

De nuevo hay enfrentamientos en los medios de comunicación y en las redes entre factores de la oposición, unos apoyando la ruta que ha trazado el Presidente interino Juan Guaidó, y otros que proponen cambiarla exigiendo la aplicación inmediata del artículo 187, numeral 11, donde se autorice la intervención militar extranjera. En este último grupo hay múltiples explicaciones por las que llegan a la demanda de apoyo de fuerzas foráneas, pero en todas está subyacente el de que “hemos hecho de todo” para salir de este régimen autocrático, resumido en “#SolosNoPodemos” de muchos “tuiteros”. Esta es una convicción errónea, sin sustento, en mi particular criterio. Veamos:
Las elecciones parlamentarias de diciembre del 2.015 le dimos una pela al régimen. Fue una campaña unitaria, asumiendo la gran mayoría de los factores democráticos el mercadeo de los candidatos opositores, así no les gustaran. Hubo pocos lunares, pero fue la excepción. Es decir, realmente hubo UNIDAD electoral, por eso los resultados.
Muy pocos días después, el 5 de enero, se produjo un cisma en la coalición opositora, al escoger a la directiva de la Asamblea Nacional. El fondo de la crisis fue la interpretación errónea que hizo la dirigencia política de la derrota madurista: lo vieron como el fin del régimen y, como consecuencia, lo que venía era un nuevo presidente de las filas de la alternativa democrática, cargo al que muchos aspiraban. Un dirigente nacional de uno de los partidos más activos y de mayor militancia, nos confesó que estaban divididos y que todas las decisiones fueron “matizadas” por la “candidaturitis presidencial”. Esta división explica el que cometieran graves errores, como por ejemplo, que la AN no se pusiera de acuerdo para declarar nulo el proceso de selección de Magistrados exprés del TSJ, llamando de nuevo a concurso a los aspirantes, tal como lo permite la “Ley de Procedimientos Administrativos”. Sabemos la consecuencia de ello.
Esta división marcó la gestión de los partidos políticos contrarios al régimen durante los años 2016, 2017 y 2018, asistiendo a las elecciones de gobernadores claramente confrontados, así como a las elecciones subsiguientes, llamando unos a votar y otros a la abstención. Todo este tiempo, la confrontación ha estado aderezada por la pretensión de imponer rutas, insultos y descalificaciones entre quienes han tenido posiciones diferentes en el mundo opositor. Esto se profundizó y permeó a la base social en el 2018, lo que generó dos resultados: 1) atizó la frustración, llegando a la desesperación y la desesperanza de la población venezolana; y, 2) el desprestigio de los propios partidos políticos y sus dirigentes, realidad constatada en las encuestas de opinión. Lo ocurrido demuestra muy poca capacidad del liderazgo para construir consensos, característica esencial de los buenos dirigentes, y sí mucho de autoritarismo que tanto le criticamos a los jefes del régimen.
Comenzando el 2019 se recupera el ánimo de la población, al no ser visibles las diferencias, resurgiendo las marchas y concentraciones multitudinarias, pero al poco tiempo aparece de nuevo la división, siendo Guaidó el centro de las críticas, y sobre quien deslizan sospechas sobre las causas de su comportamiento. De nuevo, vamos camino a un nuevo letargo por la desesperación de los dirigentes, lo que es comprensible en el ciudadano de a pie, pero nunca en quienes quieren dirigir un país.
Lo descrito hasta aquí apunta en una dirección diferente a la etiqueta que hace el título: “#SolosNoPodemos”, sino a “#DivididosNoPodemos”. Claro que así, sin UNIDAD, no podremos derrotar a un régimen autoritario y sin escrúpulos. Por lo tanto, y aprendiendo de los errores del pasado, la etiqueta que deberíamos utilizar es: #UnidosDerrotamosAlUsurpador, siempre que se acompañe de unidad verdadera, lo cual no niega la aplicación en el momento adecuado del artículo 187-11, menos la alianza con los países amigos, que son la mayoría del globo terráqueo, ni consulta alguna al soberano.
@edgarcapriles