
El presidente electo narró su inesperada salida en un avión militar español, el dolor de la distancia familiar y la desaparición forzosa de su yerno, pero destaca también la acogida en España y el trabajo que ha hecho internacionalmente para denunciar al régimen de Nicolás Maduro.
El presidente electo Edmundo González publicó una reflexión sobre su primer año en el exilio tras salir de Venezuela, un proceso que describió como una misión política y moral para resguardar la voluntad de millones de venezolanos que votaron por un cambio democrático.
En un texto publicado en el medio español El Mundo, narró su inesperada salida en un avión militar español, el dolor de la distancia familiar y la desaparición forzosa de su yerno, pero destacó también la acogida en España y el trabajo que ha hecho internacionalmente para denunciar al régimen de Nicolás Maduro, mantener la legitimidad electoral y organizar junto a María Corina Machado una transición democrática.
Este es el texto íntegro de Edmundo González Urrutia a un año de su salida de Venezuela
Hace un año comenzó un camino que parecía incierto y que hoy se entiende con más claridad. El exilio no ha sido un refugio; ha sido el espacio desde donde se han tejido acciones, encuentros y decisiones que hoy marcan la circunstancia que atraviesa el régimen venezolano. Lo que entonces se veía como una salida forzada se convirtió en una misión que ha tenido consecuencias visibles.
Hoy, exactamente hace un año, salí de Venezuela. No fue una salida prevista con calma ni mucho menos planificada. Un avión de la aviación militar española había partido desde Madrid y aguardaba en República Dominicana. Allí esperaba que se firmara un acuerdo político que nunca se cumplió. Fue en ese punto donde comenzó mi exilio.
Subí a ese avión acompañado por Mercedes. Ninguno de los dos sabíamos qué nos deparaba el tiempo. Ni siquiera me di cuenta al principio de que se trataba de un avión militar. Solo cuando puse un pie en la escalerilla y vi a los militares españoles cuadrarse firmes para saludarme comprendí la magnitud de lo que estaba ocurriendo. Era extraño pensar que aquel aparato, con sus custodios que no abandonaron su resguardo mientras estuvieron en Maiquetía, no estaba allí para extraerme ni para imponer una decisión sobre mi vida, sino para protegerme, para proteger casi 8 millones de deseos de cambio venezolano. Ese gesto me marcó profundamente porque no se trataba de mi seguridad personal, sino de la protección de una voluntad popular que un país hermano decidió resguardar. Durante las horas de vuelo, la tensión fue tan grande que nadie durmió, aunque sobraron los silencios largos que decían más que cualquier palabra.
El destino era España y para mí tenía un sentido. Aquí estaban mi hija y mis nietas. Cuando aterrizamos en Madrid vi a mi hija correr hacia el avión, llorando. Me abrazó. Ese momento le dio sentido al camino. No era solo un cambio de lugar, era la confirmación de que lo humano, lo familiar, seguía sosteniéndome incluso en medio de la incertidumbre.
A los 75 años, la incertidumbre se vive de otra manera. Me han pasado cosas que nunca imaginé, como que en la calle se acerquen personas para abrazarme, agradecerme o pedirme una foto. Eso me sorprende al principio, me conmueve y, sobre todo, me motiva. Pero también hay un dolor que no se alivia. Mi yerno Rafael fue secuestrado en Venezuela por cuerpos de seguridad del Estado, y ayer domingo se cumplieron ocho meses desde aquel día. Su caso se ha mantenido como una desaparición forzosa, lo que ha hecho aún más dura la espera. La distancia no me ha permitido estar con mi hija en Caracas ni acompañar a mis nietos en estos 12 meses. Ellos han cumplido años, han pasado de grado, han seguido creciendo con la ausencia de su padre y también con la mía. Esas ausencias son las que más pesan en el exilio porque no hay avión ni reunión que las compense.
Llegué con una maleta pequeña, lo esencial. No era un símbolo personal, sino parte de una experiencia colectiva que comparten millones de venezolanos que han debido marcharse. Todos los que hemos salido forzadamente sabemos que en un bolso cabe lo indispensable: algo de ropa, unos documentos y ya.
Desde el primer momento España me acogió con respeto. Recuerdo la reunión inicial con el presidente Pedro Sánchez en La Moncloa. Fue directo en sus palabras: me dijo que en su país yo era un hombre libre; libre de hablar, de andar, de reunirme. Ese mensaje –y otros que quedaron en aquella conversación y que algún día habrá que contar– me han acompañado durante todo este año.
La libertad en el exilio, sin embargo, tiene un precio. Estar lejos de casa significa vivir con un vacío. No están los rincones familiares de Caracas, ni la rutina cotidiana, ni las voces cercanas que dan sustento a la vida, mucho menos las guacamayas. Lo que sostiene cada día es la convicción de que este camino tiene un propósito.
Ese propósito está en los casi 8 millones de votos que protejo desde las elecciones. Porque este periplo no se trata de mí, no se trata de Edmundo: se trata de cada uno de esos votos que representan una confianza que no se puede traicionar y que se mantiene viva incluso en la distancia. No se han protegido únicamente las actas –que están resguardadas en bóvedas seguras en Panamá–; también se ha protegido a la persona que encarna la legitimidad de esa elección. Y esa protección, que comenzó con un avión militar de otro país, tiene un sentido profundamente político y moral.
El exilio no ha sido reposo. Ha sido movimiento constante de viajes, encuentros, gestiones, entrevistas y conversaciones. He llevado la voz del pueblo venezolano a parlamentos europeos, a cancillerías y a organismos internacionales. He dialogado con presidentes, líderes políticos y sociales, con comunidades venezolanas en distintas ciudades y con medios de comunicación que amplifican la verdad de nuestra causa. Cada encuentro ha sido parte de una estrategia para mantener viva la legitimidad democrática, sensibilizar sobre la tragedia venezolana y sumar aliados a la lucha por el retorno de la libertad. En cada espacio de recibimiento he denunciado los desmanes del régimen y hemos presentado informes de incidencia que dejan constancia de lo que ocurre, impiden que la verdad de Venezuela sea ignorada e invitan a reflexionar sobre el costo de sostener vínculos con quienes violan derechos humanos. En lo privado, además, pasan más cosas que en lo público.
Este año, además, nos ha dado más organización. Cada acción contra la voluntad popular hemos sabido contrarrestarla, demostrando que la legitimidad no se rinde ni se abandona. Lejos de debilitarnos, hemos profundizado la confianza dentro del equipo, asumiendo cada quien el rol que le corresponde. María Corina y yo hacemos buen equipo. Juntos nos hemos preparado para la transición porque la responsabilidad de encarnar un mandato democrático no admite improvisaciones. Este ha sido un año que nos ha permitido darle orden al plan.
Como en las misiones diplomáticas que cumplí en el pasado, este tiempo ha sido transitorio pero orientado a un objetivo concreto. La diferencia es que ahora no represento a un Estado, sino a un país de ciudadanos que me dieron su confianza. Esa confianza también se expresó en la Plataforma Unitaria, en amigos, en dirigentes políticos de distintas tendencias y en el liderazgo de María Corina y su equipo, que vieron en mí no solo una responsabilidad, sino valores en los que podían apoyarse. En aquel momento hubo consenso porque se entendía que la ruta no era la de las aspiraciones personales, sino la del pueblo que exigía un cambio democrático, como quedó evidenciado el 28 de julio.
Pienso en lo que alguien me dijo hace poco: que cada persona es, en sí misma, un país de la vida, que construye su camino con convicciones, símbolos y valores. Y creo que ese país de la vida que somos millones de venezolanos dentro y fuera se sostiene en la certeza de que el cambio democrático no es una ilusión, sino una tarea en marcha.
Hoy, al cumplir un año en España, hago un balance de sacrificios y aprendizajes. He confirmado que la distancia no borra el compromiso –como lo saben cada uno de los nueve millones de venezolanos que están fuera– y que cada paso dado fuera de casa también es parte del camino hacia el regreso.
No defiendo un cargo ni un nombre; defiendo un mandato legítimo que pertenece al pueblo venezolano.
Ese mandato no se ha quebrado a pesar de la persecución. Cada día de exilio ha servido para fortalecerlo y para preparar el regreso. Cuando llegue ese momento, Venezuela sabrá que la dupla, María Corina y yo, acompañados por muchas personas que conforman un equipo y un país, nunca dejamos de trabajar por su libertad y por la legitimidad que le dio sentido a esta lucha.
https://www.elnacional.com/2025/09/edmundo-gonzalez-narra-su-experiencia-a-un-ano-en-el-exilio