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“Deséenme un buen viaje”

Artículos de opinión
Tiempo de lectura: 5 min.

CAPÍTULO UNO
“Deséenme buen viaje” es la última frase de mi gran amigo Carlos Alberto Montaner ante los médicos que, por su estoica voluntad, le suministraban la droga para irse de este mundo. Y así se llama el libro de mi querida Gina (Planeta: México, 1925), sobre la muerte de su padre. El estoicismo es una filosofía que me causa recelo por su confianza en que la conciencia domina las debilidades humanas. Hay quien lo cree método de autoayuda, tema de cursos, pero se trata de una cualidad muy poco “democrática”, en seres excepcionales. Tal vez lo mantiene actual que a Séneca, su creador, el destino lo obligó a quitarse la vida y lo hizo como había predicado, al igual que Sócrates. El término estoicismo aplica a las personas de esta historia.

Grave mal degenerativo, peor que el Parkinson, devoraba las capacidades físicas e intelectuales de Carlos Alberto, pero su dignidad no estaba dispuesta a trasladar el doloroso peso de ese daño polimorfo a su mujer, Linda, ni a su hija. “Te pido que me ayudes a morir”, cuenta Gina con dolorosa serenidad, que le dijo “en una cafetería anodina de Miami” (marzo 2022). La designaba comandante de la guerra para conquistarle una buena muerte en España, donde la ley la autoriza. La primera etapa del plan “estratégico” de esta lucha, era regresar a Madrid, hogar de la familia por muchos años desde la salida de Cuba. “Aquella tarde, en ese Starbuck, que podía ser cualquiera de los que han inundado el planeta, lo que me requirió no era una orden tajante, pero comprendí que era innegociable. Si se quiere, un mandato disfrazado de amable ruego…’Tu madre acabará por comprender’” (p.23).

(Me permito intercalar este flashback. Carlos crea la Plataforma Democrática Cubana, un plan de entendimiento, reconciliación, para que diversos factores convivieran en Cuba. Nunca pidió invasión norteamericana, ni salidas de fuerza, en debate versus radicales de Huber Matos, en el exilio luego de veinte años de prisión. Un par de décadas lo acompañé de cerca y de lejos en su esfuerzo y creamos una gran empatía. Durante un foro en Caracas, Matos insinuó que en la plataforma “había algo no muy claro”. Tiempo después, comentamos en alguna tasca madrileña, que esa posibilidad, manejada en muchos ambientes pos perestroika, termina de frustrarse cuando la detención de Pinochet hizo poner a Fidel Castro las barbas en remojo (“mira lo que pasa a los que se entregan”, deben haberle susurrado).

A fines de 2022, ya instalada la familia en Madrid, el combate sigue ahora “contra” médicos que obstaculizan el objetivo de Carlos Alberto, algo comprensible por tratarse de una figura de su significación. En esa tragedia esquiliana, cada día de retraso era una derrota para él, una pírrica, amarga victoria para Linda, su mujer desde los 17 años, y subliminalmente también para su hija, aunque no lo reconozca. En la carta de apelación al veto de su médico tratante a la eutanasia, resonará su idea de “vivir con dignidad”, hasta que se impone y consigue la autorización. La fecha acordada fue 29 de junio de 2023, a las 9.15 am. Por más que releo el capítulo del libro, no concibo semejante fuerza. Una noche antes se había comido una gigantesca hamburguesa con papas fritas y el día previo Carlos hacía chistes, permanecía encerrado con Linda en la habitación, pidieron batidos y pizzas. Distribuyó entre hijos y nietos su reloj, la Montblanc y otros objetos personales. Luego la familia vio Cinema Paradiso de Tornatore. Al día siguiente, los médicos llegaron puntualmente. Dejó un artículo para publicar postmorten que comienza como pudiera haberlo hecho Séneca: “Cuando Ud. lea este artículo, yo estaré muerto”. Lamentablemente la vida no es sueño, como si lo es el cine. Cinema Paradiso tiene dos finales diferentes, porque el director cortó la primera versión en 50 minutos, lo que la hizo otra historia y nos permite escoger. La vida no.

CAPÍTULO DOS
Un pequeño grupo de amigos, el filósofo Juan Nuño, Américo Martín y un par de ministros de su gobierno, cenábamos con el presidente Carlos Andrés Pérez, ya en desgracia, preso en la residencia oficial de La Casona. Habíamos asumido la defensa de Pérez, su gobierno y del programa económico que puso Venezuela a crecer al ritmo de China, porque su caída amenazaba con el trágico regreso de Caldera y el final de las instituciones. Triunfaba la desestabilización de Caldera, Uslar, Juan Liscano y otras figuras operativas menores pero poderosas, M. Granier, Miguel H. Otero, A.F. Ravell. Nuño había vencido dificultades para asistir, sometido a diálisis por tener destruidos los riñones con pronóstico fatal.

En un momento, Pérez interrumpe el parloteo político y ofrece un brindis “por Juan Nuño, a quien quiero darle una buena noticia: me informan que hay un riñón compatible para hacerle trasplante inmediato”. Aplaudimos y brindamos con gran alegría porque eso salvaba la vida de un pensador profundo, valioso, valiente, enfrentado a la turba de las élites, que llamé en mi libro de entonces El motín de los dinosaurios. Juan toma la palabra conmovido y después de dar las gracias por esa “conspiración” a su favor, pronuncia unas frases por siempre inolvidables para mí: “presidente: estoy sacudido hasta las entretelas por lo que ha hecho para salvarme, pero tengo que rechazarlo. Ya cumplí 60 años, he vivido suficiente y quiero que ese órgano sirva para dar vida a algún joven que lo requiera”. Se hizo silencio sideral y para encubrir la turbación, pasamos a hablar estúpidamente de otras cosas, como si lo anterior no hubiera ocurrido. Pocos meses más tarde, Juan estaba muerto.

CAPÍTULO TRES
En 2017 mi entrañable amiga Elizabeth Tinoco viajaba a Viena a visitar amigos. Había sentido malestares en una pierna y el médico que la vio en Lima, donde vivía, le dijo que se fuera sin preocupaciones, que “no era nada”. En pleno vuelo se le presenta un terrible dolor y un médico del pasaje diagnostica trombosis aórtica que le genera embolia pulmonar con riesgo de muerte súbita en pleno vuelo. Moribunda, complicada con neumonía, llega a Austria, los médicos la desahuciaron en terapia intensiva, a la espera del desenlace. Como si no pasara nada, hace llamar a un notario para testamentar algunas deudas, entre ellas dinero que yo le había dado en resguardo. Su carácter invencible derrotó la triada de trombosis en la pierna, producto de un tumor tamaño manzana, que genera otra en el pulmón, a las que se añade neumonía.

Hoy vive felizmente, para ella y para quienes la queremos. Mucho antes, en 2002, después de comer fideuá, paseábamos por el barrio gótico de Barcelona Elizabeth, Alicia Alonso y este servidor. Me despido de ellas que se iban al hotel y a unos metros choco dos magrebíes, obviamente de mal humor. Ellas escuchan “vamos a j…a ese tipo” y dan el grito de alarma. Como en una pesadilla me vi enfrentado, sin la sombra de un policía salvador, a dos navajas automáticas. Pero Elizabeth y Alicia se atravesaron entre ellos y su cordero, con las palmas levantadas, suicidas, como quien blande la Declaración de Derechos Humanos, mientras los increpaban con un recio “Uds. no pueden hacer eso”. Tal vez tono y gestos categóricos, les hizo pensar que eran policías encubiertas. Echaron a correr.

@CarlosRaulHer

https://www.eluniversal.com/el-universal/215379/deseenme-un-buen-viaje