A mediados del siglo pasado, el sociólogo canadiense Marshall McLuhan escribió sobre la aparición del radio, el cine y la televisión, advirtiendo sobre su repercusión sociocultural, mediante la comunicación inmediata y mundial de todo tipo de información. Mucho antes de la llegada de internet y de los varios cambios que ha traído consigo la globalización, escribió que resucitaban “las condiciones de vida de una pequeña aldea” y nos hacían percibir como cotidianos hechos y personas, muy lejanos en el espacio y en el tiempo, acuñando así el concepto de Aldea Global.
¿Jarrón Chino?
La Organización de Naciones Unidas (ONU) celebró recientemente ochenta años y convocó para su Asamblea General a los 193 países que la constituyen. Los conmemora en un mundo que se parece muy poco al de ahora. Son muy distintas las circunstancias y, desde luego, los problemas que advierten la necesidad de revisar un modelo institucional fundamentado en otras premisas, base de un esquema político que caducó, como lo pone de manifiesto claramente su Consejo de Seguridad, vista la forma como se integra y las atribuciones que se le otorgan, entre ellas el derecho al veto.
Actualmente la ONU enfrenta la anomia que dibuja a la Aldea Global, en donde las cosas no están en su lugar, a la vez que se ignora cuales debieran ser las otras cosas y cual sería su nuevo su nuevo lugar. La incertidumbre y la perplejidad nublan el horizonte. El planeta se encuentra zarandeado por un amplio y diverso menú de crisis, que se alimenta de las guerras, el colapso climático, la desigualdad económica, el deterioro progresivo de la democracia, la violación casi sistemática de los derechos humanos, las migraciones, en fin. Todo ello hace parte de una lista a la que se agregan las tecnologías emergentes y los desafíos que las acompañan, entre ellos no sólo, pero sí de manera destacada, la desinformación y las distintas versiones que se muestran sobre los hechos, así como las biotecnologías y las neurociencias, dada su capacidad para resignificar la condición humana.
La ONU se encuentra, así pues, desbordada y hasta se dice que semeja un jarrón chino. Sin embargo, como lo señalo uno de los oradores en la asamblea, sería un gravísimo error derivar de lo anterior su inutilidad, pues ha inmunizado al mundo contra la idea de que puede existir sin reglas, sin foros y sin la existencia de un techo común. Cierto, pues, que debe “aggiornarse”, pero conservando la idea de un espacio en el cual todos convivan en medio de sus diferencias, como parte de un imprescindible orden, aunque sea mínimo.
“El carbón es bonito”
Resulta imposible no aludir al discurso que pronunció Donald Trump en la reunión convocada por el Secretario General, Antonio Gutérrez, iniciado con un reclamo sobre los fallos de la escalera mecánica que permitía el acceso a la Asamblea y denunciando que antes de ser presidente ya los había advertido en su condición de empresario inmobiliario, sin que se le hubiese contratado para enmendarlos. Al parecer, esa queja marco el talante de su extensa perorata.
La suya fue una exposición desenfadada que contrastaba con las caras serias de los líderes mundiales, centrada en las carencias y desatinos de la ONU. Reiteró, como era de esperar, sus decisiones respecto al retiro de Estados Unidos de algunas de las organizaciones promovidas por la ONU, en particular de las encargadas del problema ambiental, denunciando que la promoción de las energías renovables era un despropósito y que el “carbón es bonito”, contradiciendo, así, el consenso científico internacional.
Por si fuera poco, le paso por encima, tranquilamente, al multilateralismo, afirmando que no se comprometería en la diplomacia colectiva para resolver los problemas del mundo. Y sin que mediara ningún atenuante, afirmó que seguiría “utilizando el poder, de manera unilateral, para avanzar en sus intereses de seguridad nacional”.
Paso por alto, por supuesto, su contribución al desmadre planetario bajo el amparo del MAGA, del cual también se ha servido para instaurar un gobierno cada vez más autoritario, que echa mano de distintas medidas represivas sobre personas e instituciones que disientan de sus políticas. En este contexto hay que mirar con cuidado su reciente reunión con los altos mandos militares, durante la cual y, en paralelo con otras barbaridades, anunció el cambio del nombre de la Secretaría de Defensa, por el de Secretaría de Guerra. Más elocuente, imposible.
Mientras que Trump decía lo que decía lo que decía, China, a través del primer ministro del gobierno del presidente Xi Ping, advertía sobre los riesgos del unilateralismo, haciendo suya la consigna bajo la que se realizó el aniversario de la ONU («Sin duda, juntos podemos construir un futuro mejor»), y advirtiendo que lo contrario sería aceptar la Ley de la Selva.
Posdata
¿Se pueda creer que el Donald Trump descrito en las líneas de arriba, representa una salida para crisis política del país”
HARINA DE OTRO COSTAL
Navidades desde octubre
El presidente Maduro, creyéndose San Nicolas, decretó el comienzo de las navidades y ordenó festejarlo sin que mediara algún respeto, por decir lo menos, lanzando cohetes desde el Helicoide, convertido en una cárcel a donde ha ido a parar, ignorando el protocolo legal, un gran número de personas, cuyo delito ha sido tener la osadía de discrepar de su gobierno.
Hace su anuncio en medio de la orden que dio con el fin de armar y organizar las milicias, encargadas de enfrentar las amenazas del ejército norteamericano, y de la solicitud que envío a la Asamblea Nacional para que aprobara la declaración de un Estado de Conmoción Exterior, misma que ha sido interpretado como un instrumento para reforzar el control social.
En suma, nos encontramos ante una muestra de que los discursos no tienen por qué estar bien hilvanados, regados por una mínima dosis de coherencia.
El Nacional, viernes 2 de octubre de 2025