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Cristina J. Orgaz

Las radicales propuestas de la "economía de la dona" (y cómo quieren transformar el mundo)

Cristina J. Orgaz

Ámsterdam, Bruselas y Copenhague. No es casualidad que las ciudades ricas hayan sido las primeras en abrazar el nuevo modelo de "economía de la dona", también conocida como "economía dónut" o doughnut en inglés. Tienen capacidad para actuar más rápido.

La propuesta, ideada por la economista Kate Raworth(Londres, 1970), publicada por primera vez en 2012 y convertida en un exitoso libro después (Doughnut Economics: Seven Ways to Think Like a 21st-Century Economist), ofrece una visión de lo que significa para la humanidad prosperar hoy y los pasos necesarios para lograrlo.

La premisa central es simple: el objetivo de la actividad económica debe ser satisfacer las necesidades básicas de todos y hacerlo en equilibrio con el planeta.

Hay quien ha descrito a Raworth como la "John Maynard Keyenes del siglo XXI", por considerar que sus ideas "redefinen los fundamentos de la economía" y su planteamiento no tardó en llamar la atención internacional: fue presentada como un documento de trabajo para Oxfam en 2012, tomó protagonismo en la Asamblea General de la ONU y fue un referente para el movimiento social Occupy London.

Tuvo tanta repercusión que las ideas se expandieron más allá de las páginas de un libro para dar vida a Doughnut Economics Action Lab, un proyecto que se encarga de proporcionar herramientas y equipar a todo aquel que quiera poner en práctica este modelo de economía, ya sea un barrio, una aldea o una ciudad entera.

La economista española Carlota Sanz es cofundadora de ese espacio, encargado de llevar a la práctica las ideas de Raworth.

"Muchas personas creen que no hay alternativa al modelo económico actual, pero la economía es una ciencia social hecha por personas y las personas pueden cambiarla", le dice en una entrevista a BBC Mundo.

"El hemisferio sur todavía tiene la oportunidad de hacer las cosas diferentes", añade.

Y es que no se trata de un simple debate teórico. Los datos empíricos indican que el capitalismo a su ritmo actual no es sostenible, subraya.

El modelo "consta de dos anillos concéntricos: una base social, para garantizar que nadie se quede corto en las necesidades básicas, y un techo ecológico, para garantizar que la humanidad no sobrepase los límites de la Tierra", explica.

"Entre estos dos conjuntos de límites se encuentra un espacio en forma de rosquilla, o dona, que es ecológicamente seguro y socialmente justo. Este es el espacio en el que la humanidad puede prosperar".

Lo que sigue es un extracto de la conversación que la economista mantuvo con BBC Mundo en la que repasa qué dinámicas económicas hemos heredado, por qué no funcionan y cómo podemos cambiarlas para alcanzar la prosperidad.

¿En que se quedan obsoletas, según ustedes, las grandes teorías económicas desarrolladas en el siglo XX?

Las teorías económicas más ortodoxas de siglo pasado se centraron únicamente en el valor que genera el mercado y en el papel que juega luego el estado en provisionar bienestar.

Hasta hace muy poquito, la narrativa predominante era la lucha entre el mercado y el Estado, y la dicotomía entre ellos.

La propuesta de la "economía de la dona" va mucho más allá: entiende la economía como algo que está por encima de ese debate.

Lo que proponemos es que hay que levantar la cabeza y ver que además estos dos, hay más agentes que generan valor, como el de los hogares, el de la economía doméstica tradicionalmente a cargo de las mujeres, pero también el valor que se crea en los comunes, o sea, en tu barrio.

Y de hecho, creo que esta visión más amplia de lo que es la economía ha quedado completamente en evidencia ahora con la pandemia.

¿Entonces, al hablar de las teorías económicas obsoletas, están hablando del capitalismo?

El capitalismo es una palabra muy grande.

Yo ahora mismo no estoy hablando ni de capitalismo ni de otros sistemas.

Me estoy refiriendo a las dinámicas del sistema capitalista que se han quedado obsoletas.

Una de ellas es este sistema industrial degenerativo.

Esa dinámica de tomar, hacer, gastar y perder, es lo que está provocando que ya estemos excediendo los límites que tiene nuestro planeta vivo.

¿A qué se refiere con industria degenerativa?

Al sistema de producción que tenemos en general.

Usamos plásticos, metales, vidrio, producimos cosas y luego las desechamos.

Eso tiene impacto en los océanos y lagos de todo el mundo. Y vemos residuos electrónicos en los vertederos de los barrios más pobres del mundo.

Las consecuencias de todo esto van desde el cambio climático a niveles de pérdida de biodiversidad catastróficos, o niveles de conversión de tierra que son excesivos.

También hemos heredado, a través de este sistema, unas dinámicas divisivas que centralizan el valor que se genera en una economía en las manos de unos pocos.

La forma en la que hemos estructurado las empresas, la forma en la que se ha desarrollado la ley, las tecnologías, provoca la centralización del poder y que la riqueza estén concentrados.

Y eso es lo que hace que ahora mismo el 1% más rico de la población mundial acapare el 50% de la riqueza global o que en la última década el número de millonarios en todo el mundo haya aumentado de 1.000 a 2.000.

Asistimos a una concentración no solo del valor, sino también de las oportunidades.

¿En qué fallaron las teorías del siglo pasado, según ustedes?

Yo creo que es un poco todo.

Al final hemos heredado un sistema donde el progreso tiene una forma de crecimiento indefinido y exponencial medido por el Producto Interior Bruto (PIB).

Tenemos economías que dependen estructuralmente de la expansión, sin importar que se esté traduciendo en una prosperidad real de las personas o que se tenga en cuenta el planeta en el que vivimos y del que dependemos.

A día de hoy, tenemos economías que son más ricas que nunca y, sin embargo, todavía creemos que prosperar significa una expansión ilimitada de una cifra económica como es el PIB.

¿No cree que eso sea así?

Yo creo que no es así.

Esto tiene implicaciones muy grandes en los países del hemisferio sur donde el crecimiento tiene cabida. Pero en los países ricos del hemisferio norte, hay que ver hasta qué punto una economía que ya está creciendo puede seguir expandiéndose indefinidamente.

Bajo mi punto de vista, el debate no es si una economía crece o no, lo importante es qué tipo de crecimiento tiene.

Pero además, hay que reconocer que tenemos países y economías que están creciendo, sin importar que estén prosperando o no.

Para definir qué significa prosperar, tenemos que pensar qué progreso buscamos en el siglo XXI.

Este siglo hemos visto repetidas crisis, como la Gran Crisis Financiera de 2008, la crisis del colapso climático que estamos viviendo o la pandemia mundial.

Y te das cuenta de que precisamente muchas crisis económicas surgen como consecuencia de esos sistemas que hemos heredado.

Y de que son sistemas que se han creado por las personas y que, por tanto, las personas los pueden cambiar.

¿Qué cambios necesitan las sociedades actuales con respecto a estos problemas?

Hay que cambiar ese sistema degenerativo a uno que sea regenerativo y circular por diseño. Uno que funcione dentro de los ciclos de la biosfera y el planeta.

Necesitamos una economía que esté basada en la energía renovable, en la que el principio más importante sea que la basura de un proceso se convierte en combustible para el siguiente proceso.

(Requerimos de) una economía que pueda ser modular por diseño; es decir, donde los objetos, los productos que compramos, puedan desmontarse fácilmente para ser reparados, y así no utilizarlos y desecharlos continuamente a la biosfera.

Pero para que una economía funcione es necesario consumir. Si alguien me repara el tostador significa que no voy a comprar un tostador nuevo y que la marca venderá menos, la fábrica producirá menos, tendrá que despedir trabajadores...

Es verdad. La economía, tal y como está diseñada, depende de que consumamos productos nuevos.

Y lo que plantea la "economía de la dona" es que habría que cambiar el diseño de esa economía hacia una regenerativa y distributiva.

Esto significa que la renta y la riqueza generada por terceros se reparte de forma mucho más equitativa.

He hablado de esa expansión indefinida que de hecho está muy ligada con tu pregunta del consumismo.

O sea, necesitamos consumir, porque si no la economía no crece y entonces no funciona.

Lo que planteamos en nuestro modelo económico es que en lugar de una economía que dependa de esa expansión indefinida, lo que se necesita son economías donde el progreso sea un equilibrio entre lo que las personas necesitan para satisfacer sus necesidades y preservar sus derechos en el marco de los recursos que tiene el planeta.

Estamos tratando de una forma muy distinta el concepto de progreso.

Está implícito en casi todos los discursos económicos que el bien es una curva exponencial, creciente, pero nosotros hablamos de un equilibrio nuevo.

Y este equilibrio tiene una forma distinta. Y en ese en este caso concreto, nosotros lo simbolizados con la forma de la dona (doughnut).

¿Puede explicar, con ejemplos concretos, cómo una economía degenerativa puede convertirse en regenerativa?

El primer ejemplo que me viene a la cabeza es de Ámsterdam, una ciudad que ha adoptado el modelo de la "economía de la dona" para guiar su recuperación social y económica tras la pandemia de covid-19.

En un barrio a las afueras de la ciudad se está construyendo un edificio que se ajusta completamente a los principios de construcción de nuestra propuesta.

Está hecho de materiales recuperados como madera o aluminio, es eficiente energéticamente y tiene un diseño modular.

Los muros no están pegados o cementados, sino que están atornillados y recortados para que se puedan desenlazar y desechar si hay partes que necesitan reparación.

Hoy en día, Ámsterdam está exigiendo a sus contratistas unos mínimos en cuanto a materiales y formas de producción para los edificios públicos.

Estas son medidas que están llevando a que la ciudad se convierta cada vez más en regenerativa por diseño.

Otro ejemplo que me gusta contar es el de la ciudad india de Bangalore, donde se están extendiendo los cafés de reparación. También pasa en Seúl o en ciudades de Ghana. Mitad café, mitad taller, tienen un elemento de comunidad.

Puedes ir con tu tostador y te enseñan a repararlo. O con ropa, muebles, electrodomésticos, bicicletas, vajillas, juguetes.

Por un lado, tienes más conexión comunitaria y por otro la gente está ahorrando dinero. Y, al mismo tiempo, se habilita una vía para reducir el volumen de basura y de residuos que se generaría si en lugar de reparar estuvieses comprando.

¿Y cómo hacemos que la economía no sea divisiva, que las oportunidades y la riqueza no estén siempre en el mismo lado de la mesa y se repartan de forma mucho más equitativa?

La energía es un buen ejemplo.

En India, una comunidad ha instalado microrejillas comunitarias de energías renovables.

Es una red local y descentralizada de generación y distribución, donde la energía fluye alrededor de una comunidad de acuerdo con la demanda.

Esto permite que millones de personas, especialmente en zonas rurales, consigan acceso a la electricidad y hay un uso más eficiente, ya que la transmisión no es centralizada.

Pero es que además, con este sistema se beneficia más gente.

Hay más población que ve cubiertas sus necesidades. Los beneficios se reparten de forma más igualitaria.

La propiedad de esa energía no esté en manos de una multinacional, que al final responde a la maximización de beneficios de los accionistas a corto plazo,

¿Cómo pueden las empresas sumarse a esta forma de pensar y de relacionarse con la comunidad?

Poniendo en marcha políticas que incluyan esa visión de economía más distributiva, como tener en cuenta a los empleados, asignar unos salarios dignos o establecer prácticas éticas a través de toda la cadena de producción.

También con compromisos fiscales.

La cadena de cosméticos Lush es una de las marcas comprometida con el fair tax pledge: pagar la cantidad de impuestos justa en el país donde se debe pagar y en el momento correcto.

Esta política contrasta con la de muchas empresas, que lo que están haciendo es lo contrario.

Es decir, emplean mucho esfuerzo y recursos en no pagar lo que tiene que ser y al país que debe ser.

¿Por qué cree que el pensamiento económico actual y las políticas económicas no está consiguiendo dar respuesta a los cambios sociales?

Creo que es porque estamos estancados.

A día de hoy la transformación que hace falta requiere un cambio muy profundo de mentalidad, de paradigma y de valores.

Se está viendo cada vez, sobre todo a pie de calle.

Hay un movimiento y hay interés por cambiar que se traduce en administraciones un poco más radicales e innovadoras en su forma de abordar los problemas ciudadanos.

Al final también es un tema de intereses y poderes, y de quién tiene poder para cambiar las cosas. Tenemos que pasar a tener un equilibrio.

La esperanza está ahí, en la escuela, en los profesores que se ponen en contacto con el Doughnut Economics Action Lab por que quieren enseñarle a sus alumnos otro tipo de economía.

Hay profesores de universidad que están intentando cambiar currículums, introducir nuevas ideas, introducir nuevos contenidos, explorar nuevos planteamientos.

Creo que también en muchos casos, no solamente va a depender de esperar a que el gobierno o que la jefa de turno dé los pasos.

Mucha de la presión va a venir por el movimiento de abajo, por una red a pie de calle que va a impulsar esos cambios.

@cjorgaz

28 de marzo 2021

BBC News Mundo

https://www.bbc.com/mundo/noticias-56283169

"Las empresas querían sacarse al Estado de encima, pero ahora corren a pedirle auxilio": Carlota Pérez, la influyente venezolana que está redefiniendo conceptos económicos

Cristina J. Orgaz

Autor de la imagen ANGELA

En la anterior crisis económica, la de 2008-2010, nacieron algunas de las empresas que se han vuelto imprescindibles en nuestra vida diaria y que parece que lleven siglos con nosotros.

Whatsapp, Uber o Airbnb se fundaron en mitad de la peor crisis financiera de este siglo.

Y muchos piensan que las compañías más emblemáticas de la próxima década han aparecido durante estos meses en los que la pandemia de covid-19 cambió muchos aspectos de la vida cotidiana.

Para Carlota Pérez, la economista autora del influyente libro Revoluciones Tecnológicas y Capital Financiero, la explicación a este desarrollo tecnológico tiene que ver con las oportunidades que surgen cuando los sistemas fallan.

Son momentos que, como dice en esta entrevista con BBC Mundo, históricamente se han caracterizado por una mayor intervención del Estado que viene a salvar a "las víctimas" de un mundo financiero que "se comporta como un gran casino".

Esta economista de origen venezolano es catedrática en varias universidades de Europa y Profesora Honorífica en el Instituto para la Innovación y el Propósito Público.

El suyo es un nombre que recurrentemente aparece como una de las mujeres que está redefiniendo conceptos económicos de nuestro tiempo y transformando el mundo.

"Esta pandemia se ha convertido en una especie de gran lupa sobre una realidad que estaba escondida. Ha revelado muchísimas cosas sobre la precariedad del trabajo, sobre los problemas sociales que han sido creados por el cambio tecnológico y la globalización que no tiene por qué ser ´neoliberal´", afirma.

Por eso cree que todo esto va a dar pie a nuevos cambios sociales que serán positivos.

Carlota Pérez solo parece perder el optimismo cuando habla de su país natal: Venezuela.

"Echo de menos mi país. Pero mi país ya no existe. Está destruido. Ya no queda industria petrolera, ya no queda agricultura. Y millones se han ido".

Bonos desorbitados, salarios extravagantes y prácticas financieras dudosas como en el pago de impuestos o en las operaciones corporativas. Parece que 12 años después de la Gran Crisis Financiera las economías aún arrastran ciertos excesos que salieron a la luz entonces. ¿Qué desequilibrios de entonces nos amenazan más ahora?

El mayor problema es el desacoplamiento entre el mundo financiero y la economía real, que es la que crea empleos, la que aumenta la productividad y genera riqueza adicional verdadera.

Lo que hace el mundo financiero es armar y vender paquetes de deudas (corporativas, inmobiliarias o personales), especular con las fluctuaciones de las monedas y realizar operaciones de alta frecuencia (aprovechando información privilegiada en microsegundos).

En general, las finanzas se comportan como en un gran casino, enriqueciéndose mediante la inflación de los activos y el empobrecimiento de quienes no los poseen, especialmente a los jóvenes.

Lo que hicieron los gobiernos después del 11-S y desde el 2007-08 fue intensificar estas tendencias, salvando a los banqueros y dándoles la liquidez necesaria para seguirle echando leña al fuego del casino.

Con eso los hicieron sentir seguros en su comportamiento, tan dañino para la sociedad, con lo cual los problemas no hicieron más que continuar y empeorar.

Hoy en día las empresas innovadoras no se preparan para salir a Bolsa. Se preparan para ser compradas por uno de los gigantes tecnológicos como Google o Facebook.

Hace falta cambiar el contexto radicalmente, especialmente el marco impositivo y reglamentario para crear las condiciones para un capitalismo eficiente, ético y con prosperidad para todos.

Pero, ¿existe un capitalismo ético?

Lo podríamos definir esencialmente como un sistema en el que las ganancias de unos benefician a todos.

Hay un poco de eso en cada sitio.

Entre las empresas existen las Corporaciones B, orientadas a combinar la rentabilidad con un impacto positivo social y ambiental.

Y se están multiplicando en América Latina, España y el mundo entero.

Hay países de profunda tradición de justicia social, especialmente en Escandinavia, donde las ganancias excesivas son mal vistas y la responsabilidad de los negocios y de todos los niveles de gobierno en el bienestar de los ciudadanos y empleados se entiende y se asume claramente.

Pero lo importante hoy es que estas ideas están circulando de manera creciente.

Davos, la llamada Mesa Redonda de los Negocios en EE.UU. -compuesta por los jefes de las más grandes corporaciones-, el Financial Times o The Economist hablan de la necesidad de enfrentar la desigualdad actual.

Creo que el capitalismo está tratando de salvarse a sí mismo.

Mis investigaciones históricas muestran que lo ha hecho cada vez que las tensiones crecen demasiado y amenazan el sistema.

La lástima es que no se haga antes de llegar a ese punto.

Esperemos que la pandemia del Covid-19 sea el sacudón que empuje a América Latina a salir del letargo y a decidirse audazmente a encontrar un camino exitoso".

¿Cómo pueden los estados legislar para alcanzar un capitalismo ético que responda a las necesidades sociales de sus ciudadanos?

La historia de la intervención del Estado para cubrir las necesidades de la población es de larga data y responde a las condiciones creadas por cada revolución tecnológica.

Pero lo que más urgentemente tiene que cambiar son las políticas.

Sólo con mirar el seguro al desempleo nos podemos dar cuenta de su obsolescencia.

En la actual economía del empleo flexible, de la alta movilidad, de la educación continua, de los contratos cero-horas, de las empresas tipo-Uber, del autoempleo creciente, hay demasiada gente que no está ni empleada ni desempleada.

Lo que se necesita es probablemente brindar un ingreso básico universal que sirva de colchón protector, manejado sin burocracia, con inteligencia artificial y cajeros automáticos.

Y también habrá que hacer un el rediseño de los impuestos decidiendo sobre qué recaen y quien los paga, para que a la vez de generar ingresos al fisco. tengan miras a conseguir una mayor justicia social.

Usted predijo que la globalización económica neoliberal entraría en una fase de colapso o desgaste. ¿Hemos llegado a ese punto?

La globalización no tiene que ser neoliberal.

Al principio, globalizarse fue la solución que encontraron las empresas de la anterior revolución -la de la producción en masa- para reducir los costos salariales y de materiales y energía.

Para ello necesitaban que se abrieran todas las fronteras y se levantaran todas las protecciones arancelarias al igual que algunas de las políticas restrictivas.

El neoliberalismo se impuso como teoría económica y práctica política.

Pero eso ha ocurrido históricamente en las primeras décadas de cada revolución tecnológica, aunque de modo distinto según el caso.

Esos períodos de competencia feroz y libre movimiento son un gran experimento para definir el rumbo que tomarán las nuevas tecnologías, qué empresas y sectores servirán de motores del crecimiento y las regiones del mundo y de cada país que ejercerán el liderazgo.

Por eso se necesita un cierto nivel de capitalismo salvaje sin restricciones, aunque nada impediría que los gobiernos se ocuparan de las víctimas, tal como lo han hecho con las de la pandemia.

Si hubiera sido así no tendríamos que enfrentar el populismo que se alimenta del resentimiento de las víctimas del cambio tecnológico y la globalización.

Pero, una vez que las nuevas tecnologías están plenamente instaladas hay que pasar a rediseñar el contexto económico para que el potencial de las nuevas tecnologías lleve a un crecimiento sano en beneficio de todos.

Es hora de abandonar el fundamentalismo de mercado y la austeridad impuestas por el neoliberalismo y pasar a construir la nueva sociedad del bienestar en la Edad de la Información.

Esta vez tendrá que ser de crecimiento verde, inteligente, saludable y global.

La guerra comercial entre Estados Unidos y China condujo a un repliegue en el comercio internacional en 2019.

¿Es posible la "desglobalización"? ¿Vamos a ver un repliegue del comercio internacional?

Lo de la desglobalización es una reacción simplista.

Lo que hay que lograr es una globalización inteligente y no la brutal que se ha venido dando, en busca de mano de obra barata a cualquier costo ambiental y social.

Creo que la pandemia ha revelado la falta de criterio estratégico que llevó a muchas empresas globales a ignorar posibles catástrofes o emergencias y a no incorporar redundancia en sus redes, al mismo tiempo que desdeñaban a la población de su país.

Cómo la crisis por el coronavirus está provocando una histórica caída de las remesas de las que dependen millones de hogares en América Latina (y qué pueden hacer los gobiernos para ayudar)

El cambio de rumbo seguramente comenzará por decisiones bruscas con consecuencias negativas para muchos, incluida América Latina.

Pero pronto habrá que repensar las estrategias de localización tomando en cuenta las otras potenciales catástrofes que nos traerá el cambio climático.

Por ejemplo, habría que buscar la manera de procesar los minerales in situ, en lugar de transportar enormes cantidades de tierra inútil, como ocurre hoy con el mineral de cobre que China importa de Chile, donde sólo un séptimo del material es metal.

En fin, habrá que analizar área por área para hacer una reglobalización verde e inteligente.

Y los países de América Latina podrían participar activamente en definir el lugar que pueden jugar en ese nuevo arreglo, para lograr el máximo beneficio para sus habitantes.

El futuro no va a ser mantener o reconstruir un pasado, ya visto como inadecuado, sino diseñar un nuevo rumbo idóneo.

La intervención del Estado para salvar la economía se ha repetido en muchos países como consecuencia de los efectos del coronavirus. ¿Eso es bueno o es malo? ¿Qué consecuencias puede traer?

Eso es excelente. Al fin esta generación comprueba que el Estado es necesario.

Las empresas querían sacarse al Estado de encima cuando les iba bien, pero ahora corren a pedirle auxilio cuando les va mal.

El rol del Estado tiene que ser definir el contexto para que el mercado funcione bien y en beneficio de todos y no solo de unos pocos.

También tiene que servir para garantizar infraestructura, educación y salud creando ventajas para los negocios y la sociedad.

Para eso requiere que los que más se benefician paguen suficientes impuestos.

El Estado también toma riesgos invirtiendo en proyectos que el sector privado no emprendería, por su tamaño o por su complejidad.

Sin eso no existirían ni los computadores ni internet, ni muchas de las más importantes medicinas.

Es el momento de volver a tener un estado proactivo.

El mercado, sin un rumbo común, va de boom en boom y de colapso en colapso.

Las épocas de oro han sido siempre tiempos en los cuales el Estado ha jugado un papel activo, los negocios han prosperado y mayores capas de la población se han beneficiado.

¿Qué futuro le espera a América Latina?

Creo que sería mejor preguntarnos ¿Cómo puede América Latina moldear su futuro?

En mi opinión, apartando la tragedia que puede haber traído un pésimo plan como el Chavista en Venezuela, el gran problema de América Latina es que no tiene rumbo.

Cuando lo tuvo - y hay que llamar 'éxito' el haber crecido por varios años entre 5% y 8%, haber construido una infraestructura completa de transporte y servicios y haber creado una amplia clase media educada en todos los países de la región- se debió a una estrategia clara y común.

En aquel momento se combinó la atracción de las empresas maduras del Norte que buscaban mercados, con políticas de protección arancelaria, reducciones impositivas, ampliación de las políticas de educación y vivienda y muchas otras medidas sistémicas.

Es decir, se comprendió la oportunidad del momento y se estableció una estrategia completa para aprovecharla.

Cuando pasó la oportunidad había que desecharla, aunque considero que se hizo torpemente.

Años más tarde, los Cuatro Tigres Asiáticos - Corea, Taiwán, Singapur y Hong Kong - supieron aprovechar la siguiente oportunidad y dieron un salto completo al desarrollo.

¿Qué oportunidades puede encontrar en este entorno América Latina?

Hoy América Latina se enfrenta a una oportunidad distinta. El libre mercado no es una estrategia, es en todo caso un medio.

En mi opinión, los países asiáticos ya se especializaron en las industrias de fabricación o ensamblaje y nos llevan una ventaja difícil de alcanzar, además de que incluso nuestros bajísimos costos laborales son mayores que los de ellos.

Nuestra ventaja estaría en las industrias de procesamiento (agroindustria, química, farmacia, metalurgia, biotecnología, nanotecnología, etc.) aprovechando combinar las nuevas tecnologías con nuestra dotación de recursos naturales.

Ya hay muchos ejemplos de éxito en esa dirección en Latinoamérica.

¿Qué se necesita para esto?

Eso requerirá innovación pública y privada, así como educación dentro y fuera de los países, estableciendo vínculos internacionales y metas ambiciosas.

Las tres ventajas que tiene el continente son la alta y variada dotación de recursos naturales (con una población relativamente escasa), la experiencia adquirida en las industrias de procesamiento y la clase media educada que ahora tendría que orientarse más a lo científico-técnico.

De hecho, una de las cosas que haría falta sería una red de empresas pequeñas de alta tecnología para apoyar el esfuerzo de las más grandes en sus áreas.

Esa es la infraestructura técnica del futuro.

Soy consciente del enorme esfuerzo de diseño y consenso que una tal estrategia requeriría, pero tenemos el ejemplo exitoso de los asiáticos y nuestra propia experiencia en la época de la sustitución de importaciones.

Esperemos que la pandemia del Covid-19 sea el sacudón que empuje a América Latina a salir del letargo y a decidirse audazmente a encontrar un camino exitoso.

Profesora en la Universidad de Sussex, catedrática visitante en TalTech, Estonia, y Académica Residente en Anthemis, Reino Unido.

@cjorgaz

BBC News Mundo

6 de julio 2020

https://www.bbc.com/mundo/noticias-53237230