

¿Cuál debería ser el modelo de la agricultura en Venezuela 2030?
Es mi opinión, y de allí la anterior revisión de los antecedentes, que no son tan recientes pues datan de más de 50 años, que se continúa considerando y abordando a la agricultura como un proceso lineal, productivista, extractivista, y no como un proceso integral, circular, basado fundamentalmente en la producción eficiente de biomasa, cuya finalidad principal sea la obtención de alimentos, pero también que pueda ser de alimento para el ganado, generación de bioenergía, obtención de biomateriales para la construcción, fibras, biofármacos, etc. Esta aproximación sesgada, producto sin duda de nuestra formación en tiempos de “Revolución Verde”, también nos conduce a subestimar, e incluso a no considerar el rol de la pequeña agricultura, o la agricultura familiar, la cual de acuerdo con el Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas (IICA), produce gran parte de los alimentos que se destinan a los mercados domésticos y es una de las principales fuentes de empleo en los territorios rurales.
En el diseño del modelo de desarrollo rural deseable y posible, también es necesario combinar, las dos agriculturas de este país. La pequeña agricultura, no necesariamente marginal o de subsistencia, y la gran agricultura, principal suministradora de alimentos. La pequeña agricultura, incluyendo la agricultura de montaña, requiere de una óptica distinta en su análisis y en el apoyo necesario para su desarrollo y consolidación. Los rubros que se producen en esta pequeña escala no pueden estar sujetos a los acuerdos de libre mercado, menos aún a la inflexibilidad de la competitividad y la rentabilidad. Tomemos los ejemplos del café y el cacao. Ambos cultivos tienen un considerable retraso tecnológico pero vinculan fuertemente a la familia campesina con la tierra. ¿Es razonable pensar en un desarrollo agrícola audaz que, mediante un fuerte impacto en la productividad, mejore sustancialmente la rentabilidad y promueva la siembra de nuevas áreas, con el consiguiente deterioro de bosques y montañas? ¿Se deben eliminar aquellas plantaciones poco rentables e ineficientes, pero que constituyen zonas protectoras de nuestras mermadas cuencas?
Ciertamente, una es la agricultura que soñamos y otra la que tenemos, o lo que queda de ella, y es necesario un proceso de reconstrucción pero evitando cometer errores del pasado basados en el modelo rentista y lineal. Nuestra agricultura, además de rentable y sustentable, debe ser energéticamente eficiente, es decir, maximizando no solo la producción y sino también la utilización de la biomasa, con base en nuestra condición de país tropical que nos permite obtener una elevada producción primaria neta (PPN) de biomasa de plantas en términos de gramos de carbono (C) por m2 al año. En ese sentido las biorrefinerias podrían convertirse en los sistemas útiles para el aprovechamiento de esa biomasa en un espectro de productos comercializables y de energía.
La otra gran ventaja comparativa que tenemos para abordar esta visión bioeconómica es el Índice Nacional de Biodiversidad (INB), un indicador que estima la riqueza y el endemismo de cuatro clases de vertebrados terrestres (mamíferos, reptiles, aves y anfibios) y plantas vasculares presentes en un país; los valores del índice varían en un rango de entre 1 y 0. El INB de Venezuela es 0.850, lo que lo sitúa como uno de los países más megadiversos del planeta.
Estas dos condiciones son insoslayables al momento de considerar el desarrollo de los territorios rurales completando lo que podríamos considerar el círculo virtuoso de la “nueva agricultura”, para que además de rentable, sustentable, y energéticamente eficiente, sea igualmente inclusiva.
Tampoco es posible continuar agrandando el pasivo ambiental de la agricultura venezolana de los últimos tiempos, la cual si bien es cierto, estuvo mostrando signos de progreso en algunos sectores como es el caso del cultivo del arroz, ha sido con innegables consecuencias, como el aumento de su huella hídrica azul y gris. En el trienio 2006-2009 alcanzamos a producir un millón de toneladas/año, de arroz paddy. Para lograrlo, cada año fue necesario utilizar 1.800 millones de litros de agua, y aplicar dos millones de litros de pesticidas y alrededor de un millón de toneladas de fertilizantes. Incluso logramos exportar arroz, pero sin ningún valor agregado.
Es tiempo de emprender una agricultura alternativa al modelo “granario”, considerando la producción de alimentos más eficiente mediante la eco-intensificación de los cultivos (producir más con menos recursos y menos impacto ambiental), que permita tanto mayor rentabilidad y diversificación de ingresos para productores de biomasa como mayor sostenibilidad, con una economía de repetición más que de escala, y más enfocada al desarrollo local-territorial con productos y servicios de alcance global.
También es necesario desmontar la desacertada concepción de la agricultura no-alimentaria, pues como ya se mencionó, de lo que se trata es maximizar la producción y la utilización de la biomasa. Con esta errónea visión no se considera el inmenso aporte que otros cultivos, como es el caso de los forestales y energéticos, pueden agregar al desarrollo de polos industriales a partir de la biomasa como lo harían las biorrefinerias forestales. Cabe mencionar el ejemplo de Finlandia donde, este año, tres biorrefinerias comenzaran a producir además de pulpa de papel y celulosa: azucares, aceite de pino, vainillina, celulosa microcristalina y bioenergía. Lo que el bosque de pino de Uverito pudo haber sido.
Tenemos que producir aceite y azúcar? Por supuesto que sí, pero también podemos producir bioetanol y biodiesel. Nuestro vecinos Colombia y Brasil abastecen sus mercados internos de azucares y aceites a la vez que producen bioetanol de la caña de azúcar y biodiesel de la palma africana
Dejo para el final, pero no menos importante que las consideraciones anteriores, el tema de la tecnología y modernización del proceso productivo.
Es cierto que ahora, además de las realidades que suponen una agricultura bajo condiciones de mayor estrés climático, tenemos una sociedad y sus instituciones más conscientes del deterioro ambiental, que también están demandando productos y servicios con menor huella hídrica y de carbono. Pero la gran diferencia con otras épocas, y a su vez la gran ventaja que tenemos en este momento, es que todas estas iniciativas, que hacen posible la viabilidad de una agricultura con visión bioeconómica, son actualmente una realidad, gracias a los gigantescos avances de la ciencia y tecnología en esto últimos 50 años, particularmente de la biología y las técnicas de información y comunicación (TIC), y la manera muy especial que estas dos ciencias han convergido.
En este contexto los avances en la ciencia y tecnología serian nuestra palanca principal para enfrentar el reto de crear un futuro diferente al de la crisis asociada a los actuales patrones productivos, ampliando las posibilidades de éxito en la generación de rentabilidad y la promoción de actividades concretas con impactos económicos positivos y tangibles.
Buenos Aires, agosto 2020