Estoy regresando de la barbería para contarles una anécdota que les va a parecer exagerada. Si piensan que se trata de una mentira no los puedo culpar, porque lo sucedido me sorprendió sobremanera y llegué a casa refiriéndolo debido a que me pareció muy extraño. “Tienen que creerme”, adelanté a mis familiares antes de desembuchar el relato. Voy ahora con un resumen de lo que ocurrió, después de asegurar que no me alejo de los hechos ni un milímetro.
La televisión estaba encendida mientras el establecimiento comenzaba su rutina y, como me pareció lo más usual entre parroquianos, cuando quedé en manos del barbero pregunté en voz normal —con el tono propio del cliente que se desenvuelve en ambientes que forman parte de su rutina— qué opinaban del ataque sucedido el día anterior contra una lancha venezolana, vuelta pedazos por una flota de los Estados Unidos porque navegaba cargada de cocaína con un grupo de pasajeros o de viajeros a bordo. El barbero me miró con ojos extraños, mientras otro barbero y el resto de los clientes, que eran apenas tres, se miraron a las caras para permanecer en la mudez.
Ante el silencio, que me pareció insólito, volví con la pregunta hasta que todos los presentes me sorprendieron con una respuesta unánime: no estaban enterados porque no habían visto nada en la televisión, ni habían escuchado nada por la radio. Era yo quien los ponía al día sobre el episodio, porque tampoco nadie de sus vecindarios había tocado el tema durante la jornada anterior. ¿Pero ustedes no ponen los noticieros?, fue lo primero que se me ocurrió. El silencio como reacción. Entonces les pregunté si no manejaban redes sociales para saber dónde estaban parados. Claro, aseguraron entonces los pocos presentes sin titubeos, pero para oír música y para divertirse con anécdotas graciosas. Eran las cosas que los colmaban de tranquilidad en medio de las penurias cotidianas, remató —más parlanchín o más audaz— el segundo barbero, para que el tema quedara clausurado.
Un tema clausurado en la barbería por razones obvias, porque sentí que cada quien se regresó entonces a sus asuntos sin que la conversación les hubiera preocupado. O porque, en el mejor de los casos, prefirieron medir las consecuencias de su desinformación sin que nadie se enterara. No sé si esto último pudo suceder en los adentros de tres personas que van a acicalarse y de los fígaros que los atienden, porque todos mantuvieron silencio hasta que me retiré con menos pelos y con más preocupaciones.
Porque no se trata de un asunto insólito, me parece, sino de algo que probablemente pase en numerosos espacios y con miles de personas en todos los ámbitos de la sociedad. Porque no se trata de una casualidad, sino de una babia planificada para que nos habituemos a la supuesta comodidad de un limbo que, si no existe de veras, se fabrica con harta diligencia para que se sienta que no sucede nada importante ni nada preocupante en el contorno. Ojos que no ven cuando sucede el acontecimiento y oídos que no escuchan en su oportunidad los llamados del clamor, ganancia de malhechores.
7 de septiembre 2025
https://lagranaldea.com/2025/09/07/desde-el-limbo/