Ni los argumentos ni la estrategia de Trump en su pretendida intervención en Venezuela son éticamente sostenibles. Están basados en la manipulación al máximo del argumento del narcotráfico y el uso abierto de la ejecución extrajudicial, contraviniendo las más elementales normas de la justicia internacional. Pero él es así: le molestan las reglas y la justicia, pues chocan con su espíritu abiertamente autoritario y antidemocrático.
Precisamente no es su deseo de restaurar la democracia en Venezuela lo que le impulsa. Es un anacrónico y visceral sentimiento imperialista y la inconveniencia de que Venezuela sea un terreno de cultivo para rusos, chinos e iranies, justo en su patio trasero. Un patio, además, inundado de petróleo.
Por otro lado, el dictador de Venezuela, quien se ha mantenido en el poder usando la estrategia del sapo en la olla, se mantiene más insomne que nunca, pues el sapo amenaza con escaparse de nuevo, ahora en forma definitiva, y con ello la inminencia de un proceso de Nuremberg criollo, que lo pondría en el banquillo de los criminales de la historia ante los ojos del mundo. "No mor craizi guar", pide de rodillas, ante las comidillas burlonas del planeta entero que entiende que él fue el verdadero precursor de la catástrofe más dolorosa y descarada de nuestra historia contemporánea.
Este episodio será objeto en el futuro de una voluminosa colección de ensayos académicos por todo el orbe, en los cuales se debatirá el papel de la ética en la resolución de conflictos, y las consecuencias de su manipulación en nombre de la justicia. Mientras tanto, aquí, los venezolanos nos mantenemos con nuestros binoculares oteando al horizonte, en búsqueda de Gerald Ford que salió del Adriático con toda su carga bélica. Indudablemente, nosotros, como pueblo, no nos hemos aburrido un solo instante en estos oprobiosos 25 años de dictadura.