
El debate universal sobre las decisiones del gobierno norteamericano, transcurre por tres hipótesis principales entre otras. Unos suponen planificación premeditada de un “negociador duro”, que presiona a fondo para doblar la muñeca de los interlocutores, como el caso del engendro arancelario, solo que el retruque también descalabra la economía norteamericana, al romper las cadenas de suministro lo que aún no explota por los efectos momentáneos de front-loading y transshipment, que veremos en otra ocasión. Me recuerda el estilo “negociador” de Dillinger, basado en fracturar las piernas del deudor. Otros piensan que, por el contrario, lejos de ser un plan, es una feria de desvaríos, pulsiones nacidas de una historia personal de atropellos, arbitrariedades, y un cargo ejercido sin elemental idea de la repercusión de sus actos. Unos terceros, que como comienza a ser costumbre, la nación más poderosa se entrega a alguien de condiciones intelectuales mermadas. Aunque parezca pragmatismo, recurso medianero, creo que la respuesta contiene los tres componentes.
Es un antipolítico y llega sin conciencia ni la menor preparación para lidiar con el planeta que tiene entre manos, con carencias intelectuales y cognoscitivas graves que le impiden discernir consejos de una manada de diletantes, ideólogos sin sentido de la realidad. A nosotros no debería parecernos extraña esta confluencia patógena, porque la conocemos bien. No olvidemos que la ruina política de occidente hoy, es producto de la irresponsabilidad de su “liderazgo” de relevo al provocar una guerra que despedaza a Ucrania y aceleró la entropía global. Luego de su mediocre gestión como primer ministro británico, Boris Johnson se encargó personalmente de bloquear el acuerdo de paz de 2022, en el que Rusia no exigía cesión de territorio ucraniano, sino solo que Ucrania no entrara en la OTAN.
En 1967, Robert Zelanzny publica su novela El señor de la luz, sobre un grupo de revolucionarios que querían “acelerar” a fondo un cambio social basado en la aplicación de altas tecnologías, que se convirtió en “doctrina” de varios grupos de ideólogos o filósofos de izquierda y derecha en EE. UU y Europa. Hemos comentado que el aceleracionismo de derecha se hizo muy popular en Silicon Valley y creó vínculos con el movimiento trumpista. Figuras destacadas de la nueva derecha, Nick Land, Curtis Yarvin, Peter Thiel, tomaron la idea de “acelerar las contradicciones" para crear un caos suficiente que destruyera los partidos, la política competitiva, el sistema democrático y trascender a la sociedad post capitalista, regida por CEOs o monarcas absolutos. La “denuncia” del “Estado profundo” suena como ensayo aceleracionista para desacreditar al extremo las instituciones.
La idea, como tantos otros bodrios, es originaria de la izquierda, para “destruir el capitalismo”, con Gilles Deleuze, Felix Guattari, Jean Baudrillard, Hellen Hester, Alex Williams y Nick Srnicek et. al. De tales filósofos podría decirse que lo cultos, inteligentes, profundos, no les llena cráneos carentes de realidad y atrofiados de delirios. Trump crea el caos en todas y en cada una de las naciones, grandes, medianas o pequeñas, aliadas, enemigas o indiferentes, pobres, intermedias o ricas, incluido EE. UU, se parece demasiado al aceleracionismo. Hagamos la salvedad que para crear en caos no hace falta ser ideología sino basta con ser un imbécil, brutal, incompetente y simplista como Merz, Macron, Sánchez, Perón, Velasco Alvarado, Joao Goulart, Petro, Evo Morales, Bolsonaro, Correa y una interminable lista.
Trump incurrió en incontables perversiones que lo ponen en jaque, como la amoralidad de participar en concursos de belleza de niñas de 14 años en yates. Y las ideológicas que dan color a sus brutales ejecutorias, pero con el tino de desmarcarse de sus inspiradores, que pueden perjudicarlo. En la campana dejó caer que “los hispanos ensucian la sangre norteamericana” y se entiende la crueldad con migrantes que trata con violencia, inhumanidad, odio racial, irrespeto por los valores de la civilización. E incluso por las leyes norteamericanas, lo que trae aires, solo aires, de nacionalsocialismo, pogromos, del espíritu de Nankín y más parece una “limpieza étnica”. No es eventual que otro ideólogo, Richard Spencer, presidente del National Policy Institute y creador del término alt-right, también de derecha revolucionaria como los nazis, haya respaldado frenéticamente a Trump.
Supremacista blanco, su think tank plantea la superioridad de los anglosajones y con frecuencia se expresa sobre los judíos en iguales términos que los nazis, tal como impone también el bon gut izquierdista. Ante el triunfo de su candidato, gritó “¡Heil Trump!” en la convención, acompañado del saludo hitleriano, aunque el candidato marcó distancia de semejante caballada. Propone hacer de EE. UU un Estado blanco porque las razas deben vivir separadas de las demás. Es uno de los ideólogos principales de actuar enérgicamente contra las migraciones de Hispanoamérica, Asia y África, “que diluyen la identidad cultural anglosajona”. Rechaza el pluralismo cultural, propone “la reconquista de Estados Unidos” y la teoría conspirativa contra los judíos a los que considera tan rechazables como negros o amarillos.
Está acusado de promover el atentado de Charlottesville (Virginia) en 2017 con víctimas mortales y propone “una limpieza étnica pacífica”, seguramente como la de hace poco en Camarillo, California. Allí los organismos de seguridad violan la constitución y allanan espacios privados sin órdenes judiciales, con saldo doscientos migrantes encarcelados, familias separadas y un muerto. Una juez de Los Ángeles, siete condados de California y 18 estados, sentencian paralizar el criterio de “perfiles raciales” para detener personas, deportarlas sin delitos y obliga a restituir su derecho a la defensa y a llamadas telefónicas. Valdría insistir en el caso de los venezolanos tratados como asesinos por Bukele, el carcelero de Trump, que tuvieron, por la gracia, un regreso feliz. Jared Taylor, otro de los pináculos de la raza superior, perpetra una teoría denominada “racismo científico” donde “demuestra” que las etnias poseen niveles de inteligencia distintos, y propone también segregarlas en espacios geográficos específicos.
Según su “ciencia racial”, los hispanos son más inteligentes que los negros, pero inferiores a los blancos y deben estar separados (en qué nivel de imbecilidad nos movemos). Apoya expulsarlos, porque condenan el futuro de EE. UU, ya que ha descubierto una conspiración para reducir su población blanca. Es la tesis conocida como El gran reemplazo, defendida por el periodista Tucker Carlson, conocidísimo ultra partidario de Trump con quien ha mantenido una estrecha relación y uno de los principales apoyos comunicacionales del hoy presidente. Trump no ha marcado nunca distancia con él, aunque según observadores, podrían surgir roces entre ambos, porque suponen que Carlson aspira a la presidencia. El recontra conocido Steve Bannon, hoy cuestiona incluso que se permitan circuitos electorales con mayoría negra.
@CarlosRaulHer
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