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Fernando Mires

Sobre héroes y túneles

Fernando Mires

Artículo escrito en torno al libro de la periodista británica Helena Merriman, Túnel 29 (2021)

La historia comienza un día de 1961 cuando el joven estudiante de electrónica, Joachim Rudolph, pasa con sus amigos unas alegres vacaciones en Rügen, balneario de la costa norte en la República Democrática Alemana, RDA, o mejor dicho, Alemania Comunista. Al regreso de esos felices días él y sus amigos se encuentran con un improvisado muro que ha separado a la parte de Berlín que pertenecía a la URSS de la que administraban EE UU, Inglaterra y Francia.

Escribí “la historia comienza”. Efectivamente, la escrita por la periodista Helena Merriman es una historia en los tres sentidos de la palabra historia: un relato o narración, una historia real y un texto historiográfico. La autora, en cambio, lo llama en el subtítulo, “crónica de una extraordinaria fuga bajo el muro de Berlín”. ¿Que es una crónica? El nombre lo dice, crónica es un relato crono-lógico: un relato ajustado a una sucesión lineal del tiempo. Por lo tanto en sentido estricto Túnel 29 no sería solo una crónica. Por una parte, la narración no está centrada en sucesos, sino en un personaje central: Joachim Rudolph. Por otra, la sucesión de hechos no está configurada de modo lineal. Después del regreso de Joachim desde Rügen, la autora retrocede en el tiempo para contarnos la conmovedora infancia de Joachim.

Me quedaría con la palabra historia, tanto en su sentido literario, como en el historiográfico. Pero en una versión flexible. Túnel 29 es una historia documental escrita con maestría literaria, en cierto modo, novelada, en la que, sin embargo, nada es imaginario. Por el contrario: todo es absoluta y despiadadamente real. Más todavía: cada acontecimiento revelado es el producto de una acuciosa investigación de Merriman quien se ha servido de las fuentes más fidedignas: los testimonios directos de personas involucradas y los archivos secretos de la Stasi.

Como en muchos casos la historia personal de Joachim ha sido formada por los acontecimientos de su tiempo. Comienza en 1945, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Un niño de una familia campesina donde ha regresado su padre fugitivo, un soldado del derrotado ejército alemán. El recuerdo de ese padre no abandonará nunca a Joachim, sobre todo la última imagen que para él será siempre la primera. A los seis años de edad es abrazado por su padre y de pronto aparecen violentamente los soldados rusos, apartan al padre de su hijo y lo llevan a empellones. Nunca más lo volvió a ver. Un destino normal en esos tiempos, diríamos. Como miles de alemanes, Joachim caminará el resto de su vida sobre la base de una infancia trizada.

Después de la separación del padre, la casa será ocupada por soldados rusos. Luego su madre, su abuela y él, huyen en dirección a Berlín atravesando caminos por donde transitan como fantasmas los despojos humanos que ha dejado la guerra. Ya no hay tiempo para llorar tristezas, el único objetivo de las dos mujeres será sobrevivir. Y como sea: o durmiendo en las acequias, o en galpones, bajo los árboles, o alimentándose con los frutos de casas ajenas, en dirección al infierno que aún no conocen: hacia ese Berlín destrozado por las tropas rusas, ocupado por un Ejército Rojo lleno de odio y en gran medida con legítimos deseos de venganza. Escribo legítimos: Nada menos que 20 millones de soldados rusos fueron liquidados por las tropas de Hitler.

Dos millones de soldados rusos enardecidos, librados a su arbitrio, asolan Berlín. Saqueos, disparos a mansalva, ejecuciones sumarias y sobre todo violaciones de mujeres, son hechos cotidianos. El falo usado como instrumento de guerra, aparecido en todas las guerras, sembraba más terror en las familias que las bayonetas, los balazos y las bombas. Más de cien mil mujeres fueron violadas, algunas varias veces. Los suicidios estaban a la orden del día. La abuela y la madre de Joachim tuvieron algo de suerte: encontraron refugio en lo que quedaba de la casa de un pariente. Así comienza la infancia de Joachim.

Una infancia que, aunque parezca increíble, tuvo para Joachim algunos momentos felices, sobre todo cuando jugaba con otros niños, entre los escombros de las murallas derrumbadas, mientras la abuela y la madre salían a buscar algo para comer, mendigando primero, comerciando con cigarrillos, después (eso al menos es lo que contaban a Joachim). Joachim recordará después los “petardazos”, un juego que consistía en buscar restos de explosivos y luego ponerlos en los rieles de los trenes para que ¡bang!, explotaran, y los niños, reían y aplaudían. Hoy también, al ver en la pantalla a niños ucranianos jugando entre las ruinas de sus propia casas, no puedo sino pensar en que los niños saben protegerse mejor que los mayores. Toman la vida, por más terrible que sea, como si fuera un juego.

Después de la orgía de sangre, la llegada lenta de una nueva normalidad. Con el tiempo Joachim se convertiría en un hijo de la sociedad comunista. Stalin instaló como gobernantes del Este a un grupo de comunistas alemanes que vivían en Moscú, quienes habían sido formados cuidadosamente para ejercer esas funciones. A la cabeza de ellos, un hombrecillo autoritario y de chillona voz: Walter Ubricht, dirigente comunista de confianza de Stalin.

En ese Berlín derrotado creció Joachim, quien pronto destacaría por sus talentos en los dominios de la técnica. Ya muy joven, se convertiría en un experto electricista, fabricando y reparando aparatos de radio. Gracias a la radio topó una vez con la emisora norteamericana RIAS donde se sintió fascinado al escuchar por primera vez a Bill Haley con su guitarra eléctrica, cantando con sus “cometas”, rock around the clock.

Como muchos, Joachim estudiaba y trabajaba en Berlín Oriental e iba a divertirse a Berlín Occidental. Hasta que un día, regresando de sus lindas vacaciones en Rügen, encontró que Berlín, su Berlín, había sido reducido por el muro a solo una mitad. Cuando con sus amigos vio el muro, su primera frase fue: ¿Y qué tal si nos escapamos? A ese objetivo dedicaría muchas horas de talento y esfuerzo.

Quien primero saltó el muro fue un policía llamado Hans Conrad Schumann. Otros lograron escapar saltando desde las ventanas de las casas adyacentes. Para la clase comunista en el poder, algo incomprensible. ¿No había plena ocupación? ¿No tenían todos los habitantes derecho a enseñanza y a medicina gratuita? Cierto, Berlín Occidental atraía por sus luces, sus fiestas, y sobre todo por sus supermercados. Pero la RDA era el país comunista europeo económicamente más desarrollado. Lo que esa clase no entendería nunca es que, por su sola existencia, ella era la principal causa de las fugas. Cierto también, había alguna elecciones, pero todas estaban arregladas, lo sabía cualquier ciudadano de Berlín Oriental. Estaban hechas, como todo en ese país, para imitar a Alemania Occidental. Como los trajes, las modas, la música, la TV, la técnica, los autos trabis procedentes de la URSS y, sobre todo los objetos de plástico, de los que la RDA se convirtió en exportador. Esa clase dominante parecía ser tan inamovible como el muro.

Quiero creer que Ulbricht, Mielke, el matrimonio Honnecker, fueron en su juventud personas de buenas intenciones, luchadores antifascistas, soñadores de un futuro luminoso. A veces quiero también creer que ellos decidieron construir el comunismo en su país guiados por las mejores intenciones. Pero, por algunas razones, nunca pudieron darse cuenta de que ahí estaba precisamente el gran error: no saber o no querer saber que una sociedad nueva no se construye como quien arma un rompecabezas. Una sociedad nueva aparece de modo imperceptible, como consecuencia de cambios, ya sea en la ciencia, en la técnica, en las artes, en los modos de pensar, en los estilos de vida. Nadie dijo en la prehistoria, “hoy termina el paleolítico y mañana comienza el neolítico”. Como tampoco nadie dijo en el siglo XV, “ayer terminó la Edad Media y hoy comienza el Renacimiento”.

Las épocas las marcan los historiadores, a veces muy arbitrariamente. Algunos nos han convencido incluso de que ya no vivimos en tiempos modernos sino en post-modernos y que cada uno entienda por ello lo que le dé la real gana. Pero los comunistas querían hacer, construir, edificar el comunismo. Y como en toda construcción, necesitaban materiales. El problema es que esos materiales eran seres humanos, convertidos por decisión estatal en arcilla moldeable, en objetos a disposición de los que desde arriba han decidido en nombre de la felicidad suprema: fabricar lo que ellos, en sus limitadas mentes ideológicas, imaginaban debían ser los seres humanos perfectos. Ulbrich estatizó todo y los ciudadanos fueron convertidos en conejillos de indias de un laboratorio donde sería diseñada la sociedad comunista. Quienes no pensaban como ellos, debían ser obligados a hacerlo y, si aún no lo lograban, eliminados.

Un ejemplo: Joachim, así como muchos niños y jóvenes que habitaban Berlín Este, no pudieron borrar nunca de sus mentes las masacres de 1953, cuando cientos de obreros salieron de las fábricas a reclamar aumento de salarios y mejores condiciones de vida, enarbolando pancartas socialistas y cantando himnos revolucionarios. Los huelguistas fueron literalmente aplastados por los tanques rusos y las principales calles de Berlín se convertirían en regueros de sangre humana. Lo mismo sucedería en Hungría y en Polonia en 1956, hasta que en Varsovia, en un verano de 1980, dirigidos por un obrero electricista, los obreros polacos del sindicato Solidarnosc dieron vuelta la historia e hicieron temblar al régimen de su país y con ello a todo el llamado mundo comunista.

Que me perdonen algunos historiadores, pero todavía sigo convencido de que el derrumbe del comunismo comenzó en la Polonia de los ochenta, cuando los obreros primero, y la ciudadanía después, no quisieron más ser regidos por una clase dominante dependiente de la URSS. La Perestroika y la Glasnot de Gorbachov, visto así, serían las consecuencias y no las causas del desmoronamiento de un imperio que comenzó, como suele ocurrir, en su periferia. Quien sabe si el derrumbamiento del imperio de Putin también se anunció en las protestas civiles de Bielorrusia o en la muchedumbres rebeldes de la plaza Maidan de Kiev, y hoy, en la resistencia heroica del pueblo ucraniano en contra de la ocupación imperial de su país. Ningún muro pude eliminar el deseo de ser libre, y si esos muros no pueden ser saltados por arriba, pueden ser, eso lo comprendió rápidamente el joven Joachim y sus amigos - entre ellos dos italianos- traspasados desde abajo. Como sea, mirando en retrospectiva, hay que reconocer que la primera rebelión obrera, popular y democrática del mundo comunista ocurrió en la RDA en 1953. Y ese acontecimiento dejó marcadas sus huellas: impotencia, miedo, rabia.

Después de los sangrientos sucesos de 1953 la nomenklatura comunista entendió que para controlar los cuerpos de sus súbditos debía controlar sus almas. Y como no podía nunca lograrlo mediante argumentos y razones, hubo de hacerlo aplicando otros instrumentos. Fue así como nació la policía secreta más monstruosa de la modernidad, dirigido por el Ministerio de Seguridad del Estado, conocida como la Stasi, o “la casa de los mil ojos”, o por sus subalternos como La Firma, a cuya cabeza se encontraba un siniestro personaje con cara de bulldog llamado Erich Mielke, al igual que Walter Ulbrich, educado y formado en la URSS. La fiel maldad de Mielke ya había sido probada ante Stalin. Durante la guerra civil en España mandó asesinar a muchos republicanos que disentían de la línea de los comunistas, cualquiera hubiera sido la línea de las tantas que aplicó Stalin en el masacrado país.

Mielke y Ulbricht fueron los autores intelectuales del muro de Berlín. Su objetivo –tal vez creían en eso- era proteger a Alemania del fascismo. Lo mismo que hoy dice y hace Putin montado sobre el poder ruso, al fin un discípulo de la KGB. Todo quien difiere de sus conceptos de futuro, será un fascista. Mielke, seguramente pensaba, como Putin hoy de la criminal guerra que hoy perpetra en Ucrania, que ese siniestro muro no era más que un instrumento puesto al servicio de la “desnazificación de Alemania”.

A Mielke cabe el dudoso mérito de haber sido el padre fundador de una sociedad dividida en dos clases: la de los delatores y la de los delatados. A sabiendas de que del control de la información dependía la suerte del comunismo, convirtió a gran parte del país en informantes. Los números hablan por sí solos. Mientras durante la Gestapo de Hitler había un espía por cada 1.000 habitantes, en la URSS de la KGB hubo uno por 5.890, en la RDA de Honnecker uno por 73. Ese dato se refiere solo a los espías calificados, pero si contamos a los contratados por tiempo parcial y a los ocasionales, obtenemos la cifra de ¡un delator por cada 6 habitantes!

Mielke conocía los lugares estratégicos para obtener información, entre otros las reuniones familiares, los cumpleaños de los niños y por supuesto, las prácticas religiosas. Un 75% de los cargos eclesiásticos se encontraba al servicio de la Stasi. El mismo Mielke, después de la caída del muro, ya en prisión, al solicitar ver los archivos de la Stasi, se encontró con la menuda sorpresa de que su propia persona estaba siendo vigilada por el aparato que el mismo había creado. Pues bien, de esa sociedad sociedad sin asociados, de ese lugar sin solidaridad, donde cualquiera podía delatarte -incluso como en muchos casos, tus padres, tus hijos, tus hermanos, tu cónyuge- de todo eso quería escapar mucha gente, aún a riesgo de perder sus propias vidas. No pocos la perdieron, baleados por los fusiles de los vigilantes. Otros murieron en prisión. En un país donde no existía la pena de muerte, más de cien mil personas murieron asesinados a cuenta del estado. El de la RDA, como en otros países socialistas, el estado llegó a ser una institución criminal gobernado por criminales. La fuga, por el medio que fuera, se convirtió en una institución del pueblo.

No me voy a referir a los detalles de la fuga del grupo de veinticinco personas a las que Joachim y sus amigos ayudaron a pasar hacia el otro lado a través de un túnel construido con inteligencia, precisión y pericia, ni a los problemas ocasionados por los desniveles del terreno, ni a las filtraciones de agua, ni a los desmoronamientos ocasionales, ni al cerco de informantes que sospechaban algo, merodeando cerca del lugar de la excavación.

El de Helena Merriman es un relato cruel y apasionante, donde cada minuto cuenta en un largo y angustioso tránsito hacia la libertad. No hablo de la libertad política, sino de otra libertad, a esa que yace, a veces muy escondida, en la intimidad de cada ser: a esa que viene del profundo deseo de ser de uno mismo y no de otros. Pues esos veinticinco fugitivos no arriesgaron la vida por una ideología o por un programa político, sino porque ya no podían vivir sin ese mínimo de libertad que es, en breves palabras, nuestra propia dignidad de ser.

Nadie, y lo digo porque lo sé, quiere abandonar de buen grado el lugar de donde uno es. Los millones de africanos que hoy huyen hacia Europa, o los centroamericanos que huyen a EE UU, solo lo hacen porque quieren vivir y no morir de hambre. Los miles de sirios, cubanos y venezolanos que hoy migran por doquier, lo hacen sabiendo que su país ya no es el de ellos, aunque ellos sean de ese país. La cantidad de profesionales que en estos momentos están abandonando a la Rusia de Putin, es impresionante. ¿Construirá Putin otros muros? En el hecho, ya los ha construido. Ha terminado por separar a su país de un Occidente al que en parte, al menos culturalmente, pertenecía. Después del muro ideológico vendrán las alambradas, el cemento, el hormigón armado.

El muro de Berlín fue real pero también fue una metáfora. En cierto modo ese muro era representante de los muchísimos muros que hoy existen entre y dentro de diferentes países. Un muro simbólico y por eso mismo real (no existen símbolos de la nada) El túnel oscuro fue la otra metáfora. Representaba a seres humanos que como reptiles arrastraban sus cuerpos de acuerdo a “la lógica del subsuelo” con la esperanza de ver alguna vez la luz del día. Imposible entonces no pensar en la figura de la caverna de Platon. Un túnel largo y oscuro que no parecía terminar nunca. Igualmente es imposible, al leer la crónica de la fuga, magistralmente descrita por Helena Merriman, no pensar en el éxodo bíblico, solo que ese mini-éxodo hacia “la tierra prometida” era conducido por un Moisés alemán llamado Joachim Rudolph.

No por último, al leer el libro de Helena Meriman, me ha sido imposible no pensar en que los grandes acontecimientos de la historia, como ese que ocurrió en el Berlín de octubre de 1989 al grito de “nosotros somos el pueblo”, son solo el resultado de una larga erosión de muchos muros. Ese muro que era día a día deteriorado en reuniones clandestinas, en improvisadas demostraciones callejeras, en protestas por elecciones libres, y en túneles cavados con paciencia. Pero ¿no es una fuga un signo de cobardía?, preguntarán algunos. No, en este caso, no: la fuga, sobre todo esa fuga bajo tierra, fue un signo de valentía. Joachim Rudolph junto con sus amigos, fueron héroes de una fuga libertaria, quizás la más espectacular entre muchas que hubo en el Berlín de la ignominia. Dirigiendo la construcción de ese túnel, Rudolph dio un sentido a la muerte de su padre, a los sufrimientos indecibles de su madre y de su abuela, a la memoria de los obreros de 1953 y a los que todavía no habían logrado huir.

Y para decirlo de paso, en esa fuga Joachim Rudolph conoció a su actual esposa, Eva. El amor aparece donde y cuando menos se piensa. Incluso en un túnel muy oscuro, tan oscuro como a veces es la vida.

PS 1: Helena Merriman es periodista y locutora. Es la creadora del galardonado podcast Tunnel 29 de BBC Radio 4 y autora del libro del mismo título.

PS 2: Los dirigentes de la operación Túnel 29 vendieron los derechos de filmación de la fuga al promotor canadiense Reuven Frank. El objetivo era doble: obtener financiamiento y dar publicidad al hecho a fin de demostrar al mundo que muchos habitantes de Berlín estaban dispuestos a arriesgar sus vidas para librarse de la realidad del comunismo.

PS 3: En el 2002 fue estrenado el laureado film alemán, El Túnel. Su argumento está basado en la historia de Túnel 29. La película es magnífica, pero no supera a la intensidad narrativa del libro de Merrimer.

PS 4: En repetidas ocasiones los Vopos (policías del pueblo) acribillaron a quienes intentaban huir, delante de los ojos de los guardias norteamericanos apostados al otro lado del muro. Grupos numerosos pedían a gritos a los guardias norteamericanos que intervinieran. No podían. El presidente Kennedy quería evitar que cualquier conflicto con la RDA derivara en un enfrentamiento atómico. Los comunistas de ayer, como los putinistas de hoy, sabían hacer uso del chantaje atómico.

PS 5: Quien primero saltó el muro fue el policía Hans Conrad Schumann (conocido como “el salto de la libertad”) Muchos años más tarde Schumann volvió a Berlín a visitar a sus familiares. Estos, ante su asombro, lo recibieron con desprecio. Todavía lo consideraban un traidor a la patria. Schumann, tiempo después, se suicidó. Así se demuestra una vez más que el poder de los grandes dictadores reposa sobre una base formada por muchos pequeños dictadores cuyos sentimientos han sido borrados por una ideología.

Hay personas-muros y hay personas-túneles.

16 de julio 2022

Polis

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Odio a la democracia

Fernando Mires

Notas para escribir una historia de la guerra de Rusia en Ucrania.

1.

El primer dilema que suelen enfrentar los historiadores al escribir un texto se presenta en el momento de delimitar cuando determinados sucesos aparentemente aislados se convierten en un proceso, entendiendo por proceso el encadenamiento de esos sucesos. Eso significa establecer relaciones de causalidad entre ellos o, para los historiadores no causalistas, de interrelación. En palabras más simples, escribir historia supone poner los hechos en su lugar.

Solo así será posible determinar cuando los sucesos encadenados constituyen efectivamente un proceso histórico. La invasión rusa a Ucrania, tema que ahora nos preocupa, es un suceso incluido en un proceso. Quiere decir que ese 24.02.2022 no fue un hecho aislado sino la culminación de diferentes acontecimientos.

La invasión a Ucrania, escribió el ex embajador alemán en Rusia, Rüdiger con Fritsch, quien también es un notable historiador, no comenzó el 24. 02. 2022, sino el día en que la tropas enviadas por Putin ocuparon Crimea. No obstante, esa relación entre las dos invasiones, la del 2014 y la del 2022, la podemos establecer recién ahora. De ahí comenzamos a pensar otra vez, pero en retrospectiva, el proceso que llevó desde la invasión rusa a Crimea hasta culminar con el intento ruso de apoderarse de toda Ucrania.

Al llegar a ese tema será inevitable preguntarnos acerca de las razones que llevaron a Putin a comenzar la invasión a Ucrania el año 2014 (y no antes o no después). Porque, evidentemente, esa decisión no surgió de la nada. Tuvo que ver con sucesos que llevaron al presidente ucraniano pro-putinista, Viktor Yanukóvich, a ser destituido legalmente por el parlamento y después huir desde Kiev a Moscú, donde todavía vive en condición de refugiado.

Yanukóvich huyó de una revolución. Me refiero a esa explosión social y política conocida como la revolución del Maidan, en alusión a las revueltas populares que tuvieron como foco la plaza del mismo nombre (en español, plaza de la Independencia).

Eso quiere decir que la invasión a Crimea llevada a cabo el 27.02. 2014, visto desde una retrospectiva actual, fue la fase primera de un proceso que culminaría con la invasión de Rusia a Ucrania iniciada el 24.02 del 2022. En ese mismo sentido la invasión de Rusia a Crimea puede ser vista como una respuesta de Putin a la revolución (en sus mentirosas palabras, golpe de estado) iniciada en la plaza Maidan. De tal manera que esa invasión podemos entenderla ahora no solo como una invasión sino, sobre todo, como una contrarrevolución por vía externa. Una invasión contrarrevolucionaria o, si usted lo prefiere, una contrarrevolución invasora.

2.

Cualquier historiador que intente escribir sobre los sucesos de Ucrania en el 2022 estará obligado entonces a comenzar a contar, por lo menos, desde el 2013. Y si así lo hace no podrá iniciar su escritura si no responde previamente a tres preguntas previas y claves.

La primera pregunta dice: ¿por qué ocurrió la revolución de Maidan? La segunda dice: ¿por qué en el 2014 Putin se limitó a invadir Crimea y parte de la región del Donbás y no a todo el país de Ucrania? Y la tercera dice ¿qué sucedió en Ucrania entre el 2014 y el 2022?

Vamos por la primera pregunta. La revolución de Maidan también es conocida con el nombre de Euromaidán. Ese nombre dice mucho. Los primeras manifestaciones en contra de Yanukóvich comenzaron en la plaza de Kiev el 21 de noviembre del 2013 como respuesta o reacción a la decisión del gobierno de suspender la firma del Acuerdo de Asociación y de Libre Comercio con la Unión Europea (UE). La suspensión de esos acuerdos decretada por el presidente Yanukóvich fue dictada, evidentemente, desde Moscú. Los acontecimientos de Maidan asumieron, por lo tanto, el carácter de una protesta nacional (anti-rusa) y pro-europea.

La versión oficial de los medios de prensa controlados por el Kremlin señala en cambio de que se trataba de una revuelta fascista debido a que en ella participaba el partido de la extrema derecha, Svoboda. Lo que no dijo esa prensa fue que, además, participaron las llamadas minorías étnicas (rusos, tártaros, judíos, georgianos, armenios), los principales partidos políticos del país, destocándose el Solidarnist de Petro Porochenko, más organizaciones estudiantiles, empresarios y sindicatos, y también, partidos de izquierda, y no por último, numerosos miembros de la iglesia ortodoxa ucraniana.

En otras palabras, en la plaza Maidan fue congregada la sociedad civil ucraniana la que, como toda sociedad civil, estaba poblada por diversos partidos de centro, de derecha y de izquierda, en manifestaciones muy similares a las que fueran brutalmente sofocadas en 2020 en Bielorrusia, cuando las calles se vieron colmadas por manifestantes que protestaban en contra del escandaloso fraude electoral perpetrado por el actual títere de Putin, Aleksander Lukashensko.

La mención a Lukashenko no es casual. Yanukóvich, de acuerdo a los planes de Putin, estaba destinado a convertirse en un suerte de Lukashenko ucraniano. En el hecho, ya lo era. En contra de la feroz represión ejercida por el hombre de Moscú en Ucrania, la sublevación nacional y democrática levantó barricadas en las principales calles de Kiev, así como en otras importantes ciudades del país.

Yanukovich procedió a disolverlas apelando a la fuerza pública. Como suele suceder, la brutal represión desató fuertes movimientos de masas. A menos de un mes después, el 18 de marzo, Putin mandó invadir Crimea.Ese día -lo sabemos recién ahora- comenzaría la invasión a Ucrania.

La débil resistencia ofrecida a las tropas rusas haría seguramente pensar a Putin en que la mesa estaba servida para repetir la invasión en otros lugares de Ucrania. ¿Por qué no lo hizo de inmediato? Esa es la segunda pregunta

La respuestas pueden ser varias. La toma de Crimea había sido en cierto modo un test para Putin. La débil resistencia militar ucraniana y la aún más débil protesta europea materializada en sanciones sin relevancia, hicieron pensar al dictador que podía tomarse todo el tiempo que quisiera en espera de que se dieran las condiciones ideales. Después de Crimea podría continuar su paciente obra destinada a convertir a toda Europa en un cúmulo de naciones energética y económicamente dependientes de Rusia, lo que de hecho sucedió.

Pero desde el 2014 hasta el 2022 también ocurrieron en Ucrania hechos muy interesantes. Y de eso no logró percatarse a tiempo Putin. Con esta afirmación pasamos a contestar la tercera y más decisiva pregunta. ¿Qué pasó en Ucrania entre 2014 y 2022?

El gobierno nacionalista del millonario Porochenko surgido de las elecciones de mayo del 2014, estaba destinado a fracasar, dadas las conexiones que mantenía la oligarquía ucraniana a la que Porochenko representaba, con la oligarquía rusa. Ucrania podría llegar incluso a pertenecer a Rusia –como sucedería con Bielorrusia– sin necesidad de ser invadida. Los hechos parecían dar la razón a Putin. Si hay una palabra para caracterizar al gobierno Porochenko, pese a su retórica ultranacionalista, esa palabra es, corrupción.

Cuando Volodimir Zelenski asumió el gobierno en representación del partido Servidores del Pueblo (mayo del 2019) pese a haber obtenido en la segunda vuelta más del 70% de los sufragios, nadie pareció asustarse en Moscú. La escasa experiencia política del nuevo presidente, su moderada retórica nacionalista, en comparación con la de Porochenko, y la dispersión de las fuerzas nacionalistas, hicieron seguramente pensar a Putin que Ucrania seguiría mostrándose como hasta ese momento había sido: un país incapaz de generar una estructura política estable y democrática que le permitiera ingresar a la UE, y mucho menos, a la OTAN.

3.

Pronto Putin comenzaría a advertir que el nuevo gobierno no era la simple continuación del de Porochenko. El recién elegido presidente no había, a diferencia de su antecesor, levantado ningún programa antirruso y, sin embargo, parecía tomarse en serio la razón por la cual fue elegido: la lucha en contra de la corrupción.

Zelenski había entendido que para luchar en contra de la corrupción no bastaba mandar a la cárcel a tres o cuatro oligarcas. Era necesario un nuevo programa económico que pusiera el libre mercado bajo cierta regulación legal y que a la vez contemplara radicales cambios que debilitaran a la dependencia energética con respecto a Rusia, así como abrir el comercio más hacia Europa y menos hacia Rusia. Pero sobre todo se dio cuenta Zelenski de que para disminuir a la corrupción era necesaria una reinstitucionalización del país. A fin de comenzar su proyecto, tuvo lugar una reforma en el sistema de partidos, reduciendo su desorbitante número y desactivando sus dependencias extraestatales. Luego intentaría convertir al parlamento en lo que no había sido durante la breve historia republicana del país: un órgano independiente del ejecutivo, encargado de promulgar leyes y servir de centro del debate público.

Podríamos decir, haciendo un símil, que bajo Zelenski comenzó a nacer una Perestroika a la ucraniana. Sin desatar una retórica anti rusa, demolió las antiguas estructuras de tipo soviético que pervivían en el país, entre ellas los corruptos sindicatos de trabajadores, la mayoría prorrusos. Del mismo modo mantuvo su férrea resistencia a que los dominios del Dombás se convirtieran en enclaves militares rusos en territorio ucraniano. En breve, bajo Zelenski, Ucrania comenzó a convertirse en un país no solo geográfica sino políticamente europeo.

Pronto comprendería Putin que Ucrania, gracia a la gestión Zelenski, se le estaba escapando de las manos. Por lo mismo decidió que había llegado la hora de actuar. El 2021 escribió su muy conocido ensayo donde afirma que Ucrania pertenecía a la naturaleza nacional rusa por lazos culturales y de sangre. Mejores argumentos no tenía.

Desde el punto de vista histórico ya Ucrania poseía una historia que no era la de Rusia. Desde el punto de vista político poseía una constitución y una institucionalización autónoma. Y por si fuera poco, gracias a la ayuda occidental, estaba tomando forma una economía menos dependiente de Rusia que algunas economías euro-occidentales.

En breve: Ucrania ya se había convertido en una nación independiente y soberana, una nación en forma, como son hoy, por ejemplo, Polonia o Rumania. Sin asonadas callejeras, sin patologías doctrinarias, sin delirios ultranacionalistas, Ucrania había comenzado a liberarse de la tutela rusa. La entrada de Ucrania a la UE y después a la OTAN –si es que se materializaban- iban a ser solo los corolarios lógicos del desarrollo económico y político del país.

Para Putin, como ya han destacado la mayoría de los estudiosos, la pertenencia de Ucrania a la UE y a la NATO era lo menos importante. Lo más importante, lo ha reiterado Putin en diversas intervenciones, era aventar el peligro de que Ucrania pasara a ser parte del Occidente. Ese, por Putin tan odiado, Occidente político.

4.

Piense el lector lo que habría significado para la Rusia de Putin una Ucrania con una democracia política occidental, con partidos, con debates, con ideas, con parlamento de verdad, con elecciones libres y secretas, con libertad de opinión y de prensa y, sobre todo con alternancia en el poder. Si hubiera sucedido eso, todos los ciudadanos rusos habrían vivido con los ojos puestos en Ucrania. En pocas palabras, Ucrania habría pasado a ser lo que fue Alemania Occidental para la Alemania comunista. Una utopía viviente, un modelo a seguir, y sobre todo, un lugar para irse y nunca más volver. Ante los ojos de Putin, una Ucrania democratizada sería una maldición para Rusia.

Cuando las multitudes alemanas derrumbaron en 1989 el por Willy Brandt bautizado “muro de la vergüenza”, Putin residía en Berlín Oriental. Fue al recordar ese episodio democrático tan glorioso de la humanidad cuando Putin afirmó que el fin de la URSS había sido el desastre geopolítico más grande del siglo veinte. Frase tan conocida que ha terminado por no ser tomada en serio. Pero Putin sí la tomó en serio. Lo ocurrido en el ex mundo comunista fue para Putin no solo un desastre geopolítico. Lo vivió como su desastre personal.

Con el derrumbe del muro se había venido abajo su propio muro interno: el que ocultaba a un ser autocrático, autoritario, patriarcal, dogmático comunista ayer, dogmático religioso hoy. Pues esa antigua Rusia imperial, a la que el añora con pasión, no es otra cosa sino su propio yo, anclado en las profundas oscuridades de sus tortuosas visiones geopolíticas.

Una Ucrania democrática y próspera habría sido fatal para la Rusia atómica pero arcaica de Putin. Él no iba a aceptar que por culpa de un actorzuelo al que despreciaba, toda su cosmovisión se viniera abajo. Para impedirlo, tenía tres alternativas: la primera construir un inmenso muro entre Ucrania y Rusia según la receta de la RDA. Pero Putin ya sabía que los muros solo producen incontenibles deseos por traspasarlos. Así nos relata una de las más grandes crónicas noveladas de los últimos tiempos. Me refiero a Túnel 29 de la autora británica Helene Merriman (Sobre ese extraordinario libro, escribiré pronto un artículo).

Una segunda alternativa habría sido tratar de conquistar a Ucrania mediante una política de paz y cooperación. Tal vez eso habría sido posible, como deja entrever la politóloga ucraniana Natalia Antonova en un reciente artículo publicado en Foreign Policy. Pero para que lo fuera se necesitaba de la existencia de un Putin democrático. Y Putin no tiene un solo pelo democrático.

Putin, al sentirse acosado por el avance de la democracia (eso es para él Occidente) no solo le teme: la odia. O mejor dicho, porque le teme, la odia. Por eso siente que Rusia, es decir el mismo, es una víctima de Occidente. Puede ser incluso que él crea de verdad que la guerra ofensiva que libra en suelo ucraniano, es una guerra defensiva.

Descartado el muro o la paz democrática con Ucrania, a Putin solo restaba una alternativa: Destruir a Ucrania y a sus pecaminosos habitantes. Esa es la intención que se esconde debajo de su programa de “desnazificación.”, que no es otra cosa sino un proyecto de “desucranización”, para utilizar el término del poeta ucraniano Serhy Zahdan. Como ya sabemos, esa fue la alternativa elegida por Putin.

Gracias a esa decisión estamos presenciando día a día uno de los genocidios más horrendos cometidos durante la historia de la modernidad. Bucha, Mariupol, Sevarodonetsk, Lysychansk, entre tantas otras, no son solo ciudades mártires, son grandes manchas de sangre que no podrán ser borradas cuando se escriba la historia de la Rusia de Putin.

La historia se construye de acuerdo a sucesos que, articulados entre sí, conforman procesos, ya lo dijimos. El largo y complejo proceso de liberación ucraniana comenzó en la plaza Maidan, en el Kiev de 2013, también lo dijimos. Solo Dios sabe cómo y cuándo terminará. Esa ignorancia no la habíamos formulado todavía. Ahora sí, la decimos.

Twitter: @FernandoMiresOl

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS, Político,

El nuevo orden mundial no está decidido

Fernando Mires

Si hay un término en boga en la política internacional, este es: punto de inflexión. Quiere decir, cambio de paradigma, cambio de estrategia, cambio de orientación, en cualquier caso, cambio radical. Ese punto de inflexión se ha hecho presente en las dos grandes conferencias internacionales de junio del 2022: la de la UE y, sobre todo, la de la OTAN. No es casualidad.

El punto de inflexión puede ser visto como una adecuación a un cambio en la estructura militar y política que ha experimentado el mundo en los dos últimos decenios del siglo XXI. En términos escuetos, las líneas estratégicas aprobadas en la cumbre de la OTAN tienen que ver con ordenamientos generados a nivel global.

En efecto, hay tres grandes potencias pero esas potencias no son equivalentes. China, Rusia y Occidente. La primera se define en términos económicos y militares. La segunda en términos territoriales y militares. Y la tercera en términos económicos, políticos y militares. En el único punto donde hay equivalencia entonces –y es lo decisivo– es en el militar. De ahí la importancia de la OTAN y su cambio de orientación. Se trata de crear, de acuerdo a las palabras de su presidente Jens Stoltenberg, lineamientos para limitar a las otras dos potencias en el único espacio común a las tres: el militar. Así se explican los objetivos principales del nuevo paradigma de la OTAN.

Por un lado, Rusia, sobre todo a partir de la invasión a Ucrania, es visto desde la OTAN como el peligro inmediato y por lo tanto, como el principal. Por otro lado, China será considerada como enemigo, solo si logra establecerse una alianza chino-rusa. Ahora, para que esa alianza no tenga lugar, será preciso debilitar al máximo a uno de sus eslabones y el más débil es, por ahora, la Rusia de Putin. Esas son las razones que llevaron a la OTAN no solo a ampliar su magnitud con la incorporación de Finlandia y Suecia sino, además, a fortalecer militarmente su flanco oriental, al mismo tiempo que mantendrá su esfuerzo en el apoyo militar a Ucrania. ¿Significan estos cambios un debilitamiento para Putin como ha sostenido la mayoría de las interpretaciones relativas al cambio estratégico de la OTAN? Aparentemente, sí. Pero también hay motivos para pensar en sentido contrario.

La tesis que sostiene en tono triunfalista que el punto de inflexión de la OTAN conlleva un duro revés para Putin, parte de la base de que las acciones de Putin en Ucrania, como ha sostenido la «escuela realista norteamericana», después usada por Putin como medio de propaganda, se debe a la ampliación de la OTAN. No obstante ha sido el mismo Putin quien la ha contradicho. Putin ha declarado, y no solo una vez, que para él no es ningún problema que Finlandia y Suecia sean miembros de la OTAN. No hay ningún motivo para contradecirlo.

Como hemos advertido en otros textos, las intenciones geopolíticas de Putin no se ven resentidas por el hecho de que la OTAN sea más o menos grande. Su objetivo, al menos el inmediato, es reconstituir el espacio originario de la antigua RUS, vale decir, el imperio ruso presoviético. Incluso Putin parece haber renunciado, por lo menos durante la primera etapa de su avance, a la reconquista de los países bálticos, pues esta acción demandaría una reacción de Occidente muy superior a la que ha mostrado frente a Ucrania.

Putin –lo demostró en el caso de Ucrania donde en meses de guerra ofensiva solo ha logrado hacerse de algunas ciudades en el Donbás– no está en condiciones de hacer la guerra en dos o más frentes a la vez. Su propósito por ahora solo se puede limitar a asegurar la fase de reconsolidación del imperio en la zona por él considerada «natural», a la que, según su mitología, pertenece Ucrania. Después, de acuerdo a las condiciones –parece pensar Putin– verá lo que hace. Por el momento lo decisivo para él es reintegrar a Ucrania, y si eso no es posible, destruirla por completo (evidentemente, lo está haciendo).

No obstante, hasta ahora su balance es magro: ha anexado a Bielorrusia vía Lukazensko, destruyendo a la sociedad civil de ese país y la guerra en Ucrania está lejos de ser ganada. Moldavia también podría ser anexada aunque para él parece ser una pieza menor.

En breve, Putin está atascado en el primer escalón de su proyecto imperial. El segundo escalón, ya lo anunció Putin en San Perterburgo, es derrotar a Occidente, entendiendo por ello su debilitamiento político y económico.

La guerra a Ucrania es vista por Putin como un factor decisivo para debilitar militar, política e incluso moralmente, si no a Occidente, por lo menos a su parte europea. Cuenta para ello, así como también contó Stalin, con potenciales aliados intereuropeos, entre ellos la Hungría de Orban, la Turquía de Erdogan, la Serbia de Vučic. Cuenta con las ultraderechas neofascistas que emergen en todos los países de Europa. Cuenta con la posibilidad de una crisis económica inducida por la guerra que, según sus cálculos podría derrumbar a las economías europeas, desatando descontentos sociales y debilitando gobiernos.

Cuenta con los efectos del hambre mundial provocada por sus bloqueos militares y por la crisis energética la que multiplicará a las masas migratorias, sobre todo a las provenientes de África. Y, no hay que olvidar, cuenta con la posibilidad de que en el 2024 triunfe en los EE UU la alternativa nacional-populista de Trump, quien en aras de la recuperación económica de su nación podría ofrecer a Putin todo el espacio euroasiático para que haga allí lo que más le convenga. En pocas palabras, Putin cuenta con un tiempo cuyos vientos, según sus meteorólogos políticos, soplan a favor.

Putin ya declaró en el congreso internacional de dictaduras que tuvo lugar en San Petersburgo que la guerra en Ucrania es solo el comienzo de una cruzada en contra de Occidente. En el marco de esa guerra Putin intentaría –de hecho lo está intentando– convertirse en la vanguardia político-militar de todas las naciones autocráticas, dictatoriales y por lo mismo, antioccidentales de la tierra. El antiguo sueño de Stalin, la capitulación de la Europa democrática, quiere convertirlo en realidad, pero bajo otras formas y mediante otros métodos.

Reconstituir a la antigua Rusia significaría en su afiebrada pero no imposible utopía, convertir a Rusia en el eje central de un nuevo continente llamado Eurasia. Y bien, para cumplir ese objetivo, ya ha dado los primeros pasos. Justamente en los días en que tenían lugar las conferencias de la UE y de la OTAN, Putin emprendió un viaje hacia naciones en vías de ser dominadas por Rusia.

A algunos observadores pareció solo un intento para demostrar a Occidente la extensión y solidez de su zona de influencia territorial. Pero a Putin no interesan los espectáculos mediales. Todo lo que hace, lo hace de acuerdo a un fin, muchas veces oculto. Y en este caso, más que una demostración de fuerza lo que más interesaba al dictador era asegurar su frente interior en aras de una expansión que escapa al área de competencia militar occidental: hacia la región caucásica y en Asia Central.

Veamos los países que Putin visitó: en primer lugar Tayikistán, donde posee fuertes conexiones económicas y diversas bases militares. Tayikistán además mantiene relaciones económicas y religiosas con los talibanes de Afganistán quienes, necesitados de asistencia material no dudarían en vincularse al imperio ruso bajo la condición de que le sean respetadas su soberanía, sus tradiciones y su orden religioso. No deja de ser sintomático que después del terremoto, Afganistán pidiera ayuda a Occidente, y luego del viaje de Putin, la rechazara sin dar explicaciones.

La segunda estación del periplo de Putin fue su visita a los gobiernos de Kazajstán, Kirguistán, Turkmenistán, Uzbekistán, la mayoría de ellos de orientación islamista. Acercamiento interesante: en la histórica asamblea de la ONU donde Rusia fuera condenado por 141 votos, ninguno de esos gobiernos votó a favor de Rusia. La mayoría se abstuvo. Fue un aviso a Putin de que ninguno de esos países quiere correr la suerte de Chechenia y Ucrania. Pero a Putin tampoco interesa por el momento anexar a esas naciones. Lo importante para él es incorporarlas a una línea estratégica común: la lucha en contra de ese Occidente poblado por infieles antiislámicos. Su objetivo ya declarado es ir formando un frente de naciones antioccidentales, sean ortodoxas o musulmanas.

Ya ejerce control sobre Siria, a la que ha convertido en colonia, del mismo modo como busca con denuedo una alianza más estrecha con Irán, vale decir una alianza de la civilización ortodoxa con la civilización islámica en contra de la «obscena» civilización occidental, algo que ni siquiera pasó por la cabeza de Samuel Hungtinton.

Ahora bien, en el cumplimiento de ese proyecto, la OTAN quedaría totalmente fuera del juego. Al fin, no es su espacio de guerra. La divisa de la OTAN, en términos elementales, parece ser la siguiente: «A Rusia no pertenece ningún país europeo. Si quiere aumentar su territorio, que vaya a otras partes».

Por cierto, conformar esa enorme alianza antioccidental exigiría un alto precio: la incorporación de China como potencia económica. Rusia pondría a disposición del proyecto chino de dominación económica mundial, sus fuentes energéticas, gas, petróleo y sus ejércitos. China, su capital y sus mercados.

En esa proyección, el mundo, según Putin, quedaría sometido a la dominación económica de China y a la militar de Rusia. ¿Un nuevo orden mundial? Si es que queremos, usemos ese nombre.

Pero todo ese, para Occidente tenebroso proyecto, puede ser realizado solo bajo una condición, y es la siguiente: que Occidente permaneciera impávido e inmóvil. No obstante, ese tampoco será el caso.

Es cierto que la nueva estrategia de la OTAN tiene por el momento un objetivo estrictamente defensivo. Mediante la incorporación de Finlandia y Suecia, más otras naciones que vendrán, se trata de tender una línea demarcatoria vedada a la expansión rusa. Un “no pasarán” territorial y militar.

Probablemente el Kremlin computa que en Occidente habrá deserciones, vacilaciones y caída de gobiernos democráticos. Y claro, seguramente habrá un poco de todo eso. No hay nada más inestable que una democracia en tiempos de crisis económica o guerra, y más todavía si estas dos catástrofes aparecen al unísono. Pero, a la vez, Occidente también confía en que las alianzas internacionales de Putin, sobre todo con una Rusia empobrecida por la guerra, no sean tan estables como a primera vista aparecen. Mientras la gran mayoría de los habitantes sometidos al imperio ruso o chino anhelan vivir como en Occidente, muy pocos en Occidente, aunque se declaren antinorteamericanos, quieren vivir como rusos o como chinos.

Competir económicamente con China en los mercados mundiales y a la vez guerrear con Rusia en espacios territoriales sería por cierto una tarea titánica. No obstante, la democracia política tiene una ventaja que no poseen los órdenes autocráticos antioccidentales. La democracia no solo es una forma de gobierno ni solo un modo de vida, es también, aunque a muchos parezca extraño, una fuerza económica.

La democracia, para serlo, supone la valoración del ser humano, y esa valoración supone a su vez aumentar el capital de todos los capitales habidos y por haber: la inteligencia de la inventiva. Inteligencia que no solo lleva a pensar filosóficamente sino también a recorrer el mundo de las ciencias. En otras palabras, Occidente dispone de una capacidad de creación que no puede desarrollarse plenamente bajo el peso de los estados dictatoriales.

La gran capacidad económica china tiene como fundamento los bajos precios salariales y una tecnología imitativa de la originaria, que es predominantemente occidental. Rusia, bajo Putin ha llegado a convertirse en un gigante militar, pero económicamente está condenado a subordinarse a China o a Occidente. Tanto China como Rusia podrían tener, sin duda, las mismas o mejores capacidades creadoras. Pero para que eso ocurra deberían ser liberadas fuerzas productivas de las que el capital humano es su fuente originaria. Eso supondría liberar al ser humano de yugos estatales, autocráticos y dictatoriales. En otras palabras, ambas naciones deberían negarse a sí mismas como dictaduras o autocracias. Algo que por el momento está muy lejos de ser posible.

Quizás pensando así fue que, en un día de rara inspiración, Joe Biden declaró que la gran contradicción de nuestro tiempo es la que se da entre democracias y autocracias. No sabemos si Biden se dio cuenta de la tremenda verdad que dijo. Pues esa verdad implica, entre otras cosas, situar a la guerra y a la economía bajo la hegemonía de la política (autocracias y democracias son ordenes políticos, no económicos ni militares) Una verdad en fin que no solo deberá realizarse al exterior sino al interior de cada nación.

Occidente saldrá lesionado de la guerra de Ucrania, no hay dudas. Pero también podría suceder que Rusia tampoco salga fortalecida y su alianza con China sea dificultada, entre otras razones, por la decisión de la OTAN de no solo invertir esfuerzos en el espacio Atlántico Norte, sino también en dirección del Pacífico Sur. Por eso fue muy importante que por primera vez hubieran asistido a la cumbre de la OTAN países cooperantes que no forman parte del tratado originario cono son Corea del Sur, Japón, Nueva Zelandia y Australia. De esa nueva orientación tiene que haber tomado nota Xi Jinping y su comité central.

La OTAN ha entrado definitivamente en la tercera fase de su historia. En la primera sirvió de protección en contra del avance de la URSS. En la segunda fue embarcada en una guerra difusa y sórdida en contra de un terrorismo internacional que no conoce patrias. En la tercera, la que recién comienza, ya ha decidido a servir de muro de contención en contra de la Rusia imperial de Putin para luego convertirse en la organización militar de todas las democracias occidentales.

Si Occidente lograra convencer a China que una guerra comercial y financiera pero no militar puede ser más rentable que una guerra militar a la que sería arrastrada por Rusia, sería un gran éxito político. Naturalmente, en ese caso Occidente, particularmente los EE UU, deberán hacer concesiones económicas a China. Pero así y todo ese sería un precio módico a pagar si se trata de evitar una maligna alianza antioccidental de carácter militar entre Rusia y China.

Si esa alianza fracasó entre la URSS y la China de Mao, no hay motivos para que esta vez tenga éxito. La tarea de Occidente no debe ser en ningún caso provocar a, sino negociar con China. Rusia, sin China, sería solo un gigante militar subdesarrollado, destinado a sucumbir por tercera vez bajo el peso de su propia historia.

En fin, el tan cacareado nuevo orden mundial no está todavía constituido. Como todo en esta vida, será configurado en el cada día, allí donde las contingencias suelen primar más que pronósticos basados en lógicas deterministas. Hay que prever y priorizar, claro está. Pero más no se puede.

Por el momento solo sabemos que Rusia es el enemigo principal y China el enemigo posible. De ahí que el próximo encuentro que tendrá lugar entre Xi Jinping y Biden será de importancia fundamental para el curso de la historia del siglo XXl.

El mundo no depende solo de los misiles sino también de las palabras. Eso lo supieron en su tiempo Churchill y Stalin (podríamos decir también Kissinger y Mao Zedong) cuando, amenazados por un mismo peligro, abandonaron por un instante sus miedos y sus odios, y se dispusieron a conversar.

Twitter: @FernandoMiresOl

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS, Político,

El nuevo orden mundial no está decidido

Fernando Mires

Si hay un término en boga en la política internacional, este es: punto de inflexión. Quiere decir, cambio de paradigma, cambio de estrategia, cambio de orientación, en cualquier caso, cambio radical. Ese punto de inflexión se ha hecho presente en las dos grandes conferencias internacionales de junio del 2022: la de la UE y, sobre todo, la de la OTAN. No es casualidad.

El punto de inflexión puede ser visto como una adecuación a un cambio en la estructura militar y política que ha experimentado el mundo en los dos últimos decenios del siglo XXl. En términos escuetos, las líneas estratégicas aprobadas en la cumbre de la OTAN tienen que ver con ordenamientos generados a nivel global.

En efecto, hay tres grandes potencias pero esas potencias no son equivalentes. China, Rusia y Occidente. La primera se define en términos económicos y militares. La segunda en términos territoriales y militares. Y la tercera en términos económicos, políticos y militares. En el único punto donde hay equivalencia entonces –y es lo decisivo- es en el militar. De ahí la importancia de la OTAN y su cambio de orientación. Se trata de crear, de acuerdo a las palabras de su presidente Jens Stoltenberg, lineamientos para limitar a las otras dos potencias en el único espacio común a las tres: el militar. Así se explican los objetivos principales del nuevo paradigma de la OTAN.

Por un lado, Rusia, sobre todo a partir de la invasión a Ucrania, es visto desde la OTAN como el peligro inmediato y por lo tanto, como el principal. Por otro lado, China será considerada como enemigo, solo si logra establecerse una alianza chino-rusa. Ahora, para que esa alianza no tenga lugar, será preciso debilitar al máximo a uno de sus eslabones y el más débil es, por ahora, la Rusia de Putin. Esas son las razones que llevaron a la OTAN no solo a ampliar su magnitud con la incorporación de Finlandia y Suecia sino, además, a fortalecer militarmente su flanco oriental, al mismo tiempo que mantendrá su esfuerzo en el apoyo militar a Ucrania. ¿Significan estos cambios un debilitamiento para Putin como ha sostenido la mayoría de las interpretaciones relativas al cambio estratégico de la OTAN? Aparentemente, sí. Pero también hay motivos para pensar en sentido contrario.

La tesis que sostiene en tono triunfalista que el punto de inflexión de la OTAN conlleva un duro revés para Putin, parte de la base de que las acciones de Putin en Ucrania, como ha sostenido la “escuela realista norteamericana”, después usada por Putin como medio de propaganda, se debe a la ampliación de la OTAN. No obstante ha sido el mismo Putin quien la ha contradicho. Putin ha declarado, y no solo una vez, que para él no es ningún problema que Finlandia y Suecia sean miembros de la OTAN. No hay ningún motivo para contradecirlo.

Como hemos advertido en otros textos, las intenciones geopolíticas de Putin no se ven resentidas por el hecho de que la OTAN sea más o menos grande. Su objetivo, al menos el inmediato, es reconstituir el espacio originario de la antigua RUS, vale decir, el imperio ruso pre-soviético. Incluso Putin parece haber renunciado, por lo menos durante la primera etapa de su avance, a la reconquista de los países bálticos, pues esta acción demandaría una reacción de Occidente muy superior a la que ha mostrado frente a Ucrania. Putin –lo demostró en en el caso de Ucrania donde en meses de guerra ofensiva solo ha logrado hacerse de algunas ciudades en el Donbás– no está en condiciones de hacer la guerra en dos o más frentes a la vez. Su propósito por ahora solo se puede limitar a asegurar la fase de reconsolidación del imperio en la zona por él considerada “natural”, a la que, según su mitología, pertenece Ucrania. Después, de acuerdo a las condiciones -parece pensar Putin- verá lo que hace. Por el momento lo decisivo para él es reintegrar a Ucrania, y si eso no es posible, destruirla por completo (evidentemente, lo está haciendo). No obstante, hasta ahora su balance es magro: ha anexado a Bielorrusia vía Lukazensko, destruyendo a la sociedad civil de ese país y la guerra en Ucrania está lejos de ser ganada. Moldavia también podría ser anexada aunque para él parece ser una pieza menor. En breve, Putin está atascado en el primer escalón de su proyecto imperial. El segundo escalón, ya lo anunció Putin en San Perterburgo, es derrotar a Occidente, entendiendo por ello su debilitamiento político y económico.

La guerra a Ucrania es vista por Putin como un factor decisivo para debilitar militar, política e incluso moralmente, si no a Occidente, por lo menos a su parte europea. Cuenta para ello, así como también contó Stalin, con potenciales aliados inter-europeos, entre ellos la Hungría de Orban, la Turquía de Erdogan, la Serbia de Vučic. Cuenta con las ultraderechas neo-fascistas que emergen en todos los países de Europa. Cuenta con la posibilidad de una crisis económica inducida por la guerra que, según sus cálculos podría derrumbar a las economías europeas, desatando descontentos sociales y debilitando gobiernos. Cuenta con los efectos del hambre mundial provocada por sus bloqueos militares y por la crisis energética la que multiplicará a las masas migratorias, sobre todo a las provenientes de Africa. Y, no hay que olvidar, cuenta con la posibilidad de que en el 2024 triunfe en los EE UU la alternativa nacional-populista de Trump, quien en aras de la recuperación económica de su nación podría ofrecer a Putin todo el espacio euroasiático para que haga allí lo que más le convenga. En pocas palabras, Putin cuenta con un tiempo cuyos vientos, según sus meteorólogos políticos, soplan a favor.

Putin ya declaró en el congreso internacional de dictaduras que tuvo lugar en San Petersburgo que la guerra en Ucrania es solo el comienzo de una cruzada en contra de Occidente. En el marco de esa guerra Putin intentaría –de hecho lo está intentando– convertirse en la vanguardia político-militar de todas las naciones autocráticas, dictatoriales y por lo mismo, antioccidentales de la tierra. El antiguo sueño de Stalin, la capitulación de la Europa democrática, quiere convertirlo en realidad, pero bajo otras formas y mediante otros métodos.

Reconstituir a la antigua Rusia significaría en su afiebrada pero no imposible utopía, convertir a Rusia en el eje central de un nuevo continente llamado Eurasia. Y bien, para cumplir ese objetivo, ya ha dado los primeros pasos. Justamente en los días en que tenían lugar las conferencias de la UE y de la OTAN, Putin emprendió un viaje hacia naciones en vías de ser dominadas por Rusia. A algunos observadores pareció solo un intento para demostrar a Occidente la extensión y solidez de su zona de influencia territorial. Pero a Putin no interesan los espectáculos mediales. Todo lo que hace, lo hace de acuerdo a un fin, muchas veces oculto. Y en este caso, más que una demostración de fuerza lo que más interesaba al dictador era asegurar su frente interior en aras de una expansión que escapa al área de competencia militar occidental: hacia la región caucásica y en Asia Central.

Veamos los países que Putin visitó: en primer lugar Tayikistán, donde posee fuertes conexiones económicas y diversas bases militares. Tayikistán además mantiene relaciones económicas y religiosas con los talibanes de Afganistán quienes, necesitados de asistencia material no dudarían en vincularse al imperio ruso bajo la condición de que le sean respetadas su soberanía, sus tradiciones y su orden religioso. No deja de ser sintomático que después del terremoto, Afganistán pidiera ayuda a Occidente, y luego del viaje de Putin, la rechazara sin dar explicaciones.

La segunda estación del periplo de Putin fue su visita a los gobiernos de Kazajstán, Kirguistán,Turkmenistán, Uzbekistán, la mayoría de ellos de orientación islamista. Acercamiento interesante: en la histórica asamblea de la ONU donde Rusia fuera condenado por 141 votos, ninguno de esos gobiernos votó a favor de Rusia. La mayoría se abstuvo. Fue un aviso a Putin de que ninguno de esos países quiere correr la suerte de Chechenia y Ucrania. Pero a Putin tampoco interesa por el momento anexar a esas naciones. Lo importante para él es incorporarlas a una línea estratégica común: la lucha en contra de ese Occidente poblado por infieles anti-islámicos. Su objetivo ya declarado es ir formando un frente de naciones anti-occidentales, sean ortodoxas o musulmanas. Ya ejerce control sobre Siria, a la que ha convertido en colonia, del mismo modo como busca con denuedo una alianza más estrecha con Irán, vale decir una alianza de la civilización ortodoxa con la civilización islámica en contra de la “obscena” civilización occidental, algo que ni siquiera pasó por la cabeza de Samuel Hungtinton. Ahora bien, en el cumplimiento de ese proyecto, la OTAN quedaría totalmente fuera del juego. Al fin, no es su espacio de guerra. La divisa de la OTAN, en términos elementales, parece ser la siguiente: "A Rusia no pertenece ningún país europeo. Si quiere aumentar su territorio, que vaya a otras partes".

Por cierto, conformar esa enorme alianza anti-occidental exigiría un alto precio: la incorporación de China como potencia económica. Rusia pondría a disposición del proyecto chino de dominación económica mundial, sus fuentes energéticas, gas, petróleo y sus ejércitos. China, su capital y sus mercados. En esa proyección, el mundo, según Putin, quedaría sometido a la dominación económica de China y a la militar de Rusia. ¿Un nuevo orden mundial? Si es que queremos, usemos ese nombre.

Pero todo ese, para Occidente tenebroso proyecto, puede ser realizado solo bajo una condición, y es la siguiente: que Occidente permaneciera impávido e inmóvil. No obstante, ese tampoco será el caso.

Es cierto que la nueva estrategia de la OTAN tiene por el momento un objetivo estrictamente defensivo. Mediante la incorporación de Finlandia y Suecia, más otras naciones que vendrán, se trata de tender una línea demarcatoria vedada a la expansión rusa. Un “no pasarán” teritorial y militar.

Probablemente el Kremlin computa que en Occidente habrá deserciones, vacilaciones y caída de gobiernos democráticos. Y claro, seguramente habrá un poco de todo eso. No hay nada más inestable que una democracia en tiempos de crisis económica o guerra, y más todavía si estas dos catástrofes aparecen al unísono. Pero, a la vez, Occidente también confía en que las alianzas internacionales de Putin, sobre todo con una Rusia empobrecida por la guerra, no sean tan estables como a primera vista aparecen. Mientras la gran mayoría de los habitantes sometidos al imperio ruso o chino anhelan vivir como en Occidente, muy pocos en Occidente, aunque se declaren anti-norteamericanos, quieren vivir como rusos o como chinos.

Competir económicamente con China en los mercados mundiales y a la vez guerrear con Rusia en espacios territoriales sería por cierto una tarea titánica. No obstante, la democracia política tiene una ventaja que no poseen los ordenes autocráticos anti-occidentales. La democracia no solo es una forma de gobierno ni solo un modo de vida, es también, aunque a muchos parezca extraño, una fuerza económica.

La democracia, para serlo, supone la valoración del ser humano, y esa valoración supone a su vez aumentar el capital de todos los capitales habidos y por haber: la inteligencia de la inventiva. Inteligencia que no solo lleva a pensar filosóficamente sino también a recorrer el mundo de las ciencias. En otras palabras, Occidente dispone de una capacidad de creación que no puede desarrollarse plenamente bajo el peso de los estados dictatoriales.

La gran capacidad económica china tiene como fundamento los bajos precios salariales y una tecnología imitativa de la originaria, que es predominantemente occidental. Rusia, bajo Putin ha llegado a convertirse en un gigante militar, pero económicamente está condenado a subordinarse a China o a Occidente. Tanto China como Rusia podrían tener, sin duda, las mismas o mejores capacidades creadoras. Pero para que eso ocurra deberían ser liberadas fuerzas productivas de las que el capital humano es su fuente originaria. Eso supondría liberar al ser humano de yugos estatales, autocráticos y dictatoriales. En otras palabras, ambas naciones deberían negarse a sí mismas como dictaduras o autocracias. Algo que por el momento está muy lejos de ser posible.

Quizás pensando así fue que, en un día de rara inspiración, Joe Biden declaró que la gran contradicción de nuestro tiempo es la que se da entre democracias y autocracias. No sabemos si Biden se dio cuenta de la tremenda verdad que dijo. Pues esa verdad implica, entre otras cosas, situar a la guerra y a la economía bajo la hegemonía de la política (autocracias y democracias son ordenes políticos, no económicos ni militares) Una verdad en fin que no solo deberá realizarse al exterior sino al interior de cada nación.

Occidente saldrá lesionado de la guerra de Ucrania, no hay dudas. Pero también podría suceder que Rusia tampoco salga fortalecida y su alianza con China sea dificultada, entre otras razones, por la decisión de la OTAN de no solo invertir esfuerzos en el espacio Atlántico Norte, sino también en dirección del Pacífico Sur. Por eso fue muy importante que por primera vez hubieran asistido a la cumbre de la OTAN países cooperantes que no forman parte del tratado originario cono son Corea del Sur, Japón, Nueva Zelandia y Australia. De esa nueva orientación tiene que haber tomado nota Xi Jinping y su comité central.

La OTAN ha entrado definitivamente en la tercera fase de su historia. En la primera sirvió de protección en contra del avance de la URSS. En la segunda fue embarcada en una guerra difusa y sórdida en contra de un terrorismo internacional que no conoce patrias. En la tercera, la que recién comienza, ya ha decidido a servir de muro de contención en contra de la Rusia imperial de Putin para luego convertirse en la organización militar de todas las democracias occidentales.

Si Occidente lograra convencer a China que una guerra comercial y financiera pero no militar puede ser más rentable que una guerra militar a la que sería arrastrada por Rusia, sería un gran éxito político. Naturalmente, en ese caso Occidente, particularmente los EE UU, deberán hacer concesiones económicas a China. Pero así y todo ese sería un precio módico a pagar si se trata de evitar una maligna alianza anti-occidental de carácter militar entre Rusia y China. Si esa alianza fracasó entre la URSS y la China de Mao, no hay motivos para que esta vez tenga éxito. La tarea de Occidente no debe ser en ningún caso provocar a, sino negociar con China. Rusia, sin China, sería solo un gigante militar subdesarrollado, destinado a sucumbir por tercera vez bajo el peso de su propia historia.

En fin, el tan cacareado nuevo orden mundial no esta todavía constituido. Como todo en esta vida, será configurado en el cada día, allí donde las contingencias suelen primar más que pronósticos basados en lógicas deterministas. Hay que prever y priorizar, claro está. Pero más no se puede. Por el momento solo sabemos que Rusia es el enemigo principal y China el enemigo posible. De ahí que el próximo encuentro que tendrá lugar entre Xi Jinping y Biden será de importancia fundamental para el curso de la historia del siglo XXl.

El mundo no depende solo de los misiles sino también de las palabras. Eso lo supieron en su tiempo Churchill y Stalin (podríamos decir también Kissinger y Mao Zedong) cuando, amenazados por un mismo peligro, abandonaron por un instante sus miedos y sus odios, y se dispusieron a conversar.

3 de julio 2022

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2022/07/fernando-mires-el-nuevo-orden-m...

Putin, el emperador del pasado

Fernando Mires

Ya han aparecido libros, la mayoría reportajes, sobre la guerra de Vladimir Putin en Ucrania. Pero ojo: ahí habrá un problema: Va a ser difícil diferenciar entre una profusa bibliografía sensacionalista y textos que intentan analizar a los hechos. No obstante, el libro Zeiten-Wende – der Krieg von Putin und die Folgen (Punto de Inflexión – la Guerra de Putin y sus consecuencias) lo adquirí con una confianza derivada de la persona del autor: Rüdiger von Fritsch fue embajador de Alemania en Varsovia durante 2010-2014 y en Moscú durante 2014-2019. A sus experiencias, une von Fritsch un talento propio a los mejores historiadores, el de saber encadenar hechos e indagar razones. Cualidades que ya habían sido puestas a prueba en su libro Russlandsweg (El camino de Rusia) best seller en Alemania durante 2019.

Naturalmente, el autor sabe que la discusión está determinada por el curso de la guerra. Eso explica por qué comienza su libro con un tema que para cualquier autor convencional debería estar situado al final. Es el de los posibles escenarios futuros. Von Fritsch dibuja cuatro: 1) Un triunfo aplastante de Putin que llevaría a la desaparición de Ucrania como nación independiente y soberana 2) Un triunfo de Ucrania que llevaría a Putin a retirar sus fuerzas reconociendo de facto la independencia y soberanía del país agredido 3) Una situación de empate que dejaría la cosas más o menos en el mismo lugar en que estaban antes de que comenzara la invasión y 4) El más temido: un escalamiento que llevaría a la OTAN a involucrarse en una tercera guerra mundial de inevitables connotaciones nucleares.

EL CAMINO DE PUTIN HACIA EL PODER TOTAL

El curso de la guerra, reiteramos, será determinante. Pero a la vez ese curso depende de los actores. Y el actor principal es, sin duda, Vladimir Putin. Hecho que nos enfrenta con dos interrogantes. Una: ¿Fue la invasión de Putin a Ucrania un resultado de un plan preparado en decenios? U otra:¿Fue el resultado de un proceso que lentamente involucró a Putin hasta hacerlo elegir el camino de la guerra y no el de la paz?

¿O una combinación de ambas posibilidades? Putin era, es y será un nacionalista, un amante del pasado de Rusia y, por lo mismo, un imperialista. No obstante -y es aquí donde von Fritsch pone a pruebas sus dotes de historiador- las vías que Putin escogió no fueron las mismas desde el comienzo de su ya larga trayectoria. Eso quiere decir, no solo los acontecimientos son un resultado de la política de Putin sino también la política de Putin es un resultado de los acontecimientos. Entre ellos, su punto de partida: el derrumbe del comunismo, y con ello del imperio ruso, la catástrofe geopolítica más grande del siglo veinte, según las miles de veces citada frase de Putin. Una catástrofe aún más grande que la de la Alemania nazi durante la segunda guerra mundial, fue lo que no dijo, pero seguramente pensó el dictador ruso.

A ver, reconstruyamos:1989, el colapso económico y financiero de la URSS llevó a las reformas de Gorbachov y esas reformas a la disolución de los tres segmentos constitutivos del imperio. En primer lugar, las naciones de Europa central y del Este, subordinadas a la URSS, entre las que se contaba a la propia Ucrania. En esas naciones estallaron revoluciones democráticas y populares en cadena y ellas pusieron fin a la existencia de la Europa comunista. En segundo lugar, la disolución de las naciones que formaban parte del imperio colonial ruso, sobre todo las caucásicas y las de Asia Central. En tercer lugar, las zonas de influencia del Oriente Medio. A esos tres segmentos hay que sumar el derrumbe de los partidos comunistas italiano, francés y español los que de hecho ya habían desertado del modelo bolchevique eligiendo la vía socialdemócrata, llamada también eurocomunista. Del antiguo imperio comunista, en fin, no quedó casi nada.

El gobierno de Yelzin, el único democrático de la historia de Rusia después de el de Kerenski, gobernaba sobre sus propias ruinas. El mismo Yelzin, al fin de su mandato, era una ruina humana. Pues bien, para rescatar lo poco que quedaba de ese imperio fue llamado Putin por Jelzin a cumplir una misión especial. Los genocidios perpetrados en Chechenia por Putin desde 1999 fueron hechos para mantener algún resquicio de la antigua fachada imperial. Pero fueron también un anticipo de la capacidad asesina de Putin cuando se trata de defender los que para él son los “derechos naturales” de Rusia.

No sabemos lo que pensaba Putin en el 2000, cuando se hizo cargo del estado. Solo sabemos que las primeras fases de su gobierno fueron un intento para sacar a Rusia de una crisis económica sin precedentes. Sabemos también que el ex agente de la KGB estaba obligado a realizar dos movimientos, uno hacia adentro, otro hacia afuera del país. El movimiento interno llevó a la centralización del poder, uno todavía no dictatorial pero lo suficientemente autoritario para mantener cercada a cualquiera oposición. El movimiento externo consistía en abrir económica, política y culturalmente a Rusia hacia occidente, hasta el punto de que para muchos observadores Rusia había pasado bajo Putin a ser un país en transición a la democracia. De más está decir que Putin, gracias a ese, su segundo proyecto, fue recibido con los brazos abiertos por los gobiernos europeos.

¿Qué llevó a Putin a apartarse de esa vía democrática antes de transitarla? Parte de la respuesta la encontramos en el libro de von Fritsch, y es simple: para realizar su proyecto de occidentalización tardía, Putin requería de un gobierno fuerte y de una oposición débil. Esa constatación llevaría a recorrer lo que para él y los suyos fue probablemente un periodo transitorio, pero no hacia la democracia, sino hacia una nueva forma de dictadura.

TODO EL PODER A PUTIN

La centralización del poder requería también de una mano dura. Y Putin la aplicó con extrema consecuencia eliminando, incluso físicamente, a quienes intentaban oponerse a sus designios. La historia de la política interna de Putin, y su larga lista de asesinatos, vista en retrospectiva, es la de un prontuario criminal. Los gobiernos occidentales en un comienzo dejaron actuar a Putin con un nivel muy bajo de crítica, aunque pronto advirtieron que bajo el pretexto de alcanzar la democracia y la prosperidad, estaba convirtiendo al gobierno de su país en una nueva autocracia. Pronto comprendió Putin, al igual que Lenin en su tiempo, que para obtener un mayor desarrollo económico estaba obligado a renunciar a la vía democrática. Y eso fue lo que hizo, sin arrugarse.

Rusia, que nunca había conocido un renacimiento, ni una reforma religiosa, ni una ilustración, ni un siglo de las luces, ni una revolución parlamentaria, no era para Putin una nación democratizable, por lo menos no en un corto plazo, y mucho menos para un líder como él, rodeado de secuaces –la mayoría ex colegas de la KGB- tan o más antidemócratas que el mismo. De este modo Rusia tomaría de occidente solo sus formas. Como dijo un periodista ruso, en lugar de una modernización política tuvo lugar en el país una mcdonalización económica.

Putin pasará a la historia no solo como un continuador del imperio de los zares, también como el creador de un sistema de dominación sui generis sustentado en tres pilares: el aparato represivo del estado (policía, ejército, sometidos a un complejo sub-aparato de seguridad y espionaje controlado directamente desde la cúspide), una ideología religiosa dirigida por un monje fanático, Kiryll (o Cirilo), que ha hecho del tradicional antioccidentalismo de la iglesia ortodoxa una verdadera profesión de fe, y una clase capitalista mafiosa (los oligarcas), enriquecida bajo la tutela del estado, destinada a fomentar el consumo, sobre todo entre los sectores medios surgidos al calor del desarrollo económico. Asegurado sobre estos tres pilares constitutivos del frente interno, fue naciendo, al interior de la mente de Putin y del putinismo, la utopía de la restauración imperial, con el consecuente distanciamiento político de Rusia respecto a Occidente.

EL PASADO COMO UTOPÍA

Según una interpretación de von Fritsch, Rusia volvía a padecer ese complejo de inferioridad (la imposibilidad de ser una democracia europea como las occidentales) que lleva a compensarlo con un muy desarrollado complejo de superioridad. Interpretación estrictamente freudiana aplicada por von Fritsch a los recientes procesos políticos de Rusia.

La imposibilidad democrática de Rusia indujo a Putin a considerar a la democracia como una forma errada de gobierno, típica de naciones débiles y decadentes, como son para él todas las occidentales. A diferencia de esas naciones, Rusia, imaginaba Putin, poseía un pasado histórico, grandioso, imperial y sobre todo mítico. De este modo las predisposiciones anti-democraticas de Rusia pasaron a ser, para Putin, virtudes.

Bajo las condiciones señaladas Putin asumiría no solo el papel de restaurador del pasado imperial , sino, además, el de vengador de la antigua Rusia, humillada por Occidente. Como dice de modo muy inteligente von Fritsch, la utopía de Putin, a diferencias de otras utopías, incluyendo la comunista, que tienen su sitial en el futuro, reside en el más recóndito pasado. Putin es el fantasma de un emperador del pasado. Georgia, Bielorrusia y naturalmente Ucrania y Moldavia, son para Putin fragmentos de una gran roca imperial que hay que integrar al lugar de origen, en la antigua Rus, nacida según algunos historiadores, no en Moscú sino en Kiev. Poseído Putin por ese delirio de grandeza, ha trazado su objetivo final: el renacimiento de la Rusia imperial del pasado, comandado por los ejércitos posmodernos del futuro. Putin –en ese punto están de acuerdo la mayoría de los observadores- está más cerca de la locura hitleriana que de la estaliniana. Pero más cerca de Hitler todavía, está Putin cerca de Macbeth, el sanguinario rey de Escocia recreado por la imaginación de William Shakespeare.

EL MACBETH RUSO

Al igual que Putin, el rey Macbeth llegó al poder por medios tortuosos, aunque con la mejor de las intenciones del mundo, la de crear el reino de la felicidad. Pero para cumplir ese proyecto se vería obligado a remover obstáculos, y como esos obstáculos eran personas de carne y hueso, llegó el momento en que el justo y buen rey que quería ser Macbeth, se vio convertido en un monstruo sediento de sangre. Tal como Macbeth, Putin se convertiría en el creador pero a la vez en la víctima de su propio poder

Dejando a Shakespeare a un lado, podíamos decir en términos más actuales, que el proceso de transformación de Rusia y de Putin, no puede ser monocausalizado. Siguiendo a las teorías sistémicas de Niklas Luhman, la transformación de Rusia durante Putin no posee una causa exterior a ese proceso. Más bien puede ser visto como el resultado de una dinámica autopoiética (autotransformativa) de procesos entendidos como sub- sistemas de autoreproducción. Esa transformación no fue advertida por la racionalidad esencialmente causalista y a la vez economicista que forma parte del paradigma de la mayoría de los gobiernos democráticos occidentales. Tal vez supusieron esos gobiernos que un acercamiento más intenso a la economía rusa llevaría a una relación de interdependencia tan estrecha que haría imposible a Putin volverse definitivamente en contra de occidente.

Naturalmente, un Obama, un Macron, una Merkel, desconfiaban de Putin. Pero los tres cometieron el excusable error de querer entenderlo de acuerdo a sus propia racionalidades. El problema, el gran problema, es que ni Putin ni su banda piensan según los parámetros de la racionalidad occidental. Ese es también el punto que diferencia a Putin con el dictador de China, Xi Jinping, quien también es un convencido anti-demócrata. Xi Jinping, como gerente económico de esa gran empresa global llamada China, nunca habría aceptado pagar con la bancarrota económica de su país la recuperación del imperio de los mandarines como quiere hacerlo Putin con el de los zares. Motivo que hizo decir a Kissinger que la amistad ruso-china no es sostenible a largo plazo.

Putin, como Hitler y Macbeth, escapan a nuestra racionalidad. Eso no significa, como propagan algunos medios, que Putin sea un loco. Quiere decir simplemente que la suya es otra racionalidad, una muy distinta a la que manejamos los occidentales para entendernos en el mundo.

Esa otra racionalidad es la que lleva a pensar a von Fritsch en que, aún suponiendo que la guerra termine de acuerdo a una de las cuatro alternativas expuestas al comienzo de este artículo, no hay ningún motivo para imaginar que después de Ucrania el mundo accederá a una nueva era de la paz. Por de pronto Europa deberá seguir contando con Rusia y con Putin (o con el putinista que lo suceda) como vecino. Eso quiere decir: lo más probable es que al episodio Ucrania, lo sucederá un periodo de mala vecindad, o si se prefiere, de paz hostil o peor aún, de paz armada.

Joshcka Fischer, el siempre reflexivo ex ministro del exterior alemán, ya ha mirado hacia futuro. En su más reciente artículo, (Joschka Fischer - LA NUEVA GUERRA DE LAS IDEAS EN EUROPA (polisfmires.blogspot.com ) afirma que el fin de la guerra en Ucrania marcará un punto de inflexión para toda Europa, continente que deberá despedirse de la era de la coexistencia pacífica con Rusia. Por lo demás, el mismo Putin lo ha dado así a entender.

Contradiciendo al cretinismo “realista” de observadores –incluyo a Kissinger- que han creído encontrar “la causa” de la guerra en el crecimiento de la OTAN - hecho que nunca pareció importar demasiado a Putin hasta que los ideólogos del “realismo geoestratégico” norteamericano le sirvieran en bandeja ese pretexto para explicar “racionalmente” los genocidios en Ucrania - von Fritsch ha detectado correctamente los orígenes de la invasión. Su afirmación es dura y contundente. La guerra en Ucrania, afirma, comenzó en 2014 con la anexión de Crimea y no en 2022 como quieren hacernos creer putinistas y “realistaocupación de Crimea y de la región del Donbás fue según von Fritsch la consecuencia de largo proceso de expansión ya sea en Chechenia (1999), en Georgia (2008) en Siria(2011), hoy en Ucrania, y mañana, seguramente, en otras áreas vecinales del imperio.

Quienes creyeron que la guerra surgió como un efecto de la sugerencia norteamericana del 2008 tendiente a incorporar a Ucrania a la OTAN, inmediatamente negada por los gobiernos europeos, confundieron a una fotografía con una película. La película -desde ahí hace partir von Fritsch su narración– comenzó en 1989 –1990 con la gran revolución democrática de Europa del Este y Central, contexto histórico más que geográfico al que también pertenece Ucrania desde la primera hora. La invasión del 2014, así como la guerra iniciada el 24- F, después que todos los gobiernos europeos, e incluso el norteamericano, manifestaran su disposición a no incorporar a Ucrania en la OTAN, es la verdad de una película que no ha terminado, una de la que nadie conoce su final.

Por lo demás ha sido el mismo Putin quien se ha encargado recientemente –en la conferencia internacional de dictadores en San Petersburgo (no fue otra cosa)- de desmentir la fábula de la OTAN entendida como razón causal. Allí manifestó claramente que la guerra en Ucrania es solo una fase de un plan de largo alcance histórico. Según el dictador, su objetivo será crear un nuevo orden mundial que haga imposible a Occidente avanzar más allá de las fronteras económicas y territoriales fijadas por Rusia. El gran objetivo de Putin, dicho en otras palabras, es la derrota militar, económica y política de Occidente. Ucrania, vista así, es solo un medio al servicio de un fin que la trasciende y la supera.

HEGEMONÍA Y DOMINACIÓN

Según von Fritsch, el de Putin es un plan imposible. La grandiosidad de su proyecto, opina el ex embajador, no tiene su origen en la fuerza sino en la debilidad de Rusia. Por cierto, nadie lo va a negar, la Rusia de Putin seguirá siendo después del episodio de Ucrania un fuerte poder mundial, sobre todo en el espacio militar. Rusia está efectivamente en condiciones de ejercer dominación sobre diversas zonas de la tierra, y de hecho lo está haciendo. Pero, y aquí está la fina diferencia, entendida por estrategas más políticos que geopolíticos, entre otros por Joseph Nye (el autor del concepto “poder suave”) el poder mundial no solo se basa en la dominación militar, sino también, y sobre todo, en el poder de la atracción hegemónica.

Dominación no es hegemonía, lo sabemos desde Gramsci. Más bien significa lo contrario. La hegemonía está basada en el poder de convencimiento, de la persuasión, en el manejo de la lógica y de la argumentación, y sobre todo, en la producción de bienes y valores no solo económicos sino también culturales que Rusia, por lo menos bajo Putin, nunca estará en condiciones de producir. Puede apoderarse de toda Ucrania y de otros naciones del mundo, sin duda. Pero los habitantes de esas naciones nunca mirarán hacia la antigua Rusia como ideal de vida, sino a occidente. En otras palabras, una de las tesis centrales de von Fritsch es que el poder militar de Putin es proporcionalmente inverso a su poder político.

Militarmente Putin es un gigante mundial. Cultural y políticamente, incluso económicamente, es un enano regional. Ese enanismo político y cultural conducirá a Rusia, como ha ocurrido con todos los grandes imperios, a su ruina. En el mejor de los casos, Rusia podría llegar a ser durante un tiempo la vanguardia directriz de los gobiernos más bárbaros de la tierra, incluyendo a algunos de América Latina. En cierto modo ya lo es

Probablemente Putin, o quien lo suceda, se verá obligado a repetir la consigna de Le(“¡hacia el oriente!”) cuando después de haber comprobado el fracaso de su proyecto por incorporar a la revolución socialista a los países europeos occidentales, la Internacional Comunista fuera obligada, en su cuarto congreso (1922) a sustituir el principio de la lucha de clases por el de las luchas de liberación colonial. Tal vez Putin, como aventura von Fritsch, se verá en un momento inducido, así como ocurrió con Lenin, a dirigir sus pasos hacia la región caucásica y hacia el Asia central, donde chocará con otros poderes, entre ellos con el turco, el iraní, pero sobre todo, con el chino. El nuevo orden mundial según Putin, o el llamado fin de un unilateralismo norteamericano que nunca ha existido, si es que tiene lugar –esa economicista letanía “explícalotodo” la venimos escuchando desde los tiempos de Mao Tse Dong - solo será la continuación del desorden perpetuo que rige y regirá el curso de la historia humana.

Algunas de las enunciadas por von Fritsch son sin duda especulaciones meta-históricas, necesarias tal vez, pero no visibles. Lo importante, lo definitivamente importante, es que independientemente del resultado de la guerra rusa a Ucrania, Occidente no podrá a renunciar a dos objetivos: el mantenimiento de la democracia como forma de gobierno y modo de vida, y la decisión de defenderla con las armas, si es que fuera necesario.

Una segunda belle epoque ha llegado a su fin. Tenemos que aceptarlo de una vez por todas. Hoy han vuelto a tronar los siniestros tambores de la guerra. Un imperio del pasado, y ese es el de Putin, quiere volver a instalarse en el presente. Cómo será un nuevo orden mundial después de la derrota o de la victoria de Putin es en estos momentos una pregunta ociosa, hecha por ociosos y para ociosos. Lo único que sí sabemos, y con toda seguridad, es que una victoria final de Putin llevaría a un orden o desorden situado más cerca de los infiernos que de la tierra. Y evitarlo es y será un desafío histórico.

26 de junio 2022

Polis

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Ucrania, mentiras y certezas

Fernando Mires

A occidente también pertenece el antioccidentalismo. Tanto el nazismo como el comunismo han sido doctrinas esencialmente antioccidentales, ambas generadas en occidente. Ese antioccidentalismo occidental se manifiesta, sobre todo hoy, en la guerra que comete Rusia en Ucrania, a través de una adhesión, sí, incluso de una identificación, con el agresor.

No deja de ser sintomático que los partidos extremistas europeos y latinoamericanos sean los que han tomado desde el comienzo posiciones a favor de Putin. En América Latina pesan más los extremistas de izquierda. En Europa, los extremistas de derecha. Y sin embargo, en la argumentación, como si compusieran una conjunta poesía, ambos riman.

El principal método del proputinismo ha sido poner la realidad histórica de cabeza y con los pies hacia arriba. Siguiendo a su versión preferida, los putinistas, militantes o encubiertos, propagan que Putin está librando una guerra defensiva y preventiva en Ucrania en contra de una agresión occidental.

De acuerdo a ese discurso, Putin solo habría reaccionado en contra de la expansión de la OTAN, como si la OTAN anexara naciones a la fuerza y las incorporara a una suerte de imperio occidental dirigido por una siniestra Casa Blanca cuyo objetivo no es otro que acorralar a la pobre e inocente Rusia.

Pensando con serenidad podemos entender en cambio que la OTAN nunca se ha expandido sino, algo muy diferente, se ha ampliado. No es una diferencia semántica. Expandir significa crecer sobre espacios ajenos. Ampliar quiere decir, incorporar a naciones que solicitan su ingreso si ellas están o creen estar geopolíticamente amenazadas por una nación de reconocido pasado y presente imperial, en este caso Rusia. La OTAN crece y crecerá –eso es lo que olvidan los putinistas– de un modo estrictamente proporcional al crecimiento de las democracias nacionales europeas, sobre todo de aquellas constituidas después de la gran revolución democrática que tuvo lugar como consecuencia del colapso de la URSS, vale decir, desde los días de Gorbachov y Yelzin.

En otros términos: La ampliación de la OTAN es el resultado lógico y natural de la ampliación del espectro democrático en Europa Central y del Este. Todas las naciones incorporadas a la OTAN fueron naciones liberadas del imperio soviético. Auto-liberadas, debería ser la palabra más exacta, pues ni EE. UU ni la OTAN movieron un solo dedo para ayudar a liberarse a Hungría, Polonia, Checoeslovaquia y después a Rumania, Estonia, Lituania, Letonia, Eslovenia, Bulgaria, luego a Albania y Croacia y finalmente Georgia, Macedonia, Bosnia y Herzegovina. Por supuesto, todas solicitaron su ingreso a la OTAN. Ucrania, si no hubiera padecido tantas crisis políticas, también habría debido entrar a la OTAN.

La OTAN es en estos momentos, junto con los EE UU, la Europa armada, así como la UE es (o debería ser) la Europa política.

Nunca la OTAN, ni tampoco ningún país miembro de la OTAN, asumió posiciones ofensivas en contra de Rusia. Todo lo contrario, al igual que la mayoría de los países de Europa Occidental, todas sus naciones se esmeraron por mantener buenas relaciones diplomáticas y sobre todo económicas con la Rusia de Putin. Las relaciones contraídas por los países europeos, incluso por los EE UU con Rusia, fueron siempre amistosas, hasta el punto de que llegó a primar en Europa una doctrina que podríamos llamar doctrina de interrelación (diferente a la de coexistencia pacífica elaborada por Jrushchov y Kennedy).

De acuerdo al tenor de esa doctrina, Europa se hizo económicamente dependiente de Rusia y Rusia se hizo económicamente dependiente de Europa. Los lazos que unían a Rusia con Europa parecían ser inseparables.

Nunca en la historia, como en los dos primeros decenios del siglo XXI, Europa y Rusia estuvieron tan unidas y a la vez tan cerca de realizar el ideal kantiano de la paz perpetua. En cortas palabras, jamás la OTAN fue una amenaza militar para Rusia. ¿En qué momento se produjo el quiebre? Esa es una tarea que deberán emprender los futuros historiadores. Lo que hoy podemos aventurar son simples hipótesis.

¿Fue tal vez cuando Putin llegó a la conclusión de que nunca su gobierno podría atraer a las naciones liberada de la URSS a volver a vivir en comunidad con Rusia? ¿Fueron las doctrinas de los nacional-bolcheviques (partido fundado por el extravagante filósofo antioccidentalista Aleksandr Dogin) en las filas del gobierno de Rusia? ¿Fueron los fanáticos sacerdotes antioccidentales dirigidos por Kirill? ¿O fue simplemente la mente diabólica de Putin que aguardó el momento preciso para contraatacar? No lo sabemos, quizás hay un poco de cada cosa.

Lo cierto, lo objetivamente cierto, es que así como ningún gobierno occidental quería enemistarse con Rusia, ninguno quería, ni por nada en el mundo, una guerra. Y si eso es así, significa que solo alguien quería una guerra. Ese alguien se llama Vladimir Putin.

En esa decisión Ucrania no fue más que un pretexto, y por dos razones: La primera, es que todos los países europeos más los EE. UU, estaban de acuerdo en no hacer ingresar a Ucrania en la OTAN. La segunda, es que Ucrania nunca fue una amenaza para la soberanía de Rusia. Incluso Zelenski, a diferencias de su predecesor Porochenko, se manifestó dispuesto a mediar entre los intereses de los ruso-parlantes y de los ucranianos, haciendo diversas concesiones a los primeros. ¿No recuerda nadie cuando Zelenski repartía personalmente pasaportes rusos, accediendo a una petición de Putin?

Sin embargo, ya tenemos algunas certezas: Cierto es que la invasión del 24-F no surgió como reacción espontánea frente a alguna agresión occidental. Una empresa de ese tipo, cualquiera lo sabe, requiere de larga planificación. Cierto es que los países europeos, antes de esa fecha ya habían acordado el no-ingreso de Ucrania a la OTAN. Cierto es que desde mediados de 2021, los servicios de inteligencia de los EE UU y del Reino Unido ya habían detectado el plan invasor de Putin (a diferencia de los servicios alemanes y franceses que solo se enteran por la prensa). Cierto es que, poco antes y después del 24-F, los gobiernos europeos y la UE insistían en buscar una solución diplomática al conflicto. Cierto es, por último, que Putin no aceptó ninguna salida diplomática.

Y bien, a la luz de todos estos hechos, afirmar que Europa y EE UU empujaron a Ucrania a la guerra para después abandonarla, es una falsedad que solo puede provenir de mentes putinistas fanáticas.Hablar de la irresponsabilidad de los gobiernos europeos frente a Putin, no solo es injusto. Y hacerlo en medio del genocidio que está cometiendo Putin en Ucrania, es criminal.

P S. He leído atentamente las declaraciones de Putin en el “Foro Internacional” de San Petersburgo. Definitivamente, ha cambiado su libreto. Ya no habla de su guerra defensiva o preventiva en Ucrania, ni tampoco de preservar la seguridad internacional de Rusia frente a amenazas reales o imaginarias. Habla, como todos los enajenados con poder que lo han precedido – llámense Hitler o Stalin, Castro o Bin Laden – de crear un nuevo «orden mundial». Así nos enteramos al fin de lo que ya sospechábamos. De que Ucrania es solo una pieza en el juego meta-histórico del dictador ruso.

Al parecer, nadie ha dicho a Putin que los órdenes mundiales no son el producto de actos de guerra, sino de configuraciones objetivas que tienen lugar en diversos espacios simultáneos, sean los de la cultura, la ciencia, la economía, el arte y la política. Y de esos espacios, Rusia, gracias a la propia obra de Putin, se encuentra muy alejada. Cada vez más alejada.

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS, Político,

Tiempos de paz, tiempos de guerra

Fernando Mires

No voy a defender aquí a Angela Merkel, cuya biografía la defiende por sí sola. Voy a defender sí, su concepto de la política. Un concepto que a su vez define a la política como actividad existencial.

Entiendo por actividad existencial enfrentar a los hechos tal como se presentan sobre la superficie de la realidad. Por eso he sostenido en otras ocasiones que la política es actividad superficial, pero no en el sentido de que sea banal, sino porque su práctica tiene lugar sobre una superficie o base existente y no supuesta o imaginaria. Por lo tanto, al defender la existencialidad de «lo político», defiendo su condición ineludible y necesaria: la de su «presentabilidad».

La política tiene lugar en tiempo presente y por lo mismo es representación de hechos que emergen a la superficie desde un fondo oculto que no solo reside en el pasado temporal. Afinemos esta idea: No me refiero al presente de los filósofos ni al de los teólogos, a ese presente que según San Agustín no existiría jamás pues, si digo algo, al decirlo ya es pasado. Pero el futuro tampoco existe porque simplemente está en un futuro, de modo que el único tiempo existente sería el tiempo de Dios, el tiempo absoluto, el tiempo no relativo, el tiempo total.

Guiada por las confesiones de Agustín, Hannah Arendt logró afirmar que el presente surge de una conflagración entre las fuerzas de un pasado que ha dejado de existir y las de un futuro que todavía no existe. De esa conflagración aparece un hueco que es el tiempo situado en seres que están viviendo su tiempo. El presente político, por lo tanto, no es más que una convención formal que abarca al pasado inmediato y al futuro inmediato.

Para entendernos mejor, es el espacio determinado por la aparición de un acontecimiento o de una cadena de acontecimientos. De acuerdo a Hannah Arendt no es la historia la que determina a los acontecimientos sino los acontecimientos a la historia.

Para decirlo con un ejemplo muy cercano: desde el 24 de febrero, día de la invasión rusa a Ucrania, vivimos en medio de un presente determinado por la guerra de Rusia a Ucrania. Es en ese presente donde los diversos gobiernos occidentales interactúan y toman decisiones ya sea en conjunto, o simplemente a nivel nacional, para enfrentar al adversario común: la Rusia de Putin.

Angela Merkel y el pasado-presente

En el presente condicionado por ese acontecimiento llamado guerra, la ex canciller alemana Angela Merkel no es un actor político pues su poder de decisión es prácticamente nulo. No obstante Merkel, como representante de un poder simbólico, ha sido declarada por diversos políticos y medios de comunicación, responsable, algunos dicen culpable, de no haber sabido detener a tiempo a Putin en su proyecto imperial. Entre las diversas faltas que le enrostran hay tres que por reiteradas podemos considerar principales. Son las siguientes.

1.-No haber asumido una posición firme frente a las agresiones de Putin a Georgia durante el 2008.

2.- No haber endurecido las relaciones frente a Putin el 2014, cuando invadió militarmente a Crimea. Según algunos políticos antimerkelistas, incluyendo a algunos miembros del cuerpo diplomático ucraniano, si Merkel hubiese bregado por incorporar de inmediato a Ucrania en la OTAN, la invasión de Rusia a Ucrania no habría tenido lugar. (¿Cómo lo saben?, no lo sé)

3.-Haber convertido a Alemania en una nación energéticamente dependiente (gas y petróleo) de un agresivo imperio antioccidental.

Vamos punto por punto. Durante la guerra a Georgia en 2008 era difícil, no solo para Alemania, sino para toda Europa tomar posiciones ya que allí estaban involucrados diversos problemas que provenían del pasado soviético y aún más allá. No debemos olvidar que el centro de la política en Alemania y en Europa estaba lejos de estar puesto en los problemas de Rusia con su periferia. 2008 fue, además, el año de una gran crisis financiera, comparable solo con la crisis económica de 1929.

Enfrentar a una crisis mundial, la quiebra masiva de empresas, y estimular planes de ahorro con las naciones más pobres de la UE, no eran las mejores condiciones para implementar un programa de confrontación con la Rusia de Putin.

En cuanto la invasión de Rusia a Crimea (2014) hay que subrayar que esta fue saludada por una enorme cantidad de habitantes de Crimea que consideraban a su «nación» como parte de Rusia. ¿Pero no era también esa invasión una amenaza potencial a Ucrania? dirán los geoestrategas. Correcto, pero la pregunta pertinente es, ¿a qué Ucrania? La Ucrania del 2014 –esto es decisivo para entender la política internacional de Merkel- no era la Ucrania del 2022. Por despejar dudas, hagamos un poco de historia.

¿Cúal Ucrania?

Ucrania es hija directa del desmembramiento de la URSS durante los gobiernos de Gorbachov y Yelsin. Nació como nación independiente el año 1991, cuando Leonid Kravchuk, líder de la república soviética de Ucrania, declaró la independencia de Moscú. En 1994 asumió el gobierno Leonid Kuchma, de tendencias occidentalistas. En 1999 Kuschma se hace reelegir en elecciones fraudulentas. El 2004 asume el prorruso Viktor Yanukovich, también en elecciones marcadas por el fraude y manipuladas desde Moscú. Como respuesta ciudadana surge la Revolución Naranja que obligó a repetir las elecciones, siendo elegido esta vez el prooccidental Viktor Yuschenko (2005). Pero pronto sería desatada una lucha interna entre los partidarios de Yuschenko y los de la líder populista Yulia Timochenko.

En medio de ese desbande la OTAN hace la promesa de que un día Ucrania podría entrar a la OTAN. Naturalmente «ese día» debería aparecer cuando Ucrania solucionara su problema de gobernabilidad, algo que todavía estaba muy lejos de ocurrir. Así fue como la indisciplina y corrupción del bando antirruso creó las condiciones para que regresara al poder el prorruso Yanukovich quien en las elecciones del 2010 derrotó ampliamente a Timochenko, acusada de corrupción.

El gobierno Yanukovich, acatando una orden de Putin, rompió relaciones con la UE. Acto seguido, el dictador ruso invade sorpresivamente a Crimea. En abril del 2014 los separatistas prorrusos se apoderan, con ayuda militar de Moscú, de la región del Donbás. En el resto de Ucrania crece la oposición en contra de Rusia. Bajo esas condiciones, en mayo del 2014 asume el empresario proocidental Petro Porochenko cuyo gobierno acompañó su posición antirusa con la más desmedida corrupción. En abril del 2019 el actor y abogado Volodimir Zelenski –prooccidental aunque no radicalmente antirruso– obtuvo la victoria electoral con una impresionante votación (70%) gracias a haber levantado un programa en contra de la corrupción y ofrecer su mediación en la guerra contra los separatistas del Donbás.

Hemos hecho este recuento con el objetivo de hacer una pregunta: ¿por esa Ucrania convulsa, políticamente inestable, iba a iniciar la UE y el gobierno Merkel, una campaña para incorporarla a la UE y a la OTAN? Haberlo hecho habría sido una locura. La UE como la OTAN han intentado siempre incorporar a naciones, si no democráticas, por lo menos políticamente bien constituidas. Ese estaba lejos de ser el caso de Ucrania.

La estabilización política nacional de Ucrania comenzó recién a configurarse bajo el gobierno de Zelenski. Antes de Zelenski, Ucrania era una nación, digamos así, en formación. De ahí que gane o pierda la guerra en contra de Rusia, Zelenski pasará a la historia como el fundador de la Ucrania política.

Muy mala gobernante habría sido Merkel si hubiera bregado por incorporar a la UE a una nación políticamente desmembrada, a una que, en cualquier momento, incluso por vía electoral, podía llevar nuevamente al bando de los prorusos al poder.

La dependencia energética

La tercera acusación a Merkel, relativa a la hipoteca contraída por la dependencia energética de Alemania con respecto a la Rusia de Putin, pareciera, a primera vista, estar mejor fundada. Evidentemente, una nación democrática no debería poner en juego su soberanía política al hacerse económica o energéticamente dependiente de una potencia autocrática. Es cierto que los acuerdos con Rusia, sobre todo los referentes a las importaciones de gas, precedieron al gobierno de Merkel, pero fue bajo su administración cuando lograron extraordinario vigor. A la luz de los acontecimientos actuales dicha dependencia es hoy vista como un enorme error estratégico.

Naturalmente, si Merkel hubiera sabido lo que iba a ocurrir el 24 de febrero del 2022 nunca habrá permitido que bajo su gobierno tuviera lugar una dependencia tan estrecha con la Rusia de Putin. El problema es que no había como saberlo. Por supuesto, nunca Merkel tuvo plena confianza en Putin a quién jamás consideró un demócrata. Pero de ahí a creer que Putin era lo que efectivamente demostró ser, un tirano arcaico poseído por fantasías meta-históricas, hay un largo trecho. Incluso el historiador polaco Adam Michnik, conocedor personal de Putin, confesó en una entrevista que nunca creyó que Putin fuera capaz de invadir a Ucrania, o por lo menos no del modo como lo hizo.

Probablemente Merkel, como la mayoría de los gobernantes europeos (sí, la mayoría) pensó que la dependencia energética con respecto a Rusia era un riesgo. Pero según su percepción había que correr ese riesgo. La razón es simple: como proveedor, Rusia aseguraba la dependencia de naciones occidentales pero a la vez ligaba su economía a esas naciones. Todo vendedor al fin necesita un comprador y Europa, sobre todo Alemania, era y es un muy buen comprador. En breve, nadie pensó, simplemente porque era impensable, que Putin, siguiendo el mandato de sus alucinaciones, iba a arruinar la economía de Rusia en una guerra tan absurda como criminal. «Rusia nos amarra pero nosotros amarramos a Rusia», parecía ser el pensamiento predominante en la Alemania de preguerra. No muy infundado, hay que decirlo.

Fue el barón de Montesquieu quien hace muchos años formuló la teoría del «dulce comercio». Según esa teoría el comercio entre naciones suaviza las costumbres, vuelve corteses a los políticos brutales y permite allanar los caminos que conducen a la paz. Karl Marx se burlaría de las teorías de Montesquieu. Pero el mismo Marx no pudo negar un hecho objetivo, y es el siguiente: la diplomacia nació del comercio. Digamos la tesis completa: así como la política nació de la guerra (en ese sentido toda guerra sería una regresión prepolítica) la diplomacia nació del comercio.

La idea de una interdependencia más que de una dependencia entre Rusia y Occidente parecía ser atractiva a muchos políticos occidentales. En cierto modo fue asumida como la continuación de la diplomacia comercial mantenida entre el bloque comunista y la Europa democrática durante la Guerra Fría. Basta recordar que la teoría de la convergencia de los dos bloques fue defendida en Alemania por gobernantes de la talla de Willy Brandt, Helmut Schmidt, e incluso Helmut Kohl. Angela Merkel no hizo más que seguir la ruta señalada por sus predecesores, pero esta vez con la Rusia de Putin en lugar de la URSS.

Como conocedora de la historia europea sabía, además, que en Rusia siempre han convivido dos almas: un alma occidental y un alma asiática y despótica.

Toda la gran literatura rusa, desde Dostoyevski y Tolstoy, Gogol y Turgeniev, tiene como tema central la coexistencia conflictiva de esas dos almas. Desde el punto de vista psicopolítico parecía ser adecuado entonces estimular el alma occidental de Rusia, lo que solo sería posible con un acercamiento diplomático y comercial y no con amenazas militares. ¿Cuándo Putin dejó de seguir a su alma occidental y comenzó a escuchar las voces de su alma asiática o despótica? Eso no lo podemos saber. Merkel tampoco. Nadie.

Angela Merkel no es una política futurista. En general los gobernantes democráticos no lo han sido. Es difícil que lo sean. La mayoría son elegidos por uno o dos periodos, y en las democracias parlamentarias, si sobrepasan ese tiempo –es el caso de Merkel– están sujetos a coaliciones programáticas. La mayoría de los dictadores, en cambio, sí son futuristas. En su enfermiza imaginación piensan que fueron llamados al poder para cumplir una misión histórica.

Hitler, Stalin, Mao, Castro, fueron futuristas. Putin también lo es. El dictador ruso cree que su misión es reconstruir el imperio como poder rector de una Eurasia unida (Putin ha llegado a compararse a sí mismo con Pedro el Grande). Merkel en cambio es, como la mayoría de sus colegas occidentales, presentista. Conoce el tiempo limitado de la política e intuye que el futuro no lo puede conocer ni prefijar nadie. Tal vez por eso pensó que Putin era en el fondo un ser racional. No haber advertido lo que no advirtió nadie, fue su gran error.

Merkel fue la canciller de un país en tiempos de paz y actuó consecuentemente con las condiciones que en ese tiempo imperaban. Ahora estamos en tiempos de guerra, y a pesar de no ser política activa Merkel no ha dudado un segundo en ponerse al lado de los gobiernos que apoyan militarmente a Ucrania. En su última entrevista captó la esencia del problema. Dijo: «Ucrania es un rehén político que Putin usa para dañar a todo Occidente». Eso no lo han dicho ni Macron ni Scholz.

Cada tiempo tiene su tiempo, está escrito en el Eclesiastés. Hay efectivamente un tiempo para la paz y un tiempo para la guerra (Eclesiastés 3:8 PDT). Hay también políticos que actúan en tiempos de guerra como si estuviéramos en paz y dedican su tiempo a llamar por teléfono a Putin con el ingenuo propósito de calmar sus ambiciones imperiales.

Merkel no lo habría hecho. Así como asumió la crisis financiera mundial del 2008, así como asumió la crisis de refugiados del 2015, así como asumió la crisis pandémica del 2020, con la misma intensidad habría asumido la crisis provocada por esa guerra todavía no mundial que comenzó el 2022.

Nadie sabe cómo terminará esta atroz guerra que estamos presenciando, ni mucho menos cuáles serán sus consecuencias. Y es comprensible que así sea. El futuro es y será siempre un vacío.

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS, Político,

¿Negociar sobre Ucrania o negociar a Ucrania?

Fernando Mires

No es necesario ocultarlo. Entre las democracias occidentales que apoyan a Ucrania y adversan a Putin, hay diferencias. Para simplificar podríamos afirmar que esas diferencias tienen lugar entre quienes sostienen que para terminar la guerra cuanto antes hay que ofrecer mediante concesiones una salida “digna” que no "humille" a Putin, y otra línea que sostiene que primero hay que derrotar militarmente a Putin.

Uno de los primeros en plantear ese dilema occidental fue el filósofo alemán Jürgen Habermas al elogiar al por la prensa vilependiado canciller Olaf Scholz, quien ha tratado de conciliar lo aparentemente no conciliable, a saber, apoyar a Ucrania pero sin llegar a una intervención que invite a Putin a escalar hacia una confrontación con los países miembros de la OTAN.

Como Habermas no es un político sino un filósofo social, limitó su exposición a presentar el dilema sin definirse por uno de sus términos. ¿Cómo no perder sin ganar una guerra? Es su tácita pregunta. Imponiendo una alternativa diplomática, que dejando descontentos a ambas partes, no pase por la vía de la humillación a ninguna de ellas, podría ser una respuesta provisoria. Esa al menos parece ser la posición del presidente de Francia Emmanuel Macron quien, utilizando el verbo humillar, sugiere abrir una rampa a Putin para que, logrando algunos de sus objetivos (no ha dicho cuáles) pueda presentarse ante los suyos sin humillarse. Dicha posición ha sido criticada con firmeza por la historiadora Anne Applebaum, y por los analistas políticos Alina Palakova y Daniel Fried

De acuerdo a Applebaum, crear una salida a Putin supone otorgarle el crédito de cumplir con los acuerdos que subscribe, algo que ha demostrado no hacer desde el momento en que invadió a Ucrania, violando incluso los tratados por el mismo firmados. Putin, aduce, no está interesado en lograr ningún compromiso. Textual: “Putin ha dejado claro que destruir Ucrania es, para él, un objetivo esencial, incluso existencial. ¿Dónde está la evidencia de que lo ha abandonado?”. En ese punto tiene razón Applebaum. Solo se negocia a partir de la voluntad de negociar, y no por una, sino por ambas partes.

En el mismo sentido de Applebaum se han expresado opinadores que día a día pulsan el curso de la guerra. Entre ellos, Alina Palakova y Daniel Fried, quienes afirman: " .....La guerra a Ucrania no es similar a un conflicto del siglo XVlll o XlX en el que una provincia podía pasar de un país a otro sin consecuencias catastróficas para la mayoría de las personas que allí viven".

No puede hablarse de territorios sin pensar en los habitantes de esos territorios, dicen Palacova y Fried . "Aquellos que piden a Ucrania que ceda territorio deben, por lo tanto, asumir las consecuencias. Millones de personas no volverían nunca a sus hogares. Miles de civiles serían asesinados, torturados y violados. Los niños serían separados de sus padres".

Que a Putin no interesa negociar antes de haber logrado su objetivo, la destrucción de Ucrania, es un problema. Pero el problema mayor lo ven los autores citados en una verdad irrefutable: toda negociación con Putin implica conceder territorialidad.

La pretensión de convertir la territorialidad de Ucrania en objeto negociable aún cuando estamos lejos de alcanzar el fin de la guerra, no es un infundio. A diferencias de Macron que habló de negociar territorialidad solo entre líneas, el ex secretario de estado, Henry Kissinger, todavía una de las voces más influyentes en política internacional, lo dijo sin ambages. Según Kissinger, Estados Unidos y Occidente no deben buscar una derrota vergonzosa para Putin, advirtiendo que así podría empeorar la estabilidad de Europa a largo plazo. La idea de Kissinger es la de llegar a un status quo, pero sobre la base de que Ucrania deba ceder territorio a Rusia.

Como era de esperarse, Kissinger fue muy criticado por quienes apoyan a las fuerzas patrióticas de Ucrania. Y con razón. No es posible hablar de ceder territorios en medio de una guerra que tiene justamente como objetivo defender territorios. Tampoco es posible hablar de ceder territorios cuando ni siquiera ha habido un atisbo de negociación entre las partes en conflicto. Tal como fueron dichas, las palabras de Kissinger en Davos fueron un llamado a la capitulación de Ucrania. Zelensky, al escucharlas, no pudo ocultar su desilusión, incluso, indignación. Describió las sugerencias de Kissinger como similares a los intentos de apaciguar a los nazis en el periodo previo a la Segunda Guerra Mundial. “Tengo la sensación de que en lugar de año 2022, el señor Kissinger tiene 1938 en su calendario”, dijo con doliente ironía.

Lo más probable es que Kissinger haya pensado de acuerdo a su propio modelo geoestratégico al que continúa siendo fiel. Puede ser también que sus sugerencias apaciguadoras no tengan solo como referencia a Ucrania sino a voces beligerantes de los Estados Unidos, me refiero explícitamente a algunas declaraciones hechas por Joe Biden y por su ministro de defensa Lloyd Austin. A esos dos puntos me referiré a continuación.

Dijo Joe Biden en marzo: “Putin no puede permanecer en el poder”. Agregó el ministro de defensa Lloyd Austin en abril, que esperaba “ver a Rusia debilitada hasta el punto de que no pueda hacer el tipo de cosas que ha hecho al invadir a Ucrania”. Haciéndose eco de ambas declaraciones, escribió Max Boot, redactor del Washington Post, en mayo: “Rusia debe sufrir una derrota tan devastadora que pasarán muchas décadas antes de que otro líder ruso piense en atacar a un país vecino”. De acuerdo a la primera declaración, la del presidente, el objetivo es desbancar a Putin. De acuerdo a la segunda, la del ministro, el objetivo es inhabilitar militarmente a Putin. Las dos declaraciones sugieren avanzar más allá de la defensa del territorio de Ucrania, es decir, más allá de los límites fijados por el mismo gobierno de Zelenski. Probablemente contra ese exceso de épica reaccionó Henry Kissinger.

En el mismo sentido, Kissinger se pronunció en contra de quienes desde el gobierno norteamericano han iniciado una confrontación verbal con el gobierno chino sobre el tema de los derechos humanos y sobre una probable ocupación china de Taiwán. Es evidente, para Kissinger, y con toda razón, EE UU no está en condiciones de enfrentar a dos superpotencias al mismo tiempo.

Por cierto, Kissinger exageró la nota al poner sobre la mesa la distribución de territorios que no le pertenecen a nadie sino a Ucrania. Explicable en ese sentido la ira contenida del presidente Zelenski. Sin embargo, todos los que manejan algunas nociones de política internacional conocen el pensamiento de Kissinger. En su libro World Order expone mejor que en otros la esencia de su esquema geoestratégico. Para el ex ministro existen, en efecto, tres poderes geopolíticos: China, Rusia y los EE UU. La garantía de la paz mundial la fundamenta en una noción para el, clave: equilibrio. Ese equilibrio pasa por una definición clara de la territorialidad y de las esferas de influencias de cada potencia.

Kissinger no es ingenuo y sabe muy bien que las aspiraciones de las tres grandes potencias no pueden permanecer congeladas y por lo mismo hay desplazamientos que deben ser diplomáticamente discutidos, pero teniendo en vista dos objetivos: la paz y el equilibrio mundial. Probablemente desde su óptica global a Kissinger el tema de Ucrania le parece muy poca cosa para desatar una guerra que podría llevar al holocausto nuclear. Si quisiéramos reproducir sus palabras en jerga popular, podríamos traducirlas así: "entreguemos a Putin "ese par de kilómetros más que él quiere en Donbass" (dixit), y busquemos todos juntos una solución para seguir viviendo en paz”. En otras palabras, se trataría de imponer el mismo juego que hizo Kissinger bajo el gobierno de Nixon al decidir hablar directamente con Mao ofreciendo retirar a EE UU de Vietnam si China y no la URSS lo integraba dentro de su zona de influencia. Pero por otra parte cabe la pregunta: ¿Está seguro Kissinger que los deseos de Putin pueden ser medidos en metros cuadrados?

Una opinión exactamente contraria a la de Kissinger mantiene por ejemplo la profesora ucraniana Tatania Stanovaya: "Sin embargo, los principales objetivos de Putin en esta guerra nunca han sido adquirir territorios; más bien quiere destruir Ucrania en lo que el llama un proyecto "antiruso" y así evitar que Occidente use el territorio ucraniano como cabeza de puente para realizar actividades geopolíticas antirusas".

Tal vez sería necesario decir a Kissinger que Ucrania no es Vietnam. Ucrania es un país europeo e institucionalmente democrático. Ucrania pertenece a la comunidad política occidental. Y Occidente, a diferencia de los EE UU en Vietnam, no ha perdido todavía la guerra. Las opiniones de Kissinger, en ese punto tiene razón Zelenski, están fuera de tiempo y de lugar. Pero tan fuera de tiempo y lugar como la declaraciones de Biden y Austin. Lo que tienen en común las tres declaraciones, la del presidente, la del ministro y la del exministro, es referirse a Ucrania como a un objeto inerte. Para los dos primeros la guerra en Ucrania sería un medio para liquidar militarmente a Rusia. Para Kissinger sería necesario convertir a Ucrania en una pieza de cambio en aras del equilibrio y de la paz mundial. Las palabras de Biden y Austin subordinan la negociación a la guerra. Las de Kissinger la guerra a la negociación.

Puede pensarse que políticos como Biden y Austin se han expresado de modo épico en un sentido propaganístico. Al fin y al cabo toda guerra contiene una confrontación gramatical. Fue probablemente esa razón la que llevó al presidente Biden a escribir -esta vez con prestancia de estadista- un clarísimo artículo, dirigido no solo a sus lectores sino también al propio Putin. En ese artículo titulado "Esto es lo que los EE UU hará y no hará en Ucrania", Biden precisó nueve puntos:

1. "La meta de los EE.UU es clara: queremos que Ucrania sea democrática, independiente, soberana y próspera, y que tenga los medios para repeler más agresiones y defenderse de ellas".

2. "Esta guerra acabará de manera definitiva mediante la diplomacia".

3. "Seguiremos cooperando con nuestros aliados en las sanciones contra Rusia, que son las más fuertes que se han impuesto contra una economía importante".

4. "También continuaremos reforzando el flanco oriental de la OTAN".

5. "No buscamos que haya guerra entre la OTAN y Rusia".

6. "No estamos alentando ni permitiendo que Ucrania ataque más allá de sus fronteras".

7. "Nada sobre Ucrania sin Ucrania".

8. "Cualquier uso de armas nucleares en este conflicto, a cualquier escala, sería completamente inaceptable para nosotros, así como para el resto del mundo, y tendría graves consecuencias".

9. "Apoyar a Ucrania en estos momentos de necesidad no solo es lo correcto. Es nuestro interés nacional vital garantizar una Europa política y estable, y dejar claro que no por tener la fuerza se tiene la razón"

En fin, todos los demócratas del mundo -Biden también- deseamos que ese excremento del demonio llamado Putin sea derrotado sin apelaciones en Ucrania. Sería hipocresía no decirlo. Pero entre el deseo y su realización está el muro de la realidad, debe haber pensado Biden. Como se deduce de su artículo, toda guerra requiere de límites (aunque para Putin esos límites parecen no existir) No podemos sino concluir entonces en que la guerra de Rusia a Ucrania deberá terminar, como dicen Zelenski y Biden, con una negociación. Probablemente con un acuerdo transitorio que no dejará feliz a ninguna de las partes.

Quizás por eso mismo no vale la pena ocultar que la alianza atlántica mantiene en su interior dos tendencias: una más negociadora que épica, representada en el eje Alemania-Francia. Otra más épica que negociadora, representada en el eje Inglaterra-EE UU. De la comunicación y del debate entre ambas tendencias depende el curso y el discurso de la guerra.

Lo que desde el punto de vista ético y político no es posible aceptar es que la línea negociadora pase por encima de las posiciones del gobierno de Ucrania, como se desprende de la posición de Kissinger. Como dijo Biden: "Nada sobre Ucrania, sin Ucrania" . Pero tampoco la alternativa puede ser asumir un delirio épico irresponsable que, usando el nombre de Ucrania, lleve la guerra a un punto de no retorno.

El punto arquimédico situado entre la guerra y la paz, no ha podido ser encontrado. Y no lo será porque ese punto no yace fuera de la guerra, sino en su interior. El curso de la guerra determinará su discurso, no al revés. Y eso quiere decir: la única alternativa que en estos momentos tiene Occidente es intentar hacer mejor lo que está haciendo: Apoyar a Ucrania con todos los medios a disposición. Y al interior de cada país, continuar debatiendo, haciendo uso de ese don que diferencia al occidente democrático de las autocracias: la participación en el discurso colectivo por medio de la palabra. Sea la pensada, la hablada o la escrita.

Este texto es la reelaboración ampliada y actualizada de un capítulo de un ensayo del autor titulado "El discurso de la guerra".

REFERENCIAS:

Alina Polvakova, Daniel Fried: UCRANIA: PAZ SÍ, PERO NO A CUALQUIER PRECIO (polisfmires.blogspot.com)

Anne Applebaum - ¿QUÉ SIGNIFICA DERROTAR A RUSIA? (polisfmires.blogspot.com)

JÜRGEN HABERMAS - ¿HASTA DÓNDE APOYAMOS A UCRANIA? (polisfmires.blogspot.com)

Henry Kissinger - WORLD ORDER, 2014

Max Boot - No te preocupes por los sentimientos de Putin. Rusia debe pagar por su invasión (polisfmires.blogspot.com)

FERNANDO MIRES - SOBRE LA GUERRA DE RUSIA A UCRANIA (textos) (polisfmires.blogspot.com)

Tatiana Stanovaya- EN LO QUE OCCIDENTE (TODAVÍA) SE EQUIVOCA SOBRE PUTIN (polisfmires.blogspot.com)

10 de junio 2022

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2022/06/fernando-mires-negociar-sobre-u...

El discurso de la guerra

Fernando Mires

Sea en Foucault o en Habermas, en Derrida o en Lyotard, o en otros que han aplicado su entendimiento a descifrar la lógica del discurso, podríamos llegar a un denominador común: la realidad política es discursiva, lo que quiere decir -siguiendo a Juan el evangelista- primero está la palabra (el verbo, el logos). Todo lo demás viene después. La realidad política es discursiva quiere decir también que la con-formamos a través de las tres dimensiones de la palabra: el pensamiento, el habla, la escritura. De la conjunción de esas tres dimensiones surge lo que llamamos el discurso público del que somos partícipes, ya sea cavilando, discutiendo, o escribiendo,

El discurso del discurso

En la formación de un discurso pueden intervenir todos los propietarios de la palabra, y esa posibilidad de intervención es la base de aquel orden político surgido en la polis griega, al que llamamos democracia. La expresión gramatical practicada en común, surge y recrea a una realidad cruzada por líneas continuas y discontinuas. A esas líneas las llamamos opiniones. De tal modo que para que surja una opinión pública hegemónica, tiene que haber libertad de opinión. Si la libertad de opinión es coartada, no hay discurso, y al no haber discurso, no hay democracia. El discurso es la razón de ser de la democracia. A la vez, la democracia es la razón de ser de ese espacio no territorial que denominamos occidente político. Donde no hay política no hay democracia y luego, no hay discurso público. La democracia para que sea, debe ser discursiva. Donde no hay libertad de opinión ni de palabra no hay libertad de ser. Esa es la diferencia entre el occidente político y el resto del mundo.

En Rusia o en China para usar dos ejemplos actuales, no hay comunicación colectiva, luego la realidad que ahí se vive, no es discursiva. Naturalmente, la discursividad que precede a toda discusión no garantiza la exactitud del decidir. A veces la maraña discursiva que se forma en cada nación democrática impide una oportuna toma de decisiones. Solo las dictaduras deciden rápido.

Cuenta Joe Biden que el por él considerado muy inteligente Jinping, le dijo en una conversación que la democracia, al retardar el proceso de toma de decisiones, no se adapta al nivel decisionista que exige un mundo tan complejo como el de hoy. Ergo: Jinping, sin haberla vivido, ha relegado a la democracia a una fase superada en la historia de la humanidad. Putin, a su vez, no tan refinado como Jinping, ha sabido crear un poder no-comunicativo, uno que no se sirve del discurso público y que a través de la dominación absoluta sobre los medios de comunicación y el parlamento crea las opiniones públicas que le parecen más convenientes, razón por la que en un texto hemos llegado a opinar que, acicateado por las espuelas de la guerra, Putin está cruzando la línea divisoria que separa a un régimen autocrático de un sistema totalitario.

El mismo Zelenski en su emotiva alocución de Davos lamentaba que Occidente no tenga una posición unánime frente a la invasión rusa en Ucrania. Efectivamente, es así. La unanimidad, donde impera la formación discursiva de la realidad política, nunca, o muy rara vez, será posible.

Occidente no solo está involucrado en una guerra contra la Rusia de Putin, además lo está en el discurso de la guerra. La guerra –y con ella, la ayuda militar y económica a Ucrania- es en este caso el objeto del discurso. El sujeto del discurso, vale decir, la formación de una opinión pre-dominante, no está todavía constituido. Hay diferencias y esas diferencias son las líneas del discurso de la guerra. ¿Cuál será la línea que definitivamente se impondrá? No lo sabemos. Trataremos al menos en este texto, de reconocerlas. Digamos de modo preliminar que distinguimos tres principales. En tanto ninguna es todavía hegemónica, son solo líneas pre-discursivas de un discurso en formación. Aquí las denominaremos de modo provisorio, la línea putinista, la línea negociadora, la línea épica.

La línea putinista

La democracias integran en su interior a líneas antidemocráticas. Tales líneas sirven incluso para fortalecer el discurso democrático, opinan algunos liberales. De ahí que la mayoría de las democracias occidentales invitan a las formaciones políticas anti- democráticas a formar parte del discurso público, siendo excluidas solamente si sobrepasan las leyes, incurriendo en actos violentos. Naturalmente, puede suceder que en condiciones de crisis políticas o económicas las anti-democracias lleguen a hacerse del poder, como ya sucedió en Italia con Salvini y la Liga Norte, en Hungría con el Fidesz de Orban, en Polonia con las posiciones clericales e integristas que lidera Kaczynski, y en Francia, siempre en jaque por el lepenismo. La democracia vive en peligro permanente y a veces sucumbe. Visto así, la contradicción que estableciera Joe Biden entre democracias y autocracias se manifiesta no solo entre países sino también al interior de cada país democrático. Y bien, precisamente porque es así, el putinismo, vale decir, las corrientes políticas que apoyan a Putin, pueden trazar sus líneas al interior de las democracias occidentales. Ahora bien, paradojalmente el putinismo tiende a cristalizar en dos extremos supuestamente opuestos: en la extrema izquierda y en la extrema derecha.

Hay efectivamente un putinismo de extrema izquierda y un putinismo de extrema derecha. Ambos suelen coincidir en los debates parlamentarios. La razón de esta aparente anomalía reside en que Putin ha logrado integrar en su discurso político personal ambas tendencias. Desde una perspectiva occidental Putin puede ser considerado un extremista de izquierda y de derecha a la vez. Este es precisamente uno de los puntos que ha llevado a algunos autores a afirmar que Putin es fascista, pues el fascismo, en su forma originaria, la de Mussolini y Hitler, integra discursos de izquierda y de derecha. No por casuallidad el partido de Hitler se llamó nacional- “socialismo”. El putinismo de izquierda toma del discurso de Putin el antiamericanismo, derivado del anti-occidentalismo.

Putin, según esta línea, debe ser apoyado pues constituye un obstáculo para las pretensiones de los EE UU. Interesante es constatar que esa versión de “izquierda” es más popular en América Latina que en Europa. Explicable por el hecho de que en América Latina las llamadas izquierdas no vivieron en toda su intensidad las consecuencias del derrumbe del comunismo como en Europa. Así fue posible que elementos de la ideología estalinista, en los países europeos cuestionados por las propias izquierdas democráticas, permanecieron en América Latina congelados. El mismo concepto, “imperialismo norteamericano”, al que recurren de modo monótono, fue una invención “teórica” de Stalin, quien rompió en ese punto con Lenin.

Como es sabido, la teoría del imperialismo de Lenin tiene como base las teorías del británico Hobson y del austriaco Hilferding, sobre todo de este último, quien entendió al imperialismo como una fase en el desarrollo del capitalismo y no como atributo de una determinada nación. Stalin mantuvo fidelidad a esa teoría y solo se atrevió a postular a EE UU como nación imperialista a partir de 1948, cuando Truman, a instancias de Churchill, decidió frenar el avance de la URSS en Europa.

Desde ese entonces las izquierdas latinoamericanas repiten el disco rayado de Stalin sin darse cuenta de donde proviene. Post-stalinistas de la catadura de los Castro, Chávez, después Maduro, Morales y Ortega, han elaborado su retórica en contra del “imperialismo norteamericano”, algo que cuidan de hacer las izquierdas extremas de Europa, como son las que representan Podemos en España y los socialistas de Melenchon en Francia. Tanto Maduro, Morales y Ortega ven en Putin un enemigo del “imperio” y en consecuencias debe ser apoyado si invade a Ucrania. Solo el presidente Boric de Chile –hay que reconocerlo- al condenar la invasión rusa a Ucrania, ha sabido salir, ante sus consternados seguidores, de la trampa post-estalinista latinoamericana.

En Europa en cambio, las emergentes ultraderechas han declarado, por razones muy distintas su adhesión a Putin. Salvini y Le Pen son definitivamente putinistas. Lo mismo AfD en Alemania. Orban, es un quiste putinista en la UE y en la OTAN. VOX, ha ocultado en parte su adhesión al putinismo buscando una posición “imparcial” frente al agresor y al agredido. Y si Erdogan no va más lejos a favor de Putin, no es porque no comparta sus “valores”, sino porque ve en Putin un rival hegemónico potencial en la región caucásica.

En todos los aspectos, las ideologías de la ultraderecha son coincidentes con la “visión de mundo” de Putin: nacionalismo extremo, personalismo, adhesión religiosa, patria orden y familia, patriarcalismo sexual, anti UE y, sobre todo, una visión compartida de Occidente como expresión de la decadencia moral, de la pornografía, de la drogadicción, del libertinaje. En fin, las ultraderechas europeas ven en Putin a uno de los suyos. Y lo es. Es por eso que me he atrevido a escribir en otros textos que Putin es el representante máximo de una rebelión internacional de las autocracias en contra de las democracias.

Naturalmente, esta, ni ninguna, puede ser considerada como la explicación única de la invasión. El monocausalismo no existe en la realidad, ni en la cuántica ni en la política. Pero negar los hechos de que todas las naciones que apoyan a Putin son antidemocráticas y que todas las naciones que apoyan a Ucrania -con la excepción de la democracia formal de Turquía- son democráticas, es dar las espaldas a la realidad. Ese enfrentamiento, percibido con justeza por Biden, tiene, para usar la expresión de Freud, un carácter sobredeterminante en todos los conflictos que se presentan en esta tierra.

La línea negociadora

La línea putinista forma parte del discurso de la guerra. Pero al poseer un potencial muy bajo de comunicación externa, las posibilidades de que llegue a convertirse en línea hegemónica son precarias, por no decir imposibles. Más que discursiva, se trata de una línea autodiscursiva, hecha para el consumo de quienes las representan. El verdadero debate tiene lugar al interior del espacio democrático antiputinista. O en palabras más generales, entre quienes sostienen que para terminar la guerra cuanto antes, hay que ofrecer mediante concesiones una salida “digna” a Putin, y otra línea que sostiene que primero hay que derrotar militarmente a Putin.

Uno de los primeros en plantear ese dilema occidental fue el filósofo alemán Jürgen Habermas al elogiar al por la prensa vilependiado canciller Olaf Scholz, quien ha tratado de conciliar lo aparentemente no conciliable, a saber, apoyar a Ucrania pero sin llegar a una intervención que invite a Putin a escalar hacia una confrontación con los países miembros de la OTAN.

Como Habermas no es un político sino un filósofo social, limitó su exposición a presentar el dilema sin definirse por uno de sus términos. ¿Cómo no perder sin ganar una guerra? Es su tácita pregunta. Imponiendo una alternativa diplomática, que dejando descontentos a ambas partes, no pase por la vía de la humillación a ninguna de ellas, podría ser una respuesta provisoria. Esa al menos parece ser la posición del presidente de Francia Emmanuel Macron quien, utilizando el verbo humillar, sugiere abrir una rampa a Putin para que, logrando algunos de sus objetivos (no ha dicho cuáles) pueda presentarse ante los suyos sin humillarse. Dicha posición ha sido criticada con firmeza por la historiadora Anne Applebaum.

De acuerdo a Applebaum, crear una salida a Putin supone otorgarle el crédito de cumplir con los acuerdos que subscribe, algo que ha demostrado no hacer desde el momento en que invadió a Ucrania, violando incluso los tratados por el mismo firmados. Putin, aduce, no está interesado en lograr ningún compromiso. Textual: “Putin ha dejado claro que destruir Ucrania es, para él, un objetivo esencial, incluso existencial. ¿Dónde está la evidencia de que lo ha abandonado?”. En ese punto tiene razón Applebaum. Solo se negocia a partir de la voluntad de negociar, y no por una, sino por ambas partes.

Que a Putin no interesa negociar antes de haber logrado su objetivo, el apoderamiento de Ucrania, es evidente según Applebaum. Pero el problema mayor lo ve en una verdad irrefutable: toda negociación con Putin implica conceder territorialidad.

La pretensión de convertir la territorialidad de Ucrania en objeto negociable aún cuando estamos lejos de alcanzar el fin de la guerra, no es un infundio de Applebaum. A diferencias de Macron que habló de negociar territorialidad solo entre líneas, el ex ministro del exterior estadounidense, Henry Kissinger, todavía una de las voces más influyentes en política internacional, lo dijo sin ambages. Según Kissinger, Estados Unidos y Occidente no deben buscar una derrota vergonzosa para Putin, advirtiendo que así podría empeorar la estabilidad de Europa a largo plazo. La idea de Kissinger es la de llegar a un status quo, pero sobre la base de que Ucrania deba ceder territorio a Rusia. No dijo cuales son esos territorios.

Como era de esperarse, Kissinger fue muy criticado por quienes apoyan a las fuerzas patrióticas de Ucrania. Y con razón. No es posible hablar de ceder territorios en medio de una guerra que tiene justamente como objetivo defender territorios. Tampoco es posible hablar de ceder territorios cuando ni siquiera ha habido un atisbo de negociación entre las partes en conflicto. Tal como fueron dichas, las palabras de Kissinger en Davos fueron un llamado a la capitulación de Ucrania.

Zelensky, al escucharlas, no pudo ocultar su desilusión, incluso, indignación. Describió las sugerencias de Kissinger como similares a los intentos de apaciguar a los nazis en el periodo previo a la Segunda Guerra Mundial. “Tengo la sensación de que en lugar de año 2022, el señor Kissinger tiene 1938 en su calendario”, dijo con doliente ironía. No obstante más allá de las analogías con el periodo nazi, puede ser que Kissinger haya pensado de acuerdo a su propio modelo geoestratégico al que continúa siendo fiel. Puede ser también que sus sugerencias apaciguadoras no tengan solo como referencia a Ucrania sino a voces beligerantes que están actuando en los Estados Unidos, me refiero explícitamente a algunas declaraciones hechas por Joe Biden y por su ministro de defensa Lloyd Austin. A esos dos puntos me referiré a continuación.

La línea épica

Dijo Joe Biden en marzo: “Putin no puede permanecer en el poder”. Dijo el ministro de defensa Lloyd Austin en abril, que esperaba “ver a Rusia debilitada hasta el punto de que no pueda hacer el tipo de cosas que ha hecho al invadir a Ucrania”. Haciéndose eco de ambas declaraciones, escribió Max Boot, redactor del Washington Post, en mayo: “Rusia debe sufrir una derrota tan devastadora que pasarán muchas décadas antes de que otro líder ruso piense en atacar a un país vecino”.

De acuerdo a la primera declaración, la del presidente, el objetivo es desbancar a Putin. De acuerdo a la segunda, la del ministro, el objetivo es inhabilitar militarmente a Putin. Los dos planes tienen en común avanzar más allá de la defensa del territorio de Ucrania, es decir, más allá de los límites fijados por el mismo gobierno de Zelenski. Probablemente contra ese exceso de épica reaccionó Henry Kissinger. En el mismo sentido, Kissinger se pronunció en contra de quienes desde el gobierno norteamericano han iniciado una confrontación verbal con el gobierno chino sobre el tema de los derechos humanos y sobre una probable ocupación china de Taiwán. Es evidente, para Kissinger, y con toda razón, EE UU no está en condiciones de enfrentar a dos superpotencias al mismo tiempo.

Por cierto, Kissinger exageró la nota al poner sobre la mesa la distribución de territorios que no le pertenecen a nadie sino a Ucrania. Explicable en ese sentido la ira contenida del presidente Zelenski. Sin embargo, todos los que manejan algunas nociones de política internacional conocen el pensamiento de Kissinger. En su libro World Order expone mejor que en otros la esencia de su esquema geoestratégico. Para el ex ministro existen, en efecto, tres poderes geopolíticos: China, Rusia y los EE UU. La garantía de la paz mundial la fundamenta en una noción para el, clave: equilibrio. Ese equilibrio pasa por una definición clara de la territorialidad y de las esferas de influencias de cada potencia.

Kissinger no es ingenuo y sabe muy bien que las aspiraciones de las tres grandes potencias no pueden permanecer congeladas y, por lo mismo, hay desplazamientos que deben ser diplomáticamente discutidos, pero teniendo en vista siempre dos objetivos: la paz y el equilibrio mundial. Probablemente, desde su óptica global, a Kissinger, Ucrania le parece muy poca cosa para desatar una guerra que podría llevar al holocausto nuclear. Si quisiéramos reproducir sus palabras en jerga popular, podríamos traducirlas así: “vamos muchachos, entreguemos a Putin "ese par de kilómetros más que él quiere en Donbass" (dixit), no provoquemos a Rusia y busquemos todos juntos una solución para seguir viviendo en paz”. En otras palabras, se trataría de imponer el mismo juego que hizo Kissinger bajo el gobierno de Nixon al decidir hablar directamente con Mao ofreciendo retirar a EE UU de Vietnam si China y no la URSS lo integrara dentro de su zona de influencia.

El problema, este fue a mi juicio el error de Kissinger en Davos, es que -aparte de que Putin desea mucho más que un par de kilómetros- Ucrania no es Vietnam. Ucrania es un país europeo e institucionalmente democrático. Ucrania pertenece a la comunidad política occidental. Y Occidente, a diferencia de los EE UU en Vietnam, no ha perdido todavía la guerra. Las opiniones de Kissinger, en ese punto tiene razón Zelenski, están fuera de tiempo y de lugar. Pero tan fuera de tiempo y lugar como las bravuconadas de Biden y Austin.

Lo que tienen en común las tres declaraciones, la del presidente, la del ministro y la del exministro, es referirse a Ucrania como a un objeto inerte. Para los dos primeros la guerra en Ucrania sería un medio para liquidar militarmente a Rusia. Para Kissinger seria necesario convertir a Ucrania en una pieza de cambio en aras del equilibrio y de la paz mundial. Las palabras de Biden y Austin subordinan la negociación a la guerra. Las de Kissinger la guerra a la negociación.

Cada guerra genera su propia épica. La invasión a Ucrania no es una excepción. Todos los demócratas del mundo deseamos que ese excremento del demonio llamado Putin sea derrotado sin apelaciones en Ucrania. Sería hipocresía no decirlo. Pero entre el deseo y su realización está el muro de la realidad. Al final, no podemos sino concluir que la guerra de Rusia a Ucrania deberá terminar alguna vez con una negociación. Probablemente con un acuerdo transitorio que no dejará feliz a ninguna de las partes. El discurso de la guerra, como todo discurso, es y será siempre inconcluso. Con eso hay que contar. Justamente por eso no vale la pena ocultar que la alianza atlántica mantiene en su interior dos tendencias discursivas pre- hegemónicas: una más negociadora que épica, representada en el eje Alemania-Francia. Otra más épica que negociadora, representada en el eje Inglaterra-EE UU. De la comunicación y del debate entre ambas tendencias depende el discurso de la guerra. Y está bien que así sea. Ambas tendencias se necesitan entre sí. Siempre el pensamiento dual será más poderoso que el pensamiento único.

Lo que desde el punto de vista ético y político no es posible aceptar es que la línea negociadora pase por encima de las posiciones del gobierno de Ucrania. Pero tampoco la alternativa puede ser asumir un delirio épico irresponsable que, usando el nombre de Ucrania, lleve la guerra a un punto de no retorno. El punto arquimédico situado entre la guerra y la paz, no ha podido ser encontrado. Y no lo será porque ese punto no yace fuera de la guerra, sino en su interior.

El curso de la guerra determinará su discurso, no al revés. Eso quiere decir: la única alternativa que en estos momentos tiene Occidente es intentar hacer mejor lo que está haciendo: Apoyar a Ucrania con todos los medios a disposición. Y al interior de cada país, continuar debatiendo, haciendo uso de ese don que diferencia al occidente democrático de las autocracias: la participación en el discurso colectivo por medio de la palabra. Sea la pensada, la hablada o la escrita.

REFERENCIAS:

Anne Applebaum - ¿QUÉ SIGNIFICA DERROTAR A RUSIA? (polisfmires.blogspot.com)

JÜRGEN HABERMAS - ¿HASTA DÓNDE APOYAMOS A UCRANIA? (polisfmires.blogspot.com)

Henry Kissinger - WORLD ORDER, 2014

Max Boot - No te preocupes por los sentimientos de Putin. Rusia debe pagar por su invasión (polisfmires.blogspot.com)

FERNANDO MIRES - SOBRE LA GUERRA DE RUSIA A UCRANIA (textos) (polisfmires.blogspot.com)

28 de mayo 2022

Polis

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Ucrania, la OTAN y sus enemigos

Fernando Mires

1. Las grandes potencias, porque lo son, suelen tener muchos enemigos. Mas todavía si estas potencias no son solo económicas y militares, sino también políticas. Probablemente, más que la antigua Roma, EE UU ha sido y es odiado en muchas naciones y culturas, por fundamentalistas religiosos y por fanáticos ideológicos. Es explicable: en la pre- historia de cada gran potencia hay muchas guerras, y las guerras producen, inevitablemente, catástrofes irreversibles. Por supuesto, una gran potencia como EE UU está condenada a verse envuelta en los grandes conflictos del planeta. Es su destino.

No importa que a pesar de las injusticias y desmanes cometidos, EE UU haya contribuido de modo determinante a salvar a Europa y al mundo de los dos imperios totalitarios de la modernidad. EE UU es, antes que nada, la capital simbólica, económica y política del Occidente democrático. Lo que nos lleva a afirmar que el antinorteamericanismo es un derivado del antioccidentalismo, ideología dominante de las autocracias y dictaduras de este mundo. Para los enemigos de Occidente, EE UU es la nación líder de un conglomerado planetario que ejerce dominación mundial gracias a su “aparato represivo internacional”, la OTAN.

Si uno pregunta a cualquier fanático de extrema izquierda o de extrema derecha, sea comunista o trumpista, recibirá la misma respuesta: “lo que pasa en Ucrania es culpa de los EE UU y de la OTAN”. Algunos, claro está, querrán aparecer como moderados –los crímenes de Putin han sido demasiado horrorosos- afirmando que condenan a las masacres en Ucrania, pero terminan diciendo que todo ha sido el resultado de la política expansiva de los EE UU y de la OTAN. Así Putin queda justificado. La guerra en Ucrania será presentada para ellos como la respuesta inevitable de Rusia frente a la expansión de la OTAN. O dicho con las cínicas palabras de Putin, como una guerra defensiva y preventiva. El agresor será convertido en agredido.

2. Un amigo me envió recientemente un interesante artículo; “La estrategia de los americanos”. El autor es el el profesor John Mearsheimer (de ahora en adelante JM) muy influyente en el discurso público de los EE UU. Repito, es interesante. Pero no por su valor analítico, más bien bajo, sino por su carácter documental. En efecto, como pocos textos el citado documenta el ideario del que se sirve Putin para justificar la invasión a la república democrática de Ucrania. Quien me envió el texto, debo agregar, mantiene contactos con círculos pacifistas, sobre todo con ese pacifismo de izquierda “made in Germany” siempre escondido detrás de un supuesto trauma histórico. “En todas partes me topo con argumentos similares a los de este artículo”, me escribió mi amigo. Frase que entendí como una invitación a confrontar los argumentos del profesor JM. Es lo que a continuación haré.

Tanto en su estructura como en su formulación, es un texto simple, hecho para personas de entendimiento medio, en un lenguaje asequible y cotidiano. Aunque desde sus primeras líneas la idea es demostrar que no Rusia sino los EE UU son los causantes de la invasión a Ucrania, JM la expone en modo de veredicto en las últimas líneas : “Está fuera de discusión que los rusos hacen el trabajo sucio. No quiero restar importancia a este hecho, pero ¿que ha llevado a los rusos a cometer este hecho? Mi respuesta a esa pregunta es muy simple: Los Estados Unidos de América”.

A demostrar esa terrible acusación dedicará el autor sus palabras. Sin embargo comete el error de revelar desde el primer momento su metodología. Esta consiste en apelar a una relación de causa- consecuencia, método rechazado en las academias historiográficas. Putin, es presentado como una consecuencia, Biden es en cambio una causa. Para que ese alegato aparezca plausible, el autor opta por comenzar a contar la historia desde el año 2008 cuando, según su opinión, EE UU intentó integrar a Georgia y a Ucrania en la OTAN.

La historia nos dice en cambio que no EE UU, tampoco la OTAN, buscaron integrar a Georgia y Ucrania en la alianza militar. Más bien sucedió al revés: Georgia y Ucrania, al sentirse desprotegidas al lado de un vecino que nunca ocultó su interés por convertirse en superpotencia, solicitaron protección a la OTAN. En contra de lo que afirma el autor, dentro de la OTAN hubo voces contrarias a la integración de Ucrania, entre ellas las francesas y las alemanas. Por lo demás, el hecho objetivo de que la integración de Ucrania en la OTAN no llegaría a concretarse, aún después de la invasión rusa a Crimea, prueba que la tendencia predominante en la OTAN no era enrolar a Ucrania.

Recordemos que en el breve periodo que se extiende desde diciembre del 2021 hasta el 24 de febrero de 2022, o sea, desde que Putin movilizó 200.000 soldados a los límites con Ucrania, las peticiones, incluso súplicas, del presidente Zelenski para ingresar a la UE y a la OTAN fueron muchas. Todas fueron negadas. Occidente temía, quizás con razón, que la invasión en ciernes derivara en un enfrentamiento directo entre la OTAN y Rusia. Por eso sucedió lo contrario. Desde diciembre del 2021 hasta el 24 de febrero del 2022 las declaraciones de la UE, así como las de cada país por separado, buscaron el diálogo y la negociación. Sin embargo – eso lo oculta el profesor JM - Putin no accedió a ninguna de las peticiones para tratar el conflicto por la vía de la diplomacia, aún sabiendo que la mayoría de los gobiernos de Occidente estaban dispuestos a no dejar ingresar a Ucrania en la OTAN.

¿Cómo respondió Putin? No solo negándose a negociar. Todo lo contrario: aumentó los contingentes militares en los límites con Ucrania. La invasión, no hay duda, ya estaba decidida desde diciembre, y probablemente, en la cabeza de Putin, desde mucho antes. Los hechos no mienten. A un lado los llamados a concordia de Occidente. Al otro, las mentiras de Putin y Lavrov afirmando que los soldados solo realizaban ejercicios militares en los límites con Ucrania. La afirmación del profesor JM relativa a que Occidente no ofreció ninguna alternativa a Putin es falsa.

Según JM, la supuesta intransigencia de Occidente se dio porque los gobernantes de los países democráticos creían que Putin tenía la intención de reeditar el antiguo imperio soviético. Si ese era el propósito de Putin, no lo sabemos. Tampoco JM lo sabe. Como tampoco sabemos si Stalin quería reeditar el imperio de los zares. Lo que sabemos en cambio es algo que también sabe pero no dice JM: Putin no ha ocultado nunca que su política exterior es expansionista. Tanto como Putin también lo saben los chechenios y los georgianos, los habitantes de Kirgistán y los de Azerbayán, y más recientemente, miles de bielorrusos en prisión y en el exilio. Desde 2014, lo saben, además, todos los ucranianos.

Putin intenta pasar a la historia como el fundador de un nuevo imperio. Si va a ser el de los zares o el de la URSS, no tiene importancia. Y que Ucrania deba ser por tradición, por cultura y por “lazos de sangre” (Putin dixit) parte de la nueva Rusia imperial, lo proclamó el mismo Putin. Su largo artículo sobre Ucrania, escrito el 2021, anunciaba el propósito de invadir a Ucrania de un modo tan claro como Hitler anunció en su Mein Kampf su propósito de borrar al pueblo judío de la faz de la tierra. Ni a Hitler ni a Putin le creyeron. No creer a los dictadores cuando escriben, se paga caro.

El profesor JM no solo ignora el escrito de Putin. Además anuncia que la expansión de Putin terminará en Ucrania. Su intención es evidente: Occidente y la OTAN –es lo que se deduce de su texto- debieron haber permitido a Putin hacerse de Ucrania como un prueba de que la OTAN no tiene nada en contra de Rusia. Con la integración de Ucrania a Rusia nuestra paz, la de los rusos, la de todo Occidente, e incluso la de los ucranianos, convertidos en flamantes ciudadanos rusos, habría quedado asegurada. No la desaparición en la OTAN de las fronteras rusas, sino su inacción frente a las agresiones de Rusia a Ucrania, habría demostrado la voluntad de paz de Occidente con Rusia.

Ahora, ¿cuál es el gran argumento que esgrime el autor para convencernos de que la expansión rusa iba a finalizar con Ucrania? No es uno, son tres: El primero dice que el producto social bruto de Rusia es muy bajo como para embarcarse en proyectos de dominación continental. El segundo, es la incapacidad militar de Rusia. El tercero: Putin no desearía tener problemas con naciones ocupadas como sí los tuvo la URSS con Checoeslovaquia, Polonia, Hungría y Alemania del Este.

Veamos el primer argumento: Hacer depender la expansión imperial de Rusia de factores como el producto social bruto es ignorar definitivamente la historia de la URSS y de Rusia. Es de sobra conocido que la ocupación de diversos países europeos por Stalin se dio en medio de la miseria y la hambruna de la URSS. Mas bien el argumento del profesor JM parece estar puesto sobre su cabeza. Si los países dominados por dictaduras recurren a la vía expansionista suelen hacerlo cuando atraviesan profundas dificultades económicas. Externalizando antagonismos internos los gobiernos autoritarios imponen economías de guerras y así decretan un estado de excepción en permanencia. Como dice la investigadora alemana Sabine Fischer, la autocracia rusa se ha convertido, no pese, sino gracias a la guerra contra Ucrania, en una dictadura (sobre el carácter no democrático de la dominación rusa, el profesor JM no gasta una sola palabra). Hay pues una relación directa entre guerra y totalización del poder político. Cuando las naciones gozan de bienestar material y armonía social, no necesitan expandirse territorialmente.

El segundo argumento de JM es el de la incapacidad militar de Rusia. Tal vez en términos convencionales Rusia no posea una gran capacidad militar. Así al menos lo está demostrando en Ucrania. Pero sí tiene una gran capacidad atómica, la que también es militar. Increíble que un geo-estratega haya pasado por alto ese “detalle”. Putin en cambio lo ha computado bien. En repetidas ocasiones, tanto él como sus íntimos Lavrov y Medvedev, han amenazado a Occidente con emplear medios nucleares. Hasta ahora el chantaje ha dado resultados. Si no fuera por el armamento nuclear que dispone Rusia, Occidente habría barrido con la amenaza rusa en Ucrania en pocos días. La capacidad militar la tiene Rusia: y esa capacidad se llama, armamento nuclear. Nadie sabe si Putin sería capaz de aplicarlo. Pero la amenaza, funciona.

El tercer argumento de JM es el más absurdo de todos: afirmar que Putin, habiendo ocupado a Ucrania se detendrá ahí por razones lógicas. Pero ¿cómo lo sabe? Pues, porque su lógica estratégica (la de JM) así lo indica. En otras palabras: Putin pensaría de acuerdo a lo que JM cree que debe pensar. De tal modo, nuestro estratega transfiere su propio modo de pensar a Putin para luego imaginar que Putin debe hacer lo mismo que él piensa debería hacer.

Los dictadores son seres que no se dejan guiar por las máximas kantianas de la razón pura. Putin, como ayer Hitler, ha demostrado que su lógica no es la de seres comunes y corrientes. Los delirios de grandeza, la ausencia de límites, la creencia en grandiosas fantasías (designios divinos, misiones históricas y otras anomalías) forman parte del inventario mental de los dictadores. Putin parece ser, en ese sentido, un nuevo psicópata en el poder. Elegir intencionalmente a la población civil como blanco de ataque, por ejemplo, nos muestra que estamos frente a un criminal de envergadura. Más todavía -este es otro punto que iguala a Putin más con Hitler que con Stalin quien usaba al buró político como organismo consultor- no hay sobre Putin ningún otro poder que no sea el mismo Putin. Pensar entonces que Putin va a detener sus atrocidades después que Occidente le regale Ucrania, es solo un deseo de JM. Los ciudadanos de Moldavia, de Finlandia, de Suecia, de los países bálticos, tienen el deber y el derecho a pensar, de acuerdo a sus propias experiencias, todo lo contrario.

3. La tesis central de JM dice que Rusia se siente existencialmente amenazada por la OTAN. No explica por qué. ¿Ha arrebatado alguna vez la OTAN un solo centímetro de territorio a Rusia? Rusia en cambio sí se ha apropiado de naciones vecinas. Si hay quienes deben sentirse existencialmente amenazados son las naciones que colindan con Rusia. Imperdonable en ese punto es que un académico de la talla de JM decida usar como argumento la antigua tesis estalinista de la expansión de EE UU a través de la OTAN.

Pero vamos a seguir por un momento el juego del profesor JM: Supongamos que Putin se siente de verdad amenazado por la OTAN. Pues bien, si así fuera, estaríamos nada menos frente a la confesión de Putin de que su objetivo es continuar su política de expansión. El corolario es obvio. Para que Putin no se sienta amenazado por la OTAN habría que permitir que Rusia continuara anexando naciones. ¿Es eso lo que propone el profesor JM? No lo dice. Pero es lo que se deduce.

Afirmar como hace JM, que Putin solo invadió a Ucrania porque se siente amenazado existencialmente por la OTAN, es excusar los crímenes horrendos que comete el dictador en Ucrania, es torcer la realidad de los hechos, es hacer aparecer al agresor como agredido y, no por último, es falsificar la historia reciente de Ucrania.

La historia reciente de Ucrania no solo es la de Ucrania. Es parte del difícil y discontinuo proceso de democratización vivido por diversos países después del derrumbe de la URSS. La Ucrania democrática de hoy en su filiación histórica proviene de esa revolución democrática, nacional y popular que comenzó en Polonia, Hungría, Checoeslovaquia, países que para protegerse de una eventual recuperación militar de Rusia solicitaron ingresar a la OTAN, al igual que los países bálticos. Luego de la primera explosión liberadora, tendría lugar la segunda, en proyectos de democratización generados en naciones como Georgia, Moldavia, Ucrania. La lenta revolución democrática ucraniana debe ser vista entonces como parte de esa gran ola democrática que siguió al fin de la URSS y a la caída del muro de Berlín, y en ningún caso como un producto de una supuesta expansión imperial de la OTAN, como afirma Putin, coreado por la corte de autócratas que gobiernan en Bielorrusia, en Siria, en Cuba, en Hungría, y hasta en Turquía.

La expansión de EE UU a través de la OTAN. Esa es la causa determinante de la invasión de Rusia a Ucrania según todos los enemigos de Occidente y de EE UU. Esa es también la tesis de JM. Tendrían tal vez razón si EEUU y la OTAN fueran un imperio territorial como el de Putin. Pero ni EE UU busca anexar naciones, ni la OTAN se encuentra en estado de expansión. En ese punto la confusión reside en el uso del término “expansión”.

La OTAN no se expande, se amplía. La terminología exacta debe ser, “ampliación” de la OTAN. No, no estoy haciendo un ocioso ejercicio semántico. Expansión significa ocupar terrenos ajenos o enemigos, en este caso, en la Rusia de Putin o en sus países aliados. Ampliación significa en cambio integrar a naciones amigas, sobre todo las que comparten una suma de valores a los que llamamos occidentales.

La OTAN, no es casualidad, está formada en su inmensa mayoría, por gobiernos democráticos (nunca ha habido en la historia una guerra entre países democráticos) Por eso la OTAN puede ser considerada como una comunidad militar de naciones democráticas en donde EE UU, al ser la nación militarmente más poderosa, ocupa un lugar de liderazgo. Sus objetivos quedaron fijados desde el momento de su propia fundación, en 1949. La OTAN nació como una institución militar de carácter defensivo frente a las pretensiones de Stalin de avanzar hacia el espacio griego-turco. Desde ahí fue concebido por Stalin el dogma de la OTAN como brazo armado de la expansión del imperialismo norteamericano.

El carácter esencialmente defensivo de la OTAN fue abandonado por Bush hijo. A partir de la destrucción de las torres gemelas, el 11 de septiembre del 2001, y la consiguiente declaración de guerra al “terrorismo internacional” hecha por Bush, la OTAN vivió un periodo ofensivo. No está de más recordar aquí que el mismo Putin aparentó convertirse en aliado de la OTAN para llevar a cabo su expansión hacia el mundo islámico. Tanto la guerra a la ciudadanía islámica de Chechenia, como el apoderamiento de Siria, fueron hechos en nombre de la guerra en contra del terrorismo internacional. Incluso Obama, con tierna buena fe, dejó hacer a Putin en Siria, retirando sus tropas del país. Solo cuando ya fue evidente que la expansión de Putin amenazaba directamente a naciones europeas que habían optado por su independencia y por la democracia, la OTAN recuperó su carácter defensivo originario.

La OTAN de hoy es nuevamente una institución militar defensiva y su proyecto no es invadir territorios rusos sino solo servir de contención a los proyectos de Putin hacia Europa, a la que países como Ucrania, Georgia y Moldavia pertenecen políticamente, aún sin ser miembros de la OTAN. Putin, en consecuencias, no está en contra de la expansión de la OTAN, pero sí está en contra de su ampliación, sobre todo si esta ha sido decidida por países que en el pasado pertenecieron al imperio de la URSS y hoy son naciones libres, independientes y soberanas. La OTAN no ha obligado a ninguna de esas naciones a pedir su ingreso. Más bien ha ocurrido lo contrario, son estas naciones las que piden protección a la OTAN solicitando su ingreso.

Para sintetizar: la OTAN nació del nuevo orden mundial construido después de la guerra en contra del nazismo. Fue convertida en el principal bastión europeo en contra del comunismo estalinista. Asumió un carácter ofensivo, en sociedad con Rusia en la guerra en contra del terrorismo internacional, y hoy ha vuelto a ser un baluarte defensivo, democrático y militar en la guerra en contra de la expansión del imperio Putin. Esa es la OTAN que inquieta existencialmente a PUTIN e intelectualmente al profesor JM.

4. JM es un académico y un geo-estratega. Desde la perspectiva de su especialidad observa el tablero mundial como un ajedrecista. En el ejercicio de su profesión parecen no interesar a JM los principios, los fundamentos jurídicos y la historia de los países en contienda. Para él Ucrania es una ficha en el tablero, una a la que, si es preciso, hay que sacrificar para asegurar la paz mundial. Que Ucrania, después de altos y bajos haya optado por la vía democrática, parece no importarle demasiado. Que la línea divisoria que separa a Putin y los gobiernos representados en la OTAN, coincida exactamente (exceptuando a la Turquía de Erdogan) con la línea que separa a las naciones democráticas de las que no lo son, le importa menos. Siendo para él Ucrania una pieza en el juego, opina que EE UU la movió mal y por eso carga contra el gobierno de su país. En ese punto, sin decirlo, coincide con los enemigos de EE UU y la OTAN. No afirma por cierto que Zelenski es un títere de los EE UU, pero evidentemente es lo que piensa cuando afirma que EE UU ha obligado a Ucrania a pedir su ingreso en la OTAN. Aquí opinamos exactamente al revés: no ha sido EE UU, ni la UE, ni mucho menos la OTAN las instancias que han obligado a Ucrania a ingresar a la comunidad democrática occidental, sino la resistencia patriótica de los ucranianos ha obligado a EE UU (que todavía andaba perdido en el esquema anti-chino impuesto por Trump), a la UE y a la OTAN a reconstituirse como unidades geográficas y políticas a la vez.

Podemos coincidir con JM en que hay que evitar el escalamiento de la guerra. No podemos coincidir si el camino que él indica es el de seguir los dictados de Putin, y no cruzar las líneas rojas que el mismo dictador establece. Si de algo sirve la historia es para aprender de ella. Los que confiaron que el hambre de Hitler quedaría saciada con la ocupación de los Sudetes y de Polonia, tuvieron que pagar caro sus falsas ilusiones. No vamos a decir que la historia se repite. Pero a veces rima.

Por cierto, la guerra en Ucrania terminará, como todas las guerras, con un acuerdo de paz. Pero para llegar a ese acuerdo de paz hay que dialogar y para dialogar es necesario que Putin fracase en Ucrania. Ese fracaso puede ser resumido en una frase: reconocimiento de Ucrania como nación independiente y soberana. Con OTAN o sin OTAN.

Aunque el mismo JM nos amenace con la posibilidad que da como hecho, de que Rusia no terminará la guerra en Ucrania, aunque sea al precio de la destrucción total del país, EE UU, la UE la NATO, en fin Occidente, no pueden hacer más que ayudar con todos los medios a su alcance a defender a Ucrania. A esa Ucrania que no fue empujada por EE UU a la guerra como afirma JM, sino a esa Ucrania que decidió ser una nación de Europa y no una región del imperio militar ruso. No debemos dejarnos entonces enredar en el chantaje de quienes nos dicen que estamos usando a Ucrania como escudo protector. Son los mismos que elevarían el grito al cielo si es que las fuerzas occidentales decidieran actuar directamente, arriesgando una guerra mundial con terribles consecuencias nucleares. Los ucranianos, hay que tenerlo en cuenta, no están luchando por Occidente ni por nosotros. Están luchando en primer lugar, por su país. Que eso tenga ademas, serias implicaciones para el resto del mundo, es obvio. Como escribió el historiador británico Timothy Snyder: “Si Ucrania no hubiera resistido, esta habría sido una primavera oscura para los demócratas de todo el mundo. Si Ucrania no gana, podemos esperar décadas de oscuridad”

No descartamos por cierto la posibilidad de la destrucción total de Ucrania que nos pinta JM pero tampoco descartamos otra diferente. Nadie tiene en sus manos una bola de cristal para fijar en el tiempo escenarios que pueden darse, como bien pueden no darse. Dar por conocido el futuro y adecuar el presente a ese imaginario futuro, es confundir a los hechos con sus interpretaciones. La historia no se mueve de acuerdo a imaginados escenarios, sino en virtud de contingencias que nadie, ni siquiera un estratega de tanta reputación como JM, está en condiciones de prever.

Después de todo no hay mejor forma de forjar un buen futuro que haciendo bien bien las tareas que nos depara cada día. Y, a nivel internacional, la tarea del día es defender a Ucrania de la agresión putinista. Esa es la tarea que ha asumido Occidente.

Referencias:

John Mearsheimer (Video) https://youtu.be/q_OD0GvKO3k

POLIS : ARTÍCULOS DE FERNANDO MIRES SOBRE LA GUERRA DE RUSIA A UCRANIA (polisfmires.blogspot.com)

Sabine Fischer - PODER Y CONTROL EN LA RUSIA DE PUTIN (polisfmires.blogspot.com)

Timothy Snyder - DEBERÍAMOS DECIRLO: RUSIA ES FASCISTA (polisfmires.blogspot.com)

22 de mayo 2022

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2022/05/fernando-mires-ucrania-la-otan-...