No es la primera vez que un gobierno autoritario, acorralado por su propia incompetencia y su rechazo popular, decide que si no puede ganarse la confianza del pueblo, su única salida es destruir toda confianza posible. El reciente anuncio de Nicolás Maduro, promoviendo una aplicación para que los ciudadanos reporten “todo lo que ven y oyen”, no es una herramienta tecnológica novedosa. Es la materialización digital de una estrategia tan antigua como perversa: la atomización social.
El manual del autoritarismo es claro y se ha seguido al pie de la letra en Venezuela. El primer paso es erosionar la fe en las instituciones. Eso ya está hecho, consumado. Hace rato que la justicia, la asamblea, el poder electoral y otros organismos dejaron de ser pilares de la República para convertirse en apéndices del poder. Cuando esto ocurre, la gente, de forma natural, busca refugio en lo único que le queda: el tejido social. La familia, los vecinos, los amigos, los compañeros de trabajo. Es en la cooperación vecinal para conseguir agua, en el trueque de medicinas, en el susurro de información veraz, donde la sociedad ha encontrado un dique de contención contra el colapso.
Y es precisamente este último bastión de resistencia y dignidad el que el gobierno ahora busca dinamitar.
La promocionada app no es más que la "sAPPo" de la solidaridad. Su objetivo no es combatir el “imperialismo” o la “guerra económica”—enemigos abstractos y convenientes—, sino un blanco muy concreto: el vínculo que une a un venezolano con otro. La lógica es tan cínica como efectiva: si no confías en tu vecino, no te organizarás con él. Si desconfías de la persona que hace cola a tu lado, no compartirás información. Si temes que un comentario en la cola del mercado sea reportado, te recluirás en el silencio. El resultado es una sociedad de individuos aislados, paralizados por la sospecha mutua, sintiéndose solos y desamparados en medio de una multitud que sufre los mismos males.
Este es el sueño húmedo de cualquier autócrata: una población incapaz de articular una resistencia cohesionada porque ha perdido la capacidad fundamental para hacerlo: la confianza. Es la proyección de su propia patología en el cuerpo social. Como ellos, en su paranoia, no confían en nadie—ni en sus más allegados—, buscan que los venezolanos también vivamos en ese infierno de recelo generalizado.
Nos ofrecen incentivos, migajas por traicionar al de al lado. Es la monetización de la delación, la conversión de la necesidad en un arma contra la decencia. Seguro prometerán bonos, o algún favor a cambio de convertirnos en los ojos y oídos de un Estado que ha demostrado ser sordo y ciego a los problemas reales de la gente.
Frente a esta ofensiva, la vacuna es simple, poderosa y profundamente subversiva: la comunidad.
La respuesta no debe ser solo un llamado a no descargar la aplicación—que es un imperativo moral—, sino un compromiso activo por fortalecer los lazos que ellos quieren romper. La vacuna contra la "sAPPo" tiene tres dosis:
1. Fortalecer los tejidos comunitarios: Reuniones de vecinos, grupos de WhatsApp para ayudarse, redes de trueque y apoyo mutuo. Que cada urbanización, cada barrio, se convierta en un espacio de cooperación impenetrable al veneno de la desconfianza.
2. Cultivar los grupos de confianza: Afianzarse en la familia, los amigos de toda la vida, los compañeros de lucha. Saber en quién se puede confiar y actuar en consecuencia.
3. Rechazar categóricamente el incentivo a delatar: Entender que la moneda o el beneficio que ofrezcan por reportar a un compatriota es el precio de nuestra propia alma como sociedad. Es la carroña con la que quieren alimentarnos, y debemos rechazarla con dignidad.
No caigamos en la trampa. Nuestra fuerza nunca ha estado en una app en el teléfono, sino en la mano tendida, en el “pana, ¿cómo estás?” genuino, en el “cuenta conmigo” que se cumple. Mientras ellos invierten en tecnología para dividirnos, nosotros debemos invertir en humanidad para permanecer unidos. Ese será, siempre, nuestro mayor acto de resistencia.