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Mira Milosevich-Juaristi

Disuasión y diálogo con Rusia

Mira Milosevich-Juaristi

Las respuestas por escrito de EEUU y la OTAN a las exigencias rusas (recibir «garantías de seguridad» que consistan en renunciar a la ampliación de la OTAN y a la instalación en Europa de armamento ofensivo con alcance a territorio ruso, y en retirar la infraestructura militar desplegada por la OTAN en Europa del Este desde la firma del Acta Fundacional entre la Alianza y Rusia en 1997) son documentos confidenciales , no públicos, por lo que se desconoce su contenido concreto. Sin embargo, se sabe que la OTAN no renuncia a su ampliación hacia el este, y ha ofrecido a Rusia diálogo, desescalada militar, medidas de transparencia y trabajo conjunto para el restablecimiento de la confianza mutua. Todos intuíamos la respuesta, porque, para Occidente, renunciar a sus principios y valores es inadmisible. Además, Rusia es el agresor en el conflicto con Ucrania, en contra de las normas internacionales que suscribió en su día: el Acta Final de Helsinki (1975) y la Carta de la OSCE de París (1990), entre otros tratados, según los cuales todos los estados pueden determinar su propio destino. Pero el Kremlin ha insistido en que, si no se aceptan sus demandas, responderá con las «medidas técnico militares».

A pesar de la amenaza militar que supone el despliegue de 100.000 soldados rusos en la frontera con Ucrania y de los detallados análisis de la prensa y de expertos sobre la posibilidad de invasión rusa, todas las opciones están aún sobre la mesa. Ambas partes abogan por el diálogo , pero confían más en las medidas de disuasión, porque conocen la inflexibilidad del oponente. Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN han coordinado una respuesta conjunta, advirtiendo de que, en el caso de que Rusia invada de nuevo Ucrania, se pondrán en marcha automáticamente severas sanciones económicas, políticas y financieras, y algunos países miembros, a nivel bilateral, están enviando armamento defensivo a la república amenazada. Las medidas de disuasión de Moscú consisten en el acorralamiento (maniobras militares en Bielorrusia , despliegue del armamento y efectivos a lo largo de la frontera con Ucrania, y aumento de la presencia naval en Crimea) y otras posibles medidas técnico-militares.

Las exigencias de Moscú suponen una propuesta de cambio del orden de seguridad europeo a expensas de EEUU y la OTAN. Representan el choque de dos visiones del mundo y del orden internacional: Occidente, como una potencia normativa, apuesta por los principios de soberanía, de integridad territorial, del derecho de un país a elegir sus alianzas militares. Rusia reclama su estatus de gran potencia, el derecho de mantener las zonas de influencia, y solo reconoce parcialmente la soberanía de Ucrania y de otros Estados del espacio post soviético. No se ha privado de usar la fuerza militar para violar la integridad territorial de algunos de ellos con el fin de preservar los principios fundamentales de su política de seguridad nacional.

Las razones principales por las que ahora Rusia ha puesto sobre la mesa estas exigencias son la pérdida de influencia en Ucrania, el descontento porque los Acuerdos de Minsk II no se estén cumpliendo, la percepción de que el Occidente, y en particular EEUU, se han debilitado tras la retirada de Afganistán, así como de la ambición de revertir la derrota soviética en la Guerra Fría. El Kremlin sostiene que los soviéticos no perdieron ésta, sino que terminó con una serie de acuerdos militares entre la URSS y EEUU. Por eso no perdona a Occidente no haberle incluido en el diseño de la estructura de seguridad europea. Es imposible saber cuál es la opinión de Vladimir Putin sobre estos asuntos, pero hay que tener en cuenta que él es producto de un imperio comunista que mantuvo desde su mismo origen hasta su desaparición la idea marxista de que la guerra no se terminará con acuerdos formales, sino con el triunfo de la revolución y la instauración universal de una sociedad sin clases. Traduciéndolo a la situación actual, la verdadera guerra no terminará hasta el triunfo definitivo de Rusia sobre Occidente.

EEUU y la OTAN han afirmado que la pelota está en el tejado de Rusia, pero el problema es que para el Kremlin es difícil echarse atrás, ya que ha definido su posición como «imperativos absolutos», porque de lo contrario parecería que sólo amagaba con represalias, y una gran potencia como Rusia no puede permitirse ir de farol. Sin embargo, las medidas técnico militares no significan necesariamente una invasión de Ucrania. Lo más probable es que las consecuencias del rechazo occidental consistan, desde el lado ruso, en una combinación de alardes de sus ganancias diplomáticas y de un incremento de las medidas técnico-militares que Rusia ha usado hasta ahora en la guerra híbrida (campañas de desinformación, ciber ataques, chantaje económico y energético, uso esporádico de la fuerza militar convencional).

Las ganancias diplomáticas de Rusia no son pocas, y hay que reconocer que Moscú las ha conseguido amenazando con emplear la fuerza armada: por primera vez desde las conversaciones sobre la reunificación de Alemania (1989-1990), EEUU se ha sentado en la mesa con Rusia para hablar del orden de la seguridad europeo, aceptando negociar acuerdos sobre el despliegue de los misiles nucleares de medio alcance (lo que no ha hecho desde la salida del acuerdo en 2019 de EEUU por constantes violaciones de Rusia del Acuerdo INF firmado en 1987 entre URSS y EEUU), así como dialogar sobre reducir las maniobras militares, ejercicios navales y aéreos, incluida la limitación de emplazamientos de misiles nucleares cerca de las fronteras rusas.

Occidente ha aceptado hablar de los temas que Moscú propone, a lo que se había negado anteriormente. Sin embargo, los «imperativos absolutos» no van a ser reconocidos por parte de la OTAN y EEUU. Pero ya no solo se trata de la ampliación de la Alianza Atlántica, sino de cómo y cuándo puede ser un país miembro de la misma.

Como explicó Yevgeniy Primakov (primer ministro y titular de Asuntos exteriores ruso entre 1996 y 1999), la ampliación de la OTAN hacia Rusia es más una cuestión psicológica que una amenaza real. Ninguna expansión de la OTAN, incluso a expensas de Ucrania, amenaza el equilibrio militar y la sostenibilidad disuasoria. Al instalar misiles cerca de Kharkov, Estados Unidos no obtendrá una ventaja seria en el campo militar-estratégico sobre la Federación de Rusia. Ésta podría instalar misiles hipersónicos, condicionalmente Zircon, en sus submarinos, que recorrerán las aguas litorales de EEUU, lo que le garantizará el mismo tiempo de alcance a los objetivos estadounidenses más importantes. La disuasión permanecerá, pero a un nivel más alto y peligroso. La brigada norteamericana en Polonia o los batallones de la OTAN en los Estados bálticos tampoco se pueden reducir. En términos de seguridad militar, la expansión de la Alianza Atlántica no es una amenaza tan terrible para Rusia. Pero hay otro factor: todo país que se convierte en miembro de la OTAN experimenta reformas muy profundas política y económica. Mientras Ucrania esté fuera de la misma, sigue siendo posible que el país todavía decida en su totalidad o en parte de ella que el eslavo, el mundo ruso y otras cosas le importan, y que las relaciones con Rusia puedan normalizarse, incluso el acercamiento con él. Al menos mirando desde la posición de Moscú, esta oportunidad permanece.

Las medidas técnico-militares con las que amenaza Rusia no consistirán en la invasión de Ucrania, sino en despliegues tácticos de armamento ofensivo en Bielorrusia y/o Kalingrado, así como en el reforzamiento de la asociación estratégica con China e Irán. La Rusia de Putin dejaría de intentar integrarse en Occidente, lo que ha sido una constante en la política exterior del país desde el siglo XVIII, sólo interrumpida en el periodo soviético, desde que el Zar Pedro el Grande decidió que Rusía pertenecía a Europa. (El Mundo)

29 de enero 2022

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2022/01/mira-milosevich-juaristi-disuas...

Desinformación: ¿puede el Estado protegerte de ser tonto?

Mira Milosevich-Juaristi

Durante la campaña para las Elecciones Europeas que se celebrarán el próximo domingo, los Estados miembros de la UE se han enfrentado a un dilema que no estaba presente en las Elecciones europeas de 2014: ¿cuál es el mayor problema para la Unión: las noticias falsas o las noticias verdaderas?

Desinformación, propaganda y noticias falsas constituyen una práctica que tiene sus raíces en la Revolución Rusa y en la doctrina del leninismo. Durante la Guerra Fría, ambos bloques la convirtieron en un instrumento poderoso de la lucha ideológica. Lo nuevo, ahora, es la facilidad con que se puede producir y diseminar desinformación a través de las redes sociales.

La injerencia de Rusia en las elecciones presidenciales de los EEUU, en el Brexit o en el ilegal referéndum de Cataluña, fue una llamada de alerta que puso en evidencia las intenciones del Kremlin de desacreditar y debilitar las instituciones democráticas occidentales mediante la fabricación de noticias falsas o la divulgación de noticias semi verdaderas. Estos hechos demostraron que, cuando hay una estrategia política detrás de una noticia falsa, nos encontramos ante el empleo de la desinformación como arma propia de la guerra híbrida.

Desde que se comprobó la injerencia virtual de Rusia en los procesos electorales y referendos, la UE y sus Estados miembros han desarrollado planes de acción y organismos cuyo principal objetivo es desenmascarar cuentas falsas vinculadas a Rusia (y a otros países), bloquear fuentes de mala reputación y ajustar algoritmos para limitar la exposición pública a noticias falsas y engañosas. Pero resulta imposible controlar miles de millones de mensajes diarios en Facebook, Twitter, WhatsApp, Telegram, etc., en 28 países y 24 idiomas oficiales. Los más optimistas sostienen que es una cuestión de tiempo que se creen los algoritmos para evitar cualquier exposición pública a noticias falsas.

Sin duda se trata de pasos necesarios e importantes, y es innegable que los países occidentales están liderando la lucha contra la desinformación, pero también que se fían poco de la capacidad crítica de sus ciudadanos. Supone un tácito reconocimiento del vacío existente en la interacción entre gobiernos y los gobernados, de la pasividad y desconexión entre la mayoría de los ciudadanos y sus líderes políticos. Los ciudadanos gamberros e irresponsables son un blanco fácil para la desinformación. No deberían esperar del Estado o de la UE que les protejan de ser tontos. Un Estado democrático debería fomentar la responsabilidad individual de cada uno de sus ciudadanos, así como su capacidad de decidir por sí mismos lo que es falso o no, porque ese tipo de ciudadanos ha representado y representará siempre la principal defensa de las libertades.

22 de mayo 2019

elcano blog

https://blog.realinstitutoelcano.org/desinformacion-puede-el-estado-prot...