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Genio a los 18 años

newsboy
Tiempo de lectura: 3 min.

El mundo se ha vuelto un desbarajuste y no lo digo sólo por Trump y Netanyahu, quienes, desde luego, contribuyen de modo muy elocuente a que lo sea. Son muy diversos los problemas que lo aquejan, entre los cuales destaca el de las migraciones. Hoy en día se cuentan en decenas de millones, las personas que huyen de sus respectivos países, buscando lugares en los que su vida pueda transcurrir siquiera un poquito mejor.

I.

La travesía nos es nada fácil, se realiza en medio de enormes obstáculos y no son pocos los que mueren en el intento. Además, la llegada no es precisamente lo que pudiéramos calificar como una bienvenida, pues incluye su dosis de xenofobia, así como la pesadilla de ser deportado y tener que regresar a su país de origen y una vez admitidos como “exilados”, se deben asumir las tareas que les tocan en suerte, todas ellas con el común denominador de ser muy mal remuneradas.

Aunque es un tema complicado que no cabe abordar en estas líneas, lo anterior nos obliga a repensar las rayas que marcan las fronteras entre los países y a entender, además, que la globalización del planeta implica la dependencia y la responsabilidad de todos con todos.

Señala el diccionario elaborado por Perogrullo, que fútbol es un deporte que se lleva a cabo sobre un terreno engramado y consiste en darle patadas a un objeto redondo que se llama balón. Se ha convertido en un gran negocio que se expande de manera vertiginosa y que sobresale hoy en día por las “migraciones futbolísticas”, principalmente a Europa, en donde se encuentran los equipos más importantes del mundo, a los cuales se han integrado jugadores como Mbappé, Bellingham, Xhaka, Çalhanolu, Iñaki y Nico Williams, Salah y otros cuantos más, parte de una lista de figuras imprescindibles y emblemáticas, no sólo de sus respectivos clubes, sino también de la selección nacional de los países que le dieron el pasaporte, siendo España y Francia los ejemplos más relevantes.

II.

La historia es más o menos conocida. Nació en Esplugas de Llobregat, España, con raíces marroquíes por parte de su padre y ecuatoguineanas por parte de su madre.

Se había hecho notar cuando apenas era un niño que, se decía, aprendió a jugar con un video. A los diez años ya asomaba como un diamante sin pulir y llegando a la adolescencia, fue captado por la Masía, la gran fábrica de futbolistas de la que dispone el club Barcelona.

A los diecisiete, paso a integrar las filas del cuadro catalán, mediante un contrato que él no podía firmar y que incluía una cláusula de rescisión de alrededor de mil millones de euros y fue titular en el equipo.

Recién cumplidos los dieciocho años le dieron la emblemática camiseta número diez, la que llevaba Pelé en la selección brasileña que ganó el Mundial de Futbol celebrado en México en el año 1970 y que, de allí en adelante la han llevado los grandes futbolistas, vale decir, Maradona, Messi, Ronaldinho, entre otros cuantos, y que con el paso del tiempo, ha pasado a significar, también, el liderazgo del equipo. Por cierto, y permítaseme la digresión, solo es concedida a mediocampistas o delanteros, lo cual, creo, es una brutal discriminación contra los defensores y porteros.

En estos tiempos tecnológicos, tan marcados por los algoritmos, leo en un informe que, durante su última temporada, fue el que más certero estuvo en los pases, el que más corrió, el que más gambeteó y el que más goles anoto.

Y leo otro, en el que se muestran algunos detalles del cerebro de los futbolistas y que revelan, por ejemplo, que los más habilidosos no solo ejecutan mejor las jugadas, sino que lo hacen con mayor rapidez.

En suma, ha sido consagrado como ícono del balompié mundial

III.

No hay que ser adivino para saber que las líneas precedentes nos remiten a la vida de Lamine Yamal.

Si sabrá resistir su ego, es la pregunta que se hacen muchos. La presión que le sopla desde todos lados, la fama y la súbita riqueza, no son nada fáciles de llevar. Dicen psiquiatras y psicólogos que es muy bueno ser el mejor, pero “sin sentirse que lo es”.

El Nacional, 5 de septiembre 2025