Ejerciendo el derecho humano a la evasión, he optado por no escribir sobre la crisis política que, desde hace más de dos décadas, sella la vida de todos los venezolanos. Me limito a señalar que sigo siendo partidario de resolverla mediante una salida pacífica y negociada, asumiéndola como una opción frente a la posibilidad de abrir episodios marcados por la violencia y el caos. Y de solucionarla sin la “ayuda” del presidente Donald Trump, esbozada en el bombardeo de cuanta embarcación pasa por las aguas caribeñas, violando olímpicamente las disposiciones contenidas en el derecho internacional, como lo ha denunciado la ONU.
En suma, como lo declaró el Papa León XIV, “La paz es desarmada y desarmante. No es disuasión sino fraternidad, no es ultimátum, sino diálogo.”
La “herejía” de Darwin
Bajo estas consideraciones, deslizo algunas líneas alrededor de un tema, por el que siempre he tenido curiosidad. Para ello me sirvo de una noticia reciente que informaba el fallecimiento, a la edad de noventa años, de Jane Goodall, una investigadora inglesa que dedicó su vida a estudiar la inteligencia de los chimpancés.
A mediados del siglo XIX, Charles Darwin afirmó que, si bien la diferencia entre la mente del hombre y los animales superiores es grande, se trata de una diferencia de grado y no de clase. Afirmaba, así pues, que los animales también disponen, aunque en otro nivel, de la capacidad de sentir placer y dolor, felicidad y miseria.
Por supuesto fue tildado de hereje. Lo dijo en una época en la que se menospreciaba la inteligencia de los animales y se creía que su conducta venia determinada por el instinto. Era, pues, mera cuestión de reflejos condicionados. Pero como lo ha señalado la mencionada investigadora, los progresos de la ciencia han venido revelando que no sólo se limitan a reaccionar mecánicamente frente a las interpelaciones de la realidad, sino que diversas especies cuentan con la capacidad de resolver problemas, aprender, comunicarse y adaptarse, incluyendo entre ellas primates, cetáceos, elefantes, ciertas aves, pulpos y también las hormigas. Vale la pena referir que estas últimas han sido muy estudiadas por los mirmecólogos, quienes han determinado que su organización revela una división del trabajo reproductiva, la cooperación en el cuidado de las crías y el altruismo. Se trata de una inteligencia colectiva, que, de acuerdo a los expertos, ha inspirado el desarrollo de la inteligencia artificial.
Observando la manera como los chimpancés se alimentan, Goodall pudo constatar que se valían de herramientas elaboradas a partir de las ramas de un árbol, a las que les quitaban las hojas y usaban con el fin de introducirlas en los hoyos de un montículo, extrayéndolas luego cubiertas de termitas, semejando un procedimiento análogo al de la pesca.
Un investigador norteamericano, colega suyo, observó posteriormente cómo un chimpancé era capaz de recoger una piedra en el camino y cargarla durante casi una hora, hasta llegar a un sitio adecuado para partir las nueces que se va a comer, argumentando que ello prueba que planifica y trasciende la inmediatez.
Goodall estableció, así pues, que los chimpancés son capaces de tener un pensamiento racional y emociones como la alegría y la tristeza y de establecer relaciones familiares y sociales. Además, como se ha revelado en otros estudios, los animales muestran una inteligencia moral, con un alto grado de justicia, siendo la violencia dentro de la misma especie, un hecho poco común.
La IA como paradoja
Varias investigaciones sobre otras especies revelan que algunos animales tienen un nivel de conciencia complejo, como lo mencioné anteriormente, mientras que otros son más simples (serpientes, pulpos, cangrejos, abejas…). Desde las evidencias que arrojan estas exploraciones, se ha descubierto que existen criaturas más parecidas a nosotros de lo que se creyó, dándole la razón a Darwin
Como consecuencia de los anterior, se han generado informes que replantean la relación de los humanos frente a las distintas especies. En un evento celebrado no hace mucho en Nueva York, alrededor de trescientos científicos suscribieron una declaración afirmando que es “irresponsable” ignorar la posibilidad de la conciencia animal. Y partiendo de premisas semejantes, diversos países han aprobado leyes que de una u otra forma, implican mayor respeto de los humanos, en el trato de todas las especies de seres vivos
Ocurre entonces, que, gracias a los grandes avances tecnológicos, ahora los humanos podemos manejar enormes cantidades de información, en muchas áreas diferentes, lo que resulta impensable en otras especies de seres vivos. Resulta que la Inteligencia Artificial nos hace más humanos y más diferentes de las otras especies, a pesar de que su desarrollo y utilización carece de una regulación efectiva y pudiera ser que nos desborde y hasta nos sustituya, según avisan los profetas de la distopía.
Posdata
En conclusión, no solamente sabemos más de las especies animales, sino que pareciera que estamos dejando de ser un misterio para nosotros mismos. La aparición en el siglo XXI de una constelación de nuevas y disruptivas tecnologías ha aumentado nuestra capacidad para saber cómo somos, elaborar herramientas que nos permitan modificar e, igualmente, modelar nuestras conductas y muestras emociones. Así las cosas, al limitarnos a considerar el cálculo tecnocrático que las muestra como una fuerza autónoma, percibimos, entonces, que caminamos siempre “hacia adelante”.
Frente a lo anterior contamos con normas legales muy precarias que por lo general no se cumplen y, si acaso, permiten el “control de daños”. Pero, sobre todo, carecemos de una brújula ética que nos oriente conforme a principios y valores compartidos.
En fin, la tecnocracia avanza con el viento a favor.
El Nacional, 17 octubre 2025