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El regreso, la otra Inmigración (5) Crónicas de los recuerdos…

Artículos de opinión
Tiempo de lectura: 6 min.

En 1958, cuando regresé a España por unos meses, de la familia inmediata de mi madre no quedaba casi nadie en Gijón; sola había allí un tío y su familia, tres en total −que emigrarían pocos años más tarde− y una tía y su hija, que viajarían con nosotros para encontrarse con su esposo, mi tío y padre de mi prima, que ya estaba en Venezuela.

Los Abuelos de Gijón

De mí abuela, ya les he comentado algunas cosas en el primero de estos relatos (ver La Inmigración (1), en https://bit.ly/4gnbxFn) María Muñiz Cuervo, nació en Carreño, no sé exactamente dónde, el 27 o 29 de junio de 1893 −le celebrábamos su cumpleaños el 29, día de San Pedro y San Pablo, pero su pasaporte dice que nació el 27− y falleció en Caracas 101 años después, el 29 de noviembre de 1994; tuvo cuatro hijos y llegó a conocer cuatro nietos y siete bisnietos, que la adoraron –la llamaban la Yeya María– y se divirtieron mucho con ella, particularmente mi hija. Mi abuela era algo así como una compañera de juegos y cuando nos fuimos toda la familia a San Francisco a hacer un posgrado, mi abuela, ya de 90 años, no vaciló en tomar dos aviones para ir a visitarla. Quedó viuda a los 43 años con cuatro hijos −el mayor tenía 17−, comenzando la guerra civil y llegó a sobrevivir, ayudada por sus familiares −que vivían en la “aldea”−, y trabajando duramente, según entiendo en un hospital cercano a su casa, en tareas de limpieza, pero en donde frecuentemente, dada su presencia de ánimo y entereza, los médicos la buscaban para que ayudara en tareas de enfermería y para atender heridos de guerra. Como ya he contado, vino a Venezuela en 1956 y aquí vivió el resto de su vida.

Vivió alternativamente con mi tía Marina y luego con nosotros; cuando vivió con nosotros era mi compañera de cuarto −jamás se quejó de mis trasnochadas, estudiando o leyendo−, hasta que nos mudamos a otro edificio donde pudo tener un cuarto para ella sola. La recuerdo sentada, tejiendo con una sola aguja o leyendo el periódico, sin usar anteojos, hasta el mismo día que nos dejó. Leia El Mundo, que mi papá compraba todas las tardes −en la librería Ago, en Colinas de Bello Monte, que lamentablemente cerró sus puertas hace poco, debido al fallecimiento de su última dueña, que la mantuvo en pie durante más de veinte años−.

Mi abuela murió tranquila, en paz, como había vivido; se acostó a dormir y no amaneció, simplemente se apagó, como cuando se extingue una vela, como dice mi hijo en un corto ensayo que escribió sobre ella, con el que se ganó un premio para jóvenes escritores, organizado por la Embajada de España de Washington, para celebrar los 400 años de la edición de “El Quijote de la Mancha”; véanlo siguiendo este vínculo, estoy seguro que les gustará: (https://bit.ly/4nj2Iih

El Abuelo

A mi abuelo Vigil, en cambio, no lo conocí; falleció mucho antes de yo nacer y apenas tengo tres fotos de él, que mi madre y yo hemos conservado con verdadero cuidado y que hoy están digitalizadas. Precisamente porque no lo conocí y su vida para mí está en una cierta nebulosa, merece que le dedique unas líneas a comentar lo muy poco que he averiguado y sé de él y de su muerte, como un homenaje a ese abuelo desconocido, que ni siquiera sé a qué se dedicaba.

No sé dónde nació, ni su fecha de nacimiento; pero sé con certeza su fecha de fallecimiento, pues murió en el primer bombardeo que hizo el crucero “Almirante Cervera” a la ciudad de Gijón, al principio de la guerra civil; y eso fue el 29 de julio de 1936, a escasos doce días de haberse iniciado el conflicto. Para mayor ironía, mi madre y mi tía Marina contemplaban fascinadas desde un monte cercano al puerto las maniobras de ese barco aproximándose a la costa, que “brillaba como una ‘sardinina’ de plata”, según mi tía Marina. Lo vieron disparar sus cañones y no imaginaban que aquel buque que resplandecía como “sardina de plata” estaba ocasionando la muerte de su padre.

De resto, de mi abuelo Avelino, apenas me quedan unas pocas anécdotas que contaba mi madre, que nunca supe si eran reales o apócrifas, acerca de su sentido del humor; pero la sonrisa con la que ella las recordaba y celebraba me hacía pensar que, al menos para ella, eran reales, por lo tanto, para mí también. Una de sus preferidas, que contaba frecuentemente, era que mi abuelo decía: “Aquí va a estallar una, de la que vamos a quedar muy pocos…”, refiriéndose a la guerra civil que todos esperaban en cualquier momento; él confiaba en sobrevivir. Pero, lejos estaba de suponer que sería uno de los primeros en morir y sin ni siquiera pisar el frente de batalla, vestir algún uniforme, o defender alguna causa. Lástima que hoy en día no tengo a quien preguntar sobre él, pues mis primos recuerdan menos cosas que yo, pero al menos pude reunir algunos datos, alrededor de su muerte, que son los que comentaré.

Un barco de guerra

Para cerrar el capítulo sobre mi abuelo de Gijón, comentaré algo sobre las “hazañas” del crucero “Almirante Cervera”, resumiendo lo que he podido investigar −por Internet y en algunos libros−, del buque de guerra que causó la muerte de mi abuelo materno. El crucero “Almirante Cervera”, fue tomado por los franquistas el 21 de julio de 1936 y desde ese día y durante toda la guerra civil pasaba cerca de la costa disparando contra poblaciones costeras del norte del cantábrico −Gijón, Santander o la base de submarinos republicanos en Portugalete− y aunque su capacidad destructiva no era muy alta, causó muchas muertes, casi todas civiles, y mucho pánico en la población, según decían mi madre y mi tía.

Estaba capitaneado por Salvador Moreno Fernández, quien fue ministro de Marina, durante el régimen de Franco, en dos oportunidades, entre 1939 y 1945 y entre 1951 y 1957; fue ascendido a Almirante en 1950 y murió en 1966 a los 80 años de edad. Fue uno de los 35 altos cargos del franquismo imputados hace algunos años por la Audiencia Nacional por delitos de detención ilegal y crímenes contra la humanidad, cometidos durante la guerra civil y en los primeros años del régimen.

No sé cuál sea su responsabilidad en algunos hechos de los que se le acusa, por haber sido ministro del régimen de Francisco Franco o por bombardear ciudades en el norte de España o por comandar el acorazado Canarias, que bombardeó a la población civil al sur de España, causando muchas muertes en la carretera entre Málaga y Almería en 1937 −en el episodio que se conoce como “La Desbandada”− que según algunos relatos dejó varios miles de muertos entre la población civil que huía entre ambas ciudades; pero lo que sí sé es que los cañonazos del Almirante Cervera, que él comandaba, le costaron la vida a mi abuelo el 29 de julio de 1936, en uno de los tantos bombardeos contra ciudades de Asturias, Cantabria y el País Vasco.

El “Monte Albertia”, el barco en el que llegamos a Venezuela en 1956, fue un barco para la vida; el crucero “Almirante Cervera”, de 1936 a 1939, fue un barco para la muerte.

Conclusión

Mi abuelo no fue un soldado, ni siquiera miliciano; era un civil que ese día pasaba o se tomaba un café o un vino con algunos amigos, en alguno de los bares cercanos al puerto; era solo un hombre común, un asturiano más, de los muchos que murieron en la guerra civil; tenía menos de 45 años y dejó viuda y cuatro hijos –de 17, 15, 13 y 10 años de edad– en los primeros días de la guerra civil más cruenta del siglo XX.

Y con esta pequeña semblanza sobre mis abuelos, concluyo esta serie de artículos que se refieren a mi regreso a España, forzado por circunstancias personales en 1958. Iniciaré ahora una serie sobre la segunda emigración, el regreso a Venezuela y mis “correrías infantiles” por Asturias, preparándome para continuar la vida de inmigrante en Venezuela.

https://ismaelperezvigil.wordpress.com