Pasar al contenido principal

Las máscaras de las oposiciones

libertad
Tiempo de lectura: 5 min.

Hablamos desde hace tiempo de erosión democrática, de sus deterioros aquí y en medio planeta. No todos sus elementos son privativos del modelo político occidental. Desde los países con democracia funcional o perdiéndola, a sistemas híbridos o plenamente autoritarios, las oposiciones están en crisis. Si esto pasa bajo regímenes totalitarios, la vocación a disminuirlas es propia de su estructura, pero no resulta suficiente para explicar un fenómeno que abarca territorios y sistemas inconexos.

Hace unos meses, cuando Estados Unidos bombardeó Irán, muchas voces se apresuraron a afirmar un inminente cambio de régimen que sustituiría a la dictadura de los ayatolas. El escenario, para esas suposiciones, tenía cierta lógica, pero obviaba realidades y dependía del desconocimiento o de las aspiraciones: el gobierno iraní es, sin duda, tan tóxico como brutal, las resistencias son visibles y abundantes; el siguiente paso, teóricamente, solo pedía un poco de ayuda para abrir posibilidades políticas. No fue así, tal y como ha sucedió desde las protestas del Movimiento Verde de 2009 o las que le siguieron al asesinato de Mahsa Amini en 2022. Ni siquiera en ese, que puede tomarse como uno de los peores escenarios bajos parámetros democráticos, hay oposiciones relevantes y políticamente organizadas. Su existencia fuera de la organización que les permita ocupar espacios de poder es un asunto distinto.

En Gaza, tras el cese al fuego, apartando por un instante todo lo relacionado con las operaciones militares y sus consecuencias y observando exclusivamente lo político hacia dentro, las condiciones no son tan distintas. Existen alternativas locales a Hamás y personajes mucho más capaces que los liderazgos de la Autoridad Nacional Palestina, pero hasta este momento ninguna tiene la fuerza suficiente para consolidarse como oposición real en caso de lograr las elecciones que se llevan posponiendo por años.

Luego de perder en las elecciones legislativas provinciales de Buenos Aires y con abundantes manifestaciones contra sus políticas, las elecciones intermedias le volvieron a dar fuerza a Milei. Las justificaciones del peronismo quizá convencerán a quienes las pronuncien pero, de nueva cuenta, a pesar de los escándalos, la afición oficial por el insulto y su desprecio a códigos de civilidad democrática, la oposición no obtuvo lo que necesitaba.

En Estados Unidos, con todo y el desmantelamiento de sus instituciones y los virajes autoritarios, no solo los Demócratas siguen sin encontrar su voz para recuperar posiciones significantes; el deterioro lleva a que votantes pierdan expectativas para resolver sus problemas y se inclinen por expresiones radicales, distantes de formas políticas en su misma naturaleza, más allá del espectro ideológico.

El fenómeno atraviesa continentes: un sector grande de las poblaciones se opone a sus entornos, pero no consigue desplazarlos y la frecuencia está por encima de la impredecibilidad democrática regular.

Debería ser claro que las dificultades políticas de cada región obligan a diferenciar los casos y cada uno de ellos contiene una combinación de factores. Sin embargo, existe una coincidencia primordial de la que no estoy seguro que nos hayamos hecho suficientes preguntas.

Para los muchos ejemplos de alarma social y política que tenemos en el mundo, la ausencia de opositores eficaces a gobiernos poco o nada democráticos se convirtió en una constante. En la salud de las democracias o, en general, de las sociedades, es necesario asumir que, además de gobiernos cuestionables, criminales, despóticos, mediocres, etcétera, la carencia de oposiciones significativas y con agencia es un problema mayúsculo que minimizamos. El problema es aún más profundo.

¿Qué entendido de los derechos y la pluralidad están dispuesto los países occidentales a ceder antes de canibalizarse a ellos mismos? ¿Qué pueden rescatar de sí una vez canibalizados? ¿Qué dosis de religiosidad, pluralidad y democracia buscan los territorios medio orientales, todos, de Teherán a Tel Aviv, para poder ejercerlas sin chocar con sus estructuras sociales?

Hubo un tiempo en el que las adscripciones ideológicas proporcionaron una idea de mundo, pero quien insista en ellas quedará en sus reducciones. Simplemente no sirven para todo.

La dicotomía autoritarismo-democracia, tan frecuente en nuestros países, remite al mismo sitio. México sirve para explicar las contradicciones producto de la ampliación de aspectos que hacen cualquiera de los dos sistemas. El Partido Acción Nacional, en su evento que funcionó de antesala a las elecciones intermedias de 2027, se pronunció sobre la inacción del gobierno actual, sexenio anterior incluido, ante las desapariciones de personas en el país. Esa inacción y diagnóstico es incuestionable. Basta ver el rechazo del gobierno federal al Comité contra la Desaparición Forzada de Naciones Unidas, en el que Palacio Nacional no detecta nada extraordinario con más de 100,000 personas desaparecidas, las familias escarbando tierra para encontrar a sus hijos y el monumento a la mentira desde el que afirman se ejercen acciones para evitar la repetición de los hechos. Solo que la mayor parte de dichas desapariciones se origina con las políticas iniciadas por la segunda administración del PAN.

Su adscripción a los lemas de la derecha identitaria ha generado sobresaltos. Personalmente, me confirma su falta de imaginación para hacer política, otro gran problema de las oposiciones en su conjunto. Sobre la especie de confesión de intenciones, también se ha dicho que pide una aplicación práctica que traduzca el planteamiento ideológico. Eso significaría, según la tradición de derechas que defienden, mayor vigilancia, reforzamiento de herramientas de seguridad y fuerza, reafirmar la inclinación carcelaria y punitivista. Exactamente lo que ha implementado el régimen mexicano con sus pulsiones autoritarias revestidas de izquierdas.

Hay libros, pocos, que ayudan a entendernos y cuestionarnos al lograr ese equilibrio frágil desde el cual se crea gran literatura al balancear los mundos de afuera y los de adentro. Yourcenar, en sus Memorias de Adriano, hace hablar al emperador de su mirada al pasado, el suyo y el de los hombres, siempre políticos e inmersos, para desgracia y virtud, en las pasiones de quien gobierna y decide o no ser gobernado.

         …sabía que tanto el bien como el mal son cosas rutinarias, que lo temporal se prolonga, que lo exterior se infiltra al interior y que a la larga la máscara se convierte en rostro.

Aquella bondad y maldad se trataban de la transformación de los hechos en costumbres. De su integración en la vida. ¿Cuántas expresiones o comportamientos que detestamos ayer ya son parte de la normalidad? Muchos de ellos los creímos impensables, exiguos o si acaso poco probables: la vulneración a ciertos entendidos de democracia, a la búsqueda de la verdad, a las intenciones y espacios de rendición de cuentas. ¿Cuántas muestras de barbarie hemos adecuado a la existencia? ¿Qué tanto siquiera llaman la atención los exabruptos verbales de políticos, la violencia y sus formas?

De la manera más natural y cíclica en la historia, sobran ejemplos. Nos hemos ido adaptando a todo aquello a lo que le hemos llamado crisis y estas, hoy, son el rompimiento de las capacidades para organizarnos intelectual, política, cultural y socialmente.

La mayoría de nuestras discusiones públicas caen en ese mismo sitio de aparente fractura. ¿Con qué tipo de planos queremos o estamos intentando estructurar los comportamientos de los países y las poblaciones?

Lo primero es dejar la costumbre, las rutinas de Adriano. Eso, quizá, haga oposición. Ojalá. 

https://letraslibres.com/politica/soto-antaki-las-mascaras-de-las-oposiciones