso de la cúpula militar corrupta, es su interés como usufructuarios privilegiados del régimen de expoliación instalado. A cada uno de los jerarcas se les asocia con fortunas mal habidas: Maduro, con los negocios a través de los “Claps” y otros encargados a Alec Saab, amén del amparo a sus “narco-sobrinos”; a El Aissami, se le vincula con prolijas cuentas en el extranjero; al estilo de vida del camarada “Louis Vuitton” Carreño se le ven las costuras; y de Diosdado, ¡ni se diga! Y es que la demolición de la institucionalidad del Estado de Derecho, que antes resguardaba a la nación contra el pillaje, ha sido el verdadero propósito de esta “revolución”. Pero la incorporación de militares corruptos para asegurar su viabilidad es de factura cubana. Se inspira en el Grupo de Administración de Empresa, S.A. (GAESA), bajo conducción del yerno de Raúl Castro, que ha encumbrado a una casta militar sobre la economía antillana. Son los verdaderos propietarios de esa particular Revolución, devenida en tiranía.

La distinción venezolana está en que ese andamiaje se integra a partir de una FF.AA. descompuesta. No obstante, el régimen de expoliación instaurado apela a los mismos mitos que les han servido a sus tutores cubanos. Venezuela estaría, también, en la vanguardia de la lucha antiimperialista por la “liberación de los pueblos”, lo cual obliga a centralizar el poder en manos “revolucionarias” y a desmontar todo obstáculo –el imperio de la ley y de los derechos humanos—que se interfieran con tan “nobles” propósitos. Las fortunas acumuladas son la justa remuneración a su sacrificio como conductores del proceso. Con tal burbuja ideológica, se encubren los desmanes cometidos; lava conciencias. El imperio, buscando, como siempre, cogerse a Venezuela, persigue y acosa a estos patriotas “revolucionarios”.

El problema para la “dirección civil” --para llamarlo de una manera-- del régimen de expoliación, es que este relato tiene cada vez menos credibilidad. El estricto control del castrismo sobre la vida de los cubanos durante seis décadas hizo que allá tuviesen que calarse ese discurso a juro. Ello no es así para Maduro y sus socios. Su permanencia en el poder exige ceder crecientes tajadas del despojo nacional a “aliados” que puedan socorrerlo. Así, el saqueo mineral de Guayana es inconcebible sin la presencia del ELN colombiano y de otras bandas criminales, amén de la venta de oro, a escondidas, a Turquía o Irán; lo que queda del negocio petrolero obliga a entregar parcelas cruciales a Irán y a Rusia, “amigos desinteresados” de Venezuela; el tinglado de complicidades armado por Saab para darle oxígeno a Maduro todavía se desconoce, pero pronto se sabrá. En las ciudades, la impronta del hampa y de los colectivos en la extorsión y robo de los venezolanos --cuando no de los cuerpos represivos como la FAES--, desdibujan todo sentido de gobierno. Y, en todas estas instancias, participan militares corruptos, socios obligados mientras pueden hacer uso de su dominio de las armas.

Maduro y su combo son los pararrayos de esta orquestación, su cabeza visible. Su tabla de salvación ha sido apegarse al recetario cubano, con la esperanza de bañarse en el justificativo revolucionario –David contra Goliat-- que ha amparado la gerontocracia antillana. En realidad, Maduro, los Rodríguez y quienes aprendieron el discurso, representan los despojos de una ilusión que, en boca de un demagogo irresponsable y narcisista, engatusó al pueblo con promesas de redención. Pero se agotó. Han cambiado sus referentes. No se expresan, ahora, en un “socialismo de siglo XXI” incontaminado, porque nadie sabía en qué consistía, sino en el timón del Titanic, tripulado por organizaciones mafiosas que no tienen prurito alguno en revelar su verdadera naturaleza.

De ahí que Maduro ni siquiera intenta ya una semblanza democrática. Convoca unos comicios –que no elecciones, porque no hay oportunidad real de elegir— burdamente amañados, para asegurarse una Asamblea Nacional a su medida. Pone en tres y dos a las fuerzas democráticas, agotadas por no haber logrado el desplazamiento del usurpador y por las peleas internas, con la clara intención de aplastarlas. Participar o no en esta farsa parece plantear una disyuntiva perder-perder: está diseñada para impedir la expresión auténtica de la voluntad popular y a provocar su rechazo; así, asegura una mayoría para la nueva Asamblea Nacional, por forfait. Como se viene insistiendo, la mera abstención no es respuesta.

La comunidad democrática internacional ha desconocido la legitimidad de estos comicios. Como quiera que por imperativo constitucional deben realizarse, es menester apoyarse en este desconocimiento para exigir condiciones aceptables. Entre otras cosas, debe postergarse su realización por la expansión de la pandemia: realizar concentraciones públicas y convocar la gente a votar estimula su contagio. Con condiciones apropiadas, debe reabrirse el proceso de postulación de candidatos. Tales elementos deben ser centrales a la consulta que piensan realizar las fuerzas democráticas agrupadas en torno a Guaidó. El fascismo no convoca a una contienda democrática, sino a una trampa que les permitirá descabezar al liderazgo democrático para seguir depredando al moribundo país. La idea de postergar el mandato de la Asamblea actual como respuesta, en última instancia, nos despoja del fundamental argumento de la legitimidad del mandato, conforme a la constitución. Es ahí donde debe intentarse que se plantee la lucha; en la legitimidad de una elección para que la Asamblea electa exprese, de verdad, la voluntad popular, democrática. El pueblo tiene que conquistar el instrumento, por excelencia, para salir de este horror. Que no quepa dudas: mientras continúe Maduro en el poder, la situación empeorará.

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela.

humgarl@gmail.com

Los verdugos de Venezuela I

Humberto García Larralde

La cúpula militar

En un artículo recién, argumentaba que Venezuela se debatía entre la vida y la muerte. La drástica contracción de sus actividades productivas se traduce en niveles de hambre y miseria que no se veían desde que comenzó la era petrolera. Se trata de la peor tragedia sufrida por una población que no esté en guerra, materializada en apenas siete años. No ha sido fruto del azar, ni de terribles desastres naturales, sino de un régimen de expoliación articulado, bajo el chavismo, en torno al poder. Tiene, por tanto, sus responsables. Son los que, desde el Estado, han venido tomando medidas altamente perjudiciales para los venezolanos, amparados en una retórica “socialista”. Son los verdugos de Venezuela, los causantes de su aciago camino hacia su desaparición como país viable. No pueden excusarse por ignorancia, porque no sabían o no se daban cuenta de las secuelas de su accionar pues, desde hace años, se les viene alertando acerca de estas consecuencias. Lamentablemente, ha privado su afán de lucro, no el interés por evitar sufrimientos a la población.

Este artículo inicia una breve serie sobre estos verdugos. Por razones obvias, se comienza con la cúpula militar. Sin la represión abierta o solapada, a través de mecanismos de terror desplegados, y sin el miedo inducido en una población mayoritariamente opuesta al régimen, no sería posible que Maduro estuviese todavía en el poder. Estos militares son los principales culpables de la tragedia urdida sobre el país.

¿Por qué renegaron tan vilmente de sus paisanos, de su patria y traicionaron abiertamente a la nación?

Desde que comenzó a gobernar, Chávez fue colocando a militares en cargos importantes, con poca o nula supervisión, a la par que desmantelaba el Estado de Derecho. Alimentaba su ego, alabándolos como herederos de Bolívar. Dejó a su arbitrio el manejo de ingentes recursos, haciéndose la vista gorda. Pero se cuidó de tomar nota de los manejos irregulares, para poder cobrar eventuales deslealtades en el futuro. Creó, así, una red de complicidades en torno a su persona. El llamado programa Bolívar 2000 y las notorias corruptelas asociadas con el Centro Azucarero Ezequiel Zamora (CAEZ), vienen a la mente. A esto se añaden las oportunidades inusitadas para la extorsión proporcionadas por el custodio de fronteras, puertos, aeropuertos y alcabalas por parte de la Guardia Nacional y de otros componentes de la Fuerza, y la inspección de cuántas actividades del sector privado se les ocurriesen, sin mencionar el contrabando de gasolina y de productos regulados, en complicidad con otros funcionarios.

Nicolás Maduro, bajo tutoría cubana, auspició todavía más estas prácticas depredadoras. Hoy, la Fuerza Armada es dueña de astilleros, instituciones financieras y de seguros, televisoras, empresas agrícolas, de alimentos y de bebidas, construcción, ensamblaje de vehículos, transporte, armamento y de minería (Camimpeg), entre otras. Adicionalmente, está al frente de la Corporación Venezolana de Guayana (CVG), que controla las empresas básicas de esa región, y de las empresas públicas como Edelca, Enelven Corpoelec, Minerven y Pequiven. A finales de 2016, Maduro puso frente a PdVSA un general sin previa experiencia en el campo[1]. Bajo su gestión, la producción de la empresa se redujo en un 80%, reflejo de la danza de irregularidades con las que se viene depredando a la renta petrolera.

Según Impacto CNA (Citizen News Agency), para 2018 los militares controlarían no menos del 70% de la economía venezolana[2]. Por su parte, el portal Armando.info, que cruzó datos referentes al registro nacional de contratistas, con la nómina de la alta oficialidad de la FF.AA., encontró que, “al menos 785 oficiales activos” estaban al frente de empresas de construcción, servicios de seguridad, suministros médicos, alimentos, transporte, comerciales, informática y más, que contratan con el Estado[3]. Con la Gran Misión Abastecimiento Soberano, los militares monopolizan la importación y distribución de alimentos y medicamentos esenciales. Actualmente, controlan, además, el racionamiento de la gasolina. En todas estas responsabilidades, además de una buena tajada, han tenido manejo discrecional de los dólares provenientes de la exportación petrolera y minera[4]. Por último, es notorio el señalamiento, por parte de la DEA (Drug Enforcement Administration) de EE.UU., de altos oficiales venezolanos implicados en narcotráfico. Su defensa desembozada por parte de Maduro, así como de altos oficiales señalados de estar incursos en violaciones de derechos humanos, y su frecuente premiación con altos cargos de gobierno, afianzan la complicidad de muchos altos oficiales con el sistema de expoliación instaurado.

Estas “aficiones” han destruido a la institución de la FF.AA. como tal. Torcieron sus valores corporativos, quebraron su disciplina y fomentaron adhesiones en torno a filones provechosos, sustituyendo la unidad de mando y de propósitos por una constelación de mafias en procura de particulares cotos de caza. Ello permea, lamentablemente, a distintos niveles, convirtiendo a la requisa arbitraria de Guardias Nacionales y de otros, en un cáncer que consume a la nación. La compra masiva de armamentos a Putin fue pasto de suculentas comisiones, que terminaron sometiendo a la fuerza a su influencia. Mientras, la tropa pasa hambre y carece de aprestos (por hurtos). Ahora, como socios del saqueo de minerales en Guayana, en alianza con el ELN y otras bandas criminales, militares corruptos se convierten en agentes de intereses económicos foráneos. Tal desdibujamiento institucional hace que Maduro se apoye cada vez más en bandas paramilitares –colectivos fascistas, FAES y grupos hamponiles—como expresiones del poder de Estado. ¡Triste papel para un cuerpo al que se le quiso insuflar orgullo como supuestos herederos de Bolívar! En este afán, la cúpula corrompida ha tenido que marginar, acosar y reprimir a centenares de oficiales y soldados honestos, muchos de los cuales languidecen en las mazmorras del régimen.

¿Acaso han expresado remordimiento Padrino López, Remigio Ceballos y demás integrantes del alto mando militar, verdugos principalísimos, no sólo del país, sino también de la institución a través de la cual accedieron a ocupar sus lucrativos cargos? ¿Qué pasa por la cabeza de Néstor Reverol, Benavides Torres, Hernández Dala, González López y de Zavarse Padrón, señalados como violadores de derechos humanos, torturadores y/o de narco terroristas? ¿Acaso no tienen familia? ¿Cómo concilian los horrores de los que son responsables, con el colgajo de charreteras que exhiben, pretenciosos, con sus uniformes de gala? ¿Medallas a qué? Pero las oportunidades de lucro acallan cualquier atisbo de conciencia, más cuando se dispone de una burbuja ideológica para encubrir crímenes y lavar años de descomposición moral y humana. A los constructores de esta burbuja ideológica dedicaremos la próxima entrega.

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela.

humgarl@gmail.com